Entre mochuelos y pensadores
Crece la obra de Numas Armando Gil Olivera.
Jorge Cardona Alzate
La palabra de Numas Armando Gil Olivera sigue creciendo en las dos facetas de su laborioso perfil intelectual. No declina en su contacto directo con la filosofía moderna que adoptó como causa desde su paso por las aulas de la Universidad Nacional de Bogotá y La Sorbona de Francia en los años 80; y tampoco en la investigación de su vida, volcado a sus raíces, desentrañando el alma de los mochuelos cantores de los Montes de María, donde dio sus primeros pasos y entonó con el sonido de las gaitas de su natal San Jacinto.
Doble persistencia que en los últimos meses ha vuelto a sorprender a sus lectores con sendas obras de seguimiento a su quehacer como reportero de cantos y axiomas. Amaneciendo 2008, con el auspicio de la Universidad del Atlántico, en Barranquilla, entregó el tercer tomo de su serie “Reportaje a la filosofía”; y apenas cesan los cantos del Festival de la Leyenda Vallenata y entrega el tercer tomo de sus mochuelos con un homenaje ontológico y biográfico a Andrés Landero, el clarín de la montaña.
Con réplica en la cátedra, no desiste el filósofo y periodista Numas Armando Gil de su compromiso con el pensamiento enaltecido y el folclor que descubre el alma del pueblo. En 1993 vio la luz su primer tomo de “Reportaje a la filosofía” y, de viva voz, pensadores de la talla de E.M. Ciorán, Fernando Savater o Estanislao Zuleta dejaron conocer la génesis de sus experiencias personales. En 2000, con la misma metodología, quedaron impresos los conceptos esenciales de Jean Lyotard, Manuel Reyes Mate o Ramón Vals Plana.
Esta vez, siempre con el interrogante del autor, en el tercer tomo comparten reflexiones desde el catedrático de origen checo Ernst Tugendhat, condecorado con el premio Meister Eckhart —uno de los más renombrados en el universo de la filosofía—, pasando por el investigador italiano Luca D’Ascia, conocido como “el nuevo renacentista”, hasta la española Victoria Camps, conciencia ética del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Aplicando la mayéutica socrática, Numas entrevista para que el saber recóndito pase a dominio de lo público.
Sin embargo, en su búsqueda interior, este sanjacintero raizal, hijo adoptivo de Barranquilla, tenía una deuda pendiente. En 2002, cuando emprendió su saga sobre los mochuelos de los Montes de María y rindió homenaje a Adolfo Pacheco, autor de La hamaca grande, y al mítico acordeonero Ramón Vargas, ya empezaba a rondarlo el recuerdo de un juglar inaplazable. No obstante, en 2005 le dio prelación a otro grande de la provincia sabanera, Toño Fernández, el compositor de Candelaria vida mía, Manuelito Barrios o La maestranza.
Ahora agrega a su trabajo al “rey de la cumbia”, el legendario Andrés Gregorio Guerra Landero, más conocido como Andrés Landero. Su nacimiento en una casona del barrio Miraflores de San Jacinto en el lejano 1931, su niñez en la escuela del profesor Damián Zuleta aferrado a su cartilla La alegría de leer, su opción por el acordeón cuando se asomaba a los 17 años, su primer disco, de 78 revoluciones, con el sello Curro y dos trabajos de su autoría o sus exitosos pasos por el Festival Vallenato sin llevarse nunca la corona.
Cinco veces acudió a Valledupar en busca del cetro como Rey vallenato. Dos veces quedó segundo y dos tercero. Según su biógrafo, a los organizadores del evento “les fustigó la mala conciencia” y, a manera de galardón de consolación, lo consagraron “Rey vitalicio”. Y, en la práctica, eso fue Andrés Landero, un notable cantautor que en vida recibió el premio mayor, el reconocimiento de la crítica y el entusiasmo de la gente. El desagravio corrió por cuenta del afecto sincero de sus interminables amigos de inspiración y parrandas.
Hasta que “el pájaro negro de la muerte comenzó a cantarle de noche en el caballete de su casa restaurante ‘La pava congona’, ubicada a las afueras de San Jacinto, rumbo a San Juan Nepomuceno”. El 1º de marzo de 2000, “cuando el invierno se preparaba para dar paso a la primavera”, se apagó su voz, la del “único juglar que tuvo un parecido a Francisco El Hombre”. El pueblo entero salió a despedirlo. Desde entonces su legado prevalece en los ecos de los tambores y gaitas que llenan los aires libertarios de los Montes de María.
Como le refiere el catedrático, Tomás Antonio Vásquez Arrieta, el filósofo Numas Gil ya había “atrapado unos rejugados mochuelos cantores”, con Adolfo Pacheco, el compadre Ramón Vargas y Toño Fernández. Y llevar estos pájaros a los libros, fue como “tomar por el cuello la memoria de la cultura popular”. Pero la tarea de Numas no concluye y al tiempo que a sus hermanos Aura, Marbeul y El Cone les recuerda que tienen “un sitio junto al perro y el ataúd de pino”, a sus lectores les anuncia que ya vienen los hermanos Lara y los Gaiteros del Grammy.
La palabra de Numas Armando Gil Olivera sigue creciendo en las dos facetas de su laborioso perfil intelectual. No declina en su contacto directo con la filosofía moderna que adoptó como causa desde su paso por las aulas de la Universidad Nacional de Bogotá y La Sorbona de Francia en los años 80; y tampoco en la investigación de su vida, volcado a sus raíces, desentrañando el alma de los mochuelos cantores de los Montes de María, donde dio sus primeros pasos y entonó con el sonido de las gaitas de su natal San Jacinto.
Doble persistencia que en los últimos meses ha vuelto a sorprender a sus lectores con sendas obras de seguimiento a su quehacer como reportero de cantos y axiomas. Amaneciendo 2008, con el auspicio de la Universidad del Atlántico, en Barranquilla, entregó el tercer tomo de su serie “Reportaje a la filosofía”; y apenas cesan los cantos del Festival de la Leyenda Vallenata y entrega el tercer tomo de sus mochuelos con un homenaje ontológico y biográfico a Andrés Landero, el clarín de la montaña.
Con réplica en la cátedra, no desiste el filósofo y periodista Numas Armando Gil de su compromiso con el pensamiento enaltecido y el folclor que descubre el alma del pueblo. En 1993 vio la luz su primer tomo de “Reportaje a la filosofía” y, de viva voz, pensadores de la talla de E.M. Ciorán, Fernando Savater o Estanislao Zuleta dejaron conocer la génesis de sus experiencias personales. En 2000, con la misma metodología, quedaron impresos los conceptos esenciales de Jean Lyotard, Manuel Reyes Mate o Ramón Vals Plana.
Esta vez, siempre con el interrogante del autor, en el tercer tomo comparten reflexiones desde el catedrático de origen checo Ernst Tugendhat, condecorado con el premio Meister Eckhart —uno de los más renombrados en el universo de la filosofía—, pasando por el investigador italiano Luca D’Ascia, conocido como “el nuevo renacentista”, hasta la española Victoria Camps, conciencia ética del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Aplicando la mayéutica socrática, Numas entrevista para que el saber recóndito pase a dominio de lo público.
Sin embargo, en su búsqueda interior, este sanjacintero raizal, hijo adoptivo de Barranquilla, tenía una deuda pendiente. En 2002, cuando emprendió su saga sobre los mochuelos de los Montes de María y rindió homenaje a Adolfo Pacheco, autor de La hamaca grande, y al mítico acordeonero Ramón Vargas, ya empezaba a rondarlo el recuerdo de un juglar inaplazable. No obstante, en 2005 le dio prelación a otro grande de la provincia sabanera, Toño Fernández, el compositor de Candelaria vida mía, Manuelito Barrios o La maestranza.
Ahora agrega a su trabajo al “rey de la cumbia”, el legendario Andrés Gregorio Guerra Landero, más conocido como Andrés Landero. Su nacimiento en una casona del barrio Miraflores de San Jacinto en el lejano 1931, su niñez en la escuela del profesor Damián Zuleta aferrado a su cartilla La alegría de leer, su opción por el acordeón cuando se asomaba a los 17 años, su primer disco, de 78 revoluciones, con el sello Curro y dos trabajos de su autoría o sus exitosos pasos por el Festival Vallenato sin llevarse nunca la corona.
Cinco veces acudió a Valledupar en busca del cetro como Rey vallenato. Dos veces quedó segundo y dos tercero. Según su biógrafo, a los organizadores del evento “les fustigó la mala conciencia” y, a manera de galardón de consolación, lo consagraron “Rey vitalicio”. Y, en la práctica, eso fue Andrés Landero, un notable cantautor que en vida recibió el premio mayor, el reconocimiento de la crítica y el entusiasmo de la gente. El desagravio corrió por cuenta del afecto sincero de sus interminables amigos de inspiración y parrandas.
Hasta que “el pájaro negro de la muerte comenzó a cantarle de noche en el caballete de su casa restaurante ‘La pava congona’, ubicada a las afueras de San Jacinto, rumbo a San Juan Nepomuceno”. El 1º de marzo de 2000, “cuando el invierno se preparaba para dar paso a la primavera”, se apagó su voz, la del “único juglar que tuvo un parecido a Francisco El Hombre”. El pueblo entero salió a despedirlo. Desde entonces su legado prevalece en los ecos de los tambores y gaitas que llenan los aires libertarios de los Montes de María.
Como le refiere el catedrático, Tomás Antonio Vásquez Arrieta, el filósofo Numas Gil ya había “atrapado unos rejugados mochuelos cantores”, con Adolfo Pacheco, el compadre Ramón Vargas y Toño Fernández. Y llevar estos pájaros a los libros, fue como “tomar por el cuello la memoria de la cultura popular”. Pero la tarea de Numas no concluye y al tiempo que a sus hermanos Aura, Marbeul y El Cone les recuerda que tienen “un sitio junto al perro y el ataúd de pino”, a sus lectores les anuncia que ya vienen los hermanos Lara y los Gaiteros del Grammy.