Erick Duncan: “Todos tenemos una pequeña caja negra alojada en la memoria”
El periodista y escritor colombiano lanzó “Soñé que nadie moría en la víspera”, libro que recoge sus crónicas publicadas en El Espectador y “El Malpensante”, entre otros medios.
Andrés Osorio Guillott
En la nota de autor de su libro Soñé que nadie moría en la víspera, el mismo Erick Duncan citó a Ernesto McCausland, quien dijo que todo medio de comunicación debía tener, como mínimo, un cronista de planta. Con esa referencia, empiezo este texto, pues en tiempos en que todo se cuenta en 30 segundos, haciéndoles creer a las personas que la historia es así de corta y sencilla, aún hay quienes reivindican el valor de construir un relato, ponerle cara y humanizar a quienes muchas veces pasan como simple anécdota o una cifra más.
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En la nota de autor de su libro Soñé que nadie moría en la víspera, el mismo Erick Duncan citó a Ernesto McCausland, quien dijo que todo medio de comunicación debía tener, como mínimo, un cronista de planta. Con esa referencia, empiezo este texto, pues en tiempos en que todo se cuenta en 30 segundos, haciéndoles creer a las personas que la historia es así de corta y sencilla, aún hay quienes reivindican el valor de construir un relato, ponerle cara y humanizar a quienes muchas veces pasan como simple anécdota o una cifra más.
Duncan —quien habla con la misma seriedad que usa en sus textos, donde relata la particularidad del Caribe en tono samario— ha logrado sobrevivir como cronista, reafirmando también aquella cita que hizo de Juan Villoro: “Los cronistas siempre se han financiado a sí mismos”.
“Un periodista que abre sus ojos al caudal de la palabra y que nos deja el legado ambulante de su creatividad”, escribió Jorge Cardona en el prólogo de este libro de crónicas que rinde homenaje a quienes dieron su vida por una causa, a “los escritores que viven en el abismo”, a los “rostros urbanos”. El lado B de la historia, las caras de quienes componen una ciudad llena de anónimos como Bogotá. Eso es Soñé que nadie moría en la víspera, un compendio de historias que hacen posible creer que todos podremos morir tranquilos tras haber alcanzado nuestra utopía personal, pero donde también hay quienes fallecieron intentándolo. Es un libro que va desde el general Sandúa, pasando por los lustrabotas del Parque Santander de Bogotá y las amistades de Ramón Illán Baca y Karem Ganem, hasta personajes como Luis Carlos Galán y Jaime Bateman, a quienes recuerda desde otro ángulo.
¿Qué lo hizo cronista?
Creo que eso siempre estuvo ahí como un llamado permanente. Es curioso, no sé cómo nace un cronista, pero uno tiene una señal interna que lo impulsa a buscar historias. He tenido referentes periodísticos desde hace muchos años. En Colombia, más allá de García Márquez, hay muy buenos cronistas como Ernesto McCausland. Siempre sentí esa inquietud y, antes de terminar la universidad, pude presentarle un texto a Jorge Cardona. Era sobre Jaime Bateman, me dijo que se lo pasara para publicarlo en El Espectador, lo mandé y lo publicaron. Así se me abrieron las puertas; Jorge fue muy importante.
Menciona a Karim Ganem y Ramón Illán, ¿podemos hablar de ellos y cómo esa amistad también influyó en su oficio?
Ramón Illa es para mí el gran autor marginal de la literatura colombiana. Le gustaba ese término, porque no estaba ante los reflectores, en grandes eventos ni ferias. Es muy meritoria su literatura, es una reivindicación del humor. Además, le tocó escribir en una época compleja, donde muchos querían parecerse a García Márquez. Ramón fue distinto, se enfocó en espías y nazis en el Caribe, relatos curiosos que hacen reír. En el caso de Karim, creo que fue una de nuestras grandes plumas del Caribe. Lastimosamente, una pérdida muy repentina. Fue editor de El Malpensante y del informe de la Comisión de la Verdad. Su libro fue premiado como el mejor de crónica culinaria del mundo. Él también creyó en mí y me publicó en la revista. Fue de esos amigos que se van antes de tiempo.
Usted comienza el libro con el general Sandúa, quien está en la portada. ¿Por qué es importante ese personaje?
El general Sandúa representa una época, tanto de mi vida como de la escena bogotana. Era un hombre tierno, inocente, que quería ser santo, el santo de la paz que no alcanzó a ver. Conversé varias veces con él, varias tardes, escuché todos sus pesares, sus alegrías repentinas, la ternura que le llegaba a cada rato. Luego le perdí la pista y más tarde supe que había fallecido en plena pandemia. Él quería encontrarse con sus hermanos, no sabía nada de su familia. Se había vuelto defensor de los habitantes de calle del Parque Santander. Son personajes épicos en escenarios pequeños, defendiendo causas como esa. Siempre les seguí la pista a esos personajes urbanos, que estuvieran en el lado B de la escena.
Para allá iba. Hablemos de esa división de capítulos. El primero, “Rostros urbanos”...
La ciudad está llena de personajes que cuentan formas de vida distintas, relatos de vida que no alcanzamos a imaginar y es bueno reivindicarlos. Uno podría hacer un mosaico de Bogotá con ellos, con esos personajes que están en la trastienda de la escena. Es perfectamente encontrar personajes como el general Sandúa, una mujer que va al Centro de Memoria y busca exorcizar su pena por un hijo convertido en falso positivo, o el mago Ávila, famoso porque García Márquez lo mencionó en sus memorias. Los lustrabotas también, que parecen estar desapareciendo. Conversé con ellos por tres meses para sacar ese texto.
Personajes que honraban la vida por una causa. ¿Por qué le interesa este concepto?
Esos personajes sí murieron en la víspera, la mayoría son representativos de una época en la que se añoraba el cambio en Colombia, pero no había muchas posibilidades en el campo político. Hoy estamos viviendo parte de lo que quedó. Muchos desaparecieron, como Pizarro, Bateman y el mismo Galán. Fueron textos que nos propusimos con Jorge Cardona para contar el otro lado de esos personajes que a veces olvidamos. Estos personajes están en la memoria colectiva, pero nadie echa mano de esos recuerdos. A ninguno lo conocí, pero sí llegaron a mi vida por relatos de mis padres, de tíos que ya no están y que hicieron parte de mi vida en Santa Marta. Hay un texto sobre el Che, que me publicó Frank Báez, y quisimos contarlo a través de los ojos de los escritores. No es una reivindicación necesariamente, pero sí fue contar un mito latinoamericano.
Eso nos da pie para hablar de esa figura de “Escritores en el abismo”, de personajes como Quino y Machado, entre otros...
Los escritores están permanentemente en una cuerda floja: dedicarse a una actividad tan lenta y solitaria en un mundo tan vertiginoso; sin embargo, claro, uno ve que cada vez hay más escritores, gente que quiere escribir. Pero esos escritores de antes me parece que se movían con otras lógicas, las del anonimato, y era un poco escribir o morir. En el caso de Ramón, pues, era como que no sabía hacer más nada; siendo abogado, se dedicó a escribir con toda su soledad, y así llegó a sus ochenta y pico de años. En el caso de Quino, creo que no es fácil dibujar tiras cómicas con los textos, además en época de dictadura, y que una tira cómica se volviera como una pequeña resistencia, y que incluso los militares estuvieran pendientes de la tira cómica, es una locura y hasta peligroso. Y en el caso de Gabriel Escorcia Gravini, es un tipo que se está muriendo, desahuciado con la lepra en un cuarto de soledad, y el hombre no renunció a la escritura de su poesía. Se refugió en ella totalmente, me parece que eso es algo bonito y hasta romántico, que muestra un poco el abismo en el que se mueven los escritores constantemente, entre la vida y la desaparición.
“Las amistades, igual que los aviones, suelen tener una caja negra que conserva las palabras o, mejor, una caja negra que atesora las conversaciones”. ¿Podemos ahondar en esa metáfora?
Todos tenemos una pequeña caja negra alojada en la memoria, que sirve para rescatar los momentos más decisivos de nuestras vidas. Para mí no sería muy difícil recrear esas caminatas por Barranquilla, conversando con Ramón Illán sobre literatura, fantasmas literarios, personajes que desaparecieron sin dejar mayor huella en la movida literaria. Entonces, creo que es como echar mano de esa caja negra que todos tenemos ahí, donde están amigos, amores, afectos, y que termina creando, para inmortalizarla un poco, cualquier escena de la vida.
“No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires”. Esta es una cita que usted agrega que hizo el Ché aludiendo a Rilke. ¿Qué opina de esa afirmación?
Que es cierta. Los mártires, los héroes y los santos son una luz de lo que puede ser la épica en la vida o el hecho de llenar la vida de contenido, a pesar del martirio y del destino trágico de muchos héroes malogrados, santos y mártires. Por algo será que quedan tan encumbrados en la memoria colectiva. Todavía la gente habla de Bateman, del Che en Latinoamérica, y aún uno puede encontrar a alguien como Pepe Mujica hablando del Che Guevara, por ejemplo. Ese romanticismo además estaba muy presente en los escritores de la época, como Ernesto Sábato y García Márquez. Eso ha ido desapareciendo de la escena, pero ese anhelo estuvo muy presente en esa época.
Muy fuerte la frase que cita de su mamá sobre Galán, al final del texto: “La vida para Colombia fue muy corta después de ese 18 de agosto”, pero así ha sido siempre en este país, ¿o usted qué piensa al respecto?
Yo creo que mi mamá, como todos los jóvenes en algún momento, era parte del cambio. Tanto ella como mi papá quisieron ser parte, particularmente con esa campaña de Galán. Y claro, cuando lo matan es un golpe fuertísimo. Lo curioso de ese texto es situarlo en Santa Marta, en el epicentro de la noticia, en lugar de Bogotá o las grandes ciudades. Entonces, ¿por qué no contar un drama tan fuerte como ese, que ha marcado el rumbo del país, desde una pareja que está caminando al lado del mar en Santa Marta, viendo cómo la gente vivía ese momento? Creo que, en esa medida, es un texto que hace como un exorcismo de mis propios recuerdos y mi propia memoria familiar.
Hay otra frase, que es de Bateman: “Porque el amor es la cerveza de la vida, es la sensación de la inmortalidad...
Terminó convertida incluso en canción, ¿no? Es tan difícil hoy encontrar discursos que reivindiquen el amor de esa manera, hablando con esa determinación tan absoluta. Yo pienso que es así, y también hay gente muy valiosa que lo ha afirmado y reconfirmado. Pienso, por ejemplo, en esas palabras de Fernando Savater, cuando dice que la vida sin amor no vale la pena, que vale la pena entregarse a una vida con amor, esclavizarse a ese amor, entregarse a ese amor, porque es lo que le da un destino natural a la vida. Creo que en ese sentido Bateman tenía razón.
En una parte afirma que “el cronista Ernesto McCausland dijo que todo periódico y medio de comunicación debería tener como mínimo un cronista de planta”. ¿Por qué sigue siendo importante ese oficio en el periodismo?
Los cronistas son los que están contando el pálpito detrás de los números, de la noticia. Estamos llenos a veces de cifras frías que no nos dicen nada y ayudan a normalizar el caos. Es terrible que en un país como Colombia, durante tantos años, es cotidiano prender la televisión y ver que hubo tantos muertos en tal lado, o leer en la prensa: “15, 20 muertos en una masacre”. Llegamos a un punto en el que se consideraban las masacres de los paramilitares como clásicas, como si fuera algo normal. Ya estamos tan acostumbrados, que creo que el cronista, finalmente, tanto el cronista como el perfilador es quien nos cuenta las caras detrás de una noticia: la humanidad, el dolor, el amor. En esa medida, creo que un cronista o un periodista literario, narrativo, humanizaría las noticias. Lastimosamente, creo que es difícil en estas lógicas empresariales modernas. En la época de los periódicos familiares, los Cano y los Santos, era mucho más probable contar con esa figura del cronista, contador de historias. Ahora, lastimosamente, nuestros medios dependen de grandes grupos económicos que no ven esa necesidad. Hay que sacar textos cortos que cumplan con una función, la tiranía del clic, y otras cosas, y en esa medida se va perdiendo el cronista y el perfilador. Pero como dijo Juan Villoro, “los cronistas siempre se han financiado a sí mismos”. Quizás hubo una época en que la buena prensa los financió, pero el cronista sigue echando mano de todo: tanta pasión, tantas ganas, de sus propios recursos. Entonces, creo que la crónica no va a desaparecer, ni el perfil, por ahora.
¿Por qué el título de libro?
Sí, eso tiene que ver mucho con lo que nos planteamos con Jorge Cardona. Luego, compilando los textos, concluí que la mayoría de los personajes se mueren queriendo ver algo, se mueren antes de tiempo, se mueren en la víspera. Hay una frase muy famosa, un refrán viejísimo que dice que “nadie se muere en la víspera”. Pero yo creo que sí estamos llenos de muertes en la víspera, en un país como Colombia, además, abundan esas muertes, ya sea por asesinatos o por muerte natural. Finalmente, es un sueño, el sueño de que la gente no se muera antes de tiempo.
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