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¿Es la Navidad un milagro?

Cada año, todos, sin excepción, participamos de un rito que consiste en árboles, luces y el nacimiento de un niño. Todos, creyentes o no, participamos de un rito que nos recuerda para qué vivimos, y no vivimos para nada más que para morir y volver a nacer, una y otra vez.

Juliana Vargas @jvargasleal
25 de diciembre de 2022 - 12:00 a. m.
Una vista del árbol de Navidad en la Plaza del Pesebre, en Belén, una ciudad palestina en la región conocida como Cisjordania, situada a unos 9 km al sur de Jerusalén.
Una vista del árbol de Navidad en la Plaza del Pesebre, en Belén, una ciudad palestina en la región conocida como Cisjordania, situada a unos 9 km al sur de Jerusalén.
Foto: EFE - Agencia EFE
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Qué tendrán las luces intermitentes que ni bajo del Sol se apagan. Qué tendrán las bellotas artificiales y las hojas perennes que, sin embargo, desaparecerán en unos cuantos días. Qué tendremos nosotros, que cada año nos dejamos deslumbrar por una luz multicolor, pero al mismo tiempo postiza, falsa.

Lo más probable es que sean deseos de renovación. Aun si despojáramos la Navidad de su trasfondo religioso, todavía queda el misterio de por qué necesitamos construir el mito de un niño que nace una y otra vez por nosotros, y que muere una y otra vez por nosotros. Queda el misterio de por qué necesitamos, de un momento a otro, la compañía del otro, el que sea, así estemos acostumbrados a la soledad. Queda el misterio de por qué vuelve y nace la esperanza cuando antes estaba muerta, como un niño que de pronto se convierte en dios.

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En ese caso, los deseos de renovación convierten la Navidad en, literalmente, un milagro. Nacemos y morimos cada tanto cuando no podemos cumplir sueños, cuando nos alejamos de quienes hemos querido, cuando nos rendimos al vacío de la existencia, cuando le imploramos al universo que nos atienda y recibimos un silencio insondable, como solo el universo podría responder. Y entonces, cada año, le decimos al universo que bien puede seguir expandiéndose, seguir alejándose de nuestra banalidad, seguir existiendo por milenios, siempre ignorándonos, que nosotros somos lo suficientemente fuertes como para morir y renacer, algo que él nunca comprenderá. Nunca entenderá la valentía que entraña levantarse y caminar, a pesar de la fuerza que ejerce la futilidad sobre nosotros. Nunca entenderá el impulso de llevar una roca hasta la cima para que solo vuelva a caer, porque si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará. Y solo nosotros podremos sentir la felicidad momentánea de ver el cielo para luego encallarnos los pies de nuevo, únicamente para volver a sentir el éxtasis del logro.

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En últimas, la Navidad es el milagro que nos señala que, cuando le imploramos al universo atención para solo recibir desprecio, no nos queda más que recordar que también somos un misterio. A pesar de las lágrimas, el dolor y la nimiedad de nuestra corta existencia, nos atrevemos a morir y nacer de nuevo en un ciclo continuo de abatimiento y esperanza. Necesitamos de las luces y las hojas y las bellotas y la compañía de otros para recordarnos que también somos niños que nacemos y morimos cada tanto para salvarnos a nosotros mismos. No somos el universo siempre estable, siempre expandiéndose. Somos una explosión fugaz que, por lo mismo, es hermosa.

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Por Juliana Vargas @jvargasleal

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