Luzmila Carpio: “Ahora toca tu huaynito”
El pasado 10 de agosto se presentó en el Centro Nacional de las Artes la artista boliviana Luzmila Carpio, en el marco de la celebración del II Encuentro de los Pueblos Originarios Abya Yala. La cantante habló para El Espectador sobre su historia con la música y los ritmos tradicionales de su país.
Jorge Danilo Bravo Reina
“La luz es la energía, la energía es sonido, el sonido es geometría, la chakana sagrada se encuentra en todo”. Una luz amarilla que iluminó la sala Delia Zapata le dio la bienvenida a la cantora de las aves, que vino desde las altas cumbres bolivianas para interpretar melodías de la cordillera de los Andes. Luzmila Carpio se ha presentado en escenarios de todo el mundo desde hace más de 50 años. Con su voz soprano y su charango cautivó al público con sus canciones. Sin embargo, no siempre fue así, el camino de la artista para encontrarse con la música empezó hace mucho tiempo, cuando ni siquiera hablaba español.
Carpio, originaria del poblado de Qala Qala, Ayllu Panacachi, en Bolivia, donde aún perviven las antiguas comunidades andinas, hablantes del aymara y el quechua, recuerda que creció en un lugar donde no había presencia de la iglesia católica, y se crio en un entorno donde la Pachamama (madre tierra) y el Tata Inti (sol) son venerados como divinidades.
Durante su infancia en el campo, una parte esencial de su vida tuvo que ver con aprender a escuchar y a apreciar el entorno natural. En su comunidad le enseñaron a reconocer y valorar los sonidos de la naturaleza, como el murmullo de las cascadas. En su lengua, las cascadas se conocen como “pacchas “, afluentes de agua y de vida. Ellas le enseñaron a captar la melodía que estos sonidos ofrecían: el golpeteo de las gotas y el fluir de los riachuelos.
Este aprendizaje tenía un propósito especial, ya que en su cultura se creía en el “sirino”, una entidad espiritual que transmitía melodías a través de estos sonidos. En ciertas épocas y lugares, se sabía dónde escuchar para captar estas tonadas. De este modo, viajaban con sus instrumentos, y las mujeres componían letras mientras tocaban. Las sonoridades, guiadas por los instrumentos tradicionales andinos como charangos, sikus y bombos, acompañaban las celebraciones en tiempos de cosecha y otras festividades comunitarias.
Su abuela solía despertarla temprano para trabajar en los campos sembrados y, durante esos momentos, le enseñaba a escuchar a los pájaros. Le pedía que imitara sus cantos, que a menudo contenían mensajes sobre la naturaleza, como la solicitud de lluvia para que las lombrices no pasaran sed. Cuando miraba un ave “mi abuela ahí me decía: a ver, escucha, ¿qué está diciendo ese pajarito? A ver, ahora trata de imitarlo: chis, chis, chis, chis, chis, este canta en quechua”.
Por otra parte, su madre, quien le contaba historias en su lengua, le enseñó sobre la riqueza cultural de su pueblo. “Yo soy la dulzura de la leche quechua que me ha dado mi mamá. Todas las leyendas, los cuentos, la vida que ella ha vivido. A veces muy feliz, otras también llorando porque ha vivido mucho el marginamiento, y la discriminación hacia los pueblos indígenas”
Su madre, al salir de su comunidad rural para trabajar en la ciudad, transmitió las luchas, pero también experimentó la discriminación que enfrentaban debido a su lengua y origen. Cuando Carpio era niña a menudo tenían que caminar todo un día para comprar productos básicos como una libra de azúcar, ya que no había tiendas cercanas, pues en su comunidad funcionaba el intercambio de los productos agrícolas que producían.
A los nueve años tuvo su primer contacto con la ciudad y con la radio en Oruro, donde escuchó por primera vez el canto infantil en la radio. Quedó fascinada por un aparato que nunca había visto y, además, surgió en ella un deseo profundo por cantar y explorar la música.
En esta ciudad boliviana, su hermana mayor ya estaba en la escuela y, en una ocasión cuando la familia le llevaba productos agrícolas, la profesora de su hermana le sugirió que se quedara allí para ayudar con los niños y aprender mientras trabajaba. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de escuchar más sobre la radio.
Un sábado, mientras paseaba por la ciudad, conoció a una niña en un parque, su primera amiga, Ana, una pequeña que vendía caramelos en el cine, quien al enterarse de su interés por la música, la llevó a una radio de Oruro. Ahí Carpio vio un piano por primera vez y escuchó a otros niños cantar, pero todos en español.
“Me paré tras la puertita y escuché a todos los niños y niñas chiquitas, que empezaron a cantar. Qué lindo suena ese piano, pensé. Habrán pasado unas cinco o seis horas y nadie cantaba en quechua, todos eran en español. Cantaban vals o boleros, que bien raros para mí. Ni siquiera un huaynito”.
Nadie prestó atención a su presencia mientras el ensayo continuaba, ya que todos se estaban preparando para el programa del domingo por la mañana. Ella permaneció allí, quieta, hasta que al final del ensayo, el director del piano se dio vuelta y le preguntó qué hacía allí. Respondió educadamente, “buenas tardes, caballero” preguntando qué pasaba.
El director la invitó a cantar mientras la acompañaba en piano y ella, emocionada, empezó a interpretar un huayno (ritmo tradicional boliviano) en quechua. Sin embargo, el director la interrumpió y le dijo que ese tipo de música era para los indígenas y que debía aprender a cantar en español si quería ser aceptada. Le dijo que se fuera y que regresara cuando estuviera preparada.
Confundida y con lágrimas en los ojos, se fue recordando cómo pudo las instrucciones de cómo llegar a casa de su hermana, pues todas las señales estaban en español, un idioma que ella no hablaba muy bien. Cuando llegó a casa con tristeza por lo ocurrido, le pidió a su hermana que le enseñara canciones en español.
Al enterarse de lo que había sucedido, le insistió en que debía aprender a cantar en español, por lo que le enseñó el himno nacional de Bolivia. Aunque intentó cantar, su pronunciación no era perfecta y la experiencia la dejó desalentada.
A pesar de su tristeza por no haber podido cantar en la radio, Ana la animó a seguir intentándolo. Carpio se entendía con ella porque también hablaba el quechua, por lo que pronto la llevó a la Radio Universidad de Oruro, donde le explicó que habría ensayos en un día específico. Aunque no sabía mucho sobre cómo funcionaba la radio en la ciudad, se preparó para asistir al ensayo con la esperanza de una nueva oportunidad.
Ambas llegaron a la Universidad de Oruro, Ana indicándole con cuidado el primer piso, advirtiéndole de los delicados mosaicos y sugiriendo tener cuidado para no romperlos. Al entrar, la joven Carpio encontró el lugar vacío, salvo por un hombre que estaba en la parte trasera con un piano abierto. Él estaba solo y se movía de un lado al otro sin tocar.
El hombre, que llevaba gafas oscuras, se giró al escuchar su llegada y le preguntó quién estaba allí. Ella, un poco nerviosa, se presentó de nuevo “buenas tardes, caballero”. Se dio cuenta de que el sujeto resultó ser un profesor no vidente, Ricardo Cortéz, él la invitó a cantar mientras él acompañaba en el piano.
Ella comenzó con el himno de Bolivia, pero el profesor notó que su pronunciación no era perfecta. Amablemente, le sugirió que cantara en quechua, su lengua materna. Le pidió que interpretara un huayno. “Me dijo, hijita, guaguay,- en quechua- Ahora, canta tu huaynito, en lo que sabes y me dejó terminar toda la pieza”.
La joven cantó su “huaynito” con mucha emoción. El profesor, atento y con una sonrisa en el rostro, la escuchó hasta el final. Tras concluir, le dijo en quechua, “que bonito tu huaynito, guaguay”. Ricardo Cortéz, aunque originario de Potosí, conocía el quechua y era un respetado profesor de música con un entendimiento y aprecio por la cultura indígena. Desde entonces Carpio no ha parado de cantar y llevar sus huaynos por el mundo.
La artista mencionó que su esfuerzo ha sido honrar las voces de las generaciones anteriores, especialmente de las abuelas que tenían tanto por decir. Ella atribuye su éxito y fortaleza a la conexión con la naturaleza. Agradece constantemente a los elementos de la tierra, el agua, el aire que respira.
Con sus canciones, Carpio ha querido llevar un mensaje de amor y respeto hacia las comunidades indígenas, han pasado muchos años de caminar por el mundo y ella sigue cantando en quechua, sigue cantando como las aves, sigue bailando sus huaynos y ahora su voz está sembrando semillas en las nuevas generaciones.
“La luz es la energía, la energía es sonido, el sonido es geometría, la chakana sagrada se encuentra en todo”. Una luz amarilla que iluminó la sala Delia Zapata le dio la bienvenida a la cantora de las aves, que vino desde las altas cumbres bolivianas para interpretar melodías de la cordillera de los Andes. Luzmila Carpio se ha presentado en escenarios de todo el mundo desde hace más de 50 años. Con su voz soprano y su charango cautivó al público con sus canciones. Sin embargo, no siempre fue así, el camino de la artista para encontrarse con la música empezó hace mucho tiempo, cuando ni siquiera hablaba español.
Carpio, originaria del poblado de Qala Qala, Ayllu Panacachi, en Bolivia, donde aún perviven las antiguas comunidades andinas, hablantes del aymara y el quechua, recuerda que creció en un lugar donde no había presencia de la iglesia católica, y se crio en un entorno donde la Pachamama (madre tierra) y el Tata Inti (sol) son venerados como divinidades.
Durante su infancia en el campo, una parte esencial de su vida tuvo que ver con aprender a escuchar y a apreciar el entorno natural. En su comunidad le enseñaron a reconocer y valorar los sonidos de la naturaleza, como el murmullo de las cascadas. En su lengua, las cascadas se conocen como “pacchas “, afluentes de agua y de vida. Ellas le enseñaron a captar la melodía que estos sonidos ofrecían: el golpeteo de las gotas y el fluir de los riachuelos.
Este aprendizaje tenía un propósito especial, ya que en su cultura se creía en el “sirino”, una entidad espiritual que transmitía melodías a través de estos sonidos. En ciertas épocas y lugares, se sabía dónde escuchar para captar estas tonadas. De este modo, viajaban con sus instrumentos, y las mujeres componían letras mientras tocaban. Las sonoridades, guiadas por los instrumentos tradicionales andinos como charangos, sikus y bombos, acompañaban las celebraciones en tiempos de cosecha y otras festividades comunitarias.
Su abuela solía despertarla temprano para trabajar en los campos sembrados y, durante esos momentos, le enseñaba a escuchar a los pájaros. Le pedía que imitara sus cantos, que a menudo contenían mensajes sobre la naturaleza, como la solicitud de lluvia para que las lombrices no pasaran sed. Cuando miraba un ave “mi abuela ahí me decía: a ver, escucha, ¿qué está diciendo ese pajarito? A ver, ahora trata de imitarlo: chis, chis, chis, chis, chis, este canta en quechua”.
Por otra parte, su madre, quien le contaba historias en su lengua, le enseñó sobre la riqueza cultural de su pueblo. “Yo soy la dulzura de la leche quechua que me ha dado mi mamá. Todas las leyendas, los cuentos, la vida que ella ha vivido. A veces muy feliz, otras también llorando porque ha vivido mucho el marginamiento, y la discriminación hacia los pueblos indígenas”
Su madre, al salir de su comunidad rural para trabajar en la ciudad, transmitió las luchas, pero también experimentó la discriminación que enfrentaban debido a su lengua y origen. Cuando Carpio era niña a menudo tenían que caminar todo un día para comprar productos básicos como una libra de azúcar, ya que no había tiendas cercanas, pues en su comunidad funcionaba el intercambio de los productos agrícolas que producían.
A los nueve años tuvo su primer contacto con la ciudad y con la radio en Oruro, donde escuchó por primera vez el canto infantil en la radio. Quedó fascinada por un aparato que nunca había visto y, además, surgió en ella un deseo profundo por cantar y explorar la música.
En esta ciudad boliviana, su hermana mayor ya estaba en la escuela y, en una ocasión cuando la familia le llevaba productos agrícolas, la profesora de su hermana le sugirió que se quedara allí para ayudar con los niños y aprender mientras trabajaba. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de escuchar más sobre la radio.
Un sábado, mientras paseaba por la ciudad, conoció a una niña en un parque, su primera amiga, Ana, una pequeña que vendía caramelos en el cine, quien al enterarse de su interés por la música, la llevó a una radio de Oruro. Ahí Carpio vio un piano por primera vez y escuchó a otros niños cantar, pero todos en español.
“Me paré tras la puertita y escuché a todos los niños y niñas chiquitas, que empezaron a cantar. Qué lindo suena ese piano, pensé. Habrán pasado unas cinco o seis horas y nadie cantaba en quechua, todos eran en español. Cantaban vals o boleros, que bien raros para mí. Ni siquiera un huaynito”.
Nadie prestó atención a su presencia mientras el ensayo continuaba, ya que todos se estaban preparando para el programa del domingo por la mañana. Ella permaneció allí, quieta, hasta que al final del ensayo, el director del piano se dio vuelta y le preguntó qué hacía allí. Respondió educadamente, “buenas tardes, caballero” preguntando qué pasaba.
El director la invitó a cantar mientras la acompañaba en piano y ella, emocionada, empezó a interpretar un huayno (ritmo tradicional boliviano) en quechua. Sin embargo, el director la interrumpió y le dijo que ese tipo de música era para los indígenas y que debía aprender a cantar en español si quería ser aceptada. Le dijo que se fuera y que regresara cuando estuviera preparada.
Confundida y con lágrimas en los ojos, se fue recordando cómo pudo las instrucciones de cómo llegar a casa de su hermana, pues todas las señales estaban en español, un idioma que ella no hablaba muy bien. Cuando llegó a casa con tristeza por lo ocurrido, le pidió a su hermana que le enseñara canciones en español.
Al enterarse de lo que había sucedido, le insistió en que debía aprender a cantar en español, por lo que le enseñó el himno nacional de Bolivia. Aunque intentó cantar, su pronunciación no era perfecta y la experiencia la dejó desalentada.
A pesar de su tristeza por no haber podido cantar en la radio, Ana la animó a seguir intentándolo. Carpio se entendía con ella porque también hablaba el quechua, por lo que pronto la llevó a la Radio Universidad de Oruro, donde le explicó que habría ensayos en un día específico. Aunque no sabía mucho sobre cómo funcionaba la radio en la ciudad, se preparó para asistir al ensayo con la esperanza de una nueva oportunidad.
Ambas llegaron a la Universidad de Oruro, Ana indicándole con cuidado el primer piso, advirtiéndole de los delicados mosaicos y sugiriendo tener cuidado para no romperlos. Al entrar, la joven Carpio encontró el lugar vacío, salvo por un hombre que estaba en la parte trasera con un piano abierto. Él estaba solo y se movía de un lado al otro sin tocar.
El hombre, que llevaba gafas oscuras, se giró al escuchar su llegada y le preguntó quién estaba allí. Ella, un poco nerviosa, se presentó de nuevo “buenas tardes, caballero”. Se dio cuenta de que el sujeto resultó ser un profesor no vidente, Ricardo Cortéz, él la invitó a cantar mientras él acompañaba en el piano.
Ella comenzó con el himno de Bolivia, pero el profesor notó que su pronunciación no era perfecta. Amablemente, le sugirió que cantara en quechua, su lengua materna. Le pidió que interpretara un huayno. “Me dijo, hijita, guaguay,- en quechua- Ahora, canta tu huaynito, en lo que sabes y me dejó terminar toda la pieza”.
La joven cantó su “huaynito” con mucha emoción. El profesor, atento y con una sonrisa en el rostro, la escuchó hasta el final. Tras concluir, le dijo en quechua, “que bonito tu huaynito, guaguay”. Ricardo Cortéz, aunque originario de Potosí, conocía el quechua y era un respetado profesor de música con un entendimiento y aprecio por la cultura indígena. Desde entonces Carpio no ha parado de cantar y llevar sus huaynos por el mundo.
La artista mencionó que su esfuerzo ha sido honrar las voces de las generaciones anteriores, especialmente de las abuelas que tenían tanto por decir. Ella atribuye su éxito y fortaleza a la conexión con la naturaleza. Agradece constantemente a los elementos de la tierra, el agua, el aire que respira.
Con sus canciones, Carpio ha querido llevar un mensaje de amor y respeto hacia las comunidades indígenas, han pasado muchos años de caminar por el mundo y ella sigue cantando en quechua, sigue cantando como las aves, sigue bailando sus huaynos y ahora su voz está sembrando semillas en las nuevas generaciones.