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Este balón no es mío (I) (Fútbol paradójico)

Hay en la literatura un concepto que puede servirnos para concebir la posibilidad de que un primero de enero, como en “Las intermitencias de la muerte”, de Saramago, ya no haya balones para jugar al fútbol en los estadios.

Juan Carlos Rodas Montoya
25 de junio de 2023 - 07:33 p. m.
En otros cuentos los balones caen en charcos, quebradas y copas de los árboles y están esperando que los encuentren para seguir el cotejo literario entre manga, arena, césped y cemento.
En otros cuentos los balones caen en charcos, quebradas y copas de los árboles y están esperando que los encuentren para seguir el cotejo literario entre manga, arena, césped y cemento.
Foto: Pexels
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“La esperanza es una especie de religión que no trae a los corazones más que dolor y que es algo así como la antesala del infierno, y deseó con todas sus fuerzas convertirse en balón para volverse invisible”. Fulgencio Argüelles.

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Con esta frase concluye un cuento de Fulgencio Argüelles titulado “Cuando los balones se volvieron invisibles”. Es un magistral pretexto para pensar en un mundo sin balones: hecatombe universal. Hay en la literatura un concepto que puede servirnos para concebir la posibilidad de que un primero de enero, como en “Las intermitencias de la muerte”, de Saramago, ya no haya balones para jugar al fútbol en los estadios.

En el texto de Saramago ya no habría más muertes. Esta noción es Ucronía y nos permite pensar en asuntos como: ¿qué pasaría en el mundo si en nuestra historia no hubieran ocurrido hechos como los del Holocausto o lo de Hiroshima y Nagasaki? Los autores se pueden dar la licencia de recrear este universo sin dichos acontecimientos. (La literatura nos regala lo que la historia no puede). Por esta razón, me da escalofrío pensar que, repito, un primero de enero de un año cualquiera, comencemos a vivir sin balones en los estadios del mundo.

Hay varios cuentos que aluden a esta temática y los resultados son desastrosos para quienes juegan, pero, aún más aterrador, para quienes asisten al estadio o lo ven por televisión o internet. Alejandro Dolina escribió un corto cuento que se llama “El patio de las pelotas perdidas y lo transcribo en su totalidad para comprender que hay muchos ángeles malignos que se quieren robar los balones.

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“Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto. Los demonios realizan, además, acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo. Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes Pulpo de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones. Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños. Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados”.

Pero también hay duendes benignos que harán que esta Ucronía no se dé porque hay que pensar en los niños y sus sonrisas infantiles cuando el Niño Dios inunda sus casas con balones y pelotas. Hace poco vi unas imágenes de unos hombres que limpiaban el techo de una iglesia francesa y encontraron más de 200 balones que habían perdido sus dueños en los mejores partidos jugados con pundonor. En otros cuentos los balones caen en charcos, quebradas y copas de los árboles y están esperando que los encuentren para seguir el cotejo literario entre manga, arena, césped y cemento. En la vida, los balones no se pueden perder porque habrá una verdadera hecatombe. ¿Un mundo sin fútbol?

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Por Juan Carlos Rodas Montoya

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