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Este es un libro que también habla de la censura, incluida la que padeció Jaime Garzón desde niño...
Verónica Ochoa: No solo porque, al abordar a Guillermo Cano, nos dimos cuenta de que la lógica estaba completamente subvertida, como también insistía Jaime: aquellos que se atreven a hablar y denunciar las alianzas oscuras entre actores políticos, armados y empresariales, aquellos que tienen la claridad para ver lo que sucede, terminan siendo asesinados. Esto también se relaciona con todo lo que en la academia ha sido cercenado. Nos inquieta abordar la vida de ellos como educadores y las preguntas que planteaban, porque la academia a veces tiene dificultad para reflexionar sobre sí misma. Pueden pensar sobre todo lo exterior, pero no siempre tienen agudeza para pensarse a sí mismos. Reconozco que esta afirmación puede ser excesiva, ya que hay diversos tipos de académicos y enfoques educativos.
Sentimos que era importante reflexionar sobre la indisciplina y rendir tributo a aquellos que, desde pequeños, han sido estigmatizados y marginalizados, negándoles su potencial. También abordamos el humor en la vida de Jaime, incluyendo figuras como Humberto Martínez Salcedo, quien ejerció una crítica aguda y enfrentó censura. Me gusta mucho de la novela que no intenta dar respuestas definitivas, sino que plantea una serie de preguntas y busca iniciar conversaciones públicas que están pendientes. Esto nos alienta porque la obra no es el final de un proceso, sino el inicio de otro.
Alfredo Garzón: En el libro hacemos un recorrido por la vida de Jaime, y encontramos dos elementos que chocan: una mente crítica y la censura que responde a esa crítica. Desde niño, Jaime fue censurado por personas que no podían lidiar con su inteligencia y actitud crítica. Esta actitud no es gratuita; al leer el libro, se comprende el ambiente en el que creció. En nuestra casa, El Espectador tuvo un papel crucial, ya que mi madre utilizaba el periódico para tener conversaciones difíciles con nosotros sobre distintos temas.
Jaime creció en un entorno donde la crítica era valorada, y a partir de eso, desarrolló una perspectiva crítica sobre su experiencia. A lo largo de su vida, se enfrentó a varias formas de censura, hasta llegar a la censura final: la muerte. En el caso de Jaime, el sistema estaba compuesto por una alianza de dirigencia empresarial y política con militares y paramilitares, todos actuando en función de un proyecto de capitalismo salvaje. Colombia es uno de los países más segregados, con una concentración absurda de la propiedad de la tierra, donde el 70% pertenece al 3% de la población.
Para desarrollar este proyecto económico, político y militar, el sistema recurre a la violencia, exacerbada por el narcotráfico, que controla regiones y la política. Jaime, con su formación e inteligencia, confronta este monstruo, y la respuesta es la violencia brutal. El proyecto de estas élites no habría sido posible si los líderes asesinados, que defendían derechos y recursos, estuvieran vivos. Hoy en día, los jóvenes, como vimos en el estallido social del 2021, han tomado la bandera de pensar en un país diferente y enfrentan violencia mientras resisten.
En el libro hablan de “la violencia después de La Violencia”. Recordando toda esta historia y el crimen de Jaime Garzón hay frustración. ¿Cómo no aferrarse a la desesperanza?
Verónica Ochoa: Recuerdo bien el impacto del asesinato de Jaime; frases como “mataron la risa” y “mataron el humor” se instalaron en el imaginario colectivo. Creo que nuestra mejor revolución es no permitir que esto suceda nunca más; nuestra revolución es nuestra alegría. Las tiranías que nos han gobernado necesitan un pueblo roto, triste, lleno de odio y miedo. No debemos dejar que el país sea uno del que se pueda robar la risa y el humor. La novela y la asociación Rotundo Vagabundo buscan cultivar el humor y la utopía como herramientas de cambio narrativo urgentes.
Antes de conocer a Alfredo, ya me había interesado en Jaime como ciudadana común. Siempre que el país me rompía el corazón, volvía a la conferencia de Jaime en Cali, y eso me reformateaba. Pensaba: si se puede, si vivo en este país, mi labor es hacer lo que pueda para que esto sea viable. La desesperanza es real, pero el relato de nación se ha construido alrededor de los verdugos, y los medios tienden a exacerbar nuestra desesperanza. Sin embargo, en el país pasan cosas increíbles, y debemos prestar más atención a estos líderes, dándoles la cobertura que merecen.
Jaime ha sido una fuente incesante de esperanza para mí. Mi mirada se dirige a él para contrarrestar las infamias que lo arrebataron de este plano. El tema no son los asesinos, sino las ideas de Jaime.
Alfredo Garzón: Sobre cómo no caer en la desesperanza, el libro plantea un análisis profundo de la historia de Jaime Garzón y lo que representa en el contexto colombiano. El relato de los medios de comunicación suele estar orientado por los intereses de sus dueños, lo que crea narrativas que pueden generar desesperanza. Estos relatos suelen desactivar la potencia del pueblo al ofrecer una visión que niega la esperanza y la posibilidad de cambio. Sin embargo, el libro sugiere que es posible crear relatos alternativos que reflejen mejor la realidad y que incluyan a todos en la conversación, lo cual puede revitalizar la esperanza.
El crimen de Jaime Garzón, aunque ha sido condenado en diversas instancias, sigue sin recibir justicia plena. Las condenas a nivel simbólico no han llevado a una verdadera justicia. Por ejemplo, aunque se ha condenado a la nación, al ejército y a personas específicas, no se ha visto una sanción real para los autores intelectuales del crimen. El sistema de justicia en Colombia, diseñado para proteger a las élites, castiga solo a los autores materiales y no toca a los responsables en las esferas superiores, como las élites militares, empresariales y políticas. Además, ha habido numerosos asesinatos de testigos y sicarios relacionados con el caso, mostrando cómo el sistema asegura la impunidad para los poderosos.
A pesar del dolor y de los obstáculos, el libro propone que si escuchamos a los líderes desaparecidos y asumimos las responsabilidades que ellos dejaron, podemos renacer la esperanza. La clave está en enfrentar el sistema injusto y trabajar para construir una narrativa que promueva el cambio y la justicia verdadera.