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“Me interesa indagar en la fragilidad de las personas; todos tenemos una parte vulnerable y sorteamos la vida de distintas maneras con eso. La disimulamos, la mostramos, la hacemos a un lado o la encaramos; es inevitable”, aseguró Lavín.
La obra, publicada por la editorial Planeta, retrata en forma de cuentos dramas cotidianos del México de los terremotos, los mendigos, las amas de casa y los amores que no fueron. Son historias narradas como disparos al aro, que recuerdan a la Lavín jugadora de baloncesto en sus años en la Universidad.
“La novela es el partido entero y el cuento es cuando tratas de encestar”, ha dicho la también novelista y lo confirma en El lado salvaje, en el que las 23 piezas del libro delatan su mirada de bióloga, profesión primigenia de la escritora.
Algunos cuentos se escabullen de México y tienen sus dramas en Madrid, París, San Diego, Medellín o en la antigua Yugoslavia. “A veces las historias brotan de los viajes”, dice.
Reflexión ante un pastel de manzanas
El hombre de la calle entra a la cafetería, el saco baila en su cuerpo enjuto y desconcierta a las señoras cuando pide una rebanada de pastel de manzanas. Una de ella encuentra un parecido entre el pordiosero y su amor juvenil. Las amigas se burlan porque un mendigo no es digno de amor.
‘Cantata para tres mesas y un pastel de manzanas’, cuarto cuento del libro, es un pretexto para filosofar sobre el egoísmo en el mundo de hoy. Lavín lamenta que a veces un ser sin posesiones vale para la sociedad menos que un animal.
“A los mendigos les damos dinero con asco porque están sucios. A mí eso me revela la falta de empatía con los humanos. Hay una consideración con los animales, pero no con los humanos, a veces ni aunque sean niños. Eso me provoca un desconcierto, me irrita”, confiesa.
Otras historias son igual de impactantes. El lado salvaje, que da título a la obra, hace un retrato del machismo; Red Trolley tiene de violencia en una ciudad supuestamente segura de Estados Unidos, Los globos retrata un absurdo en el amor y El corazón de la tierra desvela las obsesiones del sismólogo Charles Richter.
“Retratista del alma humana, me gusta esa posibilidad”, acepta.
Una flor para Alice
Lavín desconfía de la muerte. En su libro Últimos días de mis padres los seres que le dieron vida muestran vitalidad después de haber dejado sus cuerpos. Ahora, ante la partida esta semana de la Nobel Alice Munro, ha puesto una flor de manera simbólica, con la lectura de los cuentos de una de sus maestras.
“Quiero leer a Alice. Es como ponerle flores y sentirme acompañada porque entre cuentistas sabemos lo que está en juego”, revela.
El nuevo libro de la autora mexicana es de igual manera un homenaje a otros grandes del cuento. Una pieza hace un guiño a Raymond Carver, otra a John Cheever y una tercera a tres portentos de la literatura, Flaubert, García Márquez y Pérez Galdós.
“Yo soy cuentista porque he leído cuentos que me han marcado, a los que siempre vuelvo. De los norteamericanos me gustan Cheever, Ernest Hemingway, Carver, Lucia Berlin, Margaret Atwood, Flannery O’Connors, Eudora Welty, Carson Mc Cullers y Katherine Anne Porte”.
Entre los modelos del cuento en su lengua materna, Mónica se rinde ante Cortázar, Borges, Rulfo, Eduardo Antonio Parra, Enrique Serna, Rosa Beltrán y Ana García Bergua.
La próxima semana, en la Feria del Libro de León, la escritora presentará El lado salvaje. Es un buen pretexto para provocarla.
- ¿Qué cuentos elegiría para el viaje a León?
- Si son cinco, me llevo El nadador, de John Cheever; Emma Zunz, de Borges; Vecinos, de Carver; Vida de poetas, de Margaret Atwood y La tormenta hindú, de Ana García Bergua.