Esta distopía orwelliana
Con la llegada de plataformas como Worldcoin, en cuestión de años, no tendremos activos más valiosos que nuestro iris, los rasgos de nuestro rostro y la frecuencia de nuestra voz.
Fuad Gonzalo Chacón
La voz se corrió rápidamente durante las pausas de café de todas las oficinas de Madrid. Cada vez más personas reportaban haber visto filas inexplicablemente largas de personas tanto en Avenida de América como en otras estaciones de metro con gran afluencia de pasajeros. Todas alineadas obedientemente a la espera de que un entusiasta impulsador con aires de geek tecnológico, bajo el logo de la empresa WorldCoin, les escaneara el iris de sus ojos con una cámara de gran resolución incorporada a un voluminoso orbe metálico de ecos futuristas. A cambio, cada uno recibiría en una billetera digital el equivalente a 80 euros en el bitcoin propio de la compañía (algo como $340.000).
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La voz se corrió rápidamente durante las pausas de café de todas las oficinas de Madrid. Cada vez más personas reportaban haber visto filas inexplicablemente largas de personas tanto en Avenida de América como en otras estaciones de metro con gran afluencia de pasajeros. Todas alineadas obedientemente a la espera de que un entusiasta impulsador con aires de geek tecnológico, bajo el logo de la empresa WorldCoin, les escaneara el iris de sus ojos con una cámara de gran resolución incorporada a un voluminoso orbe metálico de ecos futuristas. A cambio, cada uno recibiría en una billetera digital el equivalente a 80 euros en el bitcoin propio de la compañía (algo como $340.000).
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Mi turno para presenciar esta distopía orwelliana me llegó, paradójicamente, durante una actividad de lo más mundana como lo es ir al supermercado. Desde hace muchísimos años he pasado junto al mismo cajero de criptomonedas que nunca vi usar a nadie, hasta unas semanas atrás cuando la fila para canjear dichos tokens por dinero real adquiría visos de concentración no autorizada, una escena que se repite en los cerca de 30 stands que WorldCoin tiene repartidos por centros comerciales de la ciudad. Esto despertó los instintos regulatorios de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), al punto de emitir una medida cautelar que prohíbe a la compañía seguir su labor de escaneo de irises en España, donde ha conseguido ya más de 400.000 para sus bases de datos.
En agosto del año pasado ya The New York Times advertía que tras este bizarro emprendimiento estaba Sam Altman, creador de ChatGPT, quien a través de su compañía Tools for Humanity Corp está intentando coleccionar los ojos de todas las personas del planeta para un proyecto transversal que combina tanto una apuesta por el equilibrio económico amenazado por la irrupción de la Inteligencia Artificial así como un aplicativo que permita que nuestros irises sean la llave de verificación que, a pocos años vista, nos ayude a identificarnos como humanos, dejando atrás los pequeños desafíos de Google que nos piden clicar en las fotos que contengan buses, hidrantes o pasos de cebra cuando tiene dudas de si somos un robot.
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Más allá del misterioso objetivo que WorldCoin persiga con dicha información, y su inquietante similitud con el propósito controlador del Gran Hermano, la auténtica preocupación radica en el poco valor que las personas asignan a datos tan sensibles como los trazos únicos de sus irises. Una cosa es que ya no nos escandalice regalar todo nuestro historial de búsqueda y uso de nuestros celulares a multinacionales que se lucran con ellos bombardeándonos de publicidad, y otra es que vayamos por ahí regalando nuestros rasgos biométricos a cualquier start-up que nos dé un caramelo.
En cuestión de años no tendremos activos más valiosos que nuestro iris, los rasgos de nuestro rostro y la frecuencia de nuestra voz. Sobre ellos se edificará el acceso a cientos de servicios del mañana, desde operaciones bancarias hasta subsidios del gobierno, y por ello debemos aprender a protegerlos como el tesoro que son y serán.
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