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Argumento uno
Los clásicos del escritor inglés William Shakespeare forman parte de la literatura de todos los tiempos. Algunas de sus grandes tragedias fueron escritas en plena peste y reclusión en Inglaterra, donde resalta la lucidez del autor.
Londres en la época de Shakespeare era una ciudad sobrepoblada, llena de ratas, sexualmente promiscua y maloliente. Las aguas servidas, así como todos los desperdicios de la ciudad, eran vertidas directamente al Támesis. Las ratas circulaban libremente provocando a menudo grandes epidemias de peste bubónica especialmente en verano, época en que la corte se retiraba prudentemente al campo. Las otras enfermedades endémicas o epidémicas eran la viruela, que afectó a la reina a la edad de 29 años, y la obligó a usar un maquillaje hecho de carbonato de plomo y huevo, que entre otras cosas le hizo perder el cabello. La sífilis, cuyo tratamiento era peor que la intoxicación por plomo de la reina, consistía en la inhalación de vapores de mercurio; el tifus y la malaria.
En este ambiente, no es de extrañar que Shakespeare aluda, describa o utilice como parte del argumento de sus obras estas enfermedades, que incluso le afectaban directamente debido a que, durante las epidemias de peste, los teatros eran cerrados, causando grandes pérdidas a las compañías. En “El Rey Lear”, éste atribuye a una de sus malvadas hijas, Goneril, toda suerte de males con estas palabras: “Eres un tumor, una úlcera pestífera, un hinchado carbunclo en mi sangre corrompida” (Acto 2, escena 4). En “La tragedia de Romeo y Julieta” la epidemia de peste juega un papel fundamental, ya que, debido a la cuarentena en Verona, la carta de Fray Lorenzo nunca llega a Romeo:
-Fray Juan: “Yendo en busca de un hermano de nuestra orden que se hallaba en esta ciudad visitando los enfermos para que me acompañara, y al dar con él los celadores de la ciudad, por sospechas de que ambos habíamos estado en una casa donde reinaba la peste, sellaron las puertas y no nos dejaron salir”.
-Fray Lorenzo: “¿Quién llevó entonces mi carta a Romeo?”
-Fray Juan: “No la pude mandar ni pude hallar mensajero alguno para traerla, tales temores tenían todos a contagiarse”.
-Fray Lorenzo: “¡Suerte fatal!”. Ya era demasiado tarde, y la Yersinia pestis había sellado para siempre la suerte de los amantes de Verona.
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Argumento dos
El escritor franco-argelino Albert Camus publicó “La Peste” en 1947. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia provocada por las ratas que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes.
Camus describe en “La Peste” su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal. Sus reflexiones resultan particularmente esclarecedoras en estos días. Camus señala que la irrupción de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. Albert Camus piensa que no existe Dios, que la fe es una expresión de impotencia, pero opina que el escepticismo no nos has hecho más libres. Solo nos ha dejado más desamparados. La capacidad de sacrificio del doctor Rieux, protagonista de La Peste, pone de manifiesto que atribuimos una importancia excesiva a nuestro yo. La grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. Camus piensa que el mal y la indiferencia son más abundantes que las buenas acciones. El hombre no es malo por naturaleza, pero su conocimiento de las cosas es deficiente. Sus actos más perversos proceden de la ignorancia.
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Argumento tres
El escritor tolimense Carlos Orlando Pardo narra 100 relatos breves sobre el Coronavirus, que fueron editados en un libro digital de 121 páginas titulado “Los tiempos del encierro” a través de la Editorial Pijao Editores. Yo me atrevería a llamarlo más bien “Crónica de un encierro forzado” porque los relatos no tienen nombres, sino que narran el día a día de un escritor prisionero de una peste no anunciada. Desde el primer día de la crónica, yo como lector interpreto, que el autor hace el símil entre el gato y el ratón, en donde el lector se imagina de manera inmediata, quien lleva las de perder si llegase a caer en las garras del felino Covid-19.
Al arribar a los primeros 25 relatos del encierro, el escritor reflexiona y cree que todos los ratones empezamos a entender el mundo y la vida de otra manera, y quienes querían escapar de la ratonera tenían que desplazarse hacia atrás, cambiar algunas cosas de su ser, y evitar al Gato virus.
Cuando se aproxima a la mitad de la crónica, al ratón narrador le da la nostalgia de los mejores tiempos vividos y, le agarra el misticismo por acordarse de Dios. Rememora los tiempos en que las plagas llegaban por docenas, y a veces solo siete, y los buenos milagros tenían otro sentido. Épocas aquellas en que Dios proveía y era cierto, y los mares se abrían, los ciegos podían ver y la magia reinaba. Claro que había traidores como ahora porque Judas se encarna en toda era, y se lavan las manos mientras que el crucificado pide agua y le dan como bebida su vinagre.
Al acercarse al tercer cuarto de los 100 relatos, el ratón se conduele de los otros animales del zoológico y, dice que el hambre y el abandono han sido los únicos visitantes durante la temporada de la pandemia. Los vecinos no pueden dormir por los alaridos de los animales enjaulados sin probar alimento, y no falta agregar a los temores del virus sino el del asalto y el atraco de los demás prisioneros. Bajo sus entornos artificiales, en montaje a lo Hollywood, pegan saltos acrobáticos en busca de escapar tras una presa. Otros se tienden en el suelo con la mirada triste aguardando la muerte.
Al terminar los 100 relatos, el escritor recibe un mensaje optimista de su señora madre, en el que ella le cuenta que este país vivió una epidemia más brava que la actual: la peste de la violencia. Le dice que su familia de manera valerosa la enfrentó, y que también estuvieron encerrados por el temor a ser asesinados. Le aconseja que nada de cobardías, el tiempo pasa sin que lo advirtamos porque todo es fugaz, y lo que empieza termina. El Gato virus pronto se irá y los ratones viviremos más tranquilos, pero, con la enseñanza que nuestra vida ha cambiado.
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Argumento cuatro
“El dulce olor de Puerto Perla” es la novela más conocida del escritor colombiano Oscar Seidel. La novela fue escrita durante dos años, entre 2016 y 2018, en Cali, y se publicó por primera vez el 28 de agosto del 2018 en Madrid, España. La idea original de esta obra surge en 2016 como un cuento breve titulado “Está pesado el ambiente”.
La primera edición de “El dulce olor de Puerto Perla” fue publicada por el Grupo Editorial Sial Pigmalión de España, dirigido por Basilio Rodríguez Cañada, quien abrió la colección Sial/Casa de África, en la que incluyó escritores del Pacifico colombiano y de Guinea Ecuatorial. El libro se compone de veintiséis capítulos no titulados, en los cuales se narra una historia con una estructura cíclica temporal, ya que los acontecimientos del puerto, así como los nombres de los personajes, se repiten una y otra vez, fusionando la fantasía con la realidad. En los tres primeros capítulos, se narra el llamado que le hace Jazmín, una vecina del barrio Las Flores, al Personero municipal, para que trate de hacer algo en bien de la comunidad: “Hay un olor en Puerto Perla que nos tiene desesperados”, le dice cuando lo alcanza en la calle antes de llegar a su despacho.
También aparecen Memo, Fausto y Manolo, tres ancianos que, por su lengua mordaz, en Puerto Perla todos les temen. Jubilados, con más de ochenta años cada uno, se reúnen en el parque para hablar sobre lo que pasa en el pueblo, y para recordar su historia. En los primeros capítulos indagan de dónde viene ese olor que transformó el medio ambiente, que según ellos provocaron cambios en los estados de ánimo de las personas, ocasionó malestares estomacales en los niños y disminuyó el deseo sexual de los hombres. Desde el capítulo cuatro hasta el veinticuatro se trata el desarrollo económico, político y social del puerto y los últimos dos capítulos narran su extinción.
Oscar Seidel investigó mucha historia, desde los indígenas Tumac que fueron los primeros pobladores del Pacifico sur. Luego analizó la llegada de la invasión de los castellanos. Finalmente incorporó elementos de los mitos y visiones de los negros. Acudió a información escrita sobre las pandemias y desastres naturales que azotaron a Tumaco. Esta novela es premonitoria del Coronavirus, puesto que hace dos años que la escribió y ya hablaba sobre la peste que llegó al puerto, los aislamientos y saneamientos con yerbas medicinales.
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Para la novela “El dulce olor de Puerto Perla”, sacó la trama del transcurrir histórico del puerto de Tumaco, conocida también como La Perla del Pacífico, lugar donde la ficción toma cuerpo enmarcado dentro de un clásico de la literatura universal, “La Náusea” de Sartre, utilizada más como una antinomia, ya que en Puerto Perla todos tienen conciencia de ese mal olor que termina por ahuyentar a todos sus habitantes, contrario a los burgueses descritos por Sartre, ya que estos terminan por no advertir la realidad que los circunda; al igual que en “La Peste” de Camus, en donde la trama se pone de relieve la carencia de una moral universal, manifiesta en los políticos que terminan por desconocer el origen del mal olor, desviando recursos, robando lo poco que hay en los erarios públicos, cuando en verdad la pestilencia emana de sus propios cuerpos. Es una metáfora de la corruptela que ha acompañado a la mayoría de políticos del mundo.
A Oscar Seidel lo inspiró mucho el mexicano Juan Rulfo. El epígrafe del libro es tomado de su novela “Pedro Páramo”. Sintetiza el final de un pueblo donde el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción se suman a un hedor nauseabundo que invade todas las calles, que nadie sabe de dónde viene y que obliga al Gobierno Nacional a buscar la manera de contrarrestarlo. El dialogo de Rulfo que sirve de epígrafe al libro “El dulce olor de Puerto Perla”, predice el final que en la novela tiene el pueblo. Un hombre pregunta por qué Comala se ve tan solo, como si hubiera sido abandonado. La respuesta que recibe es: “Así es. Aquí no vive nadie”. Desde ese mismo momento el lector identifica un pueblo que, por los asesinatos y los malos olores, es abandonado por sus habitantes. Otra influencia fuerte de Rulfo es que puso a hablar a los muertos, y en la novela de Seidel tres personajes, Ñoca, Magín y Merejo, platican después de muertos.
¿De dónde viene ese olor que invade las calles de Puerto Perla? El Alcalde dijo en una reunión que podía ser algo arrastrado por un aguacero que había caído esa semana. El Jefe de Sanidad piensa que pudo haber sido ocasionado por una marea alta que se metió a las casas palafíticas. Los ancianos del parque dicen que, pudo traerlo La Ñoca, una mujer que nunca se bañó, duró diez años sin cepillarse los dientes y se caracterizaba por sus malos olores. La mujer había desaparecido desde hacía varios años. Pero ese hedor insistente le hace pensar a la gente que ha reaparecido. Fue una mujer a quien la pandemia del Pián le deformó la nariz. Dormía en una banca de la plaza. Debido a los olores que expedía una tarde se la llevó el carro de la basura. Desde ese día nadie volvió a saber de ella.
En una conversación, el Jefe de Sanidad le recuerda al Alcalde, cómo combatieron la peste del mal olor de las axilas que en un tiempo vivió la población. Le recomienda entonces a una mujer, según él, doctorada en aromaterapia, para que les brinde una “asesoría odorífica”. La dama sacaba la hedentina fumigando las casas “con la quema de una mezcla de enebro, tomillo, bálsamo y ámbar”. Contratada por veinticinco millones de pesos, organizó hogueras que fueron encendidas en puntos estratégicos. El olor nauseabundo no se fue. Pero, el Alcalde se echó al bolsillo el diez por ciento del contrato.
El mal olor que se mete por las narices de los pobladores de Puerto Perla debe interpretar en la novela como una metáfora de su realidad. El narrador que esporádicamente aparece en el texto cuenta que, en las noches, las ánimas deambulan por sus calles. Lo narra en una prosa que, no obstante, la economía narrativa retrata con pincelazos afortunados su ambiente, el último agente viajero en visitar a Puerto Perla se vuelve loco “por el silencio que reina en el lugar”.
El hedor que obliga a la gente a abandonar el pueblo lo produce también la corrupción. El Alcalde se enriquece adjudicando contratos a sus amigos sin el lleno de los requisitos legales. Y un fiscal recibe seiscientos millones de pesos para fallar un proceso a favor de un narcotraficante.
El único que no siente esos hedores es el Raja-muertos, un hombre que tenía anestesiado el olfato de tanto convivir con los muertos. Durante varios años fue el encargado de realizar las autopsias a las víctimas de la violencia, que enterraba en su propio cementerio, acondicionado en un lote del municipio del cual se apropió. Olor que también los ancianos chismosos le adjudican a Merejo, un personaje que un día se encontró una guaca. Tenía en la pierna una llaga purulenta que emanaba un mal olor. Había sido enterrado esa semana en el cementerio del Raja-muertos”.
Al final, el puerto se convirtió en un hospital rodeado de agua pestilente y de mal olor por todas partes.
Conclusión
Las pandemias nunca se acabarán, pero, tampoco faltará la imaginación de los escritores para describir sus nefastos resultados.