Estanislao Zuleta, 30 años después
El 17 de febrero se cumplen tres décadas de la muerte de Zuleta, uno de los filósofos, escritores y pedagogos más importantes de la historia colombiana. Un experto valora su obra.
Alberto Valencia Gutiérrez * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Se están conmemorando durante este mes de febrero, en varias ciudades del país, los 85 años del nacimiento del intelectual Estanislao Zuleta y los treinta de su muerte, ocurrida en Cali a la temprana edad de 55 años, momento cumbre en la vida de cualquier persona dedicada al trabajo con los libros y con el pensamiento. Universidades y entidades de diferente tipo han organizado actos y conferencias para recrear su ideario político y sus logros intelectuales. ¿Qué ha hecho posible que después de tanto tiempo su memoria siga viva y su palabra vigente para muchos en este país, sobre todo los más jóvenes? (Video del escritor William Ospina explicando quién era Zuleta).
Durante su vida, Zuleta fue conocido por sus conferencias magistrales y por algunos textos notables, como Elogio de la dificultad, que se ha convertido en un documento emblemático de su vida y su obra. No obstante, el mayor reconocimiento a su trabajo se ha producido con posterioridad a su muerte. En una encuesta realizada por la revista Semana, entre un grupo notable de intelectuales nacionales y extranjeros, fue considerado en el año 2003 como el principal pensador de la historia colombiana. Igualmente, poco tiempo antes, su libro Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica, aparecido originalmente en 1976, había sido escogido como uno de los veinte libros de ensayo más importantes publicados durante el siglo XX.
Zuleta hizo inmensos aportes en el campo de la filosofía y las ciencias sociales y contribuyó enormemente en el proceso de incluir nuestra cultura nacional (arcaica, tradicionalista y cerrada al exterior) en las grandes corrientes de la cultura universal. Poco a poco, su auditorio dejó de limitarse simplemente a los grupos de izquierda y recogió a gentes de la más diversa procedencia política y social, incluso a sectores burgueses. Y todo ello porque los temas de sus conferencias estaban en relación con las grandes preocupaciones de la vida de todos los días: el amor, el tiempo, la muerte, el arte, el conocimiento, el éxito y el fracaso, el trabajo, la soledad, los estilos de vida y muchos otros.
Zuleta es uno de los pocos intelectuales que merecen ese nombre en la segunda mitad del siglo XX en Colombia: desempeñó un papel de conciencia crítica frente a los poderes establecidos; asumió la empresa de “héroe civilizador”, por su contribución a ambientar entre nosotros los grandes problemas de la cultura universal; cumplió un importante papel de inductor al pensamiento; formó y enseñó a leer a una generación de colombianos, y ha llegado a convertirse en una referencia casi obligada para todo aquel que quiera hoy en día incursionar en ciertos campos de la cultura.
Zuleta era un hombre que provenía de la tradición de la izquierda. Después de un breve período de algunos meses en que estuvo vinculado con el Partido Comunista, nunca más se vinculó a ningún tipo de organización política. Pero, sin abandonar su posición política, se convirtió en un gran crítico de los grupos de izquierda, muchos de los cuales lo consultaban con alguna frecuencia. Fue un duro contradictor del dogmatismo y el anquilosamiento de una izquierda que, en su gran mayoría, aspiraba a tomarse el poder para desde allí imponer una visión totalitaria y autoritaria. Zuleta, por el contrario, desde el comienzo de su vida intelectual, defendió los valores de la democracia política y abogó por la construcción de una izquierda democrática.
En la Colombia de la tercera década del siglo XXI sigue teniendo enorme importancia la defensa a ultranza que hizo de la democracia y los derechos humanos, como condición indispensable e ineludible en la construcción de una nueva sociedad. Zuleta introdujo entre nosotros la idea de que una sociedad democrática se define por el hecho de que reconoce el conflicto como elemento constitutivo del orden social y de que la defensa de la democracia política no es incompatible con las luchas por la transformación de la sociedad.
A los miembros del M-19 que se habían agrupado en el campamento de Santo Domingo, en el departamento del Cauca, poco antes de la firma del proceso de paz, les hizo una conferencia en su sede en 1989 en la que les explicaba, de una manera supremamente didáctica, cuáles serían las exigencias de su integración a participar en términos democráticos en la vida del país. El texto se encuentra publicado en el libro Colombia: violencia, democracia y derechos humanos, que no vacilo en recomendar a todos los lectores como una excelente pedagogía de la democracia. Hoy en día, en el marco de las negociaciones con los grupo armados, tiene gran pertinencia.
Llama la atención el hecho de que los principales interesados por su obra hoy en día son personas jóvenes que no tuvieron oportunidad de conocerlo y han tenido acceso a su obra a través de los libros que se han publicado en estos treinta años. Esto tiene relación con que una de las características de su discurso es el afán de integrar la vida y el pensamiento. La cultura para Zuleta no era asunto de una élite excluyente, sino una propuesta universal que debía llegar a todo aquel que tomara la decisión personalísima de pensar por sí mismo. Pero igualmente hay que tener en cuenta que existe sin lugar a dudas una demanda específica en las generaciones jóvenes, preguntas que no han encontrado respuestas, inquietudes insatisfechas, un vacío que llenar. Nuestro mundo intelectual y cultural carece de referencias que sirvan de emulación y de inspiración a las nuevas generaciones. Y la inmensa aceptación de Zuleta tiene relación con esta carencia.
Al final de la charla que dictó al M-19 en su campamento explica que hay dos tipos de revoluciones: las que estallan (como la francesa, la rusa, la china o la cubana), y las que ocurren pero nunca estallan y producen transformaciones de la vida mucho más profundas y estables, cuyo mejor ejemplo es el Renacimiento de comienzos de la era moderna, época durante la cual las gentes comenzaron “a pintar distinto, a pensar distinto y a comportarse distinto”.
Y es precisamente como adalid de esta segunda forma de revolución que el pensamiento de Zuleta sigue vigente entre nosotros: una revolución de la vida cotidiana, que transforme las relaciones personales y que convierta la tolerancia y el respeto por las diferencias y las ideas ajenas en criterios de convivencia. Una sociedad se transforma verdaderamente, no porque se derrumbe el poder político, sino porque sus miembros encuentran incompatibles sus pautas con las mentalidades y las condiciones concretas en que viven.
* Profesor del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad del Valle. Autor de los libros En el principio era la ética. Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta (Bogotá, Siglo del Hombre Universidad del Valle, 2015, segunda edición) y Estanislao Zuleta o la voluntad de comprender (Medellín, Hombre Nuevo Editores, 2005).
Se están conmemorando durante este mes de febrero, en varias ciudades del país, los 85 años del nacimiento del intelectual Estanislao Zuleta y los treinta de su muerte, ocurrida en Cali a la temprana edad de 55 años, momento cumbre en la vida de cualquier persona dedicada al trabajo con los libros y con el pensamiento. Universidades y entidades de diferente tipo han organizado actos y conferencias para recrear su ideario político y sus logros intelectuales. ¿Qué ha hecho posible que después de tanto tiempo su memoria siga viva y su palabra vigente para muchos en este país, sobre todo los más jóvenes? (Video del escritor William Ospina explicando quién era Zuleta).
Durante su vida, Zuleta fue conocido por sus conferencias magistrales y por algunos textos notables, como Elogio de la dificultad, que se ha convertido en un documento emblemático de su vida y su obra. No obstante, el mayor reconocimiento a su trabajo se ha producido con posterioridad a su muerte. En una encuesta realizada por la revista Semana, entre un grupo notable de intelectuales nacionales y extranjeros, fue considerado en el año 2003 como el principal pensador de la historia colombiana. Igualmente, poco tiempo antes, su libro Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica, aparecido originalmente en 1976, había sido escogido como uno de los veinte libros de ensayo más importantes publicados durante el siglo XX.
Zuleta hizo inmensos aportes en el campo de la filosofía y las ciencias sociales y contribuyó enormemente en el proceso de incluir nuestra cultura nacional (arcaica, tradicionalista y cerrada al exterior) en las grandes corrientes de la cultura universal. Poco a poco, su auditorio dejó de limitarse simplemente a los grupos de izquierda y recogió a gentes de la más diversa procedencia política y social, incluso a sectores burgueses. Y todo ello porque los temas de sus conferencias estaban en relación con las grandes preocupaciones de la vida de todos los días: el amor, el tiempo, la muerte, el arte, el conocimiento, el éxito y el fracaso, el trabajo, la soledad, los estilos de vida y muchos otros.
Zuleta es uno de los pocos intelectuales que merecen ese nombre en la segunda mitad del siglo XX en Colombia: desempeñó un papel de conciencia crítica frente a los poderes establecidos; asumió la empresa de “héroe civilizador”, por su contribución a ambientar entre nosotros los grandes problemas de la cultura universal; cumplió un importante papel de inductor al pensamiento; formó y enseñó a leer a una generación de colombianos, y ha llegado a convertirse en una referencia casi obligada para todo aquel que quiera hoy en día incursionar en ciertos campos de la cultura.
Zuleta era un hombre que provenía de la tradición de la izquierda. Después de un breve período de algunos meses en que estuvo vinculado con el Partido Comunista, nunca más se vinculó a ningún tipo de organización política. Pero, sin abandonar su posición política, se convirtió en un gran crítico de los grupos de izquierda, muchos de los cuales lo consultaban con alguna frecuencia. Fue un duro contradictor del dogmatismo y el anquilosamiento de una izquierda que, en su gran mayoría, aspiraba a tomarse el poder para desde allí imponer una visión totalitaria y autoritaria. Zuleta, por el contrario, desde el comienzo de su vida intelectual, defendió los valores de la democracia política y abogó por la construcción de una izquierda democrática.
En la Colombia de la tercera década del siglo XXI sigue teniendo enorme importancia la defensa a ultranza que hizo de la democracia y los derechos humanos, como condición indispensable e ineludible en la construcción de una nueva sociedad. Zuleta introdujo entre nosotros la idea de que una sociedad democrática se define por el hecho de que reconoce el conflicto como elemento constitutivo del orden social y de que la defensa de la democracia política no es incompatible con las luchas por la transformación de la sociedad.
A los miembros del M-19 que se habían agrupado en el campamento de Santo Domingo, en el departamento del Cauca, poco antes de la firma del proceso de paz, les hizo una conferencia en su sede en 1989 en la que les explicaba, de una manera supremamente didáctica, cuáles serían las exigencias de su integración a participar en términos democráticos en la vida del país. El texto se encuentra publicado en el libro Colombia: violencia, democracia y derechos humanos, que no vacilo en recomendar a todos los lectores como una excelente pedagogía de la democracia. Hoy en día, en el marco de las negociaciones con los grupo armados, tiene gran pertinencia.
Llama la atención el hecho de que los principales interesados por su obra hoy en día son personas jóvenes que no tuvieron oportunidad de conocerlo y han tenido acceso a su obra a través de los libros que se han publicado en estos treinta años. Esto tiene relación con que una de las características de su discurso es el afán de integrar la vida y el pensamiento. La cultura para Zuleta no era asunto de una élite excluyente, sino una propuesta universal que debía llegar a todo aquel que tomara la decisión personalísima de pensar por sí mismo. Pero igualmente hay que tener en cuenta que existe sin lugar a dudas una demanda específica en las generaciones jóvenes, preguntas que no han encontrado respuestas, inquietudes insatisfechas, un vacío que llenar. Nuestro mundo intelectual y cultural carece de referencias que sirvan de emulación y de inspiración a las nuevas generaciones. Y la inmensa aceptación de Zuleta tiene relación con esta carencia.
Al final de la charla que dictó al M-19 en su campamento explica que hay dos tipos de revoluciones: las que estallan (como la francesa, la rusa, la china o la cubana), y las que ocurren pero nunca estallan y producen transformaciones de la vida mucho más profundas y estables, cuyo mejor ejemplo es el Renacimiento de comienzos de la era moderna, época durante la cual las gentes comenzaron “a pintar distinto, a pensar distinto y a comportarse distinto”.
Y es precisamente como adalid de esta segunda forma de revolución que el pensamiento de Zuleta sigue vigente entre nosotros: una revolución de la vida cotidiana, que transforme las relaciones personales y que convierta la tolerancia y el respeto por las diferencias y las ideas ajenas en criterios de convivencia. Una sociedad se transforma verdaderamente, no porque se derrumbe el poder político, sino porque sus miembros encuentran incompatibles sus pautas con las mentalidades y las condiciones concretas en que viven.
* Profesor del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad del Valle. Autor de los libros En el principio era la ética. Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta (Bogotá, Siglo del Hombre Universidad del Valle, 2015, segunda edición) y Estanislao Zuleta o la voluntad de comprender (Medellín, Hombre Nuevo Editores, 2005).