“En Colombia tenemos una guerra contra la memoria”: Ariel Camilo González
Los debates históricos son una oportunidad para crear consciencia de lo que somos, y así proyectarnos de una forma diferente como sociedad. Cómo se narra la historia y quiénes la cuentan son asuntos claves en el debate que sigue haciendo eco en Colombia: la construcción de memoria.
María José Noriega Ramírez - Andrés Osorio Guillott
Sandra Ximena Caicedo, profesora de la institución educativa Libardo Madrid, de la ciudad de Cali, les preguntó a sus alumnos en un taller por la responsabilidad del expresidente Álvaro Uribe Vélez en el caso de los mal llamados “falsos positivos”. Tras conocerse la pregunta, algunos simpatizantes del Centro Democrático manifestaron su rechazo y hablaron de un posible adoctrinamiento a nivel nacional en la educación.
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Sandra Ximena Caicedo, profesora de la institución educativa Libardo Madrid, de la ciudad de Cali, les preguntó a sus alumnos en un taller por la responsabilidad del expresidente Álvaro Uribe Vélez en el caso de los mal llamados “falsos positivos”. Tras conocerse la pregunta, algunos simpatizantes del Centro Democrático manifestaron su rechazo y hablaron de un posible adoctrinamiento a nivel nacional en la educación.
El caso revivió un debate de vieja data en Colombia. ¿Cómo se debe contar la historia del conflicto armado? ¿La historia les pertenece a izquierdas o a derechas? ¿Cómo narrar el pasado o cómo educar sin adoctrinar? Preguntas de esta índole responden a una necesidad que tiene relación con lo político, lo social e incluso con lo ético: la memoria. En un contexto en el que las movilizaciones sociales reclaman deudas históricas que el Estado tiene con la sociedad civil, y en el que se ha visto una espiral de violencia frente a la incapacidad de dialogar con los diferentes sectores sociales, surgen preguntas en torno a cómo Colombia ha alcanzado un punto en el que parece que las violencias imperan.
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Desde la filosofía de la historia existe constantemente la pregunta por la memoria y por la manera en que se entiende el pasado. El filósofo más buscado en esta rama es Walter Benjamin, quien trató a profundidad este tema a lo largo de su obra. Sus Tesis sobre la historia son estudiadas recurrentemente, y entre tantas de sus reflexiones, podemos destacar para este artículo aquella que dice en la tesis número tres que “nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia”.
Hannah Arendt, filósofa alemana, hablaba de la historia desde el concepto de comprensión. “La comprensión (understanding), diferenciada de la información correcta y del conocimiento científico, es un proceso complicado que nunca produce resultados inequívocos. Es una actividad sin final, en constante cambio y variación, por medio de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella, esto es, intentamos sentirnos a gusto en el mundo”. Su postura era que el ejercicio de comprender la historia no correspondía a una ciencia exacta, sino que esta estaba en constante transformación debido a las circunstancias y a las revelaciones que podían surgir de una época determinada, y que al no pretender la perfección no era menos válido, de hecho, su importancia recae en una intención constante por atender al pasado para reconciliarnos con el presente.
Contar la historia de la guerra en Colombia sin haberla terminado es uno de los problemas que menciona la academia. Versiones parcializadas dificultan la comprensión de la historia y el conocimiento de la misma. Los debates y discusiones desde las ciencias humanas y sociales son de nunca acabar, pero son necesarios para no dejar de lado la importancia que tiene apropiarnos de la historia y de las memorias que la componen, pues replicar los ecos de los vencedores, que son quienes se adueñan de las versiones oficiales, es perpetuar la injusticia y la impunidad de los vencidos, de los que también conformaron el relato político, social y cultural de la nación.
Ariel Camilo González, profesor de filosofía de la historia, dice: “En Walter Benjamin podemos ver que él plantea que la historia es un botín de los vencedores. Una de las cosas que hace el vencedor es quedarse con la manera en que se narra el pasado, con un pasado que me conviene a mí como sujeto de poder. Un pasado que en sentido estricto determina que lo que yo hago es válido. Los vencedores contarán la historia de tal manera que ella justifique su lugar. Esto se vuelve importante en las discusiones sobre cómo contar el pasado. Un ejemplo es la historia nazi. En sentido estricto no puedes negar el Holocausto porque es un delito. Por consenso se llega a una idea y es esta idea de Benjamin de que no se tienen que olvidar las memorias de los vencidos. Las memorias de los vencidos deben hacer parte de la memoria colectiva, porque ellas están guardando las atrocidades. La historia oficial no se preocupa por contar esto. Y en Colombia lo que tenemos es una guerra contra la memoria. Y esa guerra la libra el Estado creando todo un aparataje oficial y extraoficial de la negación de la violencia. Solo se quiere narrar la violencia cuando esta no involucra a los sectores estatales como perpetradores”.
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Y en un presente tan polarizado hay que preguntarse cuál es la manera correcta de narrar la historia. Y habría que reconocer que las críticas a Darío Acevedo como director del Centro Nacional de Memoria Histórica sobre su manejo y postura política frente a la guerra, sobre todo al situarse desde una orilla negacionista del conflicto armado en Colombia, así como las críticas del Centro Democrático a la manera en que se imparte la historia en instituciones educativas, son válidas en tanto que hacen parte de los derechos de todos como ciudadanos a ejercer la opinión frente a un tema de interés nacional como lo es la memoria histórica y/o colectiva.
Sobre la pregunta de si hay algún modo de contar la historia que no sea asociándola a discursos de izquierda o derecha, y si además habría alguna forma de entender la historia que no sea desde el poder y el Estado, González señala: “¿Dónde se está narrando la historia? La historia se cuenta en telenovelas, en redes sociales. Nosotros no hemos sabido buscar dónde narrar. Estamos dando vueltas en explorar un campo que ya conocemos, pero no se lo hemos dado a entender a los otros. Cómo narrar el conflicto para que la historia no sea de izquierdas o derechas. En este momento creo que eso es imposible. No hay manera de que se diga algo sin que sea cooptado por esos discursos. Lo que debería suceder es que nosotros desde los lugares donde pensamos o hablamos de historia hagamos el esfuerzo de pensar cómo llegar al que no quiere saber, al que no quiere dialogar con otra versión. Al fin y al cabo, lo que sucede es que si una persona ya entiende la historia desde una perspectiva de izquierdas o derechas, no va a escuchar el otro lado. Hay algo que planteaba Jacques Ranciere y es que hay un punto en el que la violencia se vuelve invisible. No importa con cuánta crudeza mostremos la violencia y sus modos, el aparato epistemológico colectivo no permite que eso se comprenda en tanto violencia o dolor. Ese es el punto, cómo vamos a romper eso. El aparato está articulado de tal manera que la violencia del Estado no se entienda como violencia. La memoria histórica ahorita se teje en WhatsApp. Hay que ir allá para ver cómo podemos romper esa lógica”.
Reiterativo, pero cierto: algunos dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y es que en el pasado están las respuestas a las preguntas que hoy nos inquietan. En la historia, si se estudia con un lente crítico y más allá de una cronología de sucesos, se abren posibilidades de pensamiento encaminadas a incitar cambios estructurales dentro de una sociedad que tradicionalmente ha negado el debate y el conflicto. La clave, según el historiador Javier Ortiz Cassiani, está en saber qué le vamos a preguntar a la historia y en no negar lo que ha sucedido. “No podemos crecer en un país que no sea capaz de decirse la verdad, pues eso implica construir seres pasivos, ciudadanos menores de edad y un Estado mediocre”.
Entendiendo a la escuela como escenario de transformación social, Ortiz Cassiani considera necesario que desde la niñez se converse sobre la historia del país, enseñando sin odios ni temores la violencia y el conflicto que tradicionalmente ha vivido Colombia, dejando que los sucesos hablen por sí mismos y soltando el tabú que se ha construido alrededor de ellos. Recordando que una de las apuestas de la Revolución Mexicana fue la de llevar hasta al pueblo más apartado a un profesor, el historiador argumenta que la escuela establece un proceso de negociación para mejorar las condiciones de vida de la población, pues es el lugar en donde se gestan nuevas sensibilidades. Si hoy hay una preocupación por las muertes a causa de la violencia, así como por conocer qué actores han estado involucrados en el conflicto armado, es porque existe una urgencia por entender cómo hemos llegado a un punto en el que las masacres, los asesinatos y los desplazamientos hacen parte del paisaje cotidiano. Enseñar la historia del país, en ese sentido, es permitir crear una consciencia de lo que somos para poder proyectarnos de una forma diferente.
Para Cristian Millán, licenciado en pedagogía social, la centralidad que debe tener la concepción crítica de la historia en los salones de clase está relacionada con el compromiso social que tiene la educación: transformar al ser humano. Siendo un espacio con un potencial emancipador, así como un escenario de conocimiento y reconocimiento del entorno, la escuela debe empoderar a los estudiantes frente a su realidad. Los niños, por naturaleza, son sujetos críticos, pues caminan por la vida cuestionando lo que ven a su alrededor. Según Millán, el problema no está en las preguntas que ellos hacen, sino en la incapacidad de los adultos en responder a esos cuestionamientos. Creyendo que las aulas educativas deberían ser espacios democráticos, lugares seguros para llevar a cabo los debates que apoyen la construcción de las nuevas generaciones como ciudadanos, en tanto sujetos políticos, Millán ve con preocupación que en Colombia se tiende a privilegiar el silencio sobre la participación, y ahí los docentes y los dirigentes de las instituciones educativas juegan un rol fundamental.
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“Hay un miedo a encarar el tema y la discusión debe centrarse en eso, en por qué hay un temor alrededor de la enseñanza de estos contenidos y quiénes son los que tienen miedo frente a la discusión de estos temas”, afirma Millán. Y es que, desde su labor pedagógica, una de sus mayores preocupaciones tiene que ver con la naturalización de la violencia. Refiriéndose a la Teoría de la reproducción y a la Política del encasillamiento de Henry Giroux, teórico de la pedagogía crítica, Millán afirma que la escuela reproduce ideales sociales bajo un pensamiento productivo. Con ello, “no hay una provocación a que la persona se piense de una manera diferente, sino que sigue reproduciendo las lógicas bajo las cuales ha vivido. Esta reproducción de bases sociales hace que el estudiante se encasille y no cuestione la realidad”. De ahí se entiende que Millán haya optado por montar su proyecto educativo de forma independiente, pues afirma tenerle “miedo a la institución y a la represión del cuestionamiento”.
Concibiendo la historia como la conjunción de múltiples relatos, pues entre más cuestionamientos se tengan frente al presente, más historias saldrán a la luz y más equitativo será el relato común como Estado-nación, Ortiz Cassiani piensa que lo que está en riesgo al desconocer la historia es la dignificación de la población colombiana, así como la violación al derecho que todos los ciudadanos tienen de conocer su historia. Según cuenta el historiador, es antiético e injusto negar el sufrimiento de quienes han padecido los estragos de la guerra y la violencia, además de considerar que el silencio se puede convertir en una válvula de escape que puede desencadenar en una violencia mayor. A su juicio, el Estado debería incentivar los espacios de discusión histórica, pues “no permitir que se hable de los sucesos violentos es sentar un precedente en el que cada quien, de acuerdo con sus intereses, mientras esté en el poder, empieza a negar hechos históricos que son importantes para poder construir unos referentes de dignidad y de paz”.
En palabras de Hannah Arendt, la sociedad no puede olvidar la importancia de comprender su historia, pues “Comprender quiere decir, más bien, investigar y soportar de manera consciente la carga que nuestro siglo ha puesto sobre nuestros hombros; y hacerlo de una forma que no sea ni negar su existencia ni derrumbarse bajo su peso. Dicho brevemente: mirar la realidad cara a cara y hacerle frente de forma desprejuiciada y atenta, sea cual sea su apariencia”.