“Un buen poema nos hace recordar incluso lo que no nos ha pasado”: Jorge Mestre
Presentamos una entrevista al escritor colombiano Jorge Francisco Mestre. Música de los abismos moleculares es su reciente libro de poemas, publicado por Editorial Zaíno.
Juan Sebastián Lozano Mendoza
En Música de los abismos moleculares, la poesía es un puente que une reflexiones sobre distintos campos del conocimiento: física, literatura, fotografía, economía política. Lo que ilumina las habitaciones separadas de disciplinas que nos han emancipado como humanos. El lenguaje poético, con sus juegos, sus invenciones, su profundidad, su sensibilidad, puede hacernos entender dónde estamos parados en el mundo, que el vacío nos constituye, que habrá fenómenos que nunca entenderemos; pero que nos queda el consuelo de la belleza, del amor en todas sus formas.
El reciente libro de Jorge Francisco Mestre (Ginebra, Suiza - 1993) en su brevedad, intenta comprender el universo, pero sobre todo habla de la mirada de un hombre de múltiples y variadas lecturas, de la unión que busca lo sublime entre inteligencia y aguda sensibilidad. Mestre además de poeta, es historiador y ensayista. Ha publicado el poemario Música para aves artificiales (Valparaíso Ediciones, 2022), y el ensayo sobre música Enema of the State (Rey Naranjo, 2024). Actualmente es el editor de la Revista Bacánika.
¿En qué momento de su vida empezó a leer poemas y en qué momento a escribirlos?
A mí me gusta esa idea de Harold Bloom en La ansiedad de la influencia que dice que el deseo de hacer poesía nace cuando uno se pierde en la voz de un maestro, esa que lo hace a uno decir: “yo quiero hacer esto”. Un día me encontré con una antología de León de Greiff en una librería. Era mi primer año de universidad y ni siquiera sé muy bien qué me llamó la atención del libro, pero lo abrí y ahí quedé. No sabía que se pudiera hacer algo así con la lengua, con tanto peso en su sonoridad y tanta gracia en lo que dice, digamos, tan absolutamente personal e iconoclasta en el uso de las palabras. Creo que leer a de Greiff me permitió darle forma, un referente concreto y fértil a una intención más bien vaga que ya traía conmigo en ese entonces y que a partir de esa lectura se encaminó más claramente hacia la escritura de poesía.
En Música de los abismos moleculares, la poesía es un puente que une distintas ramas del conocimiento: física, economía, fotografía, literatura. Háblenos un poco de la relación de poesía y teoría en su libro.
A mí me gusta mucho leer y estudiar ensayos que vienen de la música, las ciencias duras, la filosofía, la historia y la escritura de naturaleza. Desde niño siempre me han cautivado lo que dicen los que se dedican a esas disciplinas, las metáforas con las que explican lo que hacen o cómo es el mundo desde su mirada, y creo que esas ideas siempre sirven para entender más cosas. Leer las resonancias entre saberes e ideas que provienen de lugares distintos es de lo más bello que hace la literatura, y también una de las cosas que más disfruto hacer en mis poemas. Por eso muchos se llaman “estudios”: quiero creer que en cada uno investigo una idea, un detalle, una imagen, una sonoridad, del mismo modo que lo haría un biólogo con los pistilos de una flor o un músico con las posibilidades que ofrece cierta armonía o escala en un instrumento.
En el libro hay alusiones, pocas, pero hondas, a la violencia en Colombia, también a la violencia contra la naturaleza. ¿Cree que la poesía escrita desde Colombia tiene una responsabilidad social? ¿Cómo ve esto con relación a su poesía?
La poesía es el canto que forja lo memorable y lo memorable es por naturaleza múltiple: ahí viven la tragedia y la comedia, la historia y la ciencia, la lírica y la épica, lo sagrado y lo profano, lo imaginario y lo real. La poesía escrita en cualquier lugar canta y eterniza esa complejidad desde su ángulo. El desamor personal hecho poema se despersonaliza y se hace dolor común, así como la historia de la violencia colombiana en un poema almacena el potencial de contarnos a cada uno nuestra propia historia. Creo que en esa medida la única responsabilidad de la poesía es el compromiso con su diversidad. Es lo único que le permite ser fiel a su trabajo y a nuestra vida, que incluye, por supuesto, todas las luchas y contradicciones que nos atraviesan como individuos y como sociedad.
Háblenos de los poetas que cita en libro, de sus influencias.
Bueno, yo diría que hay dos muy visibles ahí. Por un lado, está el nicaragüense Ernesto Cardenal. Su obra me encanta, en particular por su habilidad para traer al presente formas antiguas para cantar la historia contemporánea y latinoamericana, con humor y crudeza como lo hace en sus Epigramas y en sus Salmos, por ejemplo, donde más que reescribir a Marcial o al rey David, imita lo que ellos hicieron en la gracia del poema breve o de la alabanza de Dios para hablar desde y para el presente.
Por otro lado, está la danesa Inger Christensen, que no entiendo por qué no goza de la fama que podría tener. Ella escribía siguiendo modelos o patrones seriales; no abordaba los temas sin pensarlos como un todo formal que debía potenciar o amplificar lo que se pretendía decir. Me impresiona muchísimo toda su obra, y particularmente Alfabeto, un poema adánico enorme que vuelve a nombrar el mundo desde el siglo XX y que a mí me ha conmovido infinitamente, además de animarme a pensar y a disfrutar el trabajo programático y conceptual que transforma a una serie de poemas en una obra, un todo.
Pero la lista estaría incompleta sin León de Greiff y Pascal Quignard. Me encantaría que una página mía tuviera la intensidad musical y el ingenio de cualquiera de sus textos.
¿Qué nos puede decir la poesía en tiempos de zombies digitales, de déficit de atención, de exceso de información? ¿Por qué escribir y leer poesía hoy?
Un buen poema logra lo mismo que una buena canción: nos hace recordar hasta lo que no nos ha pasado. Según el origen de la palabra, recordar es volver a pasar algo por el corazón. Y esa necesidad la tenemos todos: es parte de lo que somos. Creo que en un mundo en el que a veces falta tiempo para digerir todo lo que nos pasa y lo que consumimos, un poema nos puede ofrecer el espacio que buscamos. Por eso me hace sentido que se esté publicando tanta poesía, que se vuelva viral en redes una estrofa de Raúl Zurita sobre la urgencia de las declaraciones de amor y que haya todo un auge de micrófonos abiertos y recitales en librerías o bares en varias ciudades del país.
Lo que sí es una lástima es que muchas personas no se acercan intuitivamente a la poesía con la misma disposición que lo hacen, por ejemplo, con la música. Creo que cierta idea académica de la literatura y el esnobismo en general tergiversan ese placer hasta pervertirlo en un gusto de entendidos: un placer cerebral que tiene que ver con entender de poesía. Y no creo que haga falta. Creo que nadie dudaría de que un músico disfrute entendiendo la armonía de una pieza musical, pero todos estamos de acuerdo en que el placer de oír música no depende de que entendamos de música.
En Música de los abismos moleculares, la poesía es un puente que une reflexiones sobre distintos campos del conocimiento: física, literatura, fotografía, economía política. Lo que ilumina las habitaciones separadas de disciplinas que nos han emancipado como humanos. El lenguaje poético, con sus juegos, sus invenciones, su profundidad, su sensibilidad, puede hacernos entender dónde estamos parados en el mundo, que el vacío nos constituye, que habrá fenómenos que nunca entenderemos; pero que nos queda el consuelo de la belleza, del amor en todas sus formas.
El reciente libro de Jorge Francisco Mestre (Ginebra, Suiza - 1993) en su brevedad, intenta comprender el universo, pero sobre todo habla de la mirada de un hombre de múltiples y variadas lecturas, de la unión que busca lo sublime entre inteligencia y aguda sensibilidad. Mestre además de poeta, es historiador y ensayista. Ha publicado el poemario Música para aves artificiales (Valparaíso Ediciones, 2022), y el ensayo sobre música Enema of the State (Rey Naranjo, 2024). Actualmente es el editor de la Revista Bacánika.
¿En qué momento de su vida empezó a leer poemas y en qué momento a escribirlos?
A mí me gusta esa idea de Harold Bloom en La ansiedad de la influencia que dice que el deseo de hacer poesía nace cuando uno se pierde en la voz de un maestro, esa que lo hace a uno decir: “yo quiero hacer esto”. Un día me encontré con una antología de León de Greiff en una librería. Era mi primer año de universidad y ni siquiera sé muy bien qué me llamó la atención del libro, pero lo abrí y ahí quedé. No sabía que se pudiera hacer algo así con la lengua, con tanto peso en su sonoridad y tanta gracia en lo que dice, digamos, tan absolutamente personal e iconoclasta en el uso de las palabras. Creo que leer a de Greiff me permitió darle forma, un referente concreto y fértil a una intención más bien vaga que ya traía conmigo en ese entonces y que a partir de esa lectura se encaminó más claramente hacia la escritura de poesía.
En Música de los abismos moleculares, la poesía es un puente que une distintas ramas del conocimiento: física, economía, fotografía, literatura. Háblenos un poco de la relación de poesía y teoría en su libro.
A mí me gusta mucho leer y estudiar ensayos que vienen de la música, las ciencias duras, la filosofía, la historia y la escritura de naturaleza. Desde niño siempre me han cautivado lo que dicen los que se dedican a esas disciplinas, las metáforas con las que explican lo que hacen o cómo es el mundo desde su mirada, y creo que esas ideas siempre sirven para entender más cosas. Leer las resonancias entre saberes e ideas que provienen de lugares distintos es de lo más bello que hace la literatura, y también una de las cosas que más disfruto hacer en mis poemas. Por eso muchos se llaman “estudios”: quiero creer que en cada uno investigo una idea, un detalle, una imagen, una sonoridad, del mismo modo que lo haría un biólogo con los pistilos de una flor o un músico con las posibilidades que ofrece cierta armonía o escala en un instrumento.
En el libro hay alusiones, pocas, pero hondas, a la violencia en Colombia, también a la violencia contra la naturaleza. ¿Cree que la poesía escrita desde Colombia tiene una responsabilidad social? ¿Cómo ve esto con relación a su poesía?
La poesía es el canto que forja lo memorable y lo memorable es por naturaleza múltiple: ahí viven la tragedia y la comedia, la historia y la ciencia, la lírica y la épica, lo sagrado y lo profano, lo imaginario y lo real. La poesía escrita en cualquier lugar canta y eterniza esa complejidad desde su ángulo. El desamor personal hecho poema se despersonaliza y se hace dolor común, así como la historia de la violencia colombiana en un poema almacena el potencial de contarnos a cada uno nuestra propia historia. Creo que en esa medida la única responsabilidad de la poesía es el compromiso con su diversidad. Es lo único que le permite ser fiel a su trabajo y a nuestra vida, que incluye, por supuesto, todas las luchas y contradicciones que nos atraviesan como individuos y como sociedad.
Háblenos de los poetas que cita en libro, de sus influencias.
Bueno, yo diría que hay dos muy visibles ahí. Por un lado, está el nicaragüense Ernesto Cardenal. Su obra me encanta, en particular por su habilidad para traer al presente formas antiguas para cantar la historia contemporánea y latinoamericana, con humor y crudeza como lo hace en sus Epigramas y en sus Salmos, por ejemplo, donde más que reescribir a Marcial o al rey David, imita lo que ellos hicieron en la gracia del poema breve o de la alabanza de Dios para hablar desde y para el presente.
Por otro lado, está la danesa Inger Christensen, que no entiendo por qué no goza de la fama que podría tener. Ella escribía siguiendo modelos o patrones seriales; no abordaba los temas sin pensarlos como un todo formal que debía potenciar o amplificar lo que se pretendía decir. Me impresiona muchísimo toda su obra, y particularmente Alfabeto, un poema adánico enorme que vuelve a nombrar el mundo desde el siglo XX y que a mí me ha conmovido infinitamente, además de animarme a pensar y a disfrutar el trabajo programático y conceptual que transforma a una serie de poemas en una obra, un todo.
Pero la lista estaría incompleta sin León de Greiff y Pascal Quignard. Me encantaría que una página mía tuviera la intensidad musical y el ingenio de cualquiera de sus textos.
¿Qué nos puede decir la poesía en tiempos de zombies digitales, de déficit de atención, de exceso de información? ¿Por qué escribir y leer poesía hoy?
Un buen poema logra lo mismo que una buena canción: nos hace recordar hasta lo que no nos ha pasado. Según el origen de la palabra, recordar es volver a pasar algo por el corazón. Y esa necesidad la tenemos todos: es parte de lo que somos. Creo que en un mundo en el que a veces falta tiempo para digerir todo lo que nos pasa y lo que consumimos, un poema nos puede ofrecer el espacio que buscamos. Por eso me hace sentido que se esté publicando tanta poesía, que se vuelva viral en redes una estrofa de Raúl Zurita sobre la urgencia de las declaraciones de amor y que haya todo un auge de micrófonos abiertos y recitales en librerías o bares en varias ciudades del país.
Lo que sí es una lástima es que muchas personas no se acercan intuitivamente a la poesía con la misma disposición que lo hacen, por ejemplo, con la música. Creo que cierta idea académica de la literatura y el esnobismo en general tergiversan ese placer hasta pervertirlo en un gusto de entendidos: un placer cerebral que tiene que ver con entender de poesía. Y no creo que haga falta. Creo que nadie dudaría de que un músico disfrute entendiendo la armonía de una pieza musical, pero todos estamos de acuerdo en que el placer de oír música no depende de que entendamos de música.