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'Es más fácil vender arroz y aceite de oliva que libros'

Rigoberto Gil Montoya, ganador del Premio Literario de la Universidad de Antioquia.

Ángel Castaño Guzmán
08 de octubre de 2014 - 10:37 p. m.
Rigoberto Gil, Sergio Álvarez. /Calarca.net
Rigoberto Gil, Sergio Álvarez. /Calarca.net
Foto: Alvaro Jaime Ospina Ramirez
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Nacido en La Virginia, Risaralda -pueblo conocido gracias a una novela de Bernardo Arias Trujillo-, Rigoberto Gil Montoya es en estos días noticia por el hecho de haber obtenido en menos de un mes dos premios literarios, ambos en el género de novela: el primer puesto del certamen de la Universidad de Antioquia y el segundo lugar en el convocado por la Universidad Javeriana. Docente universitario, Gil Montoya, cultiva el ensayo y, por supuesto, la ficción.

- Sus novelas Perros de paja, El laberinto de las secretas angustias y ¡Plop! se ocupan, desde diferentes ópticas, de la compleja situación nacional. ¿Cree que los dilemas sociales y políticos colombianos han sido registrados con fortuna por los novelistas actuales?

Me parece que sí hay un registro interesante al respecto y caminos distintos, desde lo estético y literario, para abordar esa complejidad que es nuestra historia reciente, llena de excesos y guerras de variada índole. Ya superamos la escritura de panfleto y la mera enumeración de muertos, tan recurrente en la llamada "literatura de la violencia". Ahora el escritor propone historias, dramas, situaciones con las cuales y de manera indirecta, es decir, como correlato, toca el nervio de los dilemas sociales y políticos. Pienso en El ruido de las cosas al caer de Vásquez, en Los ejércitos de Rosero o en Destinos intermedios de Octavio Escobar. Tres obras que se ocupan de crisis recientes del país, pero en ninguna de estas novelas la propuesta de mundo se agota en el color rojo del conflicto. Vásquez ahonda en el problema de la pérdida, al tiempo que se pregunta por el origen del narcotráfico. Rosero crea una atmósfera irreal de destinos cruzados, mientras los inocentes pierden la vida y sus esperanzas en zonas atrincheradas. Escobar nos permite ver, como en una película de acción, las violencias comunes a orillas de las carreteras. He aquí tres novelistas que se imponen construir mundos más allá del mero registro judicial del conflicto.

- A pesar de que varios de sus libros han sido premiados, su nombre es sobre todo conocido en los ámbitos de la academia. ¿Tiene las de perder quien está por fuera de los circuitos de la industria editorial? ¿Comparte la sospecha de que las editoriales grandes privilegian la literatura fácil en menoscabo de la que corre riesgos?

Nunca he sentido que pertenecer al ámbito académico y tener un lugar en él menoscabe las posibilidades de estar en circuitos editoriales más amplios. La obra y el magisterio que ejerce Pablo Montoya en el estamento universitario son prueba de ello. Lo que más bien creo es que todo se trata de oportunidades, de que una obra suya interese a los editores y se jueguen un presupuesto con ella. Porque lo que no se puede olvidar es que el mercado editorial es una industria que busca dividendos y no es una industria fácil de sostener.

Siempre será más fácil vender arroz y aceite de oliva que libros. Y más en países como Colombia, donde los índices de lectura son tan bajos, que no dejan de ser una preocupación para el sector educativo, que busca competir con los estándares de calidad europeos.
Ahora bien, hay editoriales que hacen dinero con la "literatura fácil", es decir, con la autoayuda, el new age y las autobiografías, tanto de secuestrados como de amantes de capos arrepentidas. Eso está bien, siempre y cuando esas mismas editoriales utilicen parte de sus réditos en apoyar la publicación y circulación de una literatura que nos haga más universales, más exigentes, como creadores y consumidores, en un diálogo enriquecedor con la cultura y la sociedad abierta. En tal sentido, me parece que es deber nuestro apoyar a las editoriales independientes consumiendo sus productos.

- Por estos días ha recibido usted la atención del público por dos hechos significativos: ganó el premio de Novela de la Universidad de Antioquia y fue finalista del de la Javeriana. ¿Qué puede decirnos de ambas novelas? ¿Qué encontrarán los lectores en ellas?

Son dos noticias que me tienen muy satisfecho, porque es la posibilidad de que dos de mis obras más recientes circulen por fuera del Eje Cafetero, en dos editoriales de prestigio. Mi unicornio azul es la novela premiada por la Universidad de Antioquia. En ella trato el tema de las luchas estudiantiles bajo la atmósfera enrarecida de la prolongada Seguridad Democrática; una época en la que era arriesgado protestar, porque frente a la peligrosa alucinación del gobierno de entonces, cualquier conato de descontento grupal era considerado subversivo. Ahora bien, como no me interesa hacer ningún tipo de proselitismo político en mi labor literaria, el tratamiento que hago de este tema es en clave de humor. Sólo puedo decir que me divertí mucho escribiendo esta novela: un día en la vida de una protesta estudiantil universitaria. Un día en que, aparte de gritar arengas y desestabilizar a las autoridades académicas, aparece el amor, del mismo modo en que podemos perder un unicornio azul.

El museo de la calle Donceles fue la obra que ocupó el segundo lugar en el Premio Nacional de Novela Corta que promueve la Javeriana, cuya editorial la publicará a inicios del próximo año. En ella el lector encontrará rasgos de una vida compleja, la de Eduardo Ovalle, un profesor de arte que sostiene una obsesiva relación con la literatura. Ovalle tiene un misterioso pasado que quisiera borrar de su vida. Pero el envío intempestivo de una obra de arte a su apartamento, lo pondrá de nuevo en una situación difícil, la misma que lo obligará a reconstruir en su mente delirante los días en el museo de barrio que sostenía con su madre. Creo que el visitante-lector del museo de la calle Donceles podrá ayudar a descifrar un enigma.

- Aparte de los libros mencionados, ¿qué trabajos literarios ocupan su tiempo?

Son varios y espero que la vida me alcance para llevarlos a cabo. Trabajo en un ensayo sobre el rol que se le endilga al profesor como ser social en obras clave de la literatura moderna. El tema me interesa mucho, porque lo que en realidad quiero es reflexionar sobre mi propio oficio como docente, en un mundo donde al profesor se le mide con una tabla de valores más allá de las aulas. Esto lo ubica en un lugar inestable de las relaciones sociales. Puesto que no logro ver una separación entre el oficio del profesor, sea cual sea su disciplina, y la del escritor, sea cual sea su interés temático, declaro que en este caso permanezco anclado en el muelle de mis obsesiones literarias.

El otro proyecto, que va lento, es una novela cuyo destinatario es el lector joven. Cuando la escribo pienso de inmediato en mi hijo Samuel. Tiene catorce años y un universo tan complejamente seductor, que espero acercarme a él a través de la literatura. A lo mejor la estoy escribiendo para que mi hijo me quiera más.

Por Ángel Castaño Guzmán

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