“Antes de que los niños del Amazonas aparecieran, me negaba la esperanza”
Daniel Coronell habla sobre su libro “Los niños del Amazonas”, un recuento sobre la búsqueda y hallazgo de los cuatro menores que sobrevivieron al accidente de avioneta ocurrido el pasado 1 de mayo.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Hablemos del momento en el que usted decide escribir este libro. Durante el lanzamienro, contó que no estaba durmiendo, que el insomnio comenzó a ocuparlo con esta historia…
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Hablemos del momento en el que usted decide escribir este libro. Durante el lanzamienro, contó que no estaba durmiendo, que el insomnio comenzó a ocuparlo con esta historia…
Sí, la falta de sueño obedeció a una serie de noticias terribles que marcaron este año y que empezaron el 4 de enero, cuando mi hija fue diagnosticada con una recaída en una leucemia, que fue un pronóstico médico muy grave, y después otros miembros de mi familia fueron diagnosticados con enfermedades muy serias. Ese momento, para mí, se convirtió en un enorme agobio. Yo tenía mi trabajo con Cambio, estaba haciendo el Reporte Coronell, un pódcast y escribía mi columna semanal. Cuando llegaron estas noticias, me faltaba tiempo, pero después, con la falta de sueño, empezó a sobrarme.
Es probable que con las ocupaciones que tenía, esas horas le hubiesen servido para despejar su agenda durante el día, o para dedicarse a otra cosa. ¿Por qué esta historia?
Yo no podía dormir de una forma terriblemente agobiante: no se trataba de ver una película y esperar a que se me cerraran los ojos, es que no podía parar de pensar en una serie de problemas que no tenía la capacidad de resolver. Y en medio de esa angustia estaba la historia de los niños. Por esos días recibí la llamada de Isaac Lee, que me propuso escribir un libro. Comencé a usar esas horas revisando lo que se había publicado y me formulé las preguntas que me surgían como reportero. Empecé a armar fuentes que ya había usado para otros temas que salieron del terreno y el campo político.
¿Cuántas horas nocturnas le dedicó a la historia?
Entre cinco y seis horas. Pasaron meses en donde dormía menos de una hora. En los mejores días, dos. Y no eran seguidas. Dormía por ratos y, a veces, mirando el computador.
Le pregunto tanto por su insomnio y la decisión de escribir esta historia porque, de alguna forma, su mente se enfocó en dos escenarios muy angustiantes, preocupantes, además de que todo el país estaba pendiente de esto, ¿cómo encontró el enfoque diferencial o los datos que caracterizaría su libro?
Fíjate que a todas las fuentes les dije que no era algo que fuera a publicar, necesariamente, de manera inmediata, pero que necesitaba tener un contexto distinto de lo que estaba pasando para contar una historia, algo que no estuviera en la coyuntura, sino que pudiera explicar la muerte de esos niños, o la eventual supervivencia.
¿No creía que estuvieran vivos?
Yo era supremamente escéptico, pero oía todos los reportajes que se hacían en Colombia. Me llamaron especialmente la atención los del periodista Federico Benítez para Los informantes: por un lado, hizo un enorme trabajo para mostrar el choque cultural entre militares e indígenas, y por otro, dio la perspectiva de lo que había acontecido con el accidente y con los niños desde la región, no desde Bogotá. Había razones para encontrar a los niños vivos, aunque lo dudaba. Y contra mi lógica, estaba la de los indígenas y los militares, que decían que encontrar cadáveres era más fácil: la selva da sus señas. Con esas dudas, empezamos a escribir una historia viva con la ayuda inestimable de dos colegas: Ignacio Gómez y Carlos Cárdenas. Cada uno de ellos me hizo un aporte grandísimo en la investigación.
¿Cuáles fueron sus principales focos de atención para decidir la línea narrativa de la historia? En qué se concentró...
Antes de tener la oportunidad de hablar con militares que estuvieran directamente involucrados en la búsqueda, conversé con quienes los habían entrenado y pude entender que ellos estaban en un trabajo que desconocían totalmente. Una cosa es la visión de las fuerzas especiales en una operación en terreno, y otra muy distinta, la visión de una búsqueda prolongada. Las fuerzas especiales en todo el mundo, los Navy SEALs, la Legión Extranjera, están entrenados para llegar a un lugar, actuar rápidamente, dar el golpe y salir. En este caso no: tenían que hacer todo lo contrario, ser visibles, llamar la atención.
Y con ayuda de los indígenas, que, como lo cuenta en su libro, buscaban o rastreaban de una manera muy diferente…
Claro, es que el rastreo de los indígenas es mucho más integral. Mezcla todos los sentidos: no solamente oyen, sino que además huelen. Y miran de una manera muy distinta.
Hablemos de los indígenas, ¿qué fue lo que más lo fascinó de esa forma de mirar?
La selva no es un paisaje homogéneo, aunque para los ojos que no están preparados pueda parecer una superficie de alguna manera monótona y rutinaria. Los indígenas no rastrean mirando al piso, que es como lo hace la lógica del conocimiento occidental y de los militares. Ellos rastrean mirando hacia arriba, al frente y hacia abajo. Usan los ojos en esas tres dimensiones porque la selva está llena de señales.
Como lo que cuenta sobre los monos y el excremento…
Los monos se mueven cuando hay presencia de un depredador o cuando hay algo extraño. Los indígenas saben perfectamente cuándo se han movido súbitamente por cómo están tronchadas las hojas, por ejemplo. La avioneta fue hallada por un niño de 14 años que se llama Alejandro, de la tribu Piratapuyo, pero él nunca había visto una de cerca. La encontró clavada en medio de los árboles, pensó que era una casa azul y lo reportó. Cuando llegaron los indígenas, se encontraron con la avioneta estrellada y una huella en su costado derecho: excremento de monos churucos. Los militares no vieron señas en eso, peor los indígenas aseguraron que todo indicaba que ahí se había movido algo: una de las formas en las que se defienden los monos es tirándole excremento a quien se acerca para disuadirlo. Eso, sumado a que al otro día no estaban los cuerpos de los niños, comenzó a lanzar pistas de que estaban vivos.
En su libro, habla de “las jugarretas del destino”, pero usted es en hombre escéptico, ¿realmente cree en el destino?
Soy supremamente escéptico, no soy una persona religiosa y la vida me ha puesto pruebas muy duras. Siempre había tratado de llenar la incapacidad de creer con la de saber. Por ejemplo, los diagnósticos médicos: trataba de leer y documentarme, pero era muy difícil porque algunas cosas uno no llegaba a entenderlas por falta de entrenamiento. En esta historia de los niños había una moneda al aire por un montón de elementos que sí, eran del destino, de la magia, y se cruzaban en mi incapacidad para no salirme de la lógica.
Después de todo lo que leyó y descubrió sin ninguna explicación lógica, ¿sigue siendo igual de escéptico con respecto a, por ejemplo, la selva y sus señales, la mirada indígena, el yagé?
Hay unas cosas sobre las cuales yo no encuentro explicación. La busqué. Leí todo lo que pude para explicar cómo era posible que un chamán dijera: “Los niños están en este punto”, y que los hayan encontrado ahí. El hecho de que los indígenas no se sientan contrapartes de la selva,, sino parte integral del ecosistema, me fue quitando los prejuicios. Piden permiso para cazar, no contemplan la acumulación, etc...
En el libro mencionó las tensiones culturales entre los indígenas y los militares, quienes terminaron cediendo a las indicaciones de los primeros, ya que se dieron cuenta de su conocimiento. ¿Usted habría cedido?
Probablemente no. Tengo el prejuicio de que un GPS sabe más de orientación que un indígena. Por eso, encuentro muy admirable el papel del general Pedro Arnulfo Sánchez y del general Cotua. Tuvieron que dar unas lecciones muy grandes de modestia y de humildad. Dijeron: “Yo estoy aquí porque soy un general de la República. Estoy al mando de los hombres mejor entrenados de las fuerzas militares de Colombia, pero hagámoslo como ustedes dicen”. Admirable.
Ha dicho que el hallazgo de los niños tuvo mucho que ver con el conocimiento indígena de la selva, ¿a qué le atribuye esta sabiduría?
Todo lo que he encontrado y no tiene explicación, lo baso en quienes lo experimentaron y lo usaron. El yagé jugó un papel determinante en esto. Hay gente en el mundo de la ciencia que está trabajando sobre el tema y lo que puede significar. Lo cierto es que los indígenas tienen niveles de conocimiento, no es que todos sepan de todo. Los sabedores, especialmente Don Rubio, lograron sintonizarse con la búsqueda de los niños. Él esperaba que eso durara cinco días y le prometió a la directora del ICBF, que fue la que lo mandó a buscar, que en cinco días tenía respuestas, pero no pudo hacerlo tan rápido. Lo que sí tuvo claro muy pronto en su primera conexión con la selva fue que los cuatro niños seguían vivos.
Cómo así que hay indígenas que saben más de unas cosas que de otras…
Sí, por ejemplo, los curanderos tienen autoridad espiritual sobre las comunidades, que a veces se toca con la autoridad política, pero hay una separación de poderes. La autoridad política la ejerce el capitán o el gobernador. Se complementan.
Usted dijo que, después de conocer esta historia, probaría el yagé, ¿por qué? ¿Para qué?
Para que me ayude a curar a curar a mis seres queridos.
Algunos hablan de experiencias amargas, difíciles de atravesar… ¿Le da miedo?
Sí, claro. Es una cosa totalmente desconocida.
Dijo que para usted este año fue difícil. ¿Haber conocido esta historia tan de cerca y con tantos detalles le regaló esperanza? ¿Se aferra a algo que encontró?
Sí, claro. Y encuentro un mundo distinto al leer oncología en inglés, un tema en el que he gastado mucho tiempo con mucho interés. He aprendido mucho y creo que cada vez puedo hacer mejores preguntas: ya sé lo que puede haber detrás de cada una de estas cosas. Es que es una dimensión totalmente nueva y considero que no es opuesta a la ciencia, sino distinta. Eso me ha dado esperanza.
¿Por qué?
Era un sentimiento al que me negaba. Cuando los niños aparecieron vivos, yo me puse absolutamente feliz. Estaba dichoso. Era algo que nos unía a todos, independientemente de lo que pensáramos en política y encontrar razones para estar unidos es bueno en una sociedad, pero para mí fue la demostración de que lo que parecía imposible, era posible. Que la persistencia y el tesón, mezclados con algo de conocimiento, siempre entregan algún resultado.
Puede ser un gran ejemplo de lo que se logra cuando un grupo de personas se juntan y, a pesar de sus diferencias, trabajan por un objetivo común. Un ejemplo del que, según muchos, nos ha costado aprender en Colombia...
Fue como un relámpago en la historia de este país. Cuando vivimos la situación de la falsa alarma, cuando pensábamos que los niños habían aparecido y era mentira, yo sentí que había una gran posibilidad de unión, pero al mismo tiempo, un gran deseo de dividirnos. Había personas que, a pesar de las circunstancias, marcaban ese propósito común. Había gente que quería que ese triunfo no se produjera.
¿Por qué lo dice?
La noticia que todos queríamos dar, hablando de los medios de comunicación, era que los niños habían aparecido vivos. El hecho suscitó tanta emoción que se bajaron los controles del rigor periodístico. Cuando a mí me llamaron de Cambio a preguntarme si estaba de acuerdo con que el periodista que manejaba el tema no publicara lo que ya habían dicho otros medios, incluido el presidente de la República, hablé con el reportero. Me dijo que no tenía nada confirmado de los puestos de mando unificados y ellos habían sido su fuente. También llamó a la Aerocivil y le dijeron que no había confirmación de que los niños hubiesen aparecido. Le dije: “Pero el presidente ya dijo que sí”, a lo que me contestó: “sí, pero entenderás que el presidente de la República no tiene información directa, sino a través de los puestos de mando unificado”. Todo lo demás es una especulación. Cuando se tomó esa decisión, la Revista Cambio comenzó a recibir ataques: que éramos unos aguafiestas. Y bueno, cuando se creyó que ya habían aparecido los niños por noticias falsas, también se dijo que el crédito había sido de los indígenas exclusivamente, así que comenzaron a salir tensiones entre los que también hacían parte del grupo de búsqueda.
Ahí fallamos los medios de comunicación. ¿Por qué cree que nos pasó? Afán por la chiva, por contar la buena noticia, por ganar más clics. Y se lo pregunto porque ya la carrera por contar de primeros la noticia está, para muchos, perdida por las redes sociales...
Sí, es una cosa terrible sobre la cual todavía el periodismo está elaborando sus respuestas. No es que haya una forma correcta y única de hacerlas y que uno se pueda guiar por ahí. Por cuenta de las redes sociales, hemos perdido el 90% o más de las veces para contar la primera historia. Tú te enteras por un turista que se incendió la catedral de Notre Dame, no por Reuters o AP. Estamos casi que condenados a llegar de segundos casi siempre. En este caso, por ejemplo, en el que todos los medios de comunicación le creyeron al presidente de la República, la lección es clara: hay que dudar de todo. Nuestra obligación es el escepticismo. Nunca se puede confiar en una fuente por buena que sea. Nunca. Así lo diga el papa, también hay que contrastar la información.
La pregunta podría ser, entonces, ¿cómo llegar?
Es que no entiendo por qué seguimos jugando a que vamos a llegar de primeros, sobre todo con relación a nuestros congéneres, que son los otros medios. Es como un mercado secundario carroñero, que además ya le importa muy poco a la gente. A mi juicio, lo que debe hacer el periodismo es brindar contextos y capacidad de entender críticamente lo que está pasando, no simplemente registrar. En ese sentido, hay que esmerarse en el trabajo de verificación contextual y saber qué significa cada cosa. Nuestro trabajo es explicar la última imagen de un hecho, no conseguirla.
Usted comenzó cuando sí había un gran mérito en ser el primero en conseguir esa imagen...
No es fácil decir todo esto porque crecí como periodista en un momento totalmente distinto. Cuando yo empecé, no existía Google. En cada redacción había una especie de sabio por materias y, a partir de lo que esa persona te decía, elaborar contextos. Curiosamente, pienso que había menos posibilidad de error en esos momentos y claro que vivíamos en una competencia feroz por la chiva, pero salíamos en unos horarios específicos y teníamos la responsabilidad de contarlo mejor con la tecnología que daba la época.