“Es poner el pasado en el presente”, el Monumento a los Colonizadores de Manizales
Entre los visitantes y turistas del Monumento a los Colonizadores en Manizales se paseaba un hombre mayor, con su chaqueta de aviador y cargando una única muleta que utilizaba para apuntar al horizonte montañoso cuando contaba donde había nacido y señalaba las veredas que se veían a lo lejos. José Fortín Galeano González es una de las fuentes vivas que conserva en su memoria el antes y después de la construcción de la obra que marcó al barrio Chipre.
Andrea Jaramillo Caro
Parado frente a la imponente estructura de bronce don José se devolvía en el tiempo a las épocas en las que vivió en Manizales, antes de que se instalara lo obra del maestro Luis Guillermo Vallejo. El afirma que vivió toda su vida en la capital caldense y su mirada está llena de recuerdos e historias a la espera de ser contadas.
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Parado frente a la imponente estructura de bronce don José se devolvía en el tiempo a las épocas en las que vivió en Manizales, antes de que se instalara lo obra del maestro Luis Guillermo Vallejo. El afirma que vivió toda su vida en la capital caldense y su mirada está llena de recuerdos e historias a la espera de ser contadas.
Galeano cuenta que su sangre está atada a la tradición arriera, esa misma que el maestro Vallejo dejó inscrita en bronce. Su ascendencia incluye generaciones de arrieros y él mismo aprendió el oficio. En las esculturas se evidencia su historia y la de muchas otras familias que llegaron a ser los primeros pobladores de estas tierras.
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El Monumento a los Colonizadores representa cada paso del camino de la historia de los colonizadores añtioqueños que llegaron a los manizales, esas tierras conocidas porque a orillas de sus ríos se encontraban las llamadas piedras de maní. En dos partes de una obra, que permanece inconclusa, el artista retrató el esfuerzo y empuje de quienes fundarían lo que hoy conocemos como Caldas.
El historiador caldense, Albeiro Valencia, “la historia está narrada por medio de figuras humanas y animales, realizadas en bronce. Se muestra la fuerza del colono, campesino y arriero, la vitalidad de la mujer que resistió las difíciles marchas desde el viejo solar antioqueño y la figura del niño, presente y futuro. Todo esto para significar el papel de la familia y que habían llegado a esta tierra para quedarse. Se destaca el buey, como animal de carga, al lado de la mula y del caballo, que trajeron el comercio y la cultura por los caminos de la arriería”.
Agonía y éxtasis son los dos sentimientos en los que el maestro dividió su obra. El historiador comenta que “para realizar el monumento a los colonizadores escogió el mejor mirador de la ciudad, un sitio por donde entraron los campesinos pobres que se desplazaron de Antioquia con sus familias para establecerse como colonos, tumbaron la selva, levantaron ranchos para vivir, cultivaron artículos de subsistencia, abrieron caminos, fundaron la aldea, desarrollaron el comercio y vincularon a Manizales con la región y con el país”.
Alzándose desde la parte baja de la colina un mar de figuras con expresiones de angustia y dolor muestran esa primera etapa de la colonización antioqueña. En lo que era el sistema de carga de la época, dos bueyes, uno delante del otro, eran atados por troncos y en el espacio que quedaba entre ambos se ponían tablas donde iba la carga o sus pertenencias más importantes, Vallejo representó los tesoros de Manizales. Desde la catedral hasta la fuente o el primer acueducto de la ciudad, pasando por la torre antigua del cable, el ferrocarril y el teatro Olimpia las figuras de bronce muestran los lugares más representativos de la ciudad a espaldas de la caravana de bueyes y mulas. Entre esa agonía retratada por el artista se ve a un colono cayendo de espaldas, su brazo extendido hacia la carga de los bueyes es el puente que retrata el salto de fe que dieron estas personas.
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El monumento reboza con simbolismos, uno de los que más llama la atención es una mula que se está convirtiendo en salmón y al ser el pez que nada contracorriente representa la lucha de los colonizadores antioqueños contra los obstáculos y dificultades del camino. Algunos de ellos fueron esculpidos en el cuerpo de otros animales como la serpiente en la cola de un buey o una garra de puma que reemplaza la pata delantera del buey.
El lazo, con el cual un arriero hala al buey, es la conexión entre agonía y éxtasis. Vestido con su atuendo típico marcado por un sombrero, el tabaco como repelente que junto a las alpargatas servían como medidores de distancias, el tapapinches o delantal, el carriel y su machete. Detrás del arriero va un niño, probablemente su hijo, que está aprendiendo el oficio, así como don José lo aprendió de sus familiares. “Mis tíos, los hermanos de mi papa y los de mi mama. Éramos todos muy unidos. Ellos quemaban carbón, sembraban papa y todo eso lo traían a un punto que se llama La Rambla y ahí descargaban todo eso”, recuerda.
La siguiente figura en esta historia visual es la de una mujer con un bebé en brazos al cual eleva al cielo con felicidad agradeciendo por el lugar que encontraron para asentarse. La familia no estaría completa sin un abuelo que comparte sus saberes y tradiciones, lleva una caperuza y una linterna como símbolo de sabiduría. Finalmente, en el punto más alto hay una niña que no parece tener más de 10 años, y entre sus creencias ella los protege de las leyendas como la llorona y el hojarasquín del monte por su condición de virgen.
Esta familia que cuenta en detalle la tradición arriera se posa sobre una estructura con forma de flecha que apunta al centro de Manizales, a la catedral basílica Nuestra Señora del Rosario y la iglesia de Chipre.
Para Valencia, “el monumento narra la historia de los primeros pobladores de Manizales; se observa la familia, la emoción de la llegada a una tierra exuberante. La obra escultórica permite analizar la forma de vestir, los animales que acompañaban a estos primeros pobladores (el caballo, el buey, el perro), los artículos que transportaban; con toda claridad aparece la arriería moviendo los elementos del progreso, como el ferrocarril, los cables aéreos, la catedral y lo que permite transformar la aldea en pueblo. El artista se preocupó por mostrar los caminos de herradura, los puentes de madera, el significado del río, la flora y la fauna. Es poner el pasado en presente”.
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Luis Guillermo Vallejo es el artista manizalita detrás de la obra. Desde 1987 Vallejo ha desarrollado su propuesta para este monumento, que aún permanece inconcluso. De acuerdo con documentos proporcionados por el artista, en 1987 presentó la primera propuesta para la construcción del monumento al entonces alcalde Mauricio Arias Arango. El lugar ya estaba definido, se construiría sobre el Lago de Aranguito que hasta ese momento había sido un restaurante. Don José recuerda que en su juventud él iba a bailar en este lugar.
Fue hasta 1992, durante la administración de la alcaldesa Victoria Eugenia Osorio de Mejía, que se aprobó en primera instancia la iniciativa de Vallejo. Tuvo que esperar hasta 1997 para poner en marcha su plan, a pesar de que el alcalde Mauricio Arias Arango aprobó la construcción argumentó que no había recursos suficientes. Ante esta respuesta el artista decidió encontrar esos fondos y, de acuerdo a su documento, “unió las fuerzas de la ciudad y de esta manera se inició su construcción”.
El documento cita que “el artista emprendió su iniciativa recorriendo la ciudad y todas las instancias en compañía de “las amigas del monumento” para lograr persuadir las fuerzas cívicas. Poco a poco los recursos empezaron a aparecer y eran recibidos por la cámara de comercio y se realizaban contratos por partes a medida que entraban los fondos en una cuenta especial”.
La primera instalación que se hizo incluyó 14 figuras y su construcción se hizo de 1997 a 2002. Sin embargo, Vallejo quiso ampliar su obra para incluir 4 nuevas esculturas. El monumento contempla no solo las 18 figuras de bronce, también dentro de la visión del artista hay un jardín botánico, un recinto cultural que llevaría por nombre Cumanday, graderías, entre otros. Estos son elemento que el artista aún no ha logrado ver realizados, pues en el 2002 la obra tuvo que abrir al público y se mantuvo en su estado inconcluso hasta el 2020 cuando pudo retomar su proyecto.
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El sueño de Vallejo con el recinto Cumanday es tener un mural que sea pintado por niños en edad escolar entre los 7 y los 17 años. El artista espera que allí se puedan impartir talleres y charlas. “Por primera vez en 20 años un gobierno Municipal tiene la voluntad y el amor por terminarlo y estamos en esa acción actualmente. Logramos fundir en bronce las figuras que estaban inconclusas e hicimos la escultura del Cacique Cumanday. Estamos en el asunto de la convocatoria para el mural de la historia, las terrazas y terminarlo definitivamente. Ha sido una suerte para Manizales tener un Gobierno de mente joven y actitud social con una voluntad fuerte y decidida del Instituto de Cultura y Turismo por primera vez en 20 años”, mencionó Vallejo.