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Ensayo: cuidado con la apropiación cultural

Una escritora explica por qué la apropiación cultural, lejos de lograr su propósito de proteger unas culturas imaginarias puras, puede generar nuevas discriminaciones.

Ginna Velasco * / Especial para El Espectador
13 de noviembre de 2024 - 04:00 p. m.
El saxofonista americano Bill Evans and the Vans Band All Stars durante su actuación en el Festival Internacional de Jazz de Granada, que se celebra estos días en el Teatro Isabel la Católica de la ciudad. El jazz ha generado demandas de músicos afrodescendientes que señalan que los blancos se apropian de géneros que tienen raíces culturales negras.
El saxofonista americano Bill Evans and the Vans Band All Stars durante su actuación en el Festival Internacional de Jazz de Granada, que se celebra estos días en el Teatro Isabel la Católica de la ciudad. El jazz ha generado demandas de músicos afrodescendientes que señalan que los blancos se apropian de géneros que tienen raíces culturales negras.
Foto: EFE - Pepe Torres
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En julio de 2022 la agrupación musical suiza “Lauwarm” fue expulsada de una presentación que hacía en un restaurante en Berna. ¿La razón? Los integrantes de la banda eran blancos, llevaban dreadlocks en sus cabezas e interpretaban reggae, un género musical que se originó en Jamaica y no en su país natal. Y, recientemente, en Colombia se acusó en redes sociales de robo y apropiación cultural a una mujer en Bogotá por practicar expresiones culturales de la costa y por vender una bebida a base de viche en la ciudad (Recomendamos otro ensayo de Ginna Velasco sobre la importancia de la memoria histpórica).

Para quienes no están muy familiarizados con el concepto de apropiación cultural, se puede decir, para comenzar, que el concepto se originó en Estados Unidos, en un intento por responder a demandas de músicos afrodescendientes que señalaban que los blancos se proclamaban reyes de géneros que tenían raíces negras, como el rock & roll y el jazz. Por lo cual, en un intento de reconocer esa autoría, se creó el concepto de apropiación cultural. El cual, en pocas palabras, hace alusión al hecho de adoptar o tomar elementos de culturas diferentes a la propia, en ocasiones sin la comprensión o respeto del contexto original.

Y, más allá de su uso en Estados Unidos, el concepto se ha popularizado y señala como problemáticos los casos en que una cultura históricamente dominante toma elementos o imita expresiones de culturas históricamente oprimidas. Hasta aquí todo suena bien. Es importante reconocer y proteger el patrimonio cultural de pueblos, culturas y naciones históricamente segregadas y oprimidas. Sin embargo, el concepto como tal representa un error abismal y es que intenta imitar el uso jurídico de protección de “derechos de autor”, que se aplica para proteger la autoría de personas u organizaciones, y lo lleva o extrapola, en el caso de la apropiación cultural, a la defensa de todo un grupo de personas. Es decir, que el concepto parece considerar que existen unas culturas homogéneas, con límites claros que las diferencian de otras y busca defender esos elementos culturales y expresiones únicas, de otras.

Esto implica que el concepto asume que hay culturas claramente diferenciadas y puras, donde no existe la influencia de otras culturas y que, dentro de esas culturas puras, deben protegerse en especial los derechos de autoría de las culturas dominadas.

Aunque hoy en día se utiliza el concepto en conferencias y debates, no solo académicos, sino también en discusiones en redes sociales y pequeños restaurantes europeos, su uso es problemático porque, por un lado, desconoce completamente que muchas expresiones culturales de grupos oprimidos son también el resultado de mezclas y del contacto con distintos grupos dominantes, con los que históricamente se han relacionado. Un ejemplo de ello son los trajes típicos de las cholitas bolivianas, que se relacionan más con los trajes de las chulas españolas, que viajaban a las Américas con sus hombres toreros, que con trajes precolombinos y realmente originarios.

Por otro lado, el concepto de apropiación cultural cuestiona el hecho de que personas o grupos de culturas dominantes puedan adoptar elementos de culturas dominadas, pero, sin aclarar los límites o excepciones, permitiría que grupos minoritarios sí lo hagan. Es entendible la necesidad de justicia y reconocimiento de derechos de autoría musicales en el contexto en el que nació el concepto y es entendible que se deban proteger derechos también en otros escenarios. No obstante, utilizar el concepto, tal y como está, conlleva la búsqueda de definir límites claros entre culturas y, además, resalta que algunos grupos pueden sobrepasar esos límites y otros no.

Es decir, que lejos de lograr su propósito de proteger unas culturas imaginarias puras, puede generar nuevas discriminaciones y dificultad para poder definir cuándo se puede acusar a alguien por apropiación cultural y cuando no.

En nuestro caso, como latinos, donde desde nuestra música hasta todo lo que comemos es una mezcla universal, el uso de ese concepto se convierte en todo un malabar, que imposibilita un eficaz debate que conlleve a resultados reales de memoria histórica y justicia social.

No busco aquí la negación de la existencia histórica de grupos dominantes, aún presente en la actualidad, sino resaltar que el uso del concepto de apropiación cultural es inadecuado si se quiere reparar injusticias hoy en día, más allá de culpar y señalar.

Y, en caso de defenderse la continuidad del uso del concepto, surge entonces la cuestión de si es deseable, y sobre todo posible o probable un mundo de pureza cultural, donde el arte, la gastronomía y en general las costumbres de cualquier grupo poblacional sean originales e inmutables y se protejan de combinarse con las demás.

De ser así, en ese posible mundo imaginario, los latinos tendríamos que prepararnos para desaparecer, pues sin ir muy lejos, nuestra sola cumbia es el resultado de la unión de tambores africanos, con gaitas de indígenas nativos, que se juntaron en Palenque (el primer pueblo libre de América), a los que posteriormente se añadió el canto en castellano. Esto, sin ahondar en la idea de que la última vez que se intentó purificar culturas se cometieron algunos de los peores crímenes de lesa humanidad.

Esto tampoco significa que no se puedan cuestionar prácticas que, por ejemplo, profundicen dominaciones y estereotipos o moneticen con ideas de grupos que han sido segregados. Pero generalizar el uso del concepto o aceptarlo sin detenernos a pensar en sus implicaciones está muy lejos de lograr cambios reales en las injusticias que persisten en nuestra cotidianidad.

Adicionalmente, la dificultad de poder decir cuando sí y cuando no es válido apropiar, imitar o llevar estilos de vida diferentes a las del lugar donde nacemos, podría generar nuevos escenarios de segregación muy cuestionables, donde, por ejemplo, blancos europeos no podrían tocar reggae o tener derecho a un libre desarrollo de su personalidad, sin hacerle daño a los demás. Y llevaría también a encasillar lo afro o lo negro como un todo, donde se desconoce también su intercambio y riqueza cultural. No hay un África que defina y envuelva a todos sus descendientes a lo largo del planeta, ni un África con el que se identifiquen por ejemplo todos los latinos con herencias africanas, donde sus luchas muchas veces buscan más el ser reconocidos como iguales latinos y no el reconocimiento como africanos (y, por lo tanto, foráneos en su propia comunidad).

Por otro lado, el mismísimo jazz no sería posible sin los negros, pero tampoco sin los instrumentos musicales de los blancos, como el clarinete y el saxo. Y, sin llegar a exagerar, se podría asegurar que a nadie en Jamaica le molestaría que el grupo musical de blancos, que fue vetado, siguiera expandiendo su mensaje o simplemente disfrutando de su música y los hubieran dejado tocar. Incluso está el caso real del inglés y pelirrojo Judge Dread que fue el primer blanco en tener un hit de reggae en Jamaica y quien era bienvenido y aceptado para tocar su reggae en la misma isla del amor y la paz.

Podría incluso pensarse que el concepto de apropiación cultural se convirtió en lo mismo que buscaba evitar: una moda o mainstream que se utiliza ahora en cualquier contexto o lugar, donde todos pueden acusar o cancelar a alguien sin que se haga un justo juicio o análisis de cada situación en particular; y donde se desconoce la riqueza que produce la mezcla cultural. Una moda que se promueve fuertemente en encuentros y debates del norte global, porque quizás siguen pensando que tienen las soluciones y conceptos para los distintos problemas del sur global. Pero este texto quiere ir más allá de las dinámicas de culpar a los demás. Aunque llegados a este punto, sería interesante analizar lo que implica la defensa de la no apropiación cultural, en especial, en los casos de las migraciones y la movilidad constante de la humanidad. Quizás lo que se quiera es entonces que nadie salga de su tierra, ni que aprenda, disfrute o elija nada de los demás.

El problema del concepto entonces es que lleva a estas conclusiones absurdas, porque no se puede definir un límite inequívoco entre culturas, ni se puede obligar a nadie a que actúe siempre igual que sus abuelos y papás.

Además, es importante recordar que todos somos el resultado de incesables siglos de viajes y guerras, de cromosomas cruzados y, posiblemente, ningún ser humano actual viviría sin la previa existencia tanto de madres blancas como negras. Por lo tanto, más allá de debatir sobre la originalidad de purezas culturales, deberíamos cuestionarnos más sobre problemas de la actualidad, como encontrar maneras de afrontar gobiernos corruptos e hipócritas, que venden armas para guerras que dicen no apoyar; de sociedades elitistas y egoístas, donde pocos hacen algo para transformar al menos su consumo de comida y marcas de ropa, que esclavizan y contaminan también a lo demás; pero si están preparados para ser verdugos implacables de cualquier “hippie” que se ponga una camisa con símbolos indígenas o que pueda cantar algo que escribieron en tierras lejanas como Kingston town.

Nota: En este artículo se usan las palabras negro y negra, ya que, aunque en el contexto internacional pueda considerarse políticamente incorrecto, en Colombia estas palabras no han tenido históricamente una connotación despectiva. Aún cuando existe racismo, llamar negro o negra a alguien en Colombia se usa también como una expresión de cariño y cercanía, sin tabú. De hecho, estas palabras también están asociadas a un sentido de orgullo cultural y a la identidad compartida en muchas comunidades del país.

* Escritora, programadora web e innovadora social. Autora del libro “De la crisis a la realización personal” y co-creadora del mini pódcast Microcápsulas.

Por Ginna Velasco * / Especial para El Espectador

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Melmalo(21794)13 de noviembre de 2024 - 05:26 p. m.
Asi es ,somos una mezcla de genes de muchas de las variedades existentes y lo llamado cultura es la expresión de esa mezcla,tanta sensiblería de algunos regionales aburre,a menos que se trate de obras musicales personales,donde los cobijan los derechos de autor,los diferentes géneros musicales pertenecen al mundo entero no importa su lugar de origen.
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