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¿Cuál es su función en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella?
Soy el curador.
¿Qué hace el curador de un centro como este?
Curar implica, básicamente, escuchar mucho, entender el contexto y pensar bonito, para luego diseñar las estrategias de programación y participación que terminan en una programación artística.
¿Cómo se convirtió en curador?
Yo soy artista con h: hago hartas cosas. He trabajado más como músico, compositor y productor de música, pero también he sido productor de cine, director escénico, gestor cultural, asesor de ministros de Cultura, programador de festivales, asesor de mercados culturales, etc.
Es decir, usted es curador por experiencia. ¿No es un asunto de títulos profesionales, sino de criterio?
Sí, diría que soy un generalista, no un especialista. Muchos de los mejores curadores son artistas, pero más que eso, creo que para ser curador no hay que decir qué hacer y cómo hacerlo, sino desatar las fuerzas creativas del contexto.
Acabó de decir que una sus funciones es pensar bonito, ¿a qué se refiere?
La labor de curar, programar y hacer narrativas es creativa. Para mí, es muy parecida a una obra de arte o a un proceso artístico. Aprendí a pensar bonito con las comunidades indígenas, que siempre dicen: “Mantén el pensamiento bonito de la palabra dulce y el hacerlo bien”. En este momento del mundo y del planeta en el que hay una crisis civilizatoria y climática, escuchar a la tierra nos ha generado una línea de narrativa que se evidencia en nuestra programación.
¿Cómo? Explíqueme, por favor, eso cómo se traduce en la programación del Delia...
Este centro se propone ser más allá de un escenario vitrina. No es un sitio para mostrar y programar eventos. Es un espacio de encuentro que inspira y desata cosas. Dentro de esto, armamos una agenda plurianual y calendarizada, o sea que se convertirá en una especie de ritual.
La gente podrá programarse con eventos en ciertas épocas del año…
Exacto. Ya sabemos que siempre haremos el encuentro de pueblos originarios en agosto, que haremos el encuentro afro en mayo, etc.
Regresemos un poco en el tiempo. ¿A usted por qué le apasiona tanto el arte? Ha dedicado toda su vida a esto...
Dos epifanías: mi madre cantándome, siendo un bebé de brazos. La otra: encontrar a los viejos Gaiteros de San Jacinto cuando yo era joven, a las cinco de la mañana, después de una rumba larguísima, y en medio del viaje del alcohol. Comenzaron a cantar unas décimas a capela que me hablaron al alma.
¿Recuerda a su mamá cuando fue un bebé?
Tengo la idea de que mi primer recuerdo consciente, que puede ser un recuerdo inventado, es el de mi madre cantándome: “Cachito, cachito, cachito mío, pedazo de cielo que Dios me dio”.
¿Y por qué lo conmovieron las décimas de los Gaiteros de San Jacinto?
Yo era un muchacho de 20 años y descubrir esa música amarró muchos mundos. Me gustaba que tocaran con tambores y gaitas, pero ese día, a las 5 de la mañana, cantaron a capela unas décimas de “La miseria humana”. Recuerdo que después soñé con crecer y hacer algo con ellos. Muchos años después, cuando viví en Nueva York, grabamos un disco.
Ahora que habla de ser grande, ¿cuántos años tiene?
Muchos.
Es decir, ya es grande: ¿qué piensa al mirar hacia esos días? Su cargo es directivo, ¿cómo concibe ahora el liderazgo?
Pienso que un cargo directivo es todo lo contrario a ser una autoridad de mando. Los cargos directivos son para servir. Implica el triple de responsabilidad. Como servidor, uno trata de escuchar y entender. No se trata de tener el control, sino de hacer que las cosas fluyan. En ese sentido, creo que soy una especie de ecualizador.
Para dejar que las cosas fluyan, para soltar ese control, uno debe aprender a confiar, ¿cómo lo consigue?
Básicamente, la autoridad se ha armado en una estructura de árbol vertical. Yo pienso en estructuras rizomáticas, mucho más horizontales, y en generar procesos de colaboración y pensamiento crítico. Hay que crear comunidad.
Para generar comunidad se requiere un valor, según muchos, escaso por estos días: la solidaridad…
Estamos pasando del momento del genio individual a la necesidad de volver a la comunidad para poder afrontar la crisis civilizatoria en la que estamos. Los modelos actuales de desarrollo, basados en solamente la competencia, la individualidad y la explotación de la naturaleza, están llevándonos a una crisis gigantesca.
Tenemos afán de que todo ocurra ya, les tememos a los procesos. Pero usted me habla de que las respuestas las encuentra confiando en el otro, en las ideas y, justamente, en los procesos…
Mira, los grandes cambios de la humanidad vienen de las periferias, tanto los estéticos como los sociales, y son las periferias las que nos están mandando el norte. Si te fijas en estas comunidades, la solidaridad es uno de sus valores más importantes.