Carolina Jaimes: “La ‘gente bien’ está llena de carencias”
Presentamos una entrevista con la escritora venezolana, a propósito del lanzamiento de su libro “Aquello que no se dice” (Planeta), ambientada en la dictadura de Juan Vicente Gómez hace 100 años en el vecino país.
Andrés Osorio Guillott
Hablemos de Cecilia, uno de los personajes principales, que encarna a ese sector de la clase alta que se muestra arribista, arrogante frente a todo aquello que no compete a su mundo...
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Hablemos de Cecilia, uno de los personajes principales, que encarna a ese sector de la clase alta que se muestra arribista, arrogante frente a todo aquello que no compete a su mundo...
Dicen que las novelas tienen vida propia y en este caso fue cierto. Yo hice una columna vertebral de las historias que yo quería contar, que son historias que oí en mi casa, que después las anoté y le fui dando vida a cada personaje, conectando historias con cada uno, pero yo al principio pensé que la protagonista sería Leonor, pero Cecilia fue agarrando una fuerza que se me fue de las manos y se apoderó de la novela, tanto que le tuve que crear una antagonista. Era un país que vivía en una dictadura y era una familia que vivía también su propia dictadura, donde ella era la dictadora.
Son más de 20 años en esta novela, de manera que no es un libro que haya surgido del contexto de ahora. Si bien en ese momento ya había un régimen chavista, esta historia no se pensó por una coyuntura...
Nunca pensé hacer una novela histórica, la primera persona que me dijo eso fue mi editora, Vanesa Solano, que con ella hice un trabajo maravilloso gracias al trabajo con ella. Pero sí, yo no tardé escribiendo esto 20 años, la empecé en ese momento, pero yo me demoro menos escribiendo, en lo que sí me tardo es corrigiendo. Tuve la pésima idea en una época de enseñarle lo que había escrito a mi mamá, y ella fue criada como muchos de los personajes de esta historia, y cuando ella leyó se iba muriendo, me dijo que no podía decir eso, que “las niñas bien no pueden decir esas cosas”, y la novela se iba a llamar así “gente bien”, pero ese tipo de personas realmente están llenas de carencias. Parte de la denuncia es esa. Pero retomo la historia: mi mamá estaba empezando a sufrir de demencia senil, y cada vez que me veía escribiendo le entraba una angustia muy grande, así que yo no tenía necesidad de hacerle sentir eso y le dije que no seguiría. Después de que falleció, la retomé. Una amiga luego la leyó me dijo que eso no servía para nada, que era una basura. Eso me hizo dejar la novela seis años más, pero en la pandemia retomé porque mi hija me dijo que siguiera, que era momento de terminarla.
¿Por qué entonces finalmente quedó el nombre de Aquello que no se dice?
Aunque no lo crean, el nombre me lo dio la inteligencia artificial. Yo le pregunté que me diera títulos para una historia sobre la hipocresía de la clase alta venezolana a principios del siglo XX. Me dio muchos y no me gustaban, pero me dio uno que era “Lo que no se dice”, y mi hermano Ricardo me dijo que sonaba mejor “Aquello que no se dice”. No se dice que tu hermano es gay, que a tu hermana le pegaron sífilis, y hoy en el siglo XXI todavía no se siguen diciendo.
Uno de los epígrafes, que es de Jacqueline Goldberg, habla de las máscaras, y esa figura aparece también al comienzo del libro, supongo que es clave para ilustrar esa hipocresía que menciona...
Un grupo familiar o grupo social que se comporta como los personajes del libro está actuando, no está siendo ni honesto consigo mismo, ni como quiere ser, sino como esa masa anónima que es el público de ese teatro espera que sea. A lo mejor ni siquiera esperan nada, pero para ellos sí es así, y están representando muchos papeles para ser aplaudidos. En la portada todos tienen máscaras venecianas, por ejemplo. Somos al final una sociedad de máscaras y el libro empieza y termina con lo mismo, con el tío que estaba loco, pero que era el más sensato, diciendo que no parecemos, sino que somos máscaras.
¿Por qué ambientar la novela en la Venezuela de las décadas de 1920 y 1930?
Porque los cuentos que yo tenía eran de esa época, eran historias de mis tíos abuelos, de mis abuelos y de todas las visitas que recibían en mi casa. A los niños nos sacaban en un momento porque era el momento de las conversaciones de gente grande, pero yo lograba darle la vuelta al comedor y quedarme ahí para oír lo que decían. Claro que hay ficción, pero hay muchas historias de esos grupos familiares.
“No hay nada peor para un país que convertirse en una tierra de nuevos ricos”. Hablemos de esa afirmación, que viene de lo que pasó con el petróleo en Venezuela
Eso nos pasó a nosotros. Carlos Andrés Gómez, presidente venezolano, dijo que había varias cosas que no se podían esconder: la tos, el humo, el amor y el dinero. Convertirse en un país de nuevos ricos fue algo que nos pasó. Los precios del petróleo subieron, pero en lugar de invertirlos en fondos sociales como hicieron los noruegos, lo que vino fue la gran piñata. Se volvieron ricos de la noche a la mañana, y lo que fácil viene fácil se va. Pero iría más lejos y citaría a Luis Alberto Machado, que dijo que en Venezuela no ha habido ni buenos ni malos presidentes, sino presidentes a quienes les ha subido el precio del petróleo y a quienes les ha bajado. Allá han explotado la idea de que no hay que trabajar porque somos ricos, pero eso no es verdad.
¿Cómo construyó ese concepto de familia con los tintes políticos y sociales en la novela?
Parto de mi propia familia. Aquí hay muchas familias que son así. No quería una novela histórica, insisto, pero sí un contexto histórico que fuera real porque yo también quería hablar de los valores de la libertad, de lo que son los regímenes dictatoriales y me venía como anillo al dedo.
Detrás de esa noción de gente bien hay también un desarrollo de la ética y la moral, incluso hay un fragmento en el que se dice que no es ético ni moralmente aceptable justificar a un dictador a pesar de llevar un país a la modernidad...
Por un lado está el lado de la familia que hace apología de las dictaduras, que dicen que lo que se necesita es un hombre fuerte. Hay una teoría sociológica muy fuerte de Laureano Vallenilla Lanz, que se llama el cesarismo democrático, en el que sostiene que los pueblos ignorantes necesitan ese conductor, ese duche, como si fueran menores de edad. Yo quería tener ambas posturas para enfrentar una con otra, sobre todo por la situación que Venezuela está viviendo 100 años después, que es aún peor a la de Gómez, el presidente de ese entonces. Esta gente de ahora son una cantidad de ñángaras que descubrieron la maravilla que era el dinero, y destrozaron el país sin importar el gentío que se ha muerto de hambre. Sí es un llamado de atención a lo que está pasando en Venezuela, pero esto es un espejo de Latinoamérica.
Se habla mucho de que la figura que ha rodeado a la literatura latinoamericana es la del dictador. ¿Qué opina usted de eso?
Ahora más que nunca se habla de la noción de derechos humanos, los dictadores no tienen el menor concepto de esto, y hay que poner temas sobre el tapete. Esa figura del hombre fuerte está en nuestro ADN, y el hombre fuerte generalmente es un militar. La lección de todo esto es que no puede haber nunca más un militar en el poder. Ellos tienen que estar en su cuartel, proteger la constitución y la soberanía, pero no pueden tener beligerancia política, pero esa sombra del hombre fuerte con uniforme es un fantasma que tenemos todos los latinoamericanos.
Usted lo mencionó ahorita: han pasado 100 años y muchas cosas se repiten, ¿por qué cree que pasó esto en Venezuela?
Eso es falta de educación, y eso lo padecemos todos los latinoamericanos, y en Venezuela cada vez peor, porque casi toda la diáspora ha estado conformada por maestros y profesores. Imagínate que un profesor titular jubilado recibe 30 dólares mensuales. Es imposible vivir así. Los mayores se han quedado porque empezar una vida a los 70 años es imposible, pero los jóvenes se han ido. En los colegios públicos, los niños reciben clases máximo dos días a la semana, y hace años no tienen maestros de ciencia. Y también hay que hablar de valores, porque en Venezuela el ascenso social está dado por el dinero, aunque haya gente racista, clasista, el dinero lava todo, desde tu currículum hasta tu prontuario. Hay una falta de valores porque nos hace sentir que todo tiene un precio.
¿Por qué quería plasmar el clasismo en la novela?
Aquí tengo que hablar de mi papá, que fue la mayor influencia en mi vida. Él me enseñó tantas cosas, pero una de esas es que si yo veía una justicia, tenía que denunciarla, así fuera la única que lo hiciera. Yo he vivido de acuerdo a ese principio. Aunque pertenezco a una clase social alta, no soporto esa miseria que se ve ahí.
Hay otro personaje interesante que es Aguasanta. Ella le da un giro a la novela, ¿por qué ese protagonismo?
Este personaje es el que cree en la libertad, que adopta a una niña negra en una sociedad clasista y racista, es el personaje que le dice a su hija y su nieta que pueden ser lo que ellas quieran, enarbolando uno de los principios del feminismo, de los derechos de las mujeres. Ella es la representante de todo lo que yo creo y todo por lo que he luchado. Es un personaje que dice lo que piensa, que se atrevió a ser feliz.
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