“En agosto nos vemos”, una mirada de Gabo a la mujer del siglo XXI
La publicación de la novela de Gabriel García Márquez despierta controversia en el mundo literario. La obra, escrita en los últimos años de la vida del autor, ofrece una visión sobre la autonomía de las mujeres.
Nathalia Gómez Raigosa
Cuando parecía que ya se había dicho todo sobre García Márquez, el año antepasado, mientras se celebraba el 40 aniversario del recibimiento del Nobel de Literatura, la Penguin Random House nos sorprendió con una noticia, para conmemorar los 10 años del fallecimiento del escritor, sus hijos habían tomado la decisión de publicar la única novela que su padre había dejado inédita bajo el título de En Agosto nos vemos.
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Cuando parecía que ya se había dicho todo sobre García Márquez, el año antepasado, mientras se celebraba el 40 aniversario del recibimiento del Nobel de Literatura, la Penguin Random House nos sorprendió con una noticia, para conmemorar los 10 años del fallecimiento del escritor, sus hijos habían tomado la decisión de publicar la única novela que su padre había dejado inédita bajo el título de En Agosto nos vemos.
Esta determinación editorial sorprendió al mundillo de la literatura en los cinco continentes. Las reacciones no se hicieron esperar, tal vez la reacción más conservadora la tuvo el autor angloindio Salman Rushdie, quien el año pasado tras el anuncio manifestó que una edición de la obra “no debería ocurrir, porque el colombiano expresó su deseo de que no se publicara” y además sostuvo que mientras la escribía, García Márquez “estaba sufriendo demencia”, por lo que le preocupaba mucho que se hubiera autorizado el manuscrito, “que quizá no le hará justicia”.
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Las palabras del autor de Los versos satánicos parecen una defensa loable por respetar tanto el deseo del Nobel como por proteger su reputación, pero al mismo tiempo demuestran una visión totalmente idealista de la literatura. Por un lado, es un claro desconocimiento a los aportes realizados por la teoría de la recepción, la cual plantea que una obra solo está completa al haber sido interpretada y apreciada por el lector, porque en últimas, todos escribimos para ser leídos por ese “lector ideal” o “lector modelo” del que nos hablaba Umberto Eco o en palabras de Joseph Brodsky: “Una novela o un poema no es un monólogo sino una conversación del escritor con el lector”.
Se puede decir que después de escritos los textos ya no le pertenecen a su autor, porque son productos autónomos arrojados al mundo, esperando en sus gavetas a ser descubiertos por un atrevido que los desempolve, los lea, los imprima y los difunda. Gracias a que el mejor amigo de Franz Kafka, por ejemplo, no respetó la última voluntad de quemar sus escritos después de morir, es que hoy conocemos lo mejor de la obra del nacido en Praga: El Proceso, La Metamorfosis, El Castillo. Lo mismo pasó con el trabajo de Emily Dickinson, rescatado por su hermana. O qué hubiera sido de El Museo de la Novela de la Eterna si el amigo y discípulo Jorge Luis Borges, junto con otros admiradores como Adolfo de Obieta, no se hubieran encargado de recopilar y editar los manuscritos de Macedonio Fernández para su publicación póstuma en 1967. El mismo Fernando Pessoa solo escribió un libro en vida: El Mensaje, el resto de su obra, incluyendo el Libro del desasociego, considerado uno de los más importante de la literatura portuguesa fue editado y compilado, casi medio siglo después de su deceso por su amigo Antonio Tabucchi, a partir de numerosos fragmentos y textos.
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Ejemplos como estos abundan en la historia de la literatura. Lo mismo podríamos decir para controvertir el argumento de que por ser En agosto nos vemos producto de la senetud de García Márquez no es merecedor de ser publicado. Como si las mejores obras de nuestro canon literario se hubieran escrito única y exclusivamente durante los momentos de plenitud económica y mental de los escritores. El primero en soltar la carcajada sería Cervantes al acordarse de cómo la primera novela que se considera moderna se comenzó a escribir en la Cárcel Real de Sevilla. Tenesse Williams a lo largo de su vida luchó con problemas de salud mental y adicciones, y en sus últimos años, se enfrentó también a la demencia senil. A pesar de ello, siguió escribiendo y revisando sus mejores piezas teatrales hasta el momento de su muerte. Así mismo es sabido que lo mejor de los poetas malditos se hizo entre el delirium tremens y las alucinaciones psicotrópicas.
Si En Agosto nos vemos es un libro malo o bueno lo juzgarán los lectores, este 6 de marzo cuando salga a la venta en todas las librerías a nivel mundial, pero para que esto sea posible hay que dejarlos leer. En mi opinión, la novela no revela ningun signo de deterioro cognitivo, fue un libro escrito por García Márquez del 2002 al 2004 en un intervalo entre la redacción del primer tomo de sus memorias y el que sería el segundo, del que solo escribió 22 páginas, para desagracia de todos.
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Contrario a lo que se rumora, me parece que el libro revela a un autor consciente del cambio de los tiempos y del desarrollo de su propia obra, por lo que en sus últimos años quiso apostarle a una narrativa mucho más minimalista y ligera, alejandose de las estructuras barrocas de sus obras cumbres Cien Años de Soledad y El Otoño del Patriarca y acercandose más al estilo fluido de El amor en los tiempos del cólera o Doce cuentos peregrinos e incluso, al estar la trama más próxima a la contemporaneidad, su vocabulario y el mismo contexto hacen que el libro se sienta mucho más cercano a nosotros.
Lo leí en el 2022 cuando realicé mi pasantía doctoral en el Harry Ransom Center, un centro de investigación en humanidades de renombre internacional, ubicado en el campus de la Universidad de Texas en Austin (EEUU) y conforme avanzaba en la lectura me fui dando cuenta de que la novela no era sobre la infidelidad femenina, ni tampoco es sobre el matrimonio como se ha llegado a especular, sino más bien sobre la libertad de las mujeres a comienzos del nuevo milenio en un mundo que aún estaba diseñado a la medida de los hombres.
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Ana Magdalena, la protagonista de la historia es el personaje femenino más actual de todo el universo gacíamarquiano, si tenemos en cuenta que le arrebató ese lugar a Nena Daconte, la joven casada que muere en su luna de miel a causa de un pinchazo en su dedo en el cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”, enmarcado en un tiempo narrativo acorde a la década de los años sesenta del siglo pasado. También es a mi juicio el personaje más verosímil de todas las mujeres de los libros de Gabo, por lo menos la más humana, habría abandonado su carrera en artes y letras para dedicarse a su esposo y sus sus hijos como se esperaba de las mujeres criadas entre los años cincuenta y ochenta. Sus hijos estudiaron música siguiendo el ejemplo del padre. De ahí que ella se llame Ana Magdalena Bach, un claro guiño a la soprano alemana y de paso, un bello homenaje a la música clásica, una de las pasiones del Nobel colombiano. Aunque tampoco vamos a obviar el hecho de que lleve el nombre de la adultera más famosa de la biblia judeocristiana. La trama del libro se centra en ese evento que parte la vida de todo ser humano en dos: la muerte de la madre. Ana Magdalena, quien desde hace 28 años viaja sola cada agosto a llevarle gladiolos a la tumba de su madre en una isla del Caribe (posiblemente Aruba), se enfrentan por primera vez con la finitud de la existencia, cuando se ve reflejada en el cadáver de su madre como en un espejo y comprende, con horror, que ella está a mitad de camino del efimero itinerario de la vida, por lo que decide aprovecharla al máximo. Quizás escribo este artículo porque el año pasado falleció mi abuela materna y mi madre entró en shock al darse cuenta que ella, posiblemente, era la siguiente en despedirse de este mundo en la implacable línea de sucesión familiar.
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Por otro lado, este año cumplo 35 años, tal vez estoy a un tercio de camino, si me comparo con mi madre, a esa misma edad ella ya tenía dos hijas. Yo solo tengo un gato, pero creo que por fin entiendo mejor lo que hasta hace poco me resultaba completamente incompresible. Me he visto haciendo lo mismo que le he críticado a mi madre con vehemencia, y cuando caigo en cuenta, me acerco a ella, me siento más su amiga, más su cómplice y menos su hija. Lo mismo le pasó a Ana Magdalena cuando descubrió el pasado oculto de su madre y comenzó a repetir su historia. La novela aunque es sobre las mujeres no tiene nada que ver con el feminismo, o tal vez un poco y no lo sabemos aún, lo que sí se plantea con claridad es el tópico de la autonomía de la sexualidad femenina y el derecho del cuerpo de las mujeres a vivir el placer y el goce. Visto así el tema es bastante adelantado si tenemos en cuenta que fue escrito por el patriarca de la literatura colombiana, o por qué no mejor decir, latinoamericana, incluso sería más exacto afirmar que lo es de toda el habla hispana en el siglo XX. Solo hasta la última década la obra de Gabriel García Márquez, como la de muchos otros escritores, comenzó a ser analizada desde la perspectiva de género, lo que ha servido para poner en evidencia las múltiples violencias a las que se ven sometidas las personajes del universo garciamarquiano, víctimas de violaciones, trata de personas, pedofilia, matrimonios forzados, repudio social, manipulación emocional, altos estándares de belleza, desigualdades en derechos y en oportunidades, por mencionar algunas.
Y en esto es que está precisamente la grandeza de su obra literaria en los tiempos actuales, en retratar a Latinoamérica y el Caribe sin ningún tapujo, justo cuando se ha despertado esa imperiosa necesidad de hacer un revisionismo a los productos culturales que han conformado nuestro patrimonio humano, no para cancelarlos en ese ingenuo y peligroso dogmatismo que pretende borrar de un solo tajo el machismo estructural que ha sido parte de nuestra historia, sino por el contrario, para obligarnos a analizar críticamente lo que nos avergüenza y nos duele de la conformación de nuestras sociedades patriarcales.
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De ahí la importancia de que el Nobel a sus 75 años haya hecho el esfuerzo de entender los retos que tenía la mujer a comienzos el siglo XXI, en un personaje tan complejo y contradictorio como Ana Magdalena, con todos sus claros oscuros, con sus propios prejuicios y arbitrariedades, un personaje que nos ayuda a las mujeres de las generaciones millennials y centennials, que actualmente somos la gran masa trabajadora, a entender las actuaciones de nuestras madres, que a veces nos parecen tan anticuadas y fuera de toda lógica, hasta que nos vemos cayendo en esas mismas equivocaciones y abusos, gritándole puta o guaricha a otra mujer que piensa diferente a nosotras, en ese ciclo eterno, en el que todas las tragedias se repiten en Macondo, mucho más las del machismo, por lo que me atrevería a decir que, la obra de nuestro Nobel es la historia misma del patriarcado, que machacó a Úrsula, Amaranta, Remedios la bella, Angela Vicario, la Cándida Eréndira, Fermina Daza, Nena Daconte, Ana Magdalena Bach, a su mamá, a su hija, a mi abuela, a mi mamá, a mí y a las hijas que aún no tengo.
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