Santiago Espinosa: “La escritura es un viaje de dos o más personas”
Santiago Espinosa presenta su nuevo libro de poesía: “Cuaderno de California” (Himpar Editores), esta noche en el Gimnasio Moderno.
Andrés Osorio Guillott
Con el mismo relieve de las montañas, como si la lectura fuera un andar por las cordilleras de Los Andes. Cuaderno de California, el nuevo libro de Santiago Espinosa, también tiene los ecos de estos lugares que lo han custodiado a él y a todos los que vivimos en esta ciudad que nos da la posibilidad de sentirnos un poco ciudadanos del mundo, que nos hace sentir el arrollo de las grandes metrópolis, de cuestionar ese enorme monstruo del paso del tiempo mediante el progreso, que nos arrebata la esperanza en sus afanes y no las devuelve si nos atrevemos a ir del otro lado de esas grandes elevaciones que rodean la ciudad.
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Con el mismo relieve de las montañas, como si la lectura fuera un andar por las cordilleras de Los Andes. Cuaderno de California, el nuevo libro de Santiago Espinosa, también tiene los ecos de estos lugares que lo han custodiado a él y a todos los que vivimos en esta ciudad que nos da la posibilidad de sentirnos un poco ciudadanos del mundo, que nos hace sentir el arrollo de las grandes metrópolis, de cuestionar ese enorme monstruo del paso del tiempo mediante el progreso, que nos arrebata la esperanza en sus afanes y no las devuelve si nos atrevemos a ir del otro lado de esas grandes elevaciones que rodean la ciudad.
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“Siento que en mi escritura los territorios importan, el nombre de los árboles y de las personas que escribieron sobre ellos. He vivido toda mi vida en Bogotá, una ciudad de montañas. Desde que era un niño miraba por horas el verde andrógino de los cerros, imaginando lo que estaba detrás. La profesión de mi padre, un ingeniero de suelos experto en sismos complicó esa obsesión hasta lo irremediable. Me gusta pensar que, así como en los poetas del mar, Neruda o Walcott, por ejemplo, Virginia Woolf, sentimos en las palabras los ritmos del océano, en los poetas del interior sentimos el silencio bordea sus poemas, igual que a nuestras ciudades las montañas. Esta presencia pedregosa nos sigue a donde quiera que vayamos. En el caso de California el asunto se complica. Mi padre también me enseñó que, al menos desde una perspectiva geológica, la cordillera de los andes se entierra en el mar y reaparece nuevamente con otros nombres, los volcanes de Centro América y la Falla de San Andrés. Así que nuestras montañas y las colinas de California son fundamentalmente las mismas. También se complica la situación porque mi padre ya no está para leer estos poemas, nos dejó hace poco más de un año, y este es el primer libro que publicó después su muerte”, aseguró Santiago Espinosa.
En el poema “Ligadura” estaría la respuesta al título del libro. California es igual a “ningún lugar”. ¿Qué opina usted del arraigo a un hogar, una ciudad, un país? ¿Por qué sería tan importante tener un lugar de origen?
Cuando estaba corrigiendo estos poemas tuve la oportunidad de conocer en Bogotá al poeta norteamericano Robert Pinsky. Él me hizo caer en cuenta de que nadie conoce con certeza el origen de la palabra “California”. Tampoco sabemos lo que significa o significó. Su sentido está escondido para nosotros, como si todas las personas que vivieran allí gravitaran en torno a un nombre misterioso y para ellos desconocido. Pensé que este era muy sintomático de lo que estábamos viviendo en todas partes: no establecemos conexiones perdurables con el espacio, no conocemos el nombre de las montañas, como si todo fuera transitorio y fluido, intercambiable, igual que nuestros sistemas financieros. Pero los poemas nos recuerdan que también establecemos conexiones afectivas con los territorios que habitamos. Que no es lo mismo decir “mar” en La Habana que en La Paz. En las palabras están los gritos y silencios de todos los que fueron. Decía Simón Weil que “echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana. Y una de las más difíciles de definir”. Y estoy de acuerdo con ella.
Reflexión en los cayucos tiene justamente varios versos que nos invitan a pensar. Uno de ellos, por ejemplo, es el que dice que el tiempo del presente era muy parecido al de los sueños. Esa contraposición entre el tiempo de la vigilia y el de las ilusiones. ¿Por qué añoramos esa unión y qué podría decir usted de lo frustrante que resulta que sea tan corto que el tiempo de un sueño, o que un sueño realizado dure menos de lo pensado?
Normalmente asociamos los poemas con una emoción individual: “esta persona se enamoró y escribió un poema de amor”. Y es así pero solo parcialmente. La poesía nos ofrece una comprensión sobre la vida y sobre el mundo que no encuentro en ninguna otra parte, es la posibilidad de latir en un segundo corazón. Cuaderno de California es un libro de viaje, y esto es importante, cuando llegamos a un lugar desconocido hay como un aire de irrealidad que nos hace pensar que lo estamos viviendo es un sueño, o incluso más, que estamos viviendo en el sueño de otra persona. La poesía nos permite prolongar esos sueños.
En ese mismo poema se lee después: “Que esta segunda década del siglo traería los mismos miedos del siglo anterior”. ¿Cuáles son sus miedos? ¿Cuál es su definición del concepto del miedo?
La pregunta por el miedo es fascinante. Cuando estoy con unos amigos me gusta preguntarles por sus miedos personales: los ratones y las arañas, las serpientes, las alturas… He confirmado que normalmente tememos a las mismas cosas, como si el miedo fuera esa reacción que nos uniera con lo más remoto de nuestra especie. No pasa así con las cosas que nos gustan, que normalmente cambian con el tiempo o las culturas. Sobre el verso que mencionas podría decir lo siguiente. Cuando escribo me siento más ligero, es algo parecido a la sensación de volar. Un mundo desconocido aparece de izquierda a derecha, porque en esa dirección escribimos. Pero el tiempo de los poemas no es el mismo de la historia, en el que a pesar de tantos cambios parecemos dar vueltas en redondo. Es como si nunca saliéramos de lo mismo. Los grandes éxodos de la Biblia son los migrantes de hoy: este libro ocurre en California, donde el 40% de la población es de origen latino. La pobreza de ayer es la misma que la de hoy, a pesar de la tecnología y de todo lo que podamos argumentar. Cuando estuve en San Francisco me impactaron tanto las personas sin casa, durmiendo en las mismas aceras donde actualmente se levantan los grandes gigantes de la tecnología: Facebook, Twitter. California es actualmente la 4 economía del mundo, pero sus calles se parecen en muchas partes a las imágenes de los desplazados que encuentras en el centro de Bogotá. Finalmente debo aclarar algo sobre el año. Este libro fue escrito en los años de Trump, que en muchos casos fue el regreso del fascismo de las décadas del 20 y del 30.
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En Nanuk se lee: “Un punto negro sobre el blanco resplandeciente. Esto es a veces la esperanza”. ¿La esperanza a veces resulta una piedra, como si en lugar de ser un estímulo fuera una frustración por verse inalcanzable?
Nanuk el esquimal es un documental mudo de 1922. Cuando lo vi quedé obsesionado con estas imágenes. El blanco del hielo y de la nieve, el esquimal como un punto diminuto en esa blancura total, construyendo iglú o cortando un agujero circular para cazar una foca. Nanuk es ahora un fantasma. Su mundo no existe más. Si no cambiamos nuestras prácticas económicas el hielo de Alaska muy pronto será otro fantasma. Es difícil concebir un lugar del mundo en que las trasformaciones económicas y sociales, ambientales, se hayan dado de una forma tan acelerada como en América, desde la Tierra de Fuego hasta Alaska. Transformando las selvas en desiertos y las montañas en canteras. Arrinconando a las comunidades hasta el límite de su desaparición, o simplemente colonizando sus culturas hasta hacerles olvidar el idioma que hablaban. Nanuk es la imagen de nuestra propia fragilidad. También de lo que arrinconamos y desaparecemos con nuestro afán desmesurado.
“Las canciones de los Beatles con las faldas estampadas, era el inicio de una nueva nostalgia”. Hablemos también de ese concepto, de la nostalgia, de su valor en los recuerdos de los momentos felices, de cómo se fabrica.
García Márquez escribió alguna vez que los Beatles era la única nostalgia que compartía con sus hijos. Por esa frase ya han pasado dos generaciones más. Los Beatles son una nostalgia que compartimos con nuestros hijos y con nuestros abuelos. El Cuaderno es u un libro de carretera. De viajes en un carro que nos recuerdan otros viajes en carro, poniendo los pasajes en movimiento. Y en esto, por supuesto, tenían que estar los Beatles, esa música que suena en los radios y a través de las generaciones. ¿No tiene el viaje en carro un cierto aire de extensión, de algo que verán e el futuro con la misma extrañeza en que se mira un fósil?
“Los libros que amamos cavan un sitio muy cercano a los ancestros”. ¿Cuáles son esos libros que ama, a los que vuelve siempre?
Seguramente sean varios. Siempre que hago una lista tengo la impresión de que estoy dejando por fuera otros libros. En el “Cuaderno de California” siento que fue muy importante la lectura de los poetas que habían hablado antes de esos espacios. Robert Hass, por ejemplo, del que tuve la fortuna de traducir una antología; Ceslaw Milosz, que vivió en la bahía de San Francisco durante del exilio y es uno de mis poetas favoritos. Quisiera mencionar además los poemas de Brenda Hillman y de la colombiana Andrea Cote, que ha escrito cosas tan verdaderas sobre la migración en los Estados Unidos.
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Hay un poema que le hace un guiño a la frase de Alan Badiou: “Los enamorados están solos en el mundo”. ¿Por qué incluirla como epígrafe?
Estamos acostumbrados a que los poemas, las novelas y las películas nos hablen del amor como de un encuentro. Los románticos hablan del encuentro. El surrealismo es un encuentro de lo inesperado. La nueva literatura nos habla sobre todo de desencuentros. Leemos tantos libros que nos duelen, pero de los que queda tan poco después. Esto me pasa con la mayoría de las series, que las devoro en pocos días pero de las que me cuesta acordarme después, como si sus imágenes hubieran sido pintadas en el hielo. En este libro me interesaba explorar el amor como una construcción constante, ¿o es una deconstrucción?, de aprender a ver el mundo a través de los ojos del otro; lo que en la poesía significa pasar de ese yo-yo de la mal denominada “autoficción”, para hablar y escribir desde el nosotros. La escritura es un viaje en el que participan dos o más personas, de esto se han ocupado muchas autoras del feminismo. Escribimos sobre las montañas en que otros escribieron. Así no lo sepamos. Al lado de nuestros viajes pasan y suceden otros viajes. El “Cuaderno de California” es un libro de animales y carreteras junto al mar, de lo que vemos a través de las ventanas de un auto en movimiento. Hay algo de esto, por supuesto. Pero no viajamos solos. Me gusta pensar que este libro es la conversación de dos amantes con las luces apagadas. Esa experiencia de lo que se comparte en las palabras. La literatura de estos días se ha empobrecido, porque los escritores casi siempre viajan solos.
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