“Encanto”, de Disney, y el discutible homenaje a Colombia
Una crítica del profesor y editor de la revista “Educación Estética”, de la Universidad Nacional, sobre “Encanto”, la película que ha dado tanto de qué hablar, pero que, según él, se basa en una dinámica social opresora.
Pablo Castellanos
La tradición del cine de acción de Hollywood presenta de manera recurrente a Bogotá como un caserío atravesado por carreteras destapadas y cubierta por la nube de polvo que levantan las camionetas de narcos, quienes a su vez son perseguidos por mercenarios o agentes norteamericanos. Frente a la inexactitud de esta imagen negativa de la ciudad, deducimos que algunos directores de cine están más interesados en postular a un nuevo héroe del norte, que en mostrar la realidad de una sociedad como la colombiana.
Contrastando con lo anterior, se estrenó recientemente Encanto (Howard y Bush, 2021), una película animada de Walt Disney que ofrece una síntesis de Colombia: lugar diverso, colorido, hermoso, con naturaleza exuberante y lleno de una magia que ayuda a superar las adversidades. Quizá sea admisible afirmar que Encanto está motivada no solo por la expectativa de los buenos resultados en la taquilla tras la pandemia, sino además por la idea de ofrecerle al mundo una imagen positiva del país, para así enmendar los errores y descuidos de otras producciones. Sin embargo, uno se pregunta de qué forma se ven reflejados los colombianos en esta versión animada.
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Como bien señala Anthony D’Alessandro, editor del sitio web Deadline, la protagonista de Encanto no es una princesa, sino una chica con gafas, llamada Mirabel. Este filme es distinto a otras películas de Disney, que terminan con el beso del príncipe a su amada, es decir, justo cuando comenzaría la vida real de los enamorados. Así, vemos en Encanto una forma de realismo que -aunque se alterna con momentos de fantasía- remite a un lugar y tiempo concretos, de manera similar a otros filmes animados importantes como La tumba de las luciérnagas (Takahata, 1988), Mary y Max (Elliot, 2009) y El ilusionista (Chomet, 2010).
La nueva entrega de Disney presenta a los Madrigal, una familia numerosa de provincia, cuyos progenitores fueron expulsados de su tierra por un tipo de violencia que la película sugiere, pero no especifica, y terminan por asentarse en un lugar inexplorado y fantástico, como los Buendía en la novela Cien años de soledad. La familia está conformada por tres generaciones: la abuela, sus tres hijos, dos yernos y numerosos nietos, incluida Mirabel. Y, como los Buendía, todos viven en una inmensa casa -según las costumbres de una familia tradicional-, ubicada en algún sitio privilegiado del nuevo pueblo. Otro rasgo importante del núcleo de la familia Madrigal son los poderes mágicos que han heredado sus miembros, entre ellos la fuerza, el control del estado del tiempo, la comunicación con la fauna, la reproducción de la flora, la cura de enfermedades, etc. Quienes ostentan dichos poderes los usan para satisfacer necesidades del día a día y resolverles las cosas a los aldeanos, por ejemplo en lo que atañe al trabajo.
Con respecto a la presencia de la magia, Encanto sugiere tener una estrecha relación con el realismo mágico de Cien años de soledad. Vemos en la película una suerte de encantamiento que recorre cada lugar, como la casa, un personaje cuyo estado se relaciona con el florecimiento o la infelicidad de la familia. Según esta relación de magia y realidad, los poderes heredados simbolizarían la virtud y sensibilidad del pueblo colombiano, una idea que es reforzada por la fantasía musical y la banda sonora del filme. No obstante, manteniendo la comparación con Cien años de soledad, cabe también la posibilidad de interpretar esos poderes como la representación de otra cosa.
En el mundo evocado por la novela de García Márquez se describe la resolución de lo maravilloso a nivel cotidiano o lo milagroso, que genera dudas al comienzo y luego termina siendo aceptado por los personajes, incluido el narrador. Observamos lo primero, por ejemplo, cuando Úrsula acepta serenamente que un viento de luz eleva y hace perder en los altos aires a Remedios, envuelta en unas sábanas; lo segundo puede ejemplificarse con el narrador, quien asegura que el padre Nicanor se elevó 12 centímetros sobre el nivel del suelo luego de tomarse una taza de chocolate espeso y humeante. En ambos casos la narración avanza sin que exista una barrera que separe lo que parece real de lo fantástico.
Estas características del realismo mágico nos permiten establecer una diferencia importante en sentido estético o formal con respecto a la película. Cien años de soledad apela a potencias culturales compartidas para interpretar la vida y narrar los hechos, sin la barrera mencionada. En cambio Encanto se funda en una magia que representa la barrera social del poder. En la película, los poderes de la familia son privilegios que están por encima de la realidad de los demás pueblerinos. Debido a esto, el contexto de Encanto es excluyente, pues carecer de poderes es algo problemático, razón por la que Mirabel llega a sentirse tan mal, y aunque la muchacha intuye que puede ser ella misma sin privilegios, finalmente “encuentra la manera de encajar entre los suyos”, esto último en palabras de D’Alessandro.
En términos sociales, el mundo de la película está sólidamente jerarquizado, estratificado, como el de García Márquez. Los Madrigal son, como los Buendía, una familia de patriarcas, incluso aunque la matrona sea una mujer: sus poderes mágicos y su casa magnífica los habilitan para mandar, con un halo de providencialismo, porque todos los habitantes del pueblo parecen depender de ellos. Por ejemplo Luisa, la nieta de fuerza sobrehumana, encarna el dominio de las fuerzas de producción en la provincia, desde luego en el marco de una estructura hacendaria del poder: sin Luisa, los campos no pueden ser arados ni los animales recogidos. Ahora, dicha dependencia semiservil llega a tal punto, que cuando entra en crisis el poder de los Madrigal, sus problemas se convierten, como por encanto, en los problemas de todos. Vemos entonces que la familia que manda encarna la sociedad completa.
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El estudio de la historia de Colombia ha demostrado la necesidad de superar definitivamente ese anquilosado modelo de sociedad, para consolidar otro donde el Estado garantice el desarrollo de las comunidades y la formación de los individuos, hasta en los lugares más recónditos, lo cual empieza con la solución de problemas apremiantes como la pobreza, la falta de agua potable en muchos lugares y el deterioro del medio ambiente. En últimas, estamos hablando de hacer prevalecer los derechos en el marco de una democracia, por encima de privilegios como los que afirma la película.
Así, Encanto le tuerce la sonrisa a su homenajeada, ya que por un lado el filme detalla rasgos de Colombia: la luz y sombra de la casa colonial, con copiosos jardines, en medio del paisaje cultural cafetero; también el oro del jaguar, el sigilo del chigüiro, la danta, el tucán; el colorido y la textura de los trajes tradicionales, la diversidad de etnias (negra, mulata y mestiza); los canastos, los sombreros, las ruanas, las alpargatas; el eco de las cantadoras y los juglares, la guitarra, el acordeón, el gramófono importado; las arepas, la panela, el café e, incluso, una arbitraria tetera que ocupa el puesto de la olleta del tinto, etc., pero, por otro lado, legitima la histórica dinámica social de dominio impuesta por la oligarquía criolla. Dicha dinámica sigue oprimiendo a la población y dejó en ciernes la modernidad del país.
* “Educación Estética” es la revista de egresados de Estudios Literarios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia.
La tradición del cine de acción de Hollywood presenta de manera recurrente a Bogotá como un caserío atravesado por carreteras destapadas y cubierta por la nube de polvo que levantan las camionetas de narcos, quienes a su vez son perseguidos por mercenarios o agentes norteamericanos. Frente a la inexactitud de esta imagen negativa de la ciudad, deducimos que algunos directores de cine están más interesados en postular a un nuevo héroe del norte, que en mostrar la realidad de una sociedad como la colombiana.
Contrastando con lo anterior, se estrenó recientemente Encanto (Howard y Bush, 2021), una película animada de Walt Disney que ofrece una síntesis de Colombia: lugar diverso, colorido, hermoso, con naturaleza exuberante y lleno de una magia que ayuda a superar las adversidades. Quizá sea admisible afirmar que Encanto está motivada no solo por la expectativa de los buenos resultados en la taquilla tras la pandemia, sino además por la idea de ofrecerle al mundo una imagen positiva del país, para así enmendar los errores y descuidos de otras producciones. Sin embargo, uno se pregunta de qué forma se ven reflejados los colombianos en esta versión animada.
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Como bien señala Anthony D’Alessandro, editor del sitio web Deadline, la protagonista de Encanto no es una princesa, sino una chica con gafas, llamada Mirabel. Este filme es distinto a otras películas de Disney, que terminan con el beso del príncipe a su amada, es decir, justo cuando comenzaría la vida real de los enamorados. Así, vemos en Encanto una forma de realismo que -aunque se alterna con momentos de fantasía- remite a un lugar y tiempo concretos, de manera similar a otros filmes animados importantes como La tumba de las luciérnagas (Takahata, 1988), Mary y Max (Elliot, 2009) y El ilusionista (Chomet, 2010).
La nueva entrega de Disney presenta a los Madrigal, una familia numerosa de provincia, cuyos progenitores fueron expulsados de su tierra por un tipo de violencia que la película sugiere, pero no especifica, y terminan por asentarse en un lugar inexplorado y fantástico, como los Buendía en la novela Cien años de soledad. La familia está conformada por tres generaciones: la abuela, sus tres hijos, dos yernos y numerosos nietos, incluida Mirabel. Y, como los Buendía, todos viven en una inmensa casa -según las costumbres de una familia tradicional-, ubicada en algún sitio privilegiado del nuevo pueblo. Otro rasgo importante del núcleo de la familia Madrigal son los poderes mágicos que han heredado sus miembros, entre ellos la fuerza, el control del estado del tiempo, la comunicación con la fauna, la reproducción de la flora, la cura de enfermedades, etc. Quienes ostentan dichos poderes los usan para satisfacer necesidades del día a día y resolverles las cosas a los aldeanos, por ejemplo en lo que atañe al trabajo.
Con respecto a la presencia de la magia, Encanto sugiere tener una estrecha relación con el realismo mágico de Cien años de soledad. Vemos en la película una suerte de encantamiento que recorre cada lugar, como la casa, un personaje cuyo estado se relaciona con el florecimiento o la infelicidad de la familia. Según esta relación de magia y realidad, los poderes heredados simbolizarían la virtud y sensibilidad del pueblo colombiano, una idea que es reforzada por la fantasía musical y la banda sonora del filme. No obstante, manteniendo la comparación con Cien años de soledad, cabe también la posibilidad de interpretar esos poderes como la representación de otra cosa.
En el mundo evocado por la novela de García Márquez se describe la resolución de lo maravilloso a nivel cotidiano o lo milagroso, que genera dudas al comienzo y luego termina siendo aceptado por los personajes, incluido el narrador. Observamos lo primero, por ejemplo, cuando Úrsula acepta serenamente que un viento de luz eleva y hace perder en los altos aires a Remedios, envuelta en unas sábanas; lo segundo puede ejemplificarse con el narrador, quien asegura que el padre Nicanor se elevó 12 centímetros sobre el nivel del suelo luego de tomarse una taza de chocolate espeso y humeante. En ambos casos la narración avanza sin que exista una barrera que separe lo que parece real de lo fantástico.
Estas características del realismo mágico nos permiten establecer una diferencia importante en sentido estético o formal con respecto a la película. Cien años de soledad apela a potencias culturales compartidas para interpretar la vida y narrar los hechos, sin la barrera mencionada. En cambio Encanto se funda en una magia que representa la barrera social del poder. En la película, los poderes de la familia son privilegios que están por encima de la realidad de los demás pueblerinos. Debido a esto, el contexto de Encanto es excluyente, pues carecer de poderes es algo problemático, razón por la que Mirabel llega a sentirse tan mal, y aunque la muchacha intuye que puede ser ella misma sin privilegios, finalmente “encuentra la manera de encajar entre los suyos”, esto último en palabras de D’Alessandro.
En términos sociales, el mundo de la película está sólidamente jerarquizado, estratificado, como el de García Márquez. Los Madrigal son, como los Buendía, una familia de patriarcas, incluso aunque la matrona sea una mujer: sus poderes mágicos y su casa magnífica los habilitan para mandar, con un halo de providencialismo, porque todos los habitantes del pueblo parecen depender de ellos. Por ejemplo Luisa, la nieta de fuerza sobrehumana, encarna el dominio de las fuerzas de producción en la provincia, desde luego en el marco de una estructura hacendaria del poder: sin Luisa, los campos no pueden ser arados ni los animales recogidos. Ahora, dicha dependencia semiservil llega a tal punto, que cuando entra en crisis el poder de los Madrigal, sus problemas se convierten, como por encanto, en los problemas de todos. Vemos entonces que la familia que manda encarna la sociedad completa.
Le sugerimos leer: Pablus Gallinazo, el cantante que siempre quiso ser escritor
El estudio de la historia de Colombia ha demostrado la necesidad de superar definitivamente ese anquilosado modelo de sociedad, para consolidar otro donde el Estado garantice el desarrollo de las comunidades y la formación de los individuos, hasta en los lugares más recónditos, lo cual empieza con la solución de problemas apremiantes como la pobreza, la falta de agua potable en muchos lugares y el deterioro del medio ambiente. En últimas, estamos hablando de hacer prevalecer los derechos en el marco de una democracia, por encima de privilegios como los que afirma la película.
Así, Encanto le tuerce la sonrisa a su homenajeada, ya que por un lado el filme detalla rasgos de Colombia: la luz y sombra de la casa colonial, con copiosos jardines, en medio del paisaje cultural cafetero; también el oro del jaguar, el sigilo del chigüiro, la danta, el tucán; el colorido y la textura de los trajes tradicionales, la diversidad de etnias (negra, mulata y mestiza); los canastos, los sombreros, las ruanas, las alpargatas; el eco de las cantadoras y los juglares, la guitarra, el acordeón, el gramófono importado; las arepas, la panela, el café e, incluso, una arbitraria tetera que ocupa el puesto de la olleta del tinto, etc., pero, por otro lado, legitima la histórica dinámica social de dominio impuesta por la oligarquía criolla. Dicha dinámica sigue oprimiendo a la población y dejó en ciernes la modernidad del país.
* “Educación Estética” es la revista de egresados de Estudios Literarios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia.