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En búsqueda de lo humano

Cuando lo que está en riesgo es la vida misma y no hay nada más que perder es cuando el ser humano es lo que verdaderamente es.

Truman Percales, especial para El Espectador
22 de marzo de 2025 - 11:00 p. m.
Fotografía de referencia coorrespondiente  a restos humanos de los primeros moradores, hace miles de años, de la zona de Mleiha, en el emirato de Sharjah. EFE/Rosa Soto.
Fotografía de referencia coorrespondiente a restos humanos de los primeros moradores, hace miles de años, de la zona de Mleiha, en el emirato de Sharjah. EFE/Rosa Soto.
Foto: EFE - Rosa Soto
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No es fácil responder a las cuestiones cotidianas, y menos aún hacerlo frente a los interrogantes que confrontan la propia existencia. No siempre hay respuestas. No se encuentran en medio de este mundo criminal que nos rodea. Con el paso de los años y los consiguientes fracasos y desengaños (propios y provocados), he sentido un empuje hacia la búsqueda de lo humano. Aquello que va más allá de la ciencia, la cultura occidental, las burocracias genocidas y las nuevas religiones importadas y adoptadas por nuestras sociedades, que nos han querido imponer. La búsqueda de lo humano desde lo humano mío y desde lo humano de cada otro humano. Cada vez me interesa menos lo institucional, las organizaciones o lo cultural como punto de partida, ni de llegada, llámese a eso como se quiera llamar: ciencia, tecnología, política, religión, cultura prostituida, ocio o inteligencia artificial. Es solo en la experiencia propia y de cada otro en donde nos encontramos con lo verdaderamente humano, para de esa manera encontrarnos con nosotros mismos en nuestro mar de contradicciones y certezas.

Todo pensamiento es una representación que sustituye a la realidad. Darle al pensamiento un carácter de realidad que no tiene destruye nuestras sociedades y la vida humana. Por eso no me interesa pensar sin sentir el dolor o el placer de sentir. Traducir las emociones en palabras escritas frente al papel en blanco. El encuentro con uno mismo y con otras vidas que sellan el alma, vidas que a duras penas se pueden explicar con palabras. La búsqueda de las palabras que permitan descubrir lo humano. La narración como curación.

Las fabricaciones mentales, que son parte de las obligaciones impuestas por terceros desconocidos, las usa a su antojo el poder socio cultural y las instituciones en sus distintas formas para entregarle a cada uno no la realidad propia de cada uno, sino la representación de ella como si fuera la propia realidad, alejándonos de nuestro camino natural. Por eso, todo lo sociocultural y material falsea lo humano, porque lo presenta desde el pensamiento y no desde el sentir, que viene dado por la vivencia y la experiencia individual de cada uno. Y de esto se desprende algo sumamente grave, peligroso y profundamente mezquino: no es la política la que nos da el camino para organizarnos humanamente. No esperemos nada de ella. La política, en cualquiera de sus formas y objetivos, se construye desde el pensamiento, y se constituye como la herramienta que usa el poder establecido para modificar la realidad que cada uno vive, alterándola, tergiversándola, usándola hasta la muerte si es necesario. La política nunca podrá ayudar a encontrar lo auténticamente humano, lo genuino, ni atenderlo, ni hacerlo crecer en nuestras sociedades.

Esto explica en parte el momento en que nos encontramos hoy como comunidad y el actual estado de las cosas. El agotamiento de la democracia representativa, convertida en una ficción donde la élites se intercambian los papeles cada cierto tiempo con el único propósito de enriquecerse, las nuevas formas de tiranía y populismo bajo los mismos principios de siempre, la falta de soluciones a los conflictos que permanecen por décadas legados de generación y generación, el uso de las redes sociales para borrar la narración de la vida, las cosas y los rituales que daban sentido a la comunidad, la destrucción de la moral y la ética entendidas como puntos de encuentro humano para organizar las relaciones y enriquecerlas, para determinar el bien y el mal y diferenciar la verdad de la mentira.

En esta búsqueda de lo humano, he observado el efecto que la pobreza y la miseria tiene en la protección de lo auténticamente humano en aquellos lugares donde la violencia y el hambre condicionan la vida y la supervivencia. En esta observación, he podido sentir que los individuos y comunidades que viven en los márgenes, en la carestía y la dificultad permanente, con la muerte siempre esperando en el siguiente paso, en medio de la guerra o el desastre, atravesando selvas y montañas como jaguares heridos en busca de un lugar mejor para sus hijos, conservan en términos generales un sentido de lo humano superior a quienes habitamos en el otro lado. Hay en ellos una naturaleza animal prístina, otra intensidad en el sentir. Cuando lo que está en riesgo es la vida misma y no hay nada más que perder es cuando el ser humano es lo que verdaderamente es. Me he conectado con ellos a través del dolor que padecen y las angustias de la necesidad y la desgracia. En mitad de un caos que he sentido como propio. También en la alegría y la felicidad que puntualmente alivian la existencia.

Hemos dejado de vivir como seres humanos que sienten, abandonando nuestra propia naturaleza. Sentir se ha convertido en un signo de debilidad, de pobres. Pensamos que sentir nos degrada socialmente. Estamos perdidos. Habitamos en un mundo impuesto. Un mundo que no es el nuestro.

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Por Truman Percales, especial para El Espectador

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Melibea(45338)22 de marzo de 2025 - 11:50 p. m.
Muy interesante su reseña sobre la diferencia entre lo auténtico humano y la distorsión de su esencia con falsas ideologías.
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