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“Yo nací en Rumanía, un país de la Europa del Este en que el comunismo no existía antes de la invasión de las tropas soviéticas, al final de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces el Partido Comunista contaba con menos de 1.000 miembros sobre una población de 25 millones de habitantes. Para nosotros las nociones de verdad, igualdad, justicia, la defensa del pobre ante el rico, el amor a los demás no eran socialistas sino cristianas. Y el comunismo no tuvo tiempo de transformarse en una utopía, porque fue desde el primer momento una máquina de represión. En cuanto a la libertad, esta noción no ha sido nunca un privilegio y una característica de los estados comunistas, que son siempre dictaduras. Como escritora he conocido sólo la censura del comunismo y no las ilusiones ligadas a él”.
Los comunistas llegaron al poder en 1947. Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial aún rondaban por los vientos de Europa. Rumania haría parte de los países comandados o monitoreados por el régimen de la Unión Soviética. La política y su concepción desde Moscú sería un concepto expandido por las naciones “rojas”. En Rumania no hubo tiempo para la esperanza, para percibir la noción de libertad. Los dictámenes del comunismo crearon un contexto totalitario. El individuo se perdió y las artes se fueron esfumando. Los brotes de rebeldía surgían pese a la censura, pese a la prohibición del pensamiento. La época de la posguerra, como lo dijo Mircea Elíade, coterráneo de Blandiana, en Las promesas del equinoccio, fue “el tiempo en el que no fueron libres de actuar según su propia voluntad”.
Otilia Valeria Coman es su nombre, el nombre con el que no firmó. Se ha presentado como poeta bajo el seudónimo de Ana Blandiana. Un primer poema suyo apareció publicado en una revista hacia 1959; en ese entonces su padre estaba encarcelado. No pasó mucho tiempo de esa publicación para que las circunstancias en las que estaba inmersa le mostraran que la palabra sería su ethos en este mundo: descubrieron que Blandiana era la hija de un enemigo del pueblo, y así, bajo esa premisa, fue como la denunciaron y la censuraron. Su padre, maestro de instituto, había sido acusado de conspirar en contra del gobierno.
Prohibieron leerla y la privaron de ingresar a universidad alguna en Rumania. Su mente creadora y su anhelo de una libertad que no encontraba en las calles la convencieron de que la literatura podía ser su resistencia moral, aquella piedra sobre la cual sostendría su vivir.
“Más que una razón de la existencia, la escritura ha sido una forma de existencia. Empecé a unir palabras antes de saber escribir y no formaba parte de aquellos niños a los que se les preguntaba: ‘¿Qué quieres ser de mayor?’, puesto que todo el mundo sabía mejor que yo lo que iba a ser. Y así como en mi infancia me gustaba jugar con las palabras más que con las muñecas, más tarde me pareció que los acontecimientos reales ocupaban de manera no permisible el tiempo que me habría quedado para escribir”.
Estudió en el programa de escritura de la Universidad de Iowa. Anduvo algunos tiempos como periodista, con un lápiz y una libreta en la maleta. Y ha trabajado como editora en revistas.
En 1967 Nicolae Ceausescu subió al poder. Se empecinó en lograr mayor autonomía frente a la Unión Soviética, estableciendo una apertura hacia EE. UU. y Europa Occidental. Su régimen fue represivo e inhóspito para con el pueblo. En 1989, cuando trataba de huir con su esposa tras un levantamiento popular, fueron capturados, enjuiciados y ejecutados. Durante esas décadas, Blandiana había dejado de estar censurada desde 1965 hasta 1985, cuando la prohibieron una vez más, pero la presión de ciertos intelectuales hicieron a Ceausescu retractarse hasta que en 1988 la censuró definitivamente por un poema en el que lo caricaturizó como su gato, mostrando que la metáfora es la trinchera del poeta.
¿Cómo deben pensarse el lenguaje y las manifestaciones artísticas en contextos de censura? ¿Es la metáfora una antítesis del pensamiento reaccionario?
La metáfora ha sido la principal arma de los poetas en su lucha contra la censura, ya que este término ausente debía ser proporcionado por el lector y de este modo el poema cobraba vida a mitad de camino entre él y el poeta, burlando así, la censura. Por otra parte, la lucha contra la censura ha creado diversas formas literarias cuya finalidad consistía en eludirla. De este modo, hubo una verdadera época literaria llamada “esópica”, que parte del antiguo fabulista Esopo, que cultiva un lenguaje indirecto de alusiones y trasfondos más o menos ocultos. En el caso de la poesía, esta necesidad de encriptación por motivos tácticos amplía sus medios artísticos específicos y aumenta su sutileza.
A nivel personal, ¿qué lugar ocupó la literatura frente a los regímenes que vivió?
He vivido en dos regímenes: la primera mitad de mi vida en una dictadura comunista y la otra mitad en una sociedad libre dominada por la corrupción y la manipulación. Por muy paradójico que parezca, aunque fue aplastada por la censura, la literatura era más importante en el comunismo que en libertad. Incluso por la forma en la que fue reprimida, la literatura es prueba de la importancia que la dictadura le confería. Conscientes de la fuerza de persuasión de los escritores y de su poder de influir en la mentalidad colectiva, los comunistas han intentado por todos los medios, mediante el soborno o el terror, corromperlos y asimilarlos a la propaganda de partido. Cuando lo conseguían los colmaban de privilegios; cuando no, los arrestaban o los dejaban pudrir en las cárceles. Pero los versos de los castigados fueron copiados a mano, distribuidos y aprendidos de memoria; las persecuciones desencadenaban un verdadero culto a los perseguidos. La gente buscaba y respiraba las últimas moléculas de libertad que se escondían en los versos de aquellos que se negaban a mentir. Durante los veinte años que viví como escritora bajo el comunismo, me prohibieron publicar en tres ocasiones, y la última vez eliminaron mis libros de las bibliotecas, por lo tanto me prohibieron no sólo para el futuro sino también en el pasado, pero nunca he vuelto a sentir que los lectores estuvieran tan cerca de mí como en aquella época. Después de 1989, nada me fue más difícil que aceptar el hecho de que la libertad de la palabra había disminuido la importancia de la palabra.
Luego de la caída del régimen de Ceausescu, Blandiana fundó en Bucarest el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia, demostrando que la poesía es acción, que la palabra es un acto de lucha y que ella, desde su palabra -su voz, su resistencia-, es escudera de esperanzas venideras, de memorias imperecederas, de esfuerzos etéreos que convalidan la dignidad de las vidas perdidas, de las ausencias presentes. Su activismo se pintó de lírica en tiempos donde los días de la dictadura eran solsticios. Su legado acompaña los versos solitarios de los poetas y prosistas rumanos que vieron perecer a las utopías mientras las represiones y los miedos calaban en las preguntas trascendentales sobre la existencia y los silencios eran otra ventana a la reinvención de la naturaleza humana.
¿Cómo cree que se recuperan las libertades individuales? ¿Cómo se recompone una sociedad luego de décadas de una violencia que deshumaniza? ¿Esto influye en la preservación de la cultura y las artes que resguardan memorias?
Se cumplen treinta años desde 1989 y la respuesta a la pregunta de si se han recobrado las libertades individuales es aún incierta. Lo más difícil de restablecer no son las libertades individuales, aunque también peligran por la ausencia de libertad, sino el cambio de las mentalidades, la confianza en las personas, en la posibilidad de sobrevivir con honestidad, después de que durante cincuenta años esto fuera posible solamente a través de la traición, la mentira y el robo. El mal funcionamiento y la inversión del sistema de valores –morales, intelectuales, materiales– provocados por el comunismo se halla en la base de la corrupción endémica generalizada en todos los países postcomunistas. Su recuperación implica no sólo la reconstrucción de las instituciones del estado de derecho en estos países, sino la confianza en ellas. Mediante el culto del bien y de lo bello – la kalogakathia, como lo llamaban los antiguos griegos– el papel de la cultura y de las artes consiste en restablecer esta confianza.
¿La escritura es un ejercicio político en tanto que expresa una memoria, un relato de un contexto? ¿Cómo ha fusionado o trabajado su activismo político junto a su obra?
Para los griegos antiguos, la memoria (Mnemosine) era la madre de todas las musas, una clara afirmación de que el arte nace de la memoria. Y puesto que la memoria y la historia son nociones y dominios de la realidad humana que, aunque no se sobreponen, están relacionadas y se determinan la una a la otra, el arte no puede existir – ni siquiera “el arte por el arte”– totalmente desvinculado de la historia. En nuestro caso, a diferencia de otras artes, y por utilizar palabras e ideas, la literatura está más íntimamente vinculada a la memoria, la historia y la política. Puesto que su poder de convicción es superior a las demás artes; por consiguiente, los intentos de censurar la literatura fueron más numerosos. En cuanto a la poesía, “su reino no es de este mundo”. Al no estar íntegramente sometida a la lógica, ni a la razón, a pesar de que su relación con la memoria es esencial, la poesía se desenvuelve en un plano totalmente distinto al de la política. He observado en varias ocasiones cómo, e incluso cuando yo quería transformarla en un instrumento de transmisión de ideas políticas, la poesía se defendía y, afortunadamente para mí, se escapaba de mi control. Con la excepción de algunos poemas que llegaron a ser casi manifiestos, mi poesía no fue prohibida por ser política y militante, sino porque transmitía un sentimiento de libertad que en una dictadura sonaba muy subversivo.
Por el hecho de narrar o reflejar escenarios íntimos o mucho más cercanos a los círculos sociales que a las verdades dictadas por un Estado, ¿la literatura no puede ser en algunos casos mucho más fidedigna y reveladora de los acontecimientos que los relatos meramente históricos?
La literatura reproduce la imagen de una sociedad y de una época con más exactitud y más sutileza que la historia. Y lo consigue aún más cuanto más aberrante, más violenta, más injusta y más causante de sufrimientos sea dicha sociedad. Además, la imagen creada por la literatura es perenne, perdurará y, a través de su posteridad, dejará su testimonio en el tiempo de aquella sociedad. De ahí, la obsesión de los dictadores por controlar y utilizar a los escritores para pasar junto con ellos a la posteridad.