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Hay un elemento común en sus cuentos: la ausencia de los nombres de los lugares, ¿por qué?
La gente que lee mi textos siempre me pregunta por qué no los ubico en algún lugar. Algunas comienzan a adivinar. Dicen: “Eso suena a Medellín”, “eso suena a Bogotá”, “eso suena a Nueva Orleans”, en fin. Por lo general, he ido o he permanecido tiempo en esos lugares. A mí se me ocurren las historias y las apunto como notas de las imágenes, los momentos y las voces que he escuchado en algún determinado lugar. Al momento de escribirlas, ya estoy en mi escritorio, pero siempre me sigue funcionando el otro lugar. Lo que quiero es que la imagen de ese sitio permanezca. Como el problema o la situación tratada le puede ocurrir a cualquier sujeto, no me preocupo mucho por darle un nombre concreto. Si en el libro encuentran referencias o especies de fantasmas urbanos de esas ciudades, podría ser la situación. Pienso, además, que los personajes de mis cuentos no son de ninguna parte.
Hay personajes que uno puede percibir como parcos, otros tristes o tímidos, pero siempre hay uno que escasea con las palabras, ¿por qué ese concepto de silencio es tan importante?
No soy muy dado a que mis personajes hablen mucho. A veces prefiero que, si hablan en primera persona, lo hagan a manera monólogo interior, como solemos llamar esa forma de escritura. También prefiero que sea breve. Cuando dialogan con otros, me gusta que sean directos, pero esa forma de ser entonces implica que todas las palabras sean muy medidas, ante todo por una situación. No están marcados por la prisa, sino por la urgencia de la vida, del dolor o de la soledad. Esas urgencias no dejan hablar mucho porque hay otra situación y es que esos personajes pareciera que estuviesen a la defensiva, no quieren darse a conocer, no se abren. Por ejemplo, en un cuento que se llama “Las viejas glorias de Inglaterra”, uno ve una conversación entre madre e hija que no se están insultando, pero al mismo tiempo se agreden. Por eso me gusta emplear diálogos: le exigen al escritor y al lector una escucha atenta.
¿Por qué le da tanta relevancia a la parte psicológica de los personajes?
A mí siempre me preocupa qué sentirán las personas. Yo trabajo con gente. He sido profesor universitario toda mi vida, así que siempre me ha interesado saber qué es lo que mueve a la gente a actuar de determinada manera. Antes de escribir lo que finalmente saldrá, he tomado muchas notas acerca los comportamientos de alguna señora, de su forma de ser. De por qué un muchacho que tenga en mente es como es, y así con todo el mundo. También me fijo en el físico y en cómo este armoniza con el interior de cada ser humano. Creo que eso permite captar mejor la esencia de lo que yo quiero contar.
Hablemos de esta frase: “Un hombre en determinadas circunstancias no puede ser otra cosa diferente a reflejos”…
Uno siempre está condicionado por las emociones. Yo pienso que mis personajes y cualquier ser humano está condicionado a vivir de imágenes y recuerdos, pero no puede explicarse por qué en su vida, en su mente, aparece de repente un recuerdo. La gente dice: yo por qué me acordé de esto de la nada”, y es que ese momento corresponde a una situación emotiva, a una situación determinada. Vivimos más de emociones que de ideas. Las segundas ayudan mucho para la academia, pero las primeras para la vida, para relacionarnos con los otros, con las demás personas.
Ahora hablemos del concepto del recuerdo...
Para mí es fundamental el pasado. La gente lo desdeña y yo creo que ese es el peor error. Cuando dicen que no se puede vivir del pasado están desconociendo que este nos está construyendo en todo momento. Eso lo entendí mucho mejor cuando leí a Faulkner, que decía: “El pasado no ha muerto, ni siquiera es pasado”. También leí una entrevista que le hicieron a la escritora irlandesa Maggie O’Farrell, en la que dijo que los seres humanos estamos construidos por capas y hay un momento determinado en que se produce una erupción en el interior de nosotros. Esa erupción desubica las placas y permite que surjan los recuerdos, ahí está el pasado. Yo me sorprendí felizmente leyendo esto: exactamente es lo que siempre he pensado, porque para mí y para mi trabajo de escritor, la memoria es fundamental.
También quiero que hablemos del concepto del tiempo: siento que los personajes sufren una tensión sobre este asunto. También hay una frase: “El después no existe porque ya está desde que uno empieza a respirar, lo que importa es el ahora”…
Cuando escribo, a veces pienso que alguien podría pensar: “Esto eso suena muy grosero”, pero es que yo sí lo digo, y como los personajes viven en mí y conmigo y me acompañan siempre, hay una construcción que me viene trabajando todo el tiempo. En el momento en el que yo escribo a mis personajes, les doy vida. Allí hay otra situación y es que esos personajes descreen del futuro porque es un embeleco, una entelequia. Es pura filosofía. Y la filosofía sirve para otras cosas, no para vivir. Saben, entonces, que constantemente están construyéndose y viven un día a la vez.