Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Carolina Daza ha dedicado su vida al arte. Esta forma de expresión corre por sus venas, pues sus orígenes en Barranquilla, en el seno de una familia de artistas, la impulsaron por este camino. Desde los 18 años, se trasladó a Estados Unidos para estudiar, lo que le permitió una apertura hacia el mundo y la cultura, descubriendo nuevas sensibilidades. Comenzó sus estudios en cultura, continuando con artes enfocadas en humanidades, y, posteriormente, estudió arte contemporáneo en París
La artista relaciona sus propuestas estéticas con la crisis ecológica a través de proyectos como Sense, el cual describe como un laboratorio urbano y un detonante para la participación de mujeres creadoras y de la comunidad en general. Esta iniciativa ha sido una forma de responder a la crisis ecosocial que vivimos como humanidad.
Recientemente, Daza aplicó para una beca ofrecida por el Ministerio de Cultura en Francia donde está compartiendo desde junio sus propuestas ecológicas y artísticas. Su enfoque principal es compartir el trabajo que ha realizado durante más de diez años y compartir con equipos multidisciplinarios, perspectivas en torno a problemáticas socioambientales relacionadas con el arte.
A lo largo de los últimos 20 años, la artista colombiana ha desarrollado sus proyectos a partir de las ciudades que ha habitado y las experiencias vividas en esos lugares. Se ha interesado en el arte efímero, el arte inmaterial, el situacionismo, los happenings, las performances y el trabajo del cuerpo. Desde una edad temprana, se dio cuenta de que la sensibilidad visual era limitada y comenzó a explorar otras formas de “conmover y suavizar los problemas humanos”. En Nueva York, creó experiencias artísticas utilizando el alimento y herramientas del yoga.
Su interés en las artes expandidas se consolidó con su llegada a París para estudiar. Este momento representó una afirmación de que sus nuevos imaginarios tenían cabida en el mundo artístico. En Francia, también se acercó a la ecosofía y los temas ecológicos y ambientales, enamorándose de conceptos que combinaban naturaleza, cultura, estética y ética.
A propósito de su residencia artista en París, la colombiana habló para El Espectador sobre su trayectoria, su visión, sus referencias y su proyección del arte colombiano.
¿Cuáles han sido sus motivaciones para emprender un camino en el arte?
Siento que las oportunidades de habitar el mundo creando arte efímero, arte inmaterial, arte no comercial y arte en el espacio público fueron encontrando mi lugar en el mundo. Este proceso a menudo implica desechando lo que no me corresponde, lo que no es, hasta que encontré mi nicho.
Mi objetivo es lograr sensibilizar y suavizar, entendiendo suavizar como un descenso del intelecto al cuerpo. Esto implica simplificar los datos científicos y las complejidades que muchas veces nos paralizan. En este momento, estamos atravesando una crisis planetaria donde los problemas existenciales y los cambios en el territorio nos afectan profundamente. La era del antropoceno muestra que las ciudades y la tierra están más calientes, con sequías y bipolaridades en los entornos, reflejando tanto la salud mental como los fenómenos naturales.
¿Tuvo algún referente que la inspirara?
Una gran motivación fue la conexión que encontré con la ecosofía, un concepto planteado por Félix Guattari, que abarca la ecología ambiental, la ecología social y la ecología mental. Esta visión me llevó a entender que los humanos somos el reflejo de los ecosistemas y fenómenos naturales que nos rodean. Las crisis ambientales que enfrentamos son un reflejo de lo que hemos gestado internamente.
Estas motivaciones y descubrimientos personales me impulsaron a sentir que mi misión es crear espacios y liderar movimientos para incitar a la acción en temas ambientales. En lugar de seguir la tendencia de usar el miedo o el juicio, que ha predominado en los últimos años, opto por conmover sin gritar ni juzgar. Utilizo un enfoque más suave, que abraza y acepta, con el objetivo de crear puentes para que cada persona pueda entender su lugar en esta transición ecológica a su propio ritmo y tiempo.
Usted lleva varios años trabajando con su proyecto Sense, ¿de qué se trata?
Sense, fue un laboratorio de ciudad, un semillero que detonó la participación de cientos de mujeres creadoras y miles de participantes. Este proyecto se originó a partir de un llamado ambiental y ecológico, visibilizando la crisis ecosocial que estamos atravesando y mostrando las fragmentaciones y desorientaciones que enfrentamos en el planeta. Sense ejemplificó la interdependencia y la conexión entre diversos aspectos de nuestro entorno y nuestra fragilidad como seres humanos.
El proyecto estuvo a la vanguardia de temas prácticos como la organización de eventos libres de desechos, la co-creación cultural y la movilización comunitaria. Abordó temas difíciles, como la contaminación del aire y del agua, los algoritmos, el desequilibrio femenino y la salud mental, utilizando un enfoque sensible y experiencial basado en los sentidos. Sense promovió la creación y producción cultural en espacios olvidados de la ciudad, como aeropuertos o claustros, y se centró en procesos evolutivos que requieren tiempo para metabolizarse y hacerse conscientes.
¿Cuál es la propuesta actual que plantea el proyecto?
Sense 10, incluye residencias artísticas y una programación diversa en diferentes nodos claves de la ciudad. Este proyecto realizó una intervención simbólica en Medellín, aplicando una especie de acupuntura urbana y utilizando arte inmaterial y divulgación científica. Mi experiencia personal, como madre y residente en Medellín, me mostró la realidad del colapso y el pánico en el barrio El Poblado durante una crisis climática. Observé cómo la lluvia intensa y las aguas residuales reflejaban la acumulación de desechos y la triste historia de canalización del río local.
Este momento de crisis me inspiró a reflexionar sobre la necesidad de reconectar con el río y entender su historia. El objetivo fue encontrar la dulzura en medio de las dificultades, fomentar el cuidado de las quebradas y movilizar a la comunidad para proteger el agua, un recurso vital en Medellín.
¿Cuál es el reto de llevar el arte colombiano hacía otras latitudes?
Llevar el arte colombiano a otras latitudes se siente muy esperanzador. Estamos viendo cómo el mundo cambia y cómo la periferia, de la que formamos parte, empieza a ser relevante para crear nuevos imaginarios, descolonizar pensamientos y estructuras. Recientemente, la Bienal de Venecia marcó un avance significativo para el sur global y la periferia. Este tipo de representación nos permite visibilizar que lo que somos también puede contribuir a los próximos imaginarios.
¿Cómo percibió esa experiencia en la Bienal?
La Bienal nos mostró que nuestras tierras, nuestros orígenes, nuestra ancestralidad, y nuestra estética son cruciales para avanzar. Formar parte de este evento es profundamente conmovedor para mí. Trabajar con Abel Rodríguez, quien tuvo una sala en la Bienal, me hizo sentir que el mundo está cambiando. La periferia ahora representa algo más y estamos listos para presentar nuestro arte en escenarios internacionales como París y Venecia.
Mostrar otras maneras de hacer arte y de crear conexiones entre las fragmentaciones y la colonización del pensamiento es emocionante. Además, la oportunidad que me brindó la Casa Colombia en el marco de los Juegos Olímpicos para demostrar el trabajo relacionado con el río también es significativa. Esto muestra que estamos en tiempo y que el arte es una herramienta esencial para este propósito.
¿Cuáles son las enseñanzas le dejan estas experiencias globales para su camino?
Siento que esta experiencia de casi tres meses de residencia con el Ministerio de Cultura francés me ha dejado valiosas enseñanzas. He tenido la oportunidad de acercarme a las complejidades ambientales y a comprender realmente lo que significan los retos planetarios que enfrentamos. Esta experiencia ha generado una satisfacción completa al ver que el trabajo con Sense y nuestros proyectos están a la vanguardia y en sintonía con los movimientos emergentes en Francia.
Me emociona saber que también estamos logrando avances en casa y que las relaciones bilaterales con una nación amiga como Francia, que tiene un ADN de filosofía y reflexión sobre temas colectivos, han sido una fuente de inspiración. Esta conexión me ha llevado a reflexionar sobre qué sigue para mí como artista y gestora cultural, y sobre cómo puedo seguir ofreciendo contribuciones a Medellín, a Colombia y al mundo. Siento que estamos en un momento de cierre de un capítulo de una década y que, al finalizarlo, se abre un nuevo imaginario y una nueva agenda para toda la comunidad y la ciudad. Este es un punto de inflexión que me impulsa a pensar en el futuro y en cómo seguir avanzando en mi camino.