Es la memoria de un destino, “Fue la mano de Dios”
Reseña de la más reciente película de Paolo Sorrentino, el director italiano ganador del Óscar en 2014, disponible en Netflix.
Javier Morales Cifuentes
El viaje, esa historia infinita, ese pasaje o recorrido que todos llevamos dentro y que le da sentido a esto que llamamos vida. El viaje en un tren para desafiar el destino, el viaje feroz en una carretera para recibir la noticia de una muerte, el viaje en lancha a un baile que nunca se da, el viaje de un ídolo a tu ciudad natal, el viaje en moto para salvar a una musa y su locura. Todos estos viajes y más están presentes en Fue la mano de Dios (2021), la más reciente película de Paolo Sorrentino, el director italiano ganador del Óscar en 2014. Una película que en sí misma es un viaje a la adolescencia, al nacimiento del deseo y al origen de la fascinación por el cine.
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El viaje, esa historia infinita, ese pasaje o recorrido que todos llevamos dentro y que le da sentido a esto que llamamos vida. El viaje en un tren para desafiar el destino, el viaje feroz en una carretera para recibir la noticia de una muerte, el viaje en lancha a un baile que nunca se da, el viaje de un ídolo a tu ciudad natal, el viaje en moto para salvar a una musa y su locura. Todos estos viajes y más están presentes en Fue la mano de Dios (2021), la más reciente película de Paolo Sorrentino, el director italiano ganador del Óscar en 2014. Una película que en sí misma es un viaje a la adolescencia, al nacimiento del deseo y al origen de la fascinación por el cine.
El pequeño Fabio, Fabietto Schisa (interpretado por Filippo Scotti), vive con sus padres en un conjunto de apartamentos en Nápoles, la ciudad de ensueño frente a las costas del Mediterráneo al sur de Italia. Fabietto es un adolescente en plena efervescencia, un joven repleto de dudas y con una sola pasión certera: la genialidad absoluta de Diego Armando Maradona.
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En Nápoles la prensa rumora que la llegada del astro del fútbol desde Barcelona es cada vez más posible. Ni Fabietto ni su tío Alfredo (Renato Carpentieri), otro fervoroso maradoniano, creen que eso sea posible. Entre tanto, la familia se prepara para conocer al prometido de una de las tías. Allí vemos por primera vez la naturaleza hilarante de esta familia napolitana, con una matrona que si abre la boca es para insultarlos a todos, una madre malabarista aficionada a las bromas pesadas, unos tíos burlones y machistas, jóvenes primos diligentes, un gran cuadro de familia italiana con su repertorio de frases y respuestas espontáneas que pueden ahogar a cualquiera en su propia risa. Cuando el misterioso prometido aparece en la lejanía, al final de una escalinata eterna, es un lisiado de la guerra que necesita ponerse un aparatito de pilas en la tráquea para poder hablar. Es tan patético que solo queda llorar de la risa.
En el centro de todo está la musa, el viento y el mar personificados, la tía Patrizia (Luisa Ranieri), una escultura viviente que con su desnudez aviva el deseo de todos mientras ella misma está a la deriva de su propia mente, a la deriva de un íntimo sufrimiento que soporta en silencio y que solo Fabietto alcanza a leer en su mirada al verla al borde de un risco con el mar y el atardecer de fondo.
Los rumores de la llegada de Maradona a Nápoles son cada vez más fuertes. Fabietto y su hermano Marchino (Marlon Joubert) creen haberlo visto en un BMW junto a una calle costera. Pero no puede ser, un dios como Diego jamás podría llegar a jugar en el Napoli. Es lo que creen todos, pero llega. Una llamada telefónica en la madrugada interrumpe el drama familiar de una pelea entre los padres de Fabietto por una amante de don Saverio (Toni Servillo), una amante ya recurrente y bien conocida por María (Teresa Saponangelo), la madre, que llora desconsolada. Fabietto sufre un ataque de nervios, pero todo se suspende ante la llamada que confirma el rumor: Napoli ha pagado una millonada por el Diego. Ahora todo es abrazos y alegría desbordada en la casa de los Schisa. Menos para la madre, por supuesto, que se consuela haciendo malabares con naranjas y mordiendo sus penas en silencio.
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Para Fabietto la vida ahora parece un sueño, la ciudad ya no puede ser la misma. Los balcones napolitanos hacen una sola sinfonía de histeria cuando Maradona marca el gol con la mano ante los ingleses en el Mundial de México 86. “Es un acto político, ¡una revolución!”, grita el tío Alfredo, “los ha humillado. ¡Humillado!”. Fabietto mira la pantalla fascinado ante aquel momento histórico, reflexionando en la profundidad y la emoción de las palabras de su tío.
Fabietto empieza a ir al estadio de Nápoles con regularidad. La ciudad es un solo fervor alrededor de aquel cebollita que viene de conquistar el mundo, el mismo que una vez reveló su sueño de ser campeón mundial cuando apenas era un pequeño pibe. Maradona es la garantía de todos quienes sueñan. Verlo en el estadio es estar más cerca de los sueños de cada quien.
Por eso Fabietto no acompaña a sus padres a una cabaña a pasar unas vacaciones, porque el Napoli juega en casa y Fabietto no puede faltar. Es la mano de Dios actuando sin que nadie lo sepa. Es la mano de Dios torciendo el destino y sembrando preguntas sobre la suerte de cada quien en este mundo lleno de tragedias, preguntas y misterios.
Fabietto es un joven con un sueño que en sí mismo podría considerarse muy italiano: quiere ser director de cine. Pero su búsqueda ahora lleva el ancla del vacío que le produce la vida que la ha tocado vivir siendo tan joven. Y busca entre las olas de la bahía, en las lanchas rápidas, en amistades entregadas al contrabando, en la evasión del llanto, en un amor esquivo, en las salas de teatro y de cine.
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Además de una profunda devoción por la belleza, hay un elemento que teje y une estas preguntas a lo largo de la historia y que rebosa la pantalla hasta tocarnos: el sentido del fervor, la fe, pero una fe que no es cualquiera, es la fe italiana, italianísima, mediterránea, eclesial. No en vano Sorrentino abre y cierra la película con la presencia de un símbolo que encarna ese fervor, un niño monje que cumple los deseos más íntimos de quien crea en él y bese su frente o le salude con la mano. Símbolos recurrentes en la filmografía del director italiano.
Esa fe es la mano de Dios, esa fuerza invisible que nos mueve a enfrentar nuestros destinos, combatir las dudas, retar a quienes nos retan y emprender el viaje que nos depara la vida. Ese viaje es la historia de juventud que Sorrentino comparte con nosotros, una obra que es una oda a la memoria y al deseo. Una oda a todo aquello que movió a Sorrentino a convertirse en cineasta.