Entrevista a Woody Allen: entre la suerte y la contradicción
Con motivo de su última película, Coup de Chance, que se presenta por estos días en Colombia, el director de cine habló para El Espectador sobre su nuevo trabajo y su experiencia cinematográfica. Presentamos detalles destacados de sus comienzos como escritor.
Diana Camila Eslava
“Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil”. Alvy Singer, personaje de la película Annie Hall, de Woody Allen (1977)
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
“Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil”. Alvy Singer, personaje de la película Annie Hall, de Woody Allen (1977)
Todo empezó con un chiste que se atrevió a enviar a un periódico. Alguien lo leyó y decidió publicarlo. Era una observación divertida sobre su vida en Midwood, el barrio de Brooklyn donde creció, en uno de los sectores más humildes de Nueva York. La suerte, de la que paradójicamente es creyente, le abrió las puertas de la fama y el reconocimiento.
Hablar de Woody Allen como un personaje absurdo o contradictorio puede ser más acertado de lo que parece. Detrás de su apariencia nerd hubo un adolescente indisciplinado y pícaro; a pesar de su contextura delgada fue un deportista destacado. Su familia fue muy creyente, lo cual contrastó con su escepticismo y sus ganas de huir todo el tiempo de los rituales que se le impusieron. Fue un experto y un tramposo con los naipes y los dados, según él. No le gustó leer, le fue mal en la escuela, pero se convirtió en un buen observador. Se dio cuenta de que sus compañeras leyeron a Rilke, Hesse o Dostoyevski. No por el afán de aprender sino por el ansia de impresionarlas y conquistarlas, se echó encima semejante tarea. Un vago esforzado.
Cada imprevisión lo acercó a su destino: odió el colegio, así que se escapó y terminó escondido en museos simplemente por tratarse de lugares cálidos para pasar el tiempo y porque la entrada era gratuita. Su madre tuvo que ser estricta para sostener a sus hijos y su trabajo. Su padre adoptó el rol del adulto tranquilo y simpático. Ninguno de los dos, dijo él en su autobiografía, vio jamás una obra de teatro, visitó una galería de arte ni leyó un libro.
A los 16 años, Allen escribió su primer texto en clave de comedia en el colegio, descubriendo las reacciones que provocó entre sus compañeros y profesores, quienes se pasaron sus textos de mano en mano. No recuerda quién le sugirió enviar sus chistes al periódico, pero aceptó el consejo y los hizo llegar a varios columnistas de Broadway. En 500 palabras o menos, Allen criticó restaurantes, las neurosis neoyorquinas, sus miedos existenciales y el entorno que le tocó.
Así se despidió de su infancia, en un Brooklyn con vestigios de su pasado rural. Un vecindario de lotes vacíos, con árboles y campos abiertos que frecuentó con otros niños para jugar béisbol o stickball en canchas improvisadas. Durante la Segunda Guerra Mundial, la mitad del campo donde jugó con sus amigos se convirtió en un cuartel para cañones antiaéreos.
Su ciudad creció con él y lo atrapó. Quizá por eso la hizo un personaje más de su extensa obra. Restaurantes chinos, panaderías, tiendas de caramelos, museos, bibliotecas y sinagogas. Los cines populares fueron el Loew’s Kings Theatre en Flatbush y el Fox Theatre en Park Slope. La música se escuchó en bares como Benny’s Bar en Williamsburg y en tiendas de discos como Sam Goody.
Conoció el jazz y se casó con él desde que un amigo judío le enseñó una grabación de un concierto en Francia de los Ted Husing’s Bandstand y al saxofonista Sidney Bechet. Se enamoró de las películas cuando su prima Rita, cinco años mayor que él, lo empezó a llevar regularmente a ver funciones dobles. Un día drama, otro aventura, otro comedia. Varias veces mintió acerca de estar enfermo para quedarse en casa y ver en la televisión las actuaciones de John Wayne y Humphrey Bogart.
Vio su primer chiste publicado en una columna de Earl Wilson y desde allí lo contactaron para escribir en espacios de entretenimiento en la prensa, hasta que llamó la atención de una agencia publicitaria que lo contrató y lo puso a escribir para Bob Hope, uno de los comediantes más reconocidos del siglo XX.
Y el chiste se lo tomó en serio: escribió decenas de bromas diarias para la agencia después de la escuela, mientras mantuvo un trabajo de medio tiempo entregando carne y ropa lavada en seco. Abe Burrows, el destacado director y autor de comedias estadounidense durante las décadas de 1940 a 1960, decidió apoyar a Allen después de leer su material y de que el escritor le diera un empujón a su suerte. Luego llegaron los programas de radio y una pisca más de chistes, hasta que finalmente un agente le consiguió un trabajo en la NBC, donde aprendió y practicó la escritura de sketches y guiones.
A esa altura de su vida, Allen no quería ser guionista, ni comediante, ni se imaginaba como director. Quería ser dramaturgo. Pensaba que las películas de su época eran tontas y estaban desacreditadas. Y de nuevo, el destino o el azar: le pagaron para escribir el guion de la película What’s New Pussycat? Y la odió, se sintió humillado por la experiencia, pero aquello le sirvió para jurar que la única forma de participar en una nueva cinta sería dirigiéndola.
Su debut lo tuvo con What’s Up, Tiger Lily?, en 1966, una película japonesa a la que le adaptó el diálogo en inglés y lo transformó en una versión cómica. Tres años después, presentó su primera película con guion original Take the Money and Run, comedia de estilo falso documental sobre las desventuras de un ladrón de bancos.
El neurótico Alvy Singer en Annie Hall, el idealista Isaac Davis en Manhattan, el inseguro Clifford Stern en Crimes and Misdemeanors fueron personajes con una serie de rasgos que los hicieron inconfundiblemente suyos. Hombres introspectivos, preocupados por las cuestiones existenciales, frecuentemente atrapados en relaciones complicadas. Una autoconsciencia que se manifestó en un diálogo interno, movido por la necesidad de analizar y reinterpretar cada experiencia y emoción. La ansiedad, la inseguridad, la búsqueda de significado y el miedo al fracaso fueron recurrentes en su filmografía.
Las palabras de Woody Allen
Ahora y así, escribiendo a mano todas sus ideas, mira hacia atrás y cuenta casi 70 años de carrera, cincuenta y tantas películas, y un poco más de una decena de libros y guiones para teatro. En entrevista para este diario, se le preguntó cuál era el secreto para presentar resultados como escritor. Dijo que todo se resumía en llevar los planes hasta el final. Que había escritores que tenían muy buenas ideas, hablaban de ellas, leían muchos libros, pero nunca llegaban a terminar nada. “Te puedo decir por mi propia experiencia que, mientras escribes, algunos días pensarás que nada va a funcionar, que nada te gusta, que te estás engañando, que no eres realmente bueno, pero quienes al menos lo intentan y lo llevan hasta el final están inmediatamente cien años por delante de los que solo hablan de sus ideas”.
Escritores contemporáneos de todo tipo se han expresado acerca de la capacidad de Allen para explorar el comportamiento humano a través de sus guiones y de la ironía, Paul Auster, Haruki Murakami, solo por nombrar algunos, lo mencionaron en su trabajo. Hasta Cortázar le dedicó alguna de sus clases de literatura, resaltando la capacidad del neoyorquino para trascender la situación misma con sus fórmulas narrativas. Esos efectos, decía el argentino, contienen crítica, sátira o referencias que pueden ser profundamente dramáticas, como se ha evidenciado en algunas de sus películas. Para Cortázar, la función del humor es desacralizar derribando la importancia que algo pueda ostentar, despojándolo de su prestigio o pedestal. El humor, según él, constantemente pasa la guadaña por debajo de todos los pedestales y pedanterías, rebajando los valores aceptados para mostrar la verdadera importancia de las cosas que estos cubren o disimulan.
El equilibrio entre la censura y la libertad de expresión, dijo Woody Allen para este periódico, siempre ha sido un tema, no un problema. “Es solo que ahora, con internet, todos tienen su sentimiento al respecto y pueden comunicarlo a millones de personas rápidamente. Pero a lo largo de la historia la gente ha tenido riñas y cuestiones con el humor en obras de teatro, en libros, en películas. La censura siempre ha existido porque todo el mundo tiene sus opiniones. Unas brillantes, otras muy estúpidas que no tienen ni idea de lo que hablan y son libres de darlas, pero en este trabajo solo tienes que seguir tus decisiones y no dejarte llevar por los pensamientos de personas que sufren de pánico moral”.
Hay una controversia que lo ha seguido durante su vida: su hija adoptiva Dylan Farrow y su exesposa Mia Farrow lo acusaron, desde principios de los años 90, de abuso sexual. El escritor negó las acusaciones, argumentando que las fabricaron por su amarga separación y por disputas por la custodia de sus hijos adoptivos. La justicia cerró el caso y solo hubo opiniones divididas.
Recientemente, Allen presentó en las salas de cine de nuestro país su más reciente película: Coup de Chance, un drama con mezcla de thriller y el humor negro que lo caracteriza. Es su primera película rodada en francés, protagonizada por Lou de Laâge, Valérie Lemercier, Melvil Poupaud y Niels Schneider.
Siempre tuvo en mente, declaró en la entrevista, una historia: una mujer tiene un romance, su esposo descubre la infidelidad, mata al amante y hace desaparecer su cuerpo, arrojándolo al océano para que nunca lo encuentren. La mujer, destrozada por la desaparición de su amante, no tiene idea de lo que ha pasado. Se reencuentra con su esposo y sus amigos, pero no puede decir nada. Esta imposibilidad de confesar su relación es lo que más lo atrapó, comentó el cineasta. La película explora temas recurrentes en la obra de Allen, como la fragilidad de las relaciones humanas, el azar y la moralidad. A través de estos personajes, la película cuestiona hasta qué punto las personas pueden controlar sus vidas o si, en última instancia, están a merced del azar y la fortuna.
Mientras el destino de sus personajes parece depender de un caprichoso azar, Allen también se enfrenta a su juego de la suerte. En el fondo sabe que el caos, como lo han discutido los físicos y demás científicos e intuido tantos poetas, es también un principio organizador del universo.