Entre África y Europa: hacer del colonialismo un cuento (pero no de hadas)
Un viaje desde el desierto de Omaheke en Namibia hasta Hamburgo o desde Johannesburgo hasta la ciudad belga de Amberes, pasando por la selva congoleña y los pueblos kenianos: una obra de teatro narra la colonización en forma de cuento musicado para educar a niños europeos y africanos.
Lucía Blanco Gracia - EFE
“Estamos contando la perspectiva africana del colonialismo. Hay muchas, pero muy pocas veces se cuenta la africana”, explica en Nairobi la keniana Wangari Grace, escritora y “contadora” de historias que encarna la voz narrativa en la obra “Colonialismo: un espectáculo musical de historia oral para niños”.
Para hacerlo, Grace y el percusionista alemán Sven Kacirek acuden al método africano por antonomasia para comunicar: la narración oral, y lo combinan con la música.
El proyecto, apoyado por el Instituto Goethe -promotor de la cultura y lengua alemanas- se han representado en colegios y teatros de Nairobi y algunas ciudades germanas -como Múnich, Hamburgo y, próximamente, Berlín- y espera llegar a otros países en el futuro.
Desde Sudáfrica hasta el Congo
Un escenario que no parece un escenario, sino una tienda de artefactos de otro tiempo: una bola del mundo, un tocadiscos, varios retratos e instrumentos, cráneos vacíos.
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Cada uno explica una parte de la historia que se desenvolverá en cuanto la narradora abra la boca y el músico comience a golpear rítmicamente las teclas de la marimba (xilófono).
Sobre la mesa, cinco pequeñas banderas ondean y dan una pista geográfica: Namibia, República Democrática del Congo, Sudáfrica, Tanzania y Kenia. “Intentamos recoger diferentes regiones y diferentes poderes coloniales”, asegura Grace.
Partiendo de la Conferencia de Berlín (1884-1885), conocida como el momento en que los Estados europeos se repartieron África, la obra revisita el pasado colonial de las naciones africanas.
“Como cuentacuentos, el mayor reto es: ¿cómo consigues hacer de esto una narración y no una clase de historia?”, reflexiona Grace. Además, “no queríamos crear una obra que traumatizara a todo el mundo”, añade Kacirek.
Su viaje narrativo incluye, por ejemplo, la brutal explotación en el Estado Libre del Congo, colonia personal del rey Leopoldo II de Bélgica (1885-1908), a través de un curioso objeto de atrezo: las dulces y controvertidas manos de chocolate de Amberes.
Aunque los belgas flamencos relacionan el tradicional chocolate con una leyenda de su folclore, las manos recuerdan inevitablemente a la mutilación que sufrieron muchos congoleños en ese periodo.
“Si eso lo hicieron los belgas, ¿nosotros hicimos algo parecido?”: fue una de las tantas inesperadas preguntas que la obra suscita, en este caso en una niña alemana.
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“Parecía que estuviera pensando: esto es horrible, ¿somos también nosotros horribles?”, reflexiona el percusionista.
El rastro colonial alemán en África -menos conocido que el de otras metrópolis- también queda reflejado en el espectáculo, con un viaje hacia los diáfanos desiertos namibios.
A través de los ojos de una niña de 11 años, Grace y Kacirek narran el genocidio (1904-1908) que exterminó a unos 65.000 herero (de un total de 80.000) y a unos 10.000 nama (de unos 20.000), tras alzarse contra el dominio colonial, una masacre por la que Berlín no se disculpó hasta 2021.
También en África austral, la narradora relata la lucha antiapartheid sudafricana meciéndose con la voz de una de sus artistas más célebres: Miriam Makeba, que llegó a ser desposeída de su nacionalidad por su lucha política.
Mientras, suena una versión del poderoso Soweto Blues, tantas veces interpretado por la cantante.
“Cuando hablas de coloniaslimo en África, se nombra mayoritariamente a figuras políticas, como Nelson Mandela, pero nosotros queríamos buscar la mirada de la gente normal”, apunta Grace.
Además, “la historia no ha sido justa con las mujeres, la mayoría son sólo notas a pie de página".
Reacciones diversas
La obra ha cosechado reacciones diversas, relatan los autores, especialmente al interpretarla ante públicos muy diferentes: desde un asentamiento informal en Nairobi hasta un colegio de primaria alemán, pasando por una escuela de clase media a las afueras de la capital keniana.
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Según Kacirek, "en Alemania, los niños son bastante receptivos, porque el colonialismo apenas se toca en el currículum, aún existe esa narrativa de que Alemania no tuvo colonias en África".
En Kenia, en cambio, esa etapa histórica se aborda aún como un fenómeno con dimensiones positivas y negativas, "así que tenemos que deconstruir muchas creencias", aseguran los intérpretes.
La obra resuena con fuerza en el suburbio de Mathare, en Nairobi, por su vinculación a la resistencia del anticolonial Ejército keniano de la Tierra y la Libertad (popularmente conocidos como Mau Mau), uno de los episodios incluidos en la función.
“Los Mau Mau usaban su propio lenguaje. ¿Qué palabras tenéis solo vosotros?”. Grace lanza la pregunta al aire en el patio donde actúa, desde el cual se atisba el mar de tejados de aluminio que lo rodea.
Niños y niñas empiezan a soltar los mil motes que tienen para referirse a la Policía pero, de pronto, estallan en una carcajada amarga: “¡lo primero que haríamos sería correr!”.
Lo dicen en un país donde organizaciones de derechos humanos registraron al menos 219 asesinados o desaparecidos por la Policía sólo en 2021 y siempre en los barrios más pobres.
“Es interesante: donde te encuentras marca cuánta información tienes y cómo percibes una historia”, medita la cuentacuentos, antes de fundirse de nuevo en uno de los personajes de la obra.
“Estamos contando la perspectiva africana del colonialismo. Hay muchas, pero muy pocas veces se cuenta la africana”, explica en Nairobi la keniana Wangari Grace, escritora y “contadora” de historias que encarna la voz narrativa en la obra “Colonialismo: un espectáculo musical de historia oral para niños”.
Para hacerlo, Grace y el percusionista alemán Sven Kacirek acuden al método africano por antonomasia para comunicar: la narración oral, y lo combinan con la música.
El proyecto, apoyado por el Instituto Goethe -promotor de la cultura y lengua alemanas- se han representado en colegios y teatros de Nairobi y algunas ciudades germanas -como Múnich, Hamburgo y, próximamente, Berlín- y espera llegar a otros países en el futuro.
Desde Sudáfrica hasta el Congo
Un escenario que no parece un escenario, sino una tienda de artefactos de otro tiempo: una bola del mundo, un tocadiscos, varios retratos e instrumentos, cráneos vacíos.
Le sugerimos: La mujer detrás de la cera, Marie Tussaud
Cada uno explica una parte de la historia que se desenvolverá en cuanto la narradora abra la boca y el músico comience a golpear rítmicamente las teclas de la marimba (xilófono).
Sobre la mesa, cinco pequeñas banderas ondean y dan una pista geográfica: Namibia, República Democrática del Congo, Sudáfrica, Tanzania y Kenia. “Intentamos recoger diferentes regiones y diferentes poderes coloniales”, asegura Grace.
Partiendo de la Conferencia de Berlín (1884-1885), conocida como el momento en que los Estados europeos se repartieron África, la obra revisita el pasado colonial de las naciones africanas.
“Como cuentacuentos, el mayor reto es: ¿cómo consigues hacer de esto una narración y no una clase de historia?”, reflexiona Grace. Además, “no queríamos crear una obra que traumatizara a todo el mundo”, añade Kacirek.
Su viaje narrativo incluye, por ejemplo, la brutal explotación en el Estado Libre del Congo, colonia personal del rey Leopoldo II de Bélgica (1885-1908), a través de un curioso objeto de atrezo: las dulces y controvertidas manos de chocolate de Amberes.
Aunque los belgas flamencos relacionan el tradicional chocolate con una leyenda de su folclore, las manos recuerdan inevitablemente a la mutilación que sufrieron muchos congoleños en ese periodo.
“Si eso lo hicieron los belgas, ¿nosotros hicimos algo parecido?”: fue una de las tantas inesperadas preguntas que la obra suscita, en este caso en una niña alemana.
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“Parecía que estuviera pensando: esto es horrible, ¿somos también nosotros horribles?”, reflexiona el percusionista.
El rastro colonial alemán en África -menos conocido que el de otras metrópolis- también queda reflejado en el espectáculo, con un viaje hacia los diáfanos desiertos namibios.
A través de los ojos de una niña de 11 años, Grace y Kacirek narran el genocidio (1904-1908) que exterminó a unos 65.000 herero (de un total de 80.000) y a unos 10.000 nama (de unos 20.000), tras alzarse contra el dominio colonial, una masacre por la que Berlín no se disculpó hasta 2021.
También en África austral, la narradora relata la lucha antiapartheid sudafricana meciéndose con la voz de una de sus artistas más célebres: Miriam Makeba, que llegó a ser desposeída de su nacionalidad por su lucha política.
Mientras, suena una versión del poderoso Soweto Blues, tantas veces interpretado por la cantante.
“Cuando hablas de coloniaslimo en África, se nombra mayoritariamente a figuras políticas, como Nelson Mandela, pero nosotros queríamos buscar la mirada de la gente normal”, apunta Grace.
Además, “la historia no ha sido justa con las mujeres, la mayoría son sólo notas a pie de página".
Reacciones diversas
La obra ha cosechado reacciones diversas, relatan los autores, especialmente al interpretarla ante públicos muy diferentes: desde un asentamiento informal en Nairobi hasta un colegio de primaria alemán, pasando por una escuela de clase media a las afueras de la capital keniana.
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Según Kacirek, "en Alemania, los niños son bastante receptivos, porque el colonialismo apenas se toca en el currículum, aún existe esa narrativa de que Alemania no tuvo colonias en África".
En Kenia, en cambio, esa etapa histórica se aborda aún como un fenómeno con dimensiones positivas y negativas, "así que tenemos que deconstruir muchas creencias", aseguran los intérpretes.
La obra resuena con fuerza en el suburbio de Mathare, en Nairobi, por su vinculación a la resistencia del anticolonial Ejército keniano de la Tierra y la Libertad (popularmente conocidos como Mau Mau), uno de los episodios incluidos en la función.
“Los Mau Mau usaban su propio lenguaje. ¿Qué palabras tenéis solo vosotros?”. Grace lanza la pregunta al aire en el patio donde actúa, desde el cual se atisba el mar de tejados de aluminio que lo rodea.
Niños y niñas empiezan a soltar los mil motes que tienen para referirse a la Policía pero, de pronto, estallan en una carcajada amarga: “¡lo primero que haríamos sería correr!”.
Lo dicen en un país donde organizaciones de derechos humanos registraron al menos 219 asesinados o desaparecidos por la Policía sólo en 2021 y siempre en los barrios más pobres.
“Es interesante: donde te encuentras marca cuánta información tienes y cómo percibes una historia”, medita la cuentacuentos, antes de fundirse de nuevo en uno de los personajes de la obra.