Hay que hablar de descolonización, repatriación de patrimonio, identidad y diplomacia
A propósito de las recientes noticias sobre patrimonio y el pedido de retorno del tesoro Quimbaya, una entrevista con Catalina Ceballos, directora de asuntos culturales de La cancillería, quien se refirió a las posibilidades de esta petición, además de las implicaciones de la diplomacia cultural, la repatriación de estas piezas y la diferencia entre exponer la imagen o la identidad de Colombia.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Andrea Jaramillo Caro
¿En qué consiste la diplomacia cultural?
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¿En qué consiste la diplomacia cultural?
Lo primero que quiero aclarar es que soy antropóloga. Cuando llegué a esta oficina me encontré con un grupo de personas que me dijeron: “Nosotros hemos pensado mucho si este lugar debería llamarse Dirección de asuntos culturales o Dirección de diplomacia pública”. La diplomacia pública contiene a la diplomacia cultural, educativa, deportiva... Y el concepto se refiere a cómo los estados conversan de muchas cosas. En este caso particular, nos referimos a la cultura. El arte, además, se convierte en un detonante para hablar de otras cosas. Les pongo ejemplos en otros casos: en Estados Unidos, el Super Bowl es una especie de diplomacia deportiva. La FIFA es un tipo de diplomacia deportiva. Los carnavales y las fiestas son diplomacia cultural. Nos referimos, entonces, a todas aquellas expresiones de la cultura y la identidad. Ahora bien, yo he tratado de que eso tenga una intersección con lo que nosotros entendemos como cultura desde el ecosistema cultural. Para mí, la cultura debe ser un garante de conversaciones. Por ejemplo, le he apostado a la diplomacia cultural que narre el conflicto.
¿Por eso están tan enfocados en apuestas como la exposición de “La vorágine” en el exterior?
Claro, es que La vorágine es una excusa para hablar de cómo han sido excluidos del relato los pueblos indígenas. Es una excusa para hablar de la esclavitud. Lo que estamos haciendo con la diplomacia cultural es usar estos mecanismos como herramientas para la política exterior.
Ustedes hablan de una diferencia entre exponer o promover una imagen y una identidad. ¿Cuál es esa diferencia?
La marca es la imagen, pero esa es una actividad que le corresponde a ProColombia. Adicionalmente, a nosotros no nos importa incomodar y esa es una gran posibilidad con la identidad colombiana.
¿A qué se refiere? ¿Por qué esa es una posibilidad?
A que posiblemente sería incómodo hablar de la exclusión de las poblaciones indígenas, afro-raizales, negras y palenqueras, pero eso no nos importa. Tal vez, además, sea incómodo hablar de conflicto, pero tenemos que hacerlo. Si incómoda, pues vamos a incomodar. Nos interesa exponer con absoluta certeza lo que ha sido, es y podría ser Colombia. No se trata solamente de una imagen positiva, no es solo el mango, el maracuyá y el sombrero vueltiao. No. También podemos y tenemos que hablar de un territorio como Antioquia, que se ha permeado de una narcocultura. Y si eso lo tenemos que contar a través de un libro, una obra de teatro o una conversación de carácter académico, lo haremos. Publicitariamente, eso no es atractivo, pero la función de la Dirección de Asuntos Culturales o de la Cancillería no es hacerle publicidad a Colombia.
Más allá de lo obvio, ¿por qué cree que no es atractivo que se hable de las tragedias colombianas para referirse a la identidad? Igual, son asuntos que la integran...
Pues, a mí me parece más atractiva la posibilidad de la crítica al tener vías para detonar una conversación en la que podemos no estar de acuerdo. Desde la Cancillería he estado acompañando conversaciones bilaterales con muchos países y son muy enriquecedoras. Por ejemplo, cuando uno ve al viceministro Francisco J. Coy hablando con el canciller de Azerbaiyán. Es decir, un musulmán conversando con un hombre de Colombia sobre la paz. Son visiones completamente distintas, pero siempre habrá coincidencias sociológicas, antropológicas, históricas. Me refiero a una forma de hablar de nuestro país de una forma más profunda y humana.
Claro, lo que usted dice nos conduce a más profundidad, pero comercial o publicitariamente no es rentable porque repela, no “vende”...
Es curioso: aquí hablan de la cultura y la definen como la hora de las noticias “positivas”, “agradables”. Y yo entiendo el punto o el objetivo de hablar así, pero la cultura no deja de ser crítica, por eso la estética y la ética para mí son fundamentales: aunque el arte es estético, diletante, bonito, no “emboba”.
¿Cómo hacer para que, por ejemplo, un país europeo permita que nuestras relaciones se activen o se fortalezcan a través de saberes indígenas sobre un tema como la biodiversidad? Sobre todo, teniendo en cuenta el colonialismo...
Cualquier hombre o mujer de las 115 comunidades indígenas que existen en Colombia, está en la capacidad de conversar sobre cualquier cosa. Hay un dato muy conocido de los indígenas Sami en Noruega. Ellos han empezado a hacer diplomacia indígena y se ha comenzado a hablar sobre la transición energética desde su enfoque de biodiversidad. Aquí he aprendido que la diplomacia no trae resultados de un día para otro: si para mí la cultura no es eventual, la diplomacia menos. Los diálogos son a paso lento, pero seguro. Yo no sé si al final de la conversación entre una mujer indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta y un hombre belga en Bruselas, inmediatamente haya un resultado, pero estoy segura de que invita a una reflexión. Creo que como humanidad y como especie estamos entrando en unas nuevas narrativas mucho más sensibles y humanas. Y creo que la cultura ayuda a ambientar y acompañar ese lado de la conversación.
¿Por qué no se puede mencionar la palabra “descolonial” para, por ejemplo, pedirle a España que nos devuelva el tesoro Quimbaya?
Porque nuestra prioridad es la devolución. Si un país, que no estoy diciendo que sea España, sino cualquier país, dice que prefiere evitar la palabra “descolonial”, cedemos porque nuestro objetivo más grande. De todas formas, no dejamos de conversar sobre eso. Si bien es cierto que no decimos la palabra o tocamos el tema en ese diálogo bilateral, sí lo hacemos desde otras perspectivas. Por ejemplo, aquí vino alguien pensando en la devolución de algunas piezas que le pertenecían a Colombia, y lo que hice fue llevarlo a la exposición “Sembrar la duda”, en el MAMU. Miren, no tuve que decir nada. La exposición lo dijo todo. Esa persona me miraba y se reía, pero por la comprensión del mensaje. Le propuse que lleváramos esta muestra a su país. Yo entiendo que ellos también están en una posición difícil porque como funcionarios públicos tenemos una responsabilidad: garantizar unas reivindicaciones. Y si yo garantizo la reivindicación con el hecho, me evito la pelea con él, pero a través del arte sí le pude decir: has sido un imperialista toda tu vida y te va a tocar dejar de serlo.
¿Y así funciona con todos los países? ¿Muchos se han negado a hablar de descolonización?
No, depende. Por ejemplo, en los simposios que se están haciendo sobre el Galeón San José se ha hablado de descolonización y de las nuevas narrativas de los museos, pero con los que nos dicen: miren, yo les devuelvo las piezas, pero no digan que yo los colonicé, lo hacemos. Es decir, cedemos a la hora de no enfrascarnos en la discusión por el lenguaje, ya que lo que nos interesa es traer lo nuestro.
¿Cómo se daría esta discusión con España, que anunció su intención de “descolonizar” sus museos? ¿Y cómo se ve esto en el caso de la colección Quimbaya?
Yo me quedo con la enseñanza de Alhena Caicedo. Ella dice que no hay nada que hacer con esa colección y habla de los patrimonios compartidos. Todo esto surgió por un comentario el ministro de Cultura en España sobre cuáles serían las nuevas narrativas de los museos. Solamente el hecho de estar hablándolo ya es ganancia. Por eso digo que el proceso es lento. El hecho de que nosotros podamos estar hablando de esto es importante.
Con respecto a esta colección, si en España está cuidada y exhibida, ¿por qué es importante que la devuelvan?
Esa es una pregunta que a mí me ha surgido todo el tiempo. La gente se emociona mucho con esto que está pasando. Esto ha entrado a unos niveles de un valor simbólico y me he preguntado el porqué de ese valor. Creo que el mensaje, más allá de por qué es tan importante devolverlo, es ¿por qué estamos queriéndolo aquí? Más allá de que lo logremos o no, es la conversación alrededor de una memoria colectiva, un lugar que nos une y en el que nos encontramos todos. Es una reivindicación. He hablado mucho en estos días sobre cómo el valor de “devolver” está más en entender que el objeto que es repatriado o retornado a Colombia, fue descubierto por alguien que nos estaba descubriendo a nosotros. Ahí hay unas reivindicaciones entre la colonización, una nueva narrativa de museos y el valor simbólico de unos relatos que nosotros nunca hemos contado. Tenemos un Museo del oro, pero en la actualidad no unos debates contemporáneos sobre lo que significan esas piezas.
Ha dicho que para esto se requiere un proceso de sensibilización, pero ¿de quiénes o para quiénes?
Para todos nosotros. Hablar de sensibilidad es que haya una política de Estado para el patrimonio, tiene que haber un mecanismo o instrumento como una ficha de inversión o un decreto o una resolución, algo donde quede escrito que el Estado colombiano está dispuesto a hacer una política pública sobre el patrimonio, que además trasciende a los líderes. El líder del sector del patrimonio es el Ministerio de Cultura, que tiene a la autoridad en piezas arqueológicas, el ICAHN. Ahora estamos muy involucrados desde la Cancillería. Particularmente, la Dirección de Asuntos Culturales tiene un trabajo muy articulado con el Ministerio de Cultura: estamos en conversaciones todo el tiempo, pero solamente porque hay voluntad política. En el gobierno pasado se trajeron 200 piezas y en este ya tenemos 600. La sensibilización es preguntarse: ¿por qué será que nos causa curiosidad? ¿Cuál es ese detonante que a todos nos lleva a que esto nos guste tanto? El Estado debe tener un mecanismo en el que garantice que ese deseo inicial del presidente se convierta en una política pública.
¿Cómo se imagina eso en el futuro?
Mi sueño es que seamos un referente para nuestros países vecinos y que la UNESCO reconozca a Colombia como líder en devoluciones de patrimonio en el sur global. Esto implica un Estado fortalecido, un país desarrollado, una ciudadanía apropiada. Al final redunda en muchas cosas, más que solamente en la pieza.
Ustedes proponen profundidad. De esto hemos hablado durante la entrevista, pero atravesamos actualmente una era de superficialidad, por llamarlo de alguna manera... No hay tiempo para asimilar la cantidad de contenido disponible, hay una alta tendencia hacia la “faradulización” de temas que podrían ser muy relevantes...
Coincido. Miren, nosotros hemos tratado de evitar esa superficialidad que mencionan intentando varias cosas: insertándonos en el diálogo del sur global, haciendo una estrategia África, participando en los diálogos de la estrategia Caribe. El Estado no es superficial, al contrario, es sumamente profundo y viene con las ataduras de una historia (trabajamos con el Plan de Promoción de Colombia en el Exterior de 1983). Y bueno, sí, estamos en esa dinámica, pero también creo que, como individuos, tenemos que combatirla. Tenemos que leer libros, ir a cine y dejar de pensar que las artes y la cultura son solamente entretenimientos. Como humanidad, tenemos unos problemas muy graves: una crisis climática, las consecuencias de una pandemia, la posibilidad de unas armas nucleares y una polarización absolutamente nociva. Siempre que veo eso, pienso en mi hija. Mi objetivo es transmitirle que donde puede encontrar armonía, serenidad y reflexión es en el arte.
El arte, las ciencias sociales, la cultura como aliados para esas reflexiones que menciona…
Estamos en una era en la que se ha banalizado la misma humanidad, pero esperaría que los diálogos sobre, por ejemplo, la descolonización y las nuevas narrativas, nos humanicen. Siendo una persona que trabaja en ciencias sociales, pienso que el humanismo es el que nos salvará de esa banalidad. Todos deberíamos ser humanistas. Por supuesto, creo que las competencias económicas son absolutamente relevantes, pero la conversación sobre la humanidad es esencial.
¿Por qué?
Porque creo que la conversación puede salvar el mundo.
Cambiemos un poco de tema: “La vorágine” tiene un lenguaje algo desafiante. Si ya es retador que en Colombia haya un interés por la lectura de este tipo de textos, ¿cómo hacer para que, por ejemplo, un italiano se interese en un libro escrito en esa clave que, además, es sobre una Colombia que no es actual?
Pero sí es actual. Ahí hay esclavitud, explotación, despojo. Las de La vorágine son problemáticas del siglo XXI que podemos entender y que en esa época no se notaban ni se discutieron. Hoy en día estamos diciendo: ahí hubo un despojo de tierra, pero nadie dijo nada. Sí creo que temáticamente es muy contemporáneo y a eso le estamos apelando. Queremos hablar de cómo la cultura puede debatir estas problemáticas contemporáneas de un país que está en conflicto y ha tenido tantos ciclos de violencia.
¿Cómo manejan o cómo son los estudios de procedencia de las piezas que están llegando al país?
Lo primero es decir que la mayoría de las piezas que en este momento estamos retornando no son producto de la arqueología, sino de la guaquería. Ahí ya empieza de nuevo otro relato. ¿Qué era la guaquería? Bueno, pues la gente sabía dónde había un entierro y deducía: aquí hubo asentamiento y si hubo gente viva, hubo gente muerta. Es decir, aquí debe estar el plato donde comieron y la urna donde los enterraron. Ocurría así: botaban unos barrotes de hierro y, si salía aire, confirmaban el entierro. Y salían gases, así que se perdían tocas las capas: ya no se puede saber si fue 1500, 1400 o 1300. Sin embargo, Colombia es un país con una historia de arqueología muy importante. Para contestar: tenemos un Instituto Colombiano de Antropología con toda una oficina de arqueología que responde científica y técnicamente por esos procedimientos.
Hace un tiempo vimos el caso de unas piezas precolombinas de Colombia y México en una subasta, pero hablaban de piezas muy escuetamente... No decían mucho más...
Claro, pasa mucho. Se les da el valor de una colección, no de una sociedad que construyó y usó esa pieza. Nosotros hemos parado subastas porque alguien detecta que algo anda mal. Ciudadanos interesados que alertan sobre ventas de piezas que tienen un valor más allá del que se les está dando allí y que, además, no podrían vender o subastar. Y cuando uno le dice a una casa de subasta que está incurriendo en “tráfico de patrimonio material de acuerdo con la UNESCO”, bajan el catálogo y las devuelven. En este momento tenemos alrededor de 80 piezas que no hemos podido retornar porque el presidente no ha ido. Por eso tiene que haber una política, porque no tendríamos que estar dependiendo del buque Gloria para retornar el patrimonio.
¿Y las piezas que están llegando dónde están?
Están bajo la custodia del ICANH, en donde hay bodegas y laboratorios. Muchas de las que han llegado son replicas, pero hemos pensado en que a esas también podríamos sacarles provecho llevándolas a colegios o regalándolas a quienes nos visiten y quieran conocer más del país...