“Incluso en situaciones adversas, el encuentro con la niñez es esperanzador”
El abogado y experto en temas de la niñez Esteban Reyes habló de la iniciativa de Aldeas Infantiles SOS, donde asumió el cargo como director nacional. Además, mencionó los retos del trabajo social con niños en el panorama actual de Colombia.
Jorge Danilo Bravo Reina
¿Qué son las Aldeas Infantiles SOS?
Estas se agrupan en una organización que se originó en Austria, después de la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de proporcionar un entorno familiar para los niños huérfanos. La idea central detrás de las aldeas es evitar que los niños crezcan en instituciones u orfanatos. Este modelo implica la creación de conjuntos de casas donde viven grupos de hasta nueve niños en cada una, junto con una madre y un equipo que desempeñan roles parentales. Con el tiempo, la organización se ha expandido y ahora está presente en 137 países. Llegó a Colombia hace más de 50 años.
¿Cómo funciona en Colombia?
En Colombia, las aldeas operan bajo el esquema central de programas de acogimiento, diseñados para niños que no tengan familia o estén en riesgo debido a la desprotección de sus derechos. Trabajamos en colaboración con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para garantizar estándares de atención de calidad, lo que incluye cuidado alternativo, como las familias sustitutas, donde los niños son acogidos temporalmente. Además del acogimiento, tenemos dos líneas de acción adicionales: una se centra en la prevención, a través de programas que fortalecen a las familias para que sean entornos protectores y eviten la separación de los niños. La otra es la incidencia, donde realizamos acciones públicas y movilización ciudadana para defender los derechos de los niños, especialmente el de tener una familia.
¿Cómo se financia esta iniciativa?
Contamos con diversas estrategias de recaudación. Una de ellas es el programa de padrinos, donde individuos pueden convertirse en amigos de Aldeas Infantiles o padrinos de los niños, realizando aportes mensuales del orden de $50 mil al mes. Asimismo, recibimos donaciones de organizaciones, empresas y particulares, tanto de artículos nuevos como usados. Para gestionar estas donaciones contamos con el “Garaje SOS”, un espacio donde vendemos estos objetos y destinamos todas las ganancias a la atención de los menores. También tenemos una alianza con la fundación de Gastronomía Social, a través de la cual ofrecemos programas de formación en habilidades culinarias para jóvenes. Esta colaboración nos permite brindarles oportunidades de formación que facilitan su acceso al mercado laboral y los prepara para la vida independiente.
¿Cómo llegó a ser director nacional de Aldeas Infantiles SOS en Colombia?
Mi trayectoria en el campo de la infancia comenzó hace muchos años. Siendo abogado, me enfoqué en educación, luego en deporte y también en arte. Todas estas son herramientas de inclusión para niños en comunidades vulnerables. Para mí, la infancia representa una vulnerabilidad inherente, ya que ellos no tienen voz política y su protección a menudo queda en segundo plano en la sociedad. Creo que hay mucho trabajo por hacer para concientizar a los adultos sobre los derechos de los niños. Conocía la labor de Aldeas Infantiles SOS en el sector social, siendo una de las organizaciones más relevantes en el país en este ámbito. Mi interés creció aún más cuando exploré su modelo y vi su impacto. Cuando se abrió una vacante para el cargo de director en la organización, apliqué y fui seleccionado.
¿Cuáles son los retos que enfrenta Aldeas Infantiles SOS en Colombia y a nivel internacional?
Actualmente, uno de los principales retos que enfrentamos a nivel nacional e internacional en el ámbito de las organizaciones sociales, especialmente en el sector de la infancia, es la disminución de recursos de cooperación y sensibilidad para apoyar estas iniciativas. Aunque los desafíos sociales, como la crisis humanitaria derivada del posconflicto y la migración, siguen siendo significativos e incluso crecientes, los recursos disponibles para abordarlos tienden a reducirse. En Colombia, la niñez en conflicto, el reclutamiento armado, la migración de niños y niñas no acompañados, así como las secuelas del covid-19, han exacerbado las brechas educativas y los problemas de salud mental. Sin embargo, el país es percibido por la cooperación internacional como de renta media, lo que ha llevado a una disminución en los recursos disponibles para financiar acciones sociales. Este panorama nos obliga a replantear la sostenibilidad de nuestros programas en un contexto donde la capacidad del Estado es limitada y muchas organizaciones sociales han tenido que suplir servicios que el Estado no ha podido proporcionar. Es crucial encontrar nuevas estrategias de financiación y colaboración para seguir atendiendo las necesidades de la infancia en un entorno cada vez más desafiante.
¿Qué ha aprendido de su experiencia trabajando con organizaciones sociales enfocadas en la infancia?
Creo que enseña muchas cosas. Por un lado, el encuentro con los niños siempre es esperanzador, incluso en situaciones adversas. Su capacidad para percibir la realidad y adaptarse es admirable y nos inspira. No obstante, el trabajo con la niñez también implica procesos de largo alcance y resultados que a menudo requieren tiempo para materializarse. Esto significa que no siempre se ven transformaciones inmediatas. Unos de los mayores aprendizajes han sido la paciencia y resiliencia. Es crucial entender que trabajar con seres humanos, especialmente niños, no siempre es predecible y las cosas pueden no salir como se esperaba. Es necesario aprender a manejar la frustración.
¿Algún momento que haya sido bastante significativo en su trayectoria?
Me marcó conocer a las madres sustitutas en el programa de Ipiales, quienes acogen a niños en situación de discapacidad. Visité a una madre que tiene tres adolescentes con discapacidad viviendo en su casa, junto a su esposo. Ese encuentro fue conmovedor. Ver cómo estos niños, que han sido vulnerados y maltratados, comienzan a florecer en un entorno amoroso y seguro es inspirador. Estas experiencias desafiantes me han llevado a trabajar arduamente para garantizar que los adolescentes en nuestros programas tengan una voz activa y sean escuchados. Aunque he enfrentado frustraciones en este aspecto. Organizar ejercicios de participación para los jóvenes puede ser difícil y las motivaciones a menudo no son consistentes.
¿Qué son las Aldeas Infantiles SOS?
Estas se agrupan en una organización que se originó en Austria, después de la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de proporcionar un entorno familiar para los niños huérfanos. La idea central detrás de las aldeas es evitar que los niños crezcan en instituciones u orfanatos. Este modelo implica la creación de conjuntos de casas donde viven grupos de hasta nueve niños en cada una, junto con una madre y un equipo que desempeñan roles parentales. Con el tiempo, la organización se ha expandido y ahora está presente en 137 países. Llegó a Colombia hace más de 50 años.
¿Cómo funciona en Colombia?
En Colombia, las aldeas operan bajo el esquema central de programas de acogimiento, diseñados para niños que no tengan familia o estén en riesgo debido a la desprotección de sus derechos. Trabajamos en colaboración con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para garantizar estándares de atención de calidad, lo que incluye cuidado alternativo, como las familias sustitutas, donde los niños son acogidos temporalmente. Además del acogimiento, tenemos dos líneas de acción adicionales: una se centra en la prevención, a través de programas que fortalecen a las familias para que sean entornos protectores y eviten la separación de los niños. La otra es la incidencia, donde realizamos acciones públicas y movilización ciudadana para defender los derechos de los niños, especialmente el de tener una familia.
¿Cómo se financia esta iniciativa?
Contamos con diversas estrategias de recaudación. Una de ellas es el programa de padrinos, donde individuos pueden convertirse en amigos de Aldeas Infantiles o padrinos de los niños, realizando aportes mensuales del orden de $50 mil al mes. Asimismo, recibimos donaciones de organizaciones, empresas y particulares, tanto de artículos nuevos como usados. Para gestionar estas donaciones contamos con el “Garaje SOS”, un espacio donde vendemos estos objetos y destinamos todas las ganancias a la atención de los menores. También tenemos una alianza con la fundación de Gastronomía Social, a través de la cual ofrecemos programas de formación en habilidades culinarias para jóvenes. Esta colaboración nos permite brindarles oportunidades de formación que facilitan su acceso al mercado laboral y los prepara para la vida independiente.
¿Cómo llegó a ser director nacional de Aldeas Infantiles SOS en Colombia?
Mi trayectoria en el campo de la infancia comenzó hace muchos años. Siendo abogado, me enfoqué en educación, luego en deporte y también en arte. Todas estas son herramientas de inclusión para niños en comunidades vulnerables. Para mí, la infancia representa una vulnerabilidad inherente, ya que ellos no tienen voz política y su protección a menudo queda en segundo plano en la sociedad. Creo que hay mucho trabajo por hacer para concientizar a los adultos sobre los derechos de los niños. Conocía la labor de Aldeas Infantiles SOS en el sector social, siendo una de las organizaciones más relevantes en el país en este ámbito. Mi interés creció aún más cuando exploré su modelo y vi su impacto. Cuando se abrió una vacante para el cargo de director en la organización, apliqué y fui seleccionado.
¿Cuáles son los retos que enfrenta Aldeas Infantiles SOS en Colombia y a nivel internacional?
Actualmente, uno de los principales retos que enfrentamos a nivel nacional e internacional en el ámbito de las organizaciones sociales, especialmente en el sector de la infancia, es la disminución de recursos de cooperación y sensibilidad para apoyar estas iniciativas. Aunque los desafíos sociales, como la crisis humanitaria derivada del posconflicto y la migración, siguen siendo significativos e incluso crecientes, los recursos disponibles para abordarlos tienden a reducirse. En Colombia, la niñez en conflicto, el reclutamiento armado, la migración de niños y niñas no acompañados, así como las secuelas del covid-19, han exacerbado las brechas educativas y los problemas de salud mental. Sin embargo, el país es percibido por la cooperación internacional como de renta media, lo que ha llevado a una disminución en los recursos disponibles para financiar acciones sociales. Este panorama nos obliga a replantear la sostenibilidad de nuestros programas en un contexto donde la capacidad del Estado es limitada y muchas organizaciones sociales han tenido que suplir servicios que el Estado no ha podido proporcionar. Es crucial encontrar nuevas estrategias de financiación y colaboración para seguir atendiendo las necesidades de la infancia en un entorno cada vez más desafiante.
¿Qué ha aprendido de su experiencia trabajando con organizaciones sociales enfocadas en la infancia?
Creo que enseña muchas cosas. Por un lado, el encuentro con los niños siempre es esperanzador, incluso en situaciones adversas. Su capacidad para percibir la realidad y adaptarse es admirable y nos inspira. No obstante, el trabajo con la niñez también implica procesos de largo alcance y resultados que a menudo requieren tiempo para materializarse. Esto significa que no siempre se ven transformaciones inmediatas. Unos de los mayores aprendizajes han sido la paciencia y resiliencia. Es crucial entender que trabajar con seres humanos, especialmente niños, no siempre es predecible y las cosas pueden no salir como se esperaba. Es necesario aprender a manejar la frustración.
¿Algún momento que haya sido bastante significativo en su trayectoria?
Me marcó conocer a las madres sustitutas en el programa de Ipiales, quienes acogen a niños en situación de discapacidad. Visité a una madre que tiene tres adolescentes con discapacidad viviendo en su casa, junto a su esposo. Ese encuentro fue conmovedor. Ver cómo estos niños, que han sido vulnerados y maltratados, comienzan a florecer en un entorno amoroso y seguro es inspirador. Estas experiencias desafiantes me han llevado a trabajar arduamente para garantizar que los adolescentes en nuestros programas tengan una voz activa y sean escuchados. Aunque he enfrentado frustraciones en este aspecto. Organizar ejercicios de participación para los jóvenes puede ser difícil y las motivaciones a menudo no son consistentes.