Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿De qué se trata “Mi bestia”?
La película se sitúa en la Bogotá de los noventa y se inspira en mis recuerdos de adolescente. Se centra en el hecho de tener miedo a crecer y en cómo enfrentarlo siendo mujer en esa época.
Una de las lecturas que tuve sobre Mi bestia, tuvo que ver con el momento de “hacerse mujer”. En esta película hay elementos que están alrededor de la niña protagonista y que la perturban...
Concretamente, la película es un viaje para encontrar cierta libertad. La libertad de la infancia. Y pienso que cuando la mujer crece se convierte casi que inmediatamente en un objeto de deseo, lo que le corta la libertad, pues no puede ser cualquier cosa. Debe empezar a proyectarse hacia los demás, sobre todo hacia la mirada masculina, de una manera muy específica. Eso no le permite ser lo que quiera ser. La película empuja eso aún más lejos, yendo hasta el mundo animal. Se pregunta: ¿Qué significa estar vivo?
Qué bueno que diga eso: en el pasado se le asociaba a la mujer con esa relación truculenta con la naturaleza: la mujer bruja, la mujer hechicera, la que sabía de venenos. En su película la niña se ve más cómoda en la naturaleza, domina a los animales. ¿No le parece un poco contraproducente el asunto de volver a poner a la mujer en ese lugar por el que antes se le condenó a la hoguera?
Al contrario, me parece que ubicándonos en toda nuestra potencia, se resalta la relación fuerte que tenemos las mujeres con la vida por el hecho de darla, ¿no? Que está en nuestra fisiología. No se puede pensar que, por eso, es una reducción de la visión de la mujer, es todo lo contrario. Pienso que hay una visión un poco racional occidental donde la razón tiene que prevalecer, donde todo lo que tiene que ver con el misterio y con lo que no entendemos y con la naturaleza está un poco relegado.
También hay una cuestión allí que tiene que ver con la maldad o, mejor dicho, con las creencias de las personas. En este momento, en esa Bogotá en la que usted plantea la película, hubo un eclipse y la mayoría de la gente estuvo nerviosa, tuvo miedo, creyó que venía el anticristo, el diablo. ¿No se podría asociar a la niña con la hechicería o la brujería por la que se les condenó?
Sí, eso no es anodino. De todas formas, a mí me interesa mucho el tema de la Inquisición. Toda la apuesta de la película es para entender y ponerse en su lugar (el de la niña preadolescente). En lugar de hablar de la maldad y ponerla como algo asociado a la mujer, lo que yo quise hacer fue todo el transcurso de una niña que está creciendo y se encuentra con la sociedad. Cómo ahí es que ella puede encontrar espacio para ser libre, para ser ella. En la película, ella está salvando su pellejo y el de las niñas que, como ella, también tienen miedo. Y es que en Colombia, nos educan para sentirlo: miedo al otro, a nosotras mismas, a nuestro cuerpo.
La protagonista no se ve como la maldad encarnada, sino, por el contrario, se ve poco perdida como cualquier adolescente o preadolescente en ese momento. Sin embargo, ella se transforma en, tal vez, el título de la película: una bestia. Entonces, ¿realmente ella es una amenaza? ¿Qué pasó con esa persona que estaba allí rondando y que parece tener malas intenciones?
Puede haber muchas interpretaciones. Ella no es una amenaza. Digamos que, de hecho, la forma en la que se muestra la transformación no tiene como objetivo la figura o imaginario del diablo, todo lo contrario. Es el imaginario de la libertad, del vuelo, de la melancolía. En una sociedad tan manipulada como la nuestra, como la colombiana, mostrar que las buenas intenciones a veces son peores era un desafío inmenso
¿Cómo y por qué una niña tan chiquitita sentiría melancolía?
Me parece que esa es una gran posibilidad, sobre todo si crece en un mundo como este. No es difícil, implica tener la fuerza para tomar en sus manos su destino. Abandonar el rótulo de víctima y encontrar en ese interior todas las fuerzas para poder sobrepasar y resistir este mundo.
Hay una escena particular en donde la niña tiene su primera menstruación. Las mujeres que estaban en la proyección me comentaban, “pero, ¿por qué tanta sangre?”
No hay un momento realista. La sangre ahí no debe ser leída como la menstruación, sino como de la vida. No es una cuestión de verisimilitud. Yo no quería mostrarlo de una forma tan directa, sino darle toda su mística y por eso es que sucede en el alba. Ella está en un momento que parece un sueño. También creo que entre más realista se muestra, más crudo se vuelve el relato.
Me llamó la atención la relación entre la mamá, la hija y la señora que la cuida. Lo que tal vez pasó con muchos de nuestra generación, cuando la mamá o el papá no podían estar, había una señora que se ocupaba de la casa y hasta de la crianza. Por lo general, era una muchachita, con suerte mayor de edad. ¿Le parece un problema que los niños sean criados por otros niños?
Yo no considero que sea un problema. Creo que para esa generación que menciona fue una fortuna. Para mí, por ejemplo, fue la oportunidad de tener otras narrativas. Pienso que conjunción de elementos es riqueza: convivir con alguien que no es de la familia, pero que viene de otros horizontes y comienza a contar cosas de su vida durante los racionamientos de luz que hubo en ese momento. Por supuesto, no estoy de acuerdo con las condiciones laborales con las que tenían que trabajar en ese momento. Finalmente, sin el personaje de Dora [la ayudante de casa], todo lo que le transmite y su presencia como mujer, no hubiera podido darse la transformación en Mila [la niña protagonista].
¿Cómo llegó usted al cine? ¿Por qué le interesó contar historias a través del audiovisual?
Yo estudié arte y empecé haciendo videos que yo misma hacía con archivos, pegando cabezas, contando cosas. Poco a poco empecé a narrar más, pero nunca tuve la ambición de ser cineasta. Empezó a venir poco a poco. Más bien el cine se empezó a mostrar. Todavía estoy fascinada por reinventarlo y por permitirme manipularlo. Como no tuve una escuela académica, me permito hacer muchas cosas que no se hacen, por ejemplo, la película no está rodada en veinticuatro imágenes, sino en dieciséis, ocho y doce. Todo eso crea una especie de mundo subjetivo en el que siempre insistir y quise proponer. Muchas personas me dicen: “Pero ¿qué es eso?”, “Hay una distancia, vemos que hay algo, como un efecto”. Y me encanta. Estoy de acuerdo con que el cine hay que seguir inventándolo y pienso que eso es lo que le falta a todo este mundo de plataformas: jugar con la materia, con las imágenes, con el sonido.
¿Cuándo fue que decidió hacer una película?
Yo hice un corto en México, en Tijuana, y fue mostrado en el Festival de Clermont-Ferrand, que es muy importante hablando en términos de cortos. Ese trabajo estuvo al lado de productos muy narrativos, pero mi película parecía un ovni. Ahí fue donde me di cuenta de que estaba pasando algo diferente. A pesar de que a veces dividía esa diferencia o de que para muchos mi estilo no era claro, sentí que había encontrado la forma de existir dentro del cine.
¿Qué más quisiera agregar sobre su participación en ACID y sobre su primera vez en Cannes?
Cuando me llamaron a decirme que estábamos seleccionados, hubo mucho entusiasmo y sensibilidad por todos los riesgos que la película implicó: asuntos estéticos, mezclas de géneros, etc. Estoy muy feliz.