Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En el libro dice: “El periodismo siempre se ha encargado de lo público, de lo masivo. Mi propuesta es trasladar las herramientas para recolectar información al ámbito privado”. ¿Cómo llegó a esta propuesta?
El editor del libro es Ramón Pineda, quien fue mi profesor de periodismo narrativo en la universidad. Gracias a él me enamoré de la crónica. Yo creo que a partir de ahí hice un clic con la no ficción y con las historias de amor. Por esa época una amiga tuvo una crisis tremenda por una relación. El hombre con el que salía no la quería escuchar y yo la llamé y le dije: “Vení para mi casa, tratemos de arreglar esto con una carta”. Ese momento fue como una epifanía porque me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo que hacía para una nota periodística: escuchar, hacer preguntas, conocer los detalles, reconstruir los hechos, retratar personajes, conocer las motivaciones y escribir. Al otro día tenía la carta lista, ella la transcribió en su letra y ese fue un primer paso en la reconciliación. Ese rumor se regó y me empezaron a buscar para escribir cartas. Más adelante, tuve mi primer trabajo; fue en El Colombiano y ahí me comencé a preguntar por qué si el periodismo está al tanto de la realidad, del indicador económico, de la tragedia, no cubre las historias de amor. ¿Es que el amor no hace parte de la realidad? Renuncié al periodismo de sala de redacción y en 2013 abrí el blog “Cartas a la Carta” para utilizar todo lo que sé hacer en el ámbito privado, al servicio de las personas, a buscar otra verdad pero en el interior.
Le recomendamos: Charles Simic: el adiós a un jovial pesimista
Hablemos de ese proceso de tratar de encarnar una voz ajena al escribir las cartas.
La idea es que no me reconozcan y por eso es ese proceso de investigación, de apropiarme de la voz de la otra persona, para que el destinatario reconozca al remitente. Yo no grabo porque a las personas no les gusta y también para generar más confianza, pero sí tomo nota. Por ejemplo, en la cárcel yo no podía entrar grabadora ni nada, pero tenía una bitácora de cárcel. La idea es que sea muy fiel al lenguaje de cada persona, entonces los encuentros son largos.
¿Qué la llevó a acercarse a la población carcelaria?
En algunas de las crónicas que hice para la clase de Pineda, yo mostraba un interés por conocer ese contexto. Llegó la práctica y fue la primera vez que la cárcel de Bellavista solicitó a la universidad un practicante de comunicación y yo dije “esto es mío”. No pagaban un peso, pero yo sabía que allá iba a poder ser libre. Era muy paradójico, pero sí. Yo pensaba que si me iba para un periódico me iban a poner a transcribir boletines de prensa; en cambio, en una cárcel sí me iban a dar la oportunidad de ser creativa, de proponer, porque es donde menos personas llegan a hacer una práctica. Fue una experiencia muy transformadora. Yo me he preguntado por qué tengo esa fijación y creo que me interesa cómo en los contextos tan adversos prevalece el amor, el buen humor. Conocer esas otras formas de la vida y de la libertad me ha movido mucho. Para mí ha sido como darle la vuelta al oficio. En últimas, esas cartas son como buenas nuevas que buscan restaurar la confianza.
Le sugerimos: “La trova es improvisación, es tomar riesgos”: James Alzate, rey de la trova
Al final de las cartas hay unas posdatas que hablan de la parte de la entrega al destinatario. ¿Cómo fue esa experiencia?
Yo nunca lo planeé realmente. Creí que mi trabajo iba hasta entregarles la carta a los remitentes. Ellas me daban las indicaciones, por ejemplo, “es en tal pueblo de la costa, cerca del señor que arregla las ollas” o “en tal barrio, la casa de madera”. Son lugares que no están en el mapa. Pero claro, en las empresas de mensajería me decían que si no tenían dirección las cartas no se podían enviar. Yo no me podía quedar con esas cartas, cómo se iban a perder. Para mí era una aventura salir de la cárcel y poder lograr ese reencuentro entre la carta y la persona destinataria. Fue una experiencia maravillosa encontrar a las personas, leer las cartas y que me encargaran una carta de regreso.
¿Qué ha aprendido del amor?
Hace muchos años había una serie de televisión colombiana que se llamaba Cartas de amor y ahí había un personaje que hacía lo mismo que yo, solamente que era poeta, no periodista. Al final creo que le hacen esa pregunta y él responde que en el amor no hay nada escrito. Yo creo que es esto. El amor, para mí, sí es todo y en estos espacios es lo que nos salva, lo que nos queda, sobre todo si estamos hablando de un espacio como la cárcel en el que hay mujeres privadas de la libertad incomunicadas, que no reciben visitas ni llamadas y tampoco tienen la posibilidad de escribir ni leer cartas de sus familiares. Entonces les quedan los recuerdos. Esas cartas son crónicas de encierro, reportes de la ausencia y una manera de reposar en las memorias para no perderse.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖