“La escritura poética es una posibilidad de meter las uñas en la oscuridad”
La poeta barranquillera Fadir Delgado Acosta, ganadora del Premio Nacional de Poesía de Colombia 2023, reflexionó sobre su proceso creativo, el poder transformador de la poesía y su relación con la identidad y los territorios.
Jhonattan Arredondo Grisales
Denis Levertov dijo: “La poesía debe brotar de una necesidad, debe brotar del tener verdaderamente algo que decir sobre algo que se ha sentido o experimentado. No necesariamente en el mundo visible, o el mundo externo, porque bien puede tratarse de una experiencia interna, pero debe ser algo real, algo verdadero”. Creo que la poeta barranquillera Fadir Delgado Acosta asume con plenitud este principio. En su escritura podemos evidenciar que sus poemas nacen de la urgencia de nombrar aquello que nos resulta intraducible, que nos punza con violencia en las entrañas y que nos genera una sensación similar a la asfixia. De ahí, pues, que en uno de sus poemas nos exprese lo siguiente: “Debajo de mi lengua tengo una legión de escombros”. Y de ahí, también, que no podamos salir indemnes luego de acercarnos a uno de sus libros. Leerla es reconocer que cada uno de sus versos es una manera de señalar el corte, la hendidura y la oscuridad.
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Denis Levertov dijo: “La poesía debe brotar de una necesidad, debe brotar del tener verdaderamente algo que decir sobre algo que se ha sentido o experimentado. No necesariamente en el mundo visible, o el mundo externo, porque bien puede tratarse de una experiencia interna, pero debe ser algo real, algo verdadero”. Creo que la poeta barranquillera Fadir Delgado Acosta asume con plenitud este principio. En su escritura podemos evidenciar que sus poemas nacen de la urgencia de nombrar aquello que nos resulta intraducible, que nos punza con violencia en las entrañas y que nos genera una sensación similar a la asfixia. De ahí, pues, que en uno de sus poemas nos exprese lo siguiente: “Debajo de mi lengua tengo una legión de escombros”. Y de ahí, también, que no podamos salir indemnes luego de acercarnos a uno de sus libros. Leerla es reconocer que cada uno de sus versos es una manera de señalar el corte, la hendidura y la oscuridad.
Fadir Delgado Acosta es Magister en Creación literaria de la Universidad Central. Se desempeña como coordinadora de la Fundación Casa de Hierro de Barranquilla, como tallerista y como profesora de cursos de creación literaria. Recibió el Premio Nacional de Poesía de Colombia (Ministerio de Cultura, 2023), el Premio Internacional de Poesía Tiflos de España, 2020, y el Premio de Poesía Universidad Nacional de Costa Rica, 2021. Es autora de los libros La Casa de Hierro, El último gesto del pez, No es el agua que hierve, Escritura del precipicio, Lo que diga está lleno de polvo, Amenaza de aborto, Cama de hospital vista desde abajo, Sangre seca en el espejo, La tierra que se tragó el cuerpo y Temperatura exacta del miedo. Sus textos han sido publicados en diferentes revistas literarias nacionales e internacionales. A su vez, ha sido invitada a distintos festivales y encuentros culturales en Europa, Latinoamérica, Canadá y Egipto.
¿Cómo se entrelazan la identidad colombiana y los paisajes de su tierra en su poesía? ¿De qué manera cree que estos elementos influyen en su voz poética?
El lugar de donde vengo permanece siempre en mi trabajo creativo. Los territorios, queramos o no, configuran o determinan la escritura de sus autores o autoras. Aunque uno ya no hable específicamente de su país, este siempre está. Yo antes escribía muchísimo sobre temas de la realidad colombiana o del Caribe, pero hoy cuando exploro otros tipos de temáticas, mi lugar y mi territorio aparecen, pues este nos marca desde sus sonidos y formas. Como colombiana, siento que mi escritura la traspasa un torrente sanguíneo intenso, porque nuestro país es intenso; hay una exploración de texturas macabras y de asombros, porque nuestro país habita con eso. Colombia me ha dado una voz, un sonido, un tipo de respiración del cual no puedo escapar. Siempre recuerdo ese verso inolvidable de Cavafis, cuando nos dice: “La ciudad irá contigo a donde vayas”. Y es verdad, uno no puede moverse de un lugar a otro sin que las sombras y las luces de tu territorio aparezcan. Una vez le escuché decir al gran poeta Héctor Rojas Herazo en una de sus últimas lecturas que a veces los caribeños hablábamos alto, pues nos tocaba competir con la voz del mar. Esta hermosa línea confirma eso que digo: los territorios determinan mucho, determinan el ritmo, el silencio o las imágenes de un texto, ya que no podemos escapar de las primeras imágenes que nos han acompañado. El paisaje y la identidad de donde venimos siempre estarán allí como una corriente interna.
¿Cómo es su proceso creativo? ¿Existen rituales o condiciones específicas que necesita para escribir poesía?
Estoy convencida que la escritura literaria, en este caso, la poesía, no puede depender de la espontaneidad ni de la inmediatez. En ese sentido, puedo afirmar que mi ritual es la reescritura, pues yo reescribo más de lo que escribo, lo cual quiere decir que me obsesiono con tachar, borrar, rehacer, buscar caminos, soluciones estéticas una y otra vez sobre la misma imagen, sobre el mismo poema. No busco ser veloz cuando emprendo la escritura de un nuevo proyecto. La velocidad no me interesa. Puedo tener varias versiones de un mismo libro; a veces juego con las formas, y muevo las palabras, una y otra vez hasta verlas vivas en el poema. Es lo mismo que pasa con un personaje dentro de un texto narrativo. Este tiene que sentirse vivo, real; asimismo se deberían sentir las palabras en un poema.
A lo largo de su obra hay una exploración constante de temas como el dolor, la pérdida y la oscuridad. ¿Cómo se relacionan estos temas en su poesía y de qué manera reflejan su experiencia personal y colectiva?
Como lo escribió Sergio Ramírez: “La vida es oscura y sucia, y lo que hace el escritor es buscar cómo entrar en sus honduras que nunca son asépticas.” Y eso es precisamente lo que hago como poeta. Siempre he creído que la escritura poética es una posibilidad de meter las uñas en la oscuridad, de verla a la cara, de reinventar el concepto de luz y felicidad que nos han impuesto, pues la poesía no vino a repetir el discurso, vino a desobedecerlo. La poesía va más allá de ser optimista o no, más allá de ese concepto trasnochado que nos han vendido de la esperanza. Creo que esta mirada hacia la oscuridad tiene que ver, sin duda, con mi experiencia personal: yo crecí imaginándola como una manera de ver. Mi abuela Petronila que, desde muy joven quedó ciega, de alguna forma me lo enseñó. Durante mi infancia sus ojos eran los míos, pues ella me hablaba del mundo como si pudiera verlo. Mi abuela ciega me enseñó a ver la oscuridad desde adentro, no con horror. Me habló muchas veces de los colores que se descubren en la ausencia de la luz. Entonces, mi relación con la oscuridad es otra. Escribo para evitar que la luz se abalance hacia a mí como un espectáculo; para verla tal y como es, con sus sombras y porosidades.
¿Qué poetas o movimientos literarios han sido más influyentes en su desarrollo como poeta y cómo ha incorporado esos elementos en su escritura?
Me apasiona leer textos donde sienta que algo se rompe, que algo se desgarra; donde las imágenes arrastren una corriente interna; donde se produzca el extrañamiento, eso que irrumpe de manera brutal lo cotidiano. Y es, precisamente, lo que busco cuando leo poesía. Es lo que me gusta de Olga Orozco, Warsan Shire, Edmond Jabès o de Marguerite Duras, que, si bien no escribió poesía desde el género como tal, su escritura está atravesada por esta. Otras lecturas que me han marcado son aquellas que reflexionan sobre el oficio de la escritura, como las reflexiones de Bachelard sobre la imagen poética. Él logra abordar la poesía desde lo poético mismo, y eso ha alimentado muchísimo mi universo, pues siempre he creído que una persona que escribe debería tener consciencia de su propia escritura, de la estética que persigue. Cada una de esas voces, como otras que no alcanzaría a citar, ha ensanchado mis búsquedas y cuestionamientos. Yo leo siempre desde lo que escribo, es decir, soy una lectora que se va casando con un tipo de estética que pueda alimentar la propia.
En sus poemas, el lenguaje a menudo juega un papel fundamental. ¿Qué relación establece entre el lenguaje y la emoción en su obra? ¿Cómo busca que su poesía resuene en el lector a través de la elección de palabras y estructuras?
Para mí, como lo mencioné antes, es importante explorar la palabra como un ente vivo. No verlo como un recurso para expresar algo simplemente. Las palabras deben ser algo más dentro de un texto poético. Tú crees, como escritora o escritor, que las has puesto a decir ciertas cosas, ciertas imágenes, pero estas deberían lograr decir otras por sí mismas. Es decir, yo concibo el poema como una posibilidad de darle identidad y libertad a cada palabra; de plantearse nuevos conflictos, pero también ofrecerles la opción de significar un universo en sí mismas, y para eso reescribo, porque no podemos depender de la espontaneidad. Sí, es verdad que los textos nacen por una urgencia de decir algo, por un detonante creativo muchas veces brutal, pero debemos en el proceso de la reescritura tomar distancia de ese primer arranque, y comenzar a trabajar el texto desde los intereses de la palabra misma, no desde la emocionalidad. Alguien diría: “es que yo tengo que expresar esto así, porque así pasó”, o “así me sentí”, “este adjetivo sobre otro adjetivo no lo puedo quitar”, pero allí, lo que haces es imponerte sobre el lenguaje, y eso empobrece cualquier apuesta creativa desde la literatura. No puedes imponerte sobre el lenguaje, tienes que trabajar en él y con él, que es distinto, pero no desde tu capricho personal, sino desde las exigencias de la realidad que construye tu propio texto, que es muy diferente a la realidad que los suscitó.
En un contexto social y político complejo como el de Colombia, ¿cómo ve la poesía como un recurso de resistencia o activismo? ¿Puede compartir ejemplos de cómo su obra aborda cuestiones sociales o políticas?
La poesía, como el arte en general, nos otorga la posibilidad de tener varias miradas sobre nuestra realidad. Se convierte así en el camino que permite al mismo tiempo entrar y salir del mundo, porque no se escribe para huir de él, sino para interpelarlo desde afuera y desde adentro. La poesía como ejercicio creativo nos permite una lectura libre del país que habitamos, de la realidad que respiramos. Nos cuestiona, pero este cuestionamiento no nace solo de los textos que abordan temas políticos o sociales. Cuando un poeta habla, por ejemplo, de su patio, ya nos está dando una posición sensible y humana de un lugar, pero desde la mirada de la libertad. Cada escritura de la realidad más íntima que hace un poeta puede convertirse en una forma de decirle a esta: “no me gustas”, “te cuestiono”, “te interpelo”. Y en ese sentido, la poesía desde su escritura nos ayuda a construir una consciencia propia, porque además nos exige ver la realidad desde lo simbólico, es decir, nos exige leer más allá de lo que vemos, y eso, lo que provoca, es una ciudadanía crítica. Y desde lo que planteo, yo he intentado cuestionar desde mi escritura ciertos escenarios, como la idealización de lo materno, de la infancia, y bueno, he cuestionado el lugar común de ver la oscuridad desde una sola textura.
En la era digital, donde las formas de comunicación y expresión han cambiado drásticamente, ¿cuál cree que es el futuro de la poesía? ¿Cómo ve la evolución de la poesía contemporánea en Colombia?
La poesía en esta era digital, como la llamas, nos libera de la homogenización y nos plantea sus propias maneras de decir. Si bien esta época ha permitido una especie de apertura para conocer otras voces que en otros tiempos hubieran sido imposibles conocer, también es cierto que muchos han trasladado la inmediatez que impone esta era al ejercicio mismo de la poesía, como si la poesía también tuviera que ver con ello, con la velocidad, y creo que, con eso, sí hay que tener cuidado. Es decir, hay que entender que la poesía tiene una voz libertaria, que no puede someterse a los afanes de los tiempos, porque ella rompe precisamente eso: el tiempo. A mí me han preguntado el por qué a la gente se le complica leer o acercarse a la poesía como género, y he pensado, que esa distancia, esa frontera, se debe a que ella nos rompe los relojes. La gente está acostumbrada a que el tiempo se mueva de una determinada manera, que los hechos tengan un comienzo y un final; pero la poesía viene a decirnos que no es así; viene a regalarnos otra forma de ver los hechos; a decirnos que las situaciones surgen con muchas aristas, que el tiempo se mueve desde diversas esquinas. Allí es cuando la poesía cuestiona el tiempo; cuestiona la era. Por otro lado, debo decir que, por fortuna, he escuchado voces y leído exploraciones poéticas que me parecen arriesgadas, pero en donde observo ese trabajo por el lenguaje mismo, y donde se evidencia el tiempo que este requiere.
*Jhonattan Arredondo Grisales es Lic. Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Poeta, narrador e investigador literario.