"¡Este país... este país!"
El Espectador revela el homenaje inédito que, apenas unos días después de la muerte de la poeta, le hiciera uno de sus grandes amigos.
Luis I. Sandoval M.
¿Por qué a Tirso Vélez, poeta de paz, le quitaron la vida? ¿Por qué María Mercedes Carranza Coronado, poeta de paz, se quita ella misma la vida? ¿Por qué?... Porque hemos devenido un país de espanto para los y las poetas. No se puede en Colombia cometer poesía impunemente. Somos una sociedad farisea que aplaude pero cierra el camino a los poetas. Hasta allá hemos llegado. Un verso que conmueve puede ser tomado como un peligro por alguien, por alguien...
Le conté a ella, hace cuatro semanas, la muerte de él, acribillado por sicarios, en Cúcuta. No salía del asombro, un asombro sereno que, en el momento, percibí fatigado y profundamente triste. Eran cerca de las diez de la mañana. “¡Este país... este país!”, musitaba absorta al pie de la baranda mientras repasaba con los ojos y las manos Los Poemas Perseguidos de Tirso que acababa de entregarle. “¿Por qué lo mataron, Luis?”, indagaba mirándome por encima de sus gafas caídas sobre el rostro ancho de piel blanca, blanca... “No sé, no sé... Desde comienzos de los noventa, cuando dejó de ser maestro para ser alcalde en Tibú, cuando comenzó a escribir poemas como éste Colombia, un sueño de paz, cuando despegaba el movimiento de paz en el 93, por esos días un comandante de Brigada, coadyuvado por un ministro, lo denunció por ‘asimilar el ejército a la guerrilla’ (“Para que soldados y guerrilleros no sean el uno para el otro el tenebroso olfato de la muerte husmeando la vida temblorosa...”) y lo destituyeron y lo pusieron preso...”.
La noche del 11 de julio, viéndola yacente en la sala de la Casa Silva, su casa, torre abatida al despuntar el día, me sentí abrumado pensando que contribuí a su tristeza al contarle lo de Tirso. La había felicitado por el éxito de la campaña poética “Descanse en paz la guerra”, “a través de la cual, le dije, estábamos descubriendo que en Colombia los cantores de la paz son multitud y si la multitud le canta a la paz, más pronto que tarde tiene que llegar la paz...”. Un año atrás ella había dado otro paso con los “alzados en almas”, sobre lo cual escribió dos cuartillas para mi libro, ya próximo a la luz, La paz en movimiento. Como se ha dicho en la prensa estos días, María Mercedes Carranza, hija del eximio bardo Eduardo Carranza, poeta, periodista, líder cultural, incursora fugaz en la política, exconstituyente, directora de la Casa de Poesía Silva, madre de Melibea, hermana de Ramiro, tenía dolor de país, un profundo, irresistible dolor de país. “¡Este país... este país!”.
A comienzos de 2002 la visité y le entregué Guerra, política y paz, editado unos meses antes, y comentamos de Ramiro, su hermano, en poder de la insurgencia de las Farc. Esa era una de las raíces de su tristeza. “¿Qué se puede hacer?”. “Bueno, estamos yendo al Caguán para avanzar en la Agenda de Paz, quizá la próxima vez...”, pero no hubo próxima vez, los diálogos se interrumpieron el 20 de febrero. Ahora he sabido, por un comunicador amigo, que todos los días durante muchos meses le envió mensajes a su hermano a través del servicio social de la radio, todos los días, unas veces dando su nombre, otras de incógnito. Estaba triste, aunque no parecía, estaba profundamente triste...
Otro día, en su oficina de directora, ya para despedirnos, me pregunta: “¿Conoce a Pushkin?, pues acabamos de editar la traducción de Rubén Flórez, ¡Mire, llévelo, es un poeta triste!”. Recordando el instante ahora tomo El habitante del otoño” y leo “Llegó la guerra, está por fin erguida / la enseña, con sonido de orgullo militar resuena, / veré sangre, la fiesta de venganza comenzada, / a mi lado las balas, irá con estrépito la muerte...” ( poema La guerra). Ese, pienso, es el país de la guerra interminable, de horrores sin fin, que la hundió en tristeza sin esperanza.
Un día de mayo de 1991, en la comisión primera de la Asamblea Constituyente se dan los últimos toques al proyecto de preámbulo de la nueva Constitución. María Mercedes Carranza, constituyente por la Alianza Democrática M19, insiste: “La felicidad de la gente es el objetivo último de la política, las instituciones deben estar para crearle condiciones a la felicidad de todos, la palabra felicidad debe estar en el preámbulo...”. Interviene una y otra vez, argumenta de mil formas, se levanta de su puesto, hace consideraciones al oído de otros constituyentes. Votación: perdió la felicidad. Por un momento fui confidente de su decepción en la banca de los asistentes hasta donde ella fue. “¡Este país...!”.
“Luis: le mando la Revista y un saludo. ¡Gracias por el envío del periódico! M. Mercedes”. Fue a finales de los 80. Al término de la vibrante nota introductoria de la Revista Nº 3 de la Casa Silva encuentro: “...la poesía en su esencia es sentimiento, sentimiento sometido a un trabajo de elaboración literaria es cierto, pero su motivación primaria es la expresión de un sentimiento, bien sea en relación con la patria, la historia, el paisaje, el dolor, el amor, la muerte, con un amigo, un Dios, un oficio, incluso con una idea. ...necesitamos toneladas de poesía que nos incite a llorar, a perdernos en un loco amor, a reírnos, a no caer en la trampa de la indiferencia, frente a nuestra vida y la del vecino, trampa que nos tiende todos los días una realidad saturada de malas noticias. Esta tarde queremos, con los versos de amor y de vida, meterle varios goles a la cólera y a la injusticia” (Medellín, 24 de mayo de 1989, evento La Poesía tiene la Palabra). El alud de poesía que ella misma desató, insospechado, inmenso, no fue suficiente para colmar el abismo de su tristeza. “¡Este país...!”.
Revista Nueva Frontera, entre los 70 y los 80, dirigida por Carlos Lleras Restrepo. María Mercedes era jefa de Redacción. La visité varias veces para comentar ocurrencias sobre artículos, crónicas, informaciones aparecidos en las páginas de la revista. Alguna vez comentamos los chismes históricos contados por el director: “Que Belisario vivió en la casa de María Cano, a fines de los 40, en Bogotá”. Así fue, el propio expresidente Betancur nos hizo en el año 87 amplio relato al historiador Gonzalo Sánchez y a mí al respecto. Está inédito. Ella sabía que yo andaba con los movimientos sociales, buscando alternativas políticas, que era de los impulsores de las iniciativas ciudadanas de paz. Escuchaba, triste, como incrédula... Pero en abril de 2002 me dijo “yo quiero estar ahí”: preparábamos el Congreso Nacional de Paz y País. La amistad se había iniciado con los 70. Ella, bibliotecaria por entonces de la Universidad Distrital, acogía en su espacio las reuniones del naciente sindicato de trabajadores del cual era yo asesor. Tomamos té una tarde en la Calle de los Poetas, en La Concordia, estribación norte de La Candelaria, donde vivía, y recibí de sus manos Vainas y otros poemas, su primer libro, a los 28 años.
María Mercedes Carranza quería la felicidad, la suya, la de su hija, la de sus amigos, la de sus conciudadanos, la de su país. Instauró la función pública de la poesía. La recuerdo amistosa, social, democrática, tierna, firme, persistente, inspirada. La realidad contradecía en forma brutal sus sentimientos. No resistió la tristeza, la impotencia, la indiferencia. “Tenemos sentimientos y pasiones que queremos compartir para hacer la vida más vivible y hermosa”, consignó en otro escrito. Estoy persuadido de que su decisión fue un acto supremo de poesía, fue para expresar un sentimiento, fue para impresionarnos, fue para sacarnos de la indiferencia, fue para que la tomáramos en cuenta a ella, a la poesía, a la vida, fue para movernos a no dejar acabar “¡Este país... este país...!”.
¿Por qué a Tirso Vélez, poeta de paz, le quitaron la vida? ¿Por qué María Mercedes Carranza Coronado, poeta de paz, se quita ella misma la vida? ¿Por qué?... Porque hemos devenido un país de espanto para los y las poetas. No se puede en Colombia cometer poesía impunemente. Somos una sociedad farisea que aplaude pero cierra el camino a los poetas. Hasta allá hemos llegado. Un verso que conmueve puede ser tomado como un peligro por alguien, por alguien...
Le conté a ella, hace cuatro semanas, la muerte de él, acribillado por sicarios, en Cúcuta. No salía del asombro, un asombro sereno que, en el momento, percibí fatigado y profundamente triste. Eran cerca de las diez de la mañana. “¡Este país... este país!”, musitaba absorta al pie de la baranda mientras repasaba con los ojos y las manos Los Poemas Perseguidos de Tirso que acababa de entregarle. “¿Por qué lo mataron, Luis?”, indagaba mirándome por encima de sus gafas caídas sobre el rostro ancho de piel blanca, blanca... “No sé, no sé... Desde comienzos de los noventa, cuando dejó de ser maestro para ser alcalde en Tibú, cuando comenzó a escribir poemas como éste Colombia, un sueño de paz, cuando despegaba el movimiento de paz en el 93, por esos días un comandante de Brigada, coadyuvado por un ministro, lo denunció por ‘asimilar el ejército a la guerrilla’ (“Para que soldados y guerrilleros no sean el uno para el otro el tenebroso olfato de la muerte husmeando la vida temblorosa...”) y lo destituyeron y lo pusieron preso...”.
La noche del 11 de julio, viéndola yacente en la sala de la Casa Silva, su casa, torre abatida al despuntar el día, me sentí abrumado pensando que contribuí a su tristeza al contarle lo de Tirso. La había felicitado por el éxito de la campaña poética “Descanse en paz la guerra”, “a través de la cual, le dije, estábamos descubriendo que en Colombia los cantores de la paz son multitud y si la multitud le canta a la paz, más pronto que tarde tiene que llegar la paz...”. Un año atrás ella había dado otro paso con los “alzados en almas”, sobre lo cual escribió dos cuartillas para mi libro, ya próximo a la luz, La paz en movimiento. Como se ha dicho en la prensa estos días, María Mercedes Carranza, hija del eximio bardo Eduardo Carranza, poeta, periodista, líder cultural, incursora fugaz en la política, exconstituyente, directora de la Casa de Poesía Silva, madre de Melibea, hermana de Ramiro, tenía dolor de país, un profundo, irresistible dolor de país. “¡Este país... este país!”.
A comienzos de 2002 la visité y le entregué Guerra, política y paz, editado unos meses antes, y comentamos de Ramiro, su hermano, en poder de la insurgencia de las Farc. Esa era una de las raíces de su tristeza. “¿Qué se puede hacer?”. “Bueno, estamos yendo al Caguán para avanzar en la Agenda de Paz, quizá la próxima vez...”, pero no hubo próxima vez, los diálogos se interrumpieron el 20 de febrero. Ahora he sabido, por un comunicador amigo, que todos los días durante muchos meses le envió mensajes a su hermano a través del servicio social de la radio, todos los días, unas veces dando su nombre, otras de incógnito. Estaba triste, aunque no parecía, estaba profundamente triste...
Otro día, en su oficina de directora, ya para despedirnos, me pregunta: “¿Conoce a Pushkin?, pues acabamos de editar la traducción de Rubén Flórez, ¡Mire, llévelo, es un poeta triste!”. Recordando el instante ahora tomo El habitante del otoño” y leo “Llegó la guerra, está por fin erguida / la enseña, con sonido de orgullo militar resuena, / veré sangre, la fiesta de venganza comenzada, / a mi lado las balas, irá con estrépito la muerte...” ( poema La guerra). Ese, pienso, es el país de la guerra interminable, de horrores sin fin, que la hundió en tristeza sin esperanza.
Un día de mayo de 1991, en la comisión primera de la Asamblea Constituyente se dan los últimos toques al proyecto de preámbulo de la nueva Constitución. María Mercedes Carranza, constituyente por la Alianza Democrática M19, insiste: “La felicidad de la gente es el objetivo último de la política, las instituciones deben estar para crearle condiciones a la felicidad de todos, la palabra felicidad debe estar en el preámbulo...”. Interviene una y otra vez, argumenta de mil formas, se levanta de su puesto, hace consideraciones al oído de otros constituyentes. Votación: perdió la felicidad. Por un momento fui confidente de su decepción en la banca de los asistentes hasta donde ella fue. “¡Este país...!”.
“Luis: le mando la Revista y un saludo. ¡Gracias por el envío del periódico! M. Mercedes”. Fue a finales de los 80. Al término de la vibrante nota introductoria de la Revista Nº 3 de la Casa Silva encuentro: “...la poesía en su esencia es sentimiento, sentimiento sometido a un trabajo de elaboración literaria es cierto, pero su motivación primaria es la expresión de un sentimiento, bien sea en relación con la patria, la historia, el paisaje, el dolor, el amor, la muerte, con un amigo, un Dios, un oficio, incluso con una idea. ...necesitamos toneladas de poesía que nos incite a llorar, a perdernos en un loco amor, a reírnos, a no caer en la trampa de la indiferencia, frente a nuestra vida y la del vecino, trampa que nos tiende todos los días una realidad saturada de malas noticias. Esta tarde queremos, con los versos de amor y de vida, meterle varios goles a la cólera y a la injusticia” (Medellín, 24 de mayo de 1989, evento La Poesía tiene la Palabra). El alud de poesía que ella misma desató, insospechado, inmenso, no fue suficiente para colmar el abismo de su tristeza. “¡Este país...!”.
Revista Nueva Frontera, entre los 70 y los 80, dirigida por Carlos Lleras Restrepo. María Mercedes era jefa de Redacción. La visité varias veces para comentar ocurrencias sobre artículos, crónicas, informaciones aparecidos en las páginas de la revista. Alguna vez comentamos los chismes históricos contados por el director: “Que Belisario vivió en la casa de María Cano, a fines de los 40, en Bogotá”. Así fue, el propio expresidente Betancur nos hizo en el año 87 amplio relato al historiador Gonzalo Sánchez y a mí al respecto. Está inédito. Ella sabía que yo andaba con los movimientos sociales, buscando alternativas políticas, que era de los impulsores de las iniciativas ciudadanas de paz. Escuchaba, triste, como incrédula... Pero en abril de 2002 me dijo “yo quiero estar ahí”: preparábamos el Congreso Nacional de Paz y País. La amistad se había iniciado con los 70. Ella, bibliotecaria por entonces de la Universidad Distrital, acogía en su espacio las reuniones del naciente sindicato de trabajadores del cual era yo asesor. Tomamos té una tarde en la Calle de los Poetas, en La Concordia, estribación norte de La Candelaria, donde vivía, y recibí de sus manos Vainas y otros poemas, su primer libro, a los 28 años.
María Mercedes Carranza quería la felicidad, la suya, la de su hija, la de sus amigos, la de sus conciudadanos, la de su país. Instauró la función pública de la poesía. La recuerdo amistosa, social, democrática, tierna, firme, persistente, inspirada. La realidad contradecía en forma brutal sus sentimientos. No resistió la tristeza, la impotencia, la indiferencia. “Tenemos sentimientos y pasiones que queremos compartir para hacer la vida más vivible y hermosa”, consignó en otro escrito. Estoy persuadido de que su decisión fue un acto supremo de poesía, fue para expresar un sentimiento, fue para impresionarnos, fue para sacarnos de la indiferencia, fue para que la tomáramos en cuenta a ella, a la poesía, a la vida, fue para movernos a no dejar acabar “¡Este país... este país...!”.