En palabras de Federico García Lorca (La entrevista I)
En el libro “Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas” (2017), una recopilación de Rafael Inglada, con la colaboración de Víctor Fernández, el poeta granadino da cuenta de su vida, de sus trabajos, de la entrevista como tal y de la vida.
Fernando Araújo Vélez
Por allá por los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, cuando comenzaron a popularizarse las entrevistas en los diarios, Emile Zola decía que “El interviewer no debe ser un vulgar papagayo”, que debía ir más allá, mucho más allá de las preguntas y las respuestas. “Necesita restablecerlo todo, el medio ambiente, las circunstancias, la fisonomía de su interlocutor, en fin, hacer la obra de un hombre de talento respetando el pensamiento ajeno”. Para Christopher Maurer, prologuista del libro “Palabra de Lorca”, “El arte de la entrevista no se reduce al arte de citar. La entrevista publicada, aun cuando las preguntas y respuestas han sido han sido a viva voz y el periodista ha sido un taquígrafo o estenógrafo fidelísimo, suele ser una re-elaboración con voluntad de orden y de estilo”.
Más adelante, Maurer decía que se esperaba, e incluso se perdonaba y se celebraba la “invención y la cita fingida”, y entre paréntesis añadía que el escritor sevillano Rafael Cansinos-Asséns alababa las “traviesas interviews imaginarias” de Giménez Caballero, y que aquel estilo llevaba en los últimos años a recordar a Enrique Vila-Matas. Federico García Lorca fue entrevistado a lo largo de su vida por más de 130 veces. Dijo en una ocasión que aquella era la oportunidad de llegarle “al pueblo más pueblo”. “En la entrevista -en palabras de Maurer- se juntan de manera inquietante la palabra hablada y la escrita; la imagen pública y la vida privada; la autoridad del creador y la a veces mórbida curiosidad del lector: tensiones que atraviesan, desde fechas muy tempranas, la vida y obra de García Lorca, que no hizo nunca las paces con la fama ni con el éxito”.
Aquella fama que comenzó a surgir con su primer libro, “Impresiones y paisajes”, de 1918, y después, con un poema que salió en el extinto periódico “Renovación”, y que se titulaba “Elegía humilde”, lo encasillaba ante todo como gitano, “Gitano auténtico y poeta de verdad”, como rezaba el titular de uno de los artículos que hablaban sobre él. En palabras de Maurer, “Aun después de distanciarse de lo gitano, lo granadino, lo andaluz, y pasar un año de ascesis publicitaria en Nueva York (1929-1930) será Lorca todavía un ‘califa en tono menor’”. Tiempo después, algunos críticos dijeron y repitieron cientos de veces que era un poeta “esencial”. Entonces, Pablo Neruda comentó que “Federico es un niño”, y agregó que era “Un niño grande. Todo lo hace a impulsos de su generosidad y su impulsividad de su corazón”.
De las frases de Neruda se agarraron los periodistas y críticos para definirlo como un niño ingenuo. Una y otra vez hablaron de su todo infantil. Rostro, movimientos, deseo, risa, gestos infantiles. En una de aquellas entrevistas, citado en el prólogo de “Palabra de Lorca”, un periodista escribió: “¿Por qué todos hablarán de su carcajada, de su ‘charla-cascada borracha de luz que cae de la montaña’ cuando también cabe hablar de ‘la tristeza renegrida de los ojos’? El niño ingenuo siente una tristeza ‘de la que él mismo no se ha dado cuenta’”. García Lorca respondió que muy a menudo le parecía que quien contestaba las entrevistas era una caricatura de sí mismo, no él, y que tanto en la vida como en los textos, costaba bastante y en muchas ocasiones “est(ar) en García Lorca”.
Hablaba de su vida pública, y de que en muy contadas oportunidades esa vida coincidía con su intimidad, y para salirse de la trialidad del poeta, el gitano y el niño, hacía ver que su obra era un juego, serio, deportivo y festivo, en ocasiones comprometido con la situación que vivía España, y en otras, plagado de alegrías, pero siempre un juego. Cuando retornó de su viaje por Nueva York y Buenos Aires, palpó los tiempos y las realidades que se vivían en Europa. Tocó el miedo, tanto con las manos como con sus textos, y empezó a dejar en el armario su postura de poeta “despreocupado”, como decía Maurer, encerrando entre comillas aquella palabra, “despreocupado”, y sumándole la idea de que entonces comenzaba a buscar “que su obra, y sobre todo su teatro, llegue al ‘pueblo’, a las ‘masas’”.
Fueron los tiempos en los que dijo que le parecía “absurdo que el arte pueda desligarse de la vida social”. Las entrevistas, como nuevo género del periodismo, hacían eco de sus pensamientos, y de aquellas cosas que le preocupaban y que tal vez no quedaban tan claras en sus obras. A fin de cuentas, en palabras del crítico literario Jean-Marie Seillan, “La práctica nueva de la entrevista da una sacudida al mito del autor y erosiona el elitismo literario”. García Lorca, sin embargo, fue mucho más allá de las palabras de Seillan, pues por la entrevista, con ella y en ella, creó parte de su mito. El mito sobre el mito. Locuaz, fluido, espontáneo, desbordado, profundo y ligero a la vez, solía dejar a sus entrevistadores como cartones de piedra, que más tarde o más temprano dejaban a un lado sus cuestionarios de manual.
Pasado un tiempo, mientras en España las cosas iban a peor, García Lorca fue comprendiendo que los periodistas que hablaban con él solían tergiversarlo, y que lo habían dejado más de una vez en situaciones muy complejas. Llegó a sentir una gran prevención hacia las entrevistas, hasta el punto de que al terminarlas les entregaba a los reporteros unas cuartillas con lo que exactamente quería decir, o pedía que le dejaran leer los textos antes de que se publicaran. Pregunta a pregunta, respuesta tras respuesta, línea a línea, también se fue dando cuenta de que algunos de los periodistas que lo buscaban para batirse a duelos de palabras con él, estaban pagados por el enemigo, trabajaban para el franquismo. El niño gitano, el andaluz siempre de fiesta, se había transformado. Había empezado a saber.
Sabiendo, concedió varias de sus últimas entrevistas, meses antes de ser asesinado en Granada, en agosto del 36. En una de ellas, publicada en 1937, el autor, Antonio Otero Seco, decía: “Aún se resiste uno a creer en la evidencia de la muerte del gran poeta Federico García Lorca. El corazón, que no entiende de razones, se niega a aceptar como cierta una noticia que, desgraciadamente, no lleva camino de ser rectificada. Y sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se van perdiendo los últimos asideros de esperanza, hasta desvanecerse totalmente. Pocos días antes de la marcha de García Lorca a Granada tuvimos ocasión de hablar extensamente con el gran poeta. Por entonces quedó inédita aquella conversación, por propio deseo del ilustre autor de “Yerma”. Hoy ya no hay por qué callar lo que nos dijo”.
Luego, García Lorca hablaba de las obras que estaba escribiendo, “seis libros de versos, y todo mi teatro sin publicar”. Decía que casi a diario recibía cartas de los editores de España proponiéndole la publicación de “Yerma” y otros textos. “Pero soy tan perezoso, que lo voy dejando de un día para otro sin decidirme a abordar la tarea”.
Por allá por los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, cuando comenzaron a popularizarse las entrevistas en los diarios, Emile Zola decía que “El interviewer no debe ser un vulgar papagayo”, que debía ir más allá, mucho más allá de las preguntas y las respuestas. “Necesita restablecerlo todo, el medio ambiente, las circunstancias, la fisonomía de su interlocutor, en fin, hacer la obra de un hombre de talento respetando el pensamiento ajeno”. Para Christopher Maurer, prologuista del libro “Palabra de Lorca”, “El arte de la entrevista no se reduce al arte de citar. La entrevista publicada, aun cuando las preguntas y respuestas han sido han sido a viva voz y el periodista ha sido un taquígrafo o estenógrafo fidelísimo, suele ser una re-elaboración con voluntad de orden y de estilo”.
Más adelante, Maurer decía que se esperaba, e incluso se perdonaba y se celebraba la “invención y la cita fingida”, y entre paréntesis añadía que el escritor sevillano Rafael Cansinos-Asséns alababa las “traviesas interviews imaginarias” de Giménez Caballero, y que aquel estilo llevaba en los últimos años a recordar a Enrique Vila-Matas. Federico García Lorca fue entrevistado a lo largo de su vida por más de 130 veces. Dijo en una ocasión que aquella era la oportunidad de llegarle “al pueblo más pueblo”. “En la entrevista -en palabras de Maurer- se juntan de manera inquietante la palabra hablada y la escrita; la imagen pública y la vida privada; la autoridad del creador y la a veces mórbida curiosidad del lector: tensiones que atraviesan, desde fechas muy tempranas, la vida y obra de García Lorca, que no hizo nunca las paces con la fama ni con el éxito”.
Aquella fama que comenzó a surgir con su primer libro, “Impresiones y paisajes”, de 1918, y después, con un poema que salió en el extinto periódico “Renovación”, y que se titulaba “Elegía humilde”, lo encasillaba ante todo como gitano, “Gitano auténtico y poeta de verdad”, como rezaba el titular de uno de los artículos que hablaban sobre él. En palabras de Maurer, “Aun después de distanciarse de lo gitano, lo granadino, lo andaluz, y pasar un año de ascesis publicitaria en Nueva York (1929-1930) será Lorca todavía un ‘califa en tono menor’”. Tiempo después, algunos críticos dijeron y repitieron cientos de veces que era un poeta “esencial”. Entonces, Pablo Neruda comentó que “Federico es un niño”, y agregó que era “Un niño grande. Todo lo hace a impulsos de su generosidad y su impulsividad de su corazón”.
De las frases de Neruda se agarraron los periodistas y críticos para definirlo como un niño ingenuo. Una y otra vez hablaron de su todo infantil. Rostro, movimientos, deseo, risa, gestos infantiles. En una de aquellas entrevistas, citado en el prólogo de “Palabra de Lorca”, un periodista escribió: “¿Por qué todos hablarán de su carcajada, de su ‘charla-cascada borracha de luz que cae de la montaña’ cuando también cabe hablar de ‘la tristeza renegrida de los ojos’? El niño ingenuo siente una tristeza ‘de la que él mismo no se ha dado cuenta’”. García Lorca respondió que muy a menudo le parecía que quien contestaba las entrevistas era una caricatura de sí mismo, no él, y que tanto en la vida como en los textos, costaba bastante y en muchas ocasiones “est(ar) en García Lorca”.
Hablaba de su vida pública, y de que en muy contadas oportunidades esa vida coincidía con su intimidad, y para salirse de la trialidad del poeta, el gitano y el niño, hacía ver que su obra era un juego, serio, deportivo y festivo, en ocasiones comprometido con la situación que vivía España, y en otras, plagado de alegrías, pero siempre un juego. Cuando retornó de su viaje por Nueva York y Buenos Aires, palpó los tiempos y las realidades que se vivían en Europa. Tocó el miedo, tanto con las manos como con sus textos, y empezó a dejar en el armario su postura de poeta “despreocupado”, como decía Maurer, encerrando entre comillas aquella palabra, “despreocupado”, y sumándole la idea de que entonces comenzaba a buscar “que su obra, y sobre todo su teatro, llegue al ‘pueblo’, a las ‘masas’”.
Fueron los tiempos en los que dijo que le parecía “absurdo que el arte pueda desligarse de la vida social”. Las entrevistas, como nuevo género del periodismo, hacían eco de sus pensamientos, y de aquellas cosas que le preocupaban y que tal vez no quedaban tan claras en sus obras. A fin de cuentas, en palabras del crítico literario Jean-Marie Seillan, “La práctica nueva de la entrevista da una sacudida al mito del autor y erosiona el elitismo literario”. García Lorca, sin embargo, fue mucho más allá de las palabras de Seillan, pues por la entrevista, con ella y en ella, creó parte de su mito. El mito sobre el mito. Locuaz, fluido, espontáneo, desbordado, profundo y ligero a la vez, solía dejar a sus entrevistadores como cartones de piedra, que más tarde o más temprano dejaban a un lado sus cuestionarios de manual.
Pasado un tiempo, mientras en España las cosas iban a peor, García Lorca fue comprendiendo que los periodistas que hablaban con él solían tergiversarlo, y que lo habían dejado más de una vez en situaciones muy complejas. Llegó a sentir una gran prevención hacia las entrevistas, hasta el punto de que al terminarlas les entregaba a los reporteros unas cuartillas con lo que exactamente quería decir, o pedía que le dejaran leer los textos antes de que se publicaran. Pregunta a pregunta, respuesta tras respuesta, línea a línea, también se fue dando cuenta de que algunos de los periodistas que lo buscaban para batirse a duelos de palabras con él, estaban pagados por el enemigo, trabajaban para el franquismo. El niño gitano, el andaluz siempre de fiesta, se había transformado. Había empezado a saber.
Sabiendo, concedió varias de sus últimas entrevistas, meses antes de ser asesinado en Granada, en agosto del 36. En una de ellas, publicada en 1937, el autor, Antonio Otero Seco, decía: “Aún se resiste uno a creer en la evidencia de la muerte del gran poeta Federico García Lorca. El corazón, que no entiende de razones, se niega a aceptar como cierta una noticia que, desgraciadamente, no lleva camino de ser rectificada. Y sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se van perdiendo los últimos asideros de esperanza, hasta desvanecerse totalmente. Pocos días antes de la marcha de García Lorca a Granada tuvimos ocasión de hablar extensamente con el gran poeta. Por entonces quedó inédita aquella conversación, por propio deseo del ilustre autor de “Yerma”. Hoy ya no hay por qué callar lo que nos dijo”.
Luego, García Lorca hablaba de las obras que estaba escribiendo, “seis libros de versos, y todo mi teatro sin publicar”. Decía que casi a diario recibía cartas de los editores de España proponiéndole la publicación de “Yerma” y otros textos. “Pero soy tan perezoso, que lo voy dejando de un día para otro sin decidirme a abordar la tarea”.