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Meses de encierro y de ensayos virtuales, así vivió la Compañía de Danza Contemporánea de Incolballet este año de pandemia. Teniendo la oportunidad de trabajar con Telepacífico en la grabación de cerca de seis de sus obras, teniendo jornadas de grabación de septiembre a diciembre y sintiéndose afortunados por ello, la ausencia del público los marcó. Les dejó una sensación de vacío, de extrañeza. Después de todo, se les sustrajo, como al resto de las artes escénicas, la razón de ser de su oficio: el contacto con la gente y el contagio de su energía. No obstante, estos nuevos tiempos, aunque siguen siendo guiados por la incertidumbre y el temor de planear proyectos a largo plazo, parecen avizorar nuevas oportunidades y apuestas. Una de ellas es la quinta edición de la Bienal Internacional de Danza de Cali, evento que se inaugura hoy en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá.
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Un espacio que acogía a más de mil espectadores ahora recibirá cerca de cuatrocientos. Aunque es una reducción significativa, y hay preguntas alrededor de por qué los teatros no pueden acoger a un mayor número de asistentes, como sí lo hacen otros espacios de entretenimiento y ocio, la presencia del público, en la proporción que sea, es recibida con la expectativa de generar espacios de diálogo a través de la danza. Pensada como un escenario de encuentro de distintos géneros, entre el folclor, la salsa, la danza urbana y contemporánea, por mencionar a algunos, la Bienal de este año busca enfatizar en la producción y en la creación nacional, mostrando el trabajo de las compañías locales. “Creo que estamos divididos en pequeñas islas: cada uno en su mundo, cada uno en su espacio, sin preocuparnos por interactuar los unos con los otros, y creo que la unión entre todos puede ser muy fructífera”, afirma Arlai González, director artístico de la Compañía de Danza Contemporánea de Incolballet. Y es que el maestro recuerda el intercambio que la agrupación tuvo en la edición pasada de la Bienal con Medanzas y Alma en Movimiento, resaltando el esfuerzo por compartir escena con grupos que tienen otros públicos, así como otras narrativas y experiencias.
Ser el show central de la inauguración de la Bienal y mostrar el trabajo de la compañía en la capital del país, donde, según cuenta González, confluyen diferentes expresiones culturales y hay un interés por conocer qué hay detrás de ellas, además de ser un referente de cómo se ve la compañía ante nuevos ojos, es un logro mayor para la agrupación caleña. LAK y La cura son las piezas con las que la compañía tomará posesión del escenario del Jorge Eliécer Gaitán. Ofreciendo una reinterpretación de El lago de los cisnes, mostrando cómo de un trabajo interdisciplinario entre los estudiantes del Joven Ballet del Conservatorio de Lyon y los alumnos de Incolballet surge una propuesta artística, la primera pieza hace un llamado a la intimidad. Siendo el resultado de un trabajo conjunto que se dio entre las dos instituciones durante la edición pasada de la Bienal, LAK vuelve a estar presente en el certamen dancístico. Por su parte, La cura, con un tono más visceral, reflexiona alrededor del caos, de la necesidad de que el ser humano muera para que vuelva a nacer. Siendo una pieza más física, la obra plantea la idea de que la humanidad debe renacer para así eliminar lo caótico de su día a día. Además, y aventurándose a realizar el montaje de forma virtual, con cierto escepticismo, pero aceptando que la creación artística se está enfrentando a nuevos retos de producción y elaboración, en la nueva edición de la Bienal, la compañía presentará El silencio, una pieza coordinada entre Cuba y Cali por Susana Pous Anadon.
“Este año el foco es Colombia”, afirma Juan Pablo López, director artístico de la Bienal. No solo se trata de mostrar el trabajo de las compañías locales, sino de hablar a través de la danza sobre lo que vive hoy en día el país. Teniendo a Cuerpo y Nación como una de las líneas curatoriales de la Bienal, esta nueva edición recoge el trabajo de L’Explose, Wangari y Sankofa, entre otras compañías, que reflexionan sobre la violencia, el racismo, la diferencia de clases, la violencia contra la mujer y los temas que han quedado más en evidencia después de los movimientos sociales del 28 de abril. Las obras de Cortocinesis, Jóvenes Creadores del Chocó y la Compañía de Danza Contemporánea de Incolballet se unen a esta línea de acción con piezas que tratan temas vigentes, como la desaparición forzada y el abuso de las fuerzas armadas en Quibdó.
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Recordando que la herramienta de la danza es el cuerpo y que aquella, en sí misma, es una acción política, López es contundente cuando asegura que las artes escénicas son cruciales en el contexto actual del país, pues los artistas son quienes reescriben lo que está sucediendo. Afirmando que nunca había experimentado algo parecido a lo que ha sucedido en Cali en los últimos meses, pues esa sensación de inseguridad e incertidumbre no la había vivido antes, González habla del poder de la protesta que hay detrás de las artes: “En medio del paro nacional, en la Loma de la Cruz, se empezaron a agrupar bailarines, actores, artistas circenses y músicos, demostrando que en un período de crisis el arte abstrae del caos y que no es necesario coger una pistola o una piedra para protestar. Al contrario, este es un proceso espiritual que toca las fibras de los demás”.
Catalina Valencia, directora del Idartes, piensa algo similar. Considerando que la Bienal es una oportunidad para generar hermandad entre regiones y construir ciudadanía a través del arte, la bailarina afirma que la unión entre Bogotá y Cali llega en el momento preciso. “Las artes son un medio de expresión pacífico en medio de las turbulencias sociales, y hemos visto la capacidad creadora de los artistas para manifestarse y contar los dolores de una sociedad”. Entendiendo las artes como espacios de conversación e interpelación con la sociedad, el Estado y el sistema, Valencia cree que aquellas son una “vacuna” contra la tristeza y las angustias que como sociedad vivimos, no solo por la pandemia sino también por las problemáticas sociales y económicas que tiene el país.
Con más de 400 artistas que participarán de eventos presenciales, llevando a las tablas una versión de Antígona, obra de Jimmy Rangel que cuenta con el trabajo de la Plataforma de Danza Orbitante, además de una programación virtual, Bogotá estará presente en la quinta edición de la Bienal. “Colombia baila desde una riqueza expresiva del movimiento. La transformación más importante que tiene la danza se da a través de la conexión con un cuerpo vívido que tiene la posibilidad de sentir, pensar, expresarse y conectarse con otros, generando nuevos movimientos en la forma en la que nos relacionamos con los demás seres humanos”, concluye Valencia.