Esteban Cruz: “Todos los seres humanos somos potencialmente malvados”
Recientemente fue publicada la edición de aniversario de “Los monstruos en Colombia sí existen”, libro sobre algunos asesinos en serie. Tras 10 años de su lanzamiento, se incluyen dos nuevos casos: “El monstruo de Monserrate” y “el Loco de la Piedra”.
Danelys Vega Cardozo
Usted es antropólogo y magíster en Historia. ¿Cómo cree que eso lo benefició al escribir “Los monstruos en Colombia sí existen”?
Escribí Los monstruos en Colombia sí existen hace 10 años, pero creo que todo sigue vigente. Cuando estudiaba Antropología, siempre trataba de entender la mente humana y es lo mismo que he hecho en el libro, pero desde el punto de vista más oscuro o macabro. Los seres humanos tenemos esa dualidad que ha sido buscada de alguna manera por el arte y las ciencias sociales. Entender por qué existe la maldad es una gran pregunta en todas las culturas. Creo que mi búsqueda es un viaje al fondo del mal: ¿por qué los seres humanos podemos ser tan crueles y malvados?
La palabra “monstruos”, que utiliza en el título del libro, alude a los asesinos en serie. ¿Qué otros monstruos hay en el país?
Pienso que todos los seres humanos, sobre todo en este país, nos hemos enfrentado a la idea de la monstruosidad. Creo que es una reflexión en el sentido de que hemos tenido tantas violencias en el país (guerrillera, paramilitar, estatal, callejera, de género y económica) que han terminado quitando el foco de la atención pública hacia los asesinos en serie, de lo que trata el texto, que son tristemente populares y romantizados en Estados Unidos, pero que aquí siguen haciendo mucho daño. Entonces, no vemos eso por la existencia de otros monstruos que sí tienen nombre y que incluso se han metido en la política, como Pablo Escobar o los bandoleros de los años 60 (si queremos decirles “monstruo” a sus acciones, que son humanas). Es muy triste que tantas acciones terribles como las de Carlos Castaño, Gonzalo Rodríguez Gacha y la de muchos políticos que han estado detrás han solapado la existencia de asesinos en serie, dándoles más impunidad y proporcionándoles mayor libertad para tener más víctimas.
¿Todos somos potenciales monstruos?
Más que monstruos, todos los seres humanos somos potencialmente malvados. No lo digo yo, por ejemplo, el psicólogo Philip Zimbardo escribió El efecto Lucifer, donde comprobó que los seres humanos podemos hacer las peores atrocidades. Otro psicólogo estadounidense, llamado Stanley Milgram, realizó un experimento que demostró que las personas pueden ser malvadas si se les ponen los estímulos. Creo que todos los seres humanos tenemos esa capacidad, pero, en el fondo, también tenemos esa capacidad de no serlo, esa autonomía de decir no, a pesar de que vivamos en un mundo desigual y existan psicópatas. Estudiando los perfiles de los asesinos en serie, terribles personajes, me he dado cuenta de que son, de alguna manera, el producto de nuestra sociedad; nuestro espejo, el reflejo de nuestros problemas, contradicciones y valores.
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Entonces, ¿es posible no desviarse del camino?
Hay dos discursos que son terribles sobre la maldad y el crimen desde el punto de vista jurídico y criminológico. Primero, el que sostiene que solo existe una explicación del crimen: que hay gente mala porque es así y que eso hay que combatirlo e incluso eliminarlo, lo que ha fomentado la existencia en nuestro país de la mal llamada “limpieza social”. Entonces, cada vez que hay un caso de estos, hay que darles la “paloterapia”; eso está muy mal, porque el crimen es algo que sucede en todas las sociedades (hay muchas explicaciones sociológicas y psicológicas sobre esto), pero, en el fondo, el crimen tiene que ver sobre cómo nos relacionamos con el mundo, si cumplimos o no las normas o si tenemos redes de apoyo. Creo que eso es parte del espíritu colombiano: matar a todo el mundo que se considere que no debe existir porque simplemente comete delitos y está fuera de la ley.
Del otro lado, porque ningún extremo es bueno, tenemos la posición de que lo que hay que construir son universidades, colegios y aumentar los subsidios para que haya menos crímenes y más oportunidades, pero eso es una gran falsedad en el fondo: hay que construir universidades siempre, no para disminuir el crimen. Además, si dices eso desde una posición de poder, estás construyendo un discurso clasista, estás diciendo que la violencia existe porque hay pobres; es como decir que ser pobre es ser violento o criminal. La mayoría de los criminales no son personas pobres, aunque sean los que estén en las cárceles. Los corruptos no son pobres; ellos estudian en Harvard.
¿Por qué mal llamada “limpieza social”? Será porque asesinar personas no es limpiar ninguna sociedad…
Claro, porque no hay ninguna limpieza social real, es simplemente una posición terrible, antiética, ilegal, en la que un grupo de personas considera que otros seres humanos, generalmente vulnerables (habitantes de calle, criminales comunes, etc.) no son deseables, así que los eliminan. La limpieza social no ataca a los criminales con poder: siempre va contra los pandilleros de barrio, jíbaros o el que roba algo en una tienda, pero nunca va contra el capo del narcotráfico o el político corrupto, porque, de alguna manera, está escrito sobre otras esferas de poder. Esa visión de la limpieza social en Colombia es desigual y hace parte de los mismos problemas que tenemos en la sociedad.
En la edición de aniversario del libro, incluyó dos nuevos casos: “El monstruo de Monserrate” y “el Loco de la Piedra”. ¿Por qué?
Porque, como lo dije cuando escribí el libro hace diez años, debe existir por las condiciones demográficas, geográficas y la impunidad judicial, varios asesinos en serie activos en el país. Desde 2013 hasta hoy se han popularizado por los medios estos dos casos y eso confirma lo que dije: en este país sigue habiendo y existiendo asesinos en serie, los monstruos siguen sueltos. En el libro, se incluye a “El monstruo de Monserrate”, una persona que dice que estudió Ingeniería y que era un experto en taekwondo. Él vivía en un cambuche que pasaba frente a la Casa de Nariño y llevaba a todas sus víctimas por ahí, pero nadie se dio cuenta porque eran mujeres pobres. Si hubiera atacado al hijo de Petro, Roy Barreras y Uribe o al de cualquier senador o futbolista como James Rodríguez y Falcao, pues al otro día está capturado, pero nadie lo miró porque lo que hacía era violar y asesinar mujeres habitantes de calle. Lo descubrieron fue porque un perro escarbó y sacó una mano, entonces la policía llegó hasta allá, sino estaría viviendo ahí y acabando con la vida de más mujeres.
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¿Se podría afirmar que en Colombia hay crímenes que importan más que otros?
Siempre (no lo digo yo, sino las estadísticas). Lo interesante es que nuestro Jeffrey Dahme, nuestros asesinos en serie, se valen de eso, como se muestra en el libro. El mismo Garavito dijo que atacaba a niños que andaban por ahí en la calle, que les tocaba trabajar, que estaban en una galería, en una plaza de mercado o una terminal de transporte, y así garantizaba impunidad. Si hubiera matado a las personas que mencioné anteriormente (hijos de políticos o futbolistas), hubiera estado preso en menos de dos horas, pero como era gente pobre nadie hizo nada y siguió actuando durante varios años. Entonces, nosotros tenemos una profunda desigualdad social que también se refleja en una profunda desigualdad jurídica.
En el libro cita unas palabras que dijo Garavito a Jon Sistiaga : “Tengo mucha gente que está en contra mía, sé que hay grupos en el país que están esperando que yo salga para matarme”. ¿Lo que nos mueve como sociedad es la justicia o la venganza?
Es obvio que Garavito diga que se siente más seguro en la cárcel, porque si sale a la calle es muy probable que Colombia lo linche, pues hay una desconfianza profunda hacia las instituciones (policía, sistema judicial, etc.). Y cuando no se confía, como lo dicen varios autores, las sociedades tienden a estas expresiones. El día en que Garavito ponga un pie en la calle, será su último día de vida.
¿Cómo reconocer la humanidad de los asesinos en serie sin caer en la justificación de los crímenes cometidos?
Porque, en el fondo, todos somos humanos y la maldad es humana. A veces se romantiza la maldad porque se cree que estos personajes son de otro mundo: siniestros, maestros del engaño y gente muy inteligente, pero en el fondo no lo son; son criminales y gente que causa mucho daño. Son humanos en el sentido de que todos lo somos. Si cojo al Papa y a Garavito, pues este último no tiene dos cerebros y el primero cuatro pulmones: son los mismos seres humanos. Cuando alguien lea el libro, va a entrar a la mente de estos monstruos y entenderá su humanidad y por qué son malvados, no desde un punto de vista romántico, sino como si transitáramos por un viaje al fondo del mal; como si nos sumergiéramos en las razones, pulsiones y problemáticas que hicieron que estas personas se convirtieran en asesinos en serie.
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¿Cuál es el límite para no caer en la romantización?
El límite es tener en cuenta que las víctimas son personas y no números, porque los fanáticos de los casos de asesinos en serie se dejan llevar por las cifras. Creo que el libro hace un esfuerzo grande por eso; está dedicado a las víctimas. Tal vez es muy crudo con este tema, pues se trata de mirar el horror de frente, pero es que, si no vemos al abismo, nos caemos. Eso es lo que hacen muchas personas que romantizan la maldad: están en una cuerda floja y se sienten bien con la posibilidad de caer. Creo que lo que debemos hacer es mirar la cuerda y tratar de pasar al otro lado y ser conscientes de que caminar siempre sobre filos nos hace mantener el equilibrio; el problema es que cuando queremos ir a las profundidades, tal vez no podemos salir.
Usted es antropólogo y magíster en Historia. ¿Cómo cree que eso lo benefició al escribir “Los monstruos en Colombia sí existen”?
Escribí Los monstruos en Colombia sí existen hace 10 años, pero creo que todo sigue vigente. Cuando estudiaba Antropología, siempre trataba de entender la mente humana y es lo mismo que he hecho en el libro, pero desde el punto de vista más oscuro o macabro. Los seres humanos tenemos esa dualidad que ha sido buscada de alguna manera por el arte y las ciencias sociales. Entender por qué existe la maldad es una gran pregunta en todas las culturas. Creo que mi búsqueda es un viaje al fondo del mal: ¿por qué los seres humanos podemos ser tan crueles y malvados?
La palabra “monstruos”, que utiliza en el título del libro, alude a los asesinos en serie. ¿Qué otros monstruos hay en el país?
Pienso que todos los seres humanos, sobre todo en este país, nos hemos enfrentado a la idea de la monstruosidad. Creo que es una reflexión en el sentido de que hemos tenido tantas violencias en el país (guerrillera, paramilitar, estatal, callejera, de género y económica) que han terminado quitando el foco de la atención pública hacia los asesinos en serie, de lo que trata el texto, que son tristemente populares y romantizados en Estados Unidos, pero que aquí siguen haciendo mucho daño. Entonces, no vemos eso por la existencia de otros monstruos que sí tienen nombre y que incluso se han metido en la política, como Pablo Escobar o los bandoleros de los años 60 (si queremos decirles “monstruo” a sus acciones, que son humanas). Es muy triste que tantas acciones terribles como las de Carlos Castaño, Gonzalo Rodríguez Gacha y la de muchos políticos que han estado detrás han solapado la existencia de asesinos en serie, dándoles más impunidad y proporcionándoles mayor libertad para tener más víctimas.
¿Todos somos potenciales monstruos?
Más que monstruos, todos los seres humanos somos potencialmente malvados. No lo digo yo, por ejemplo, el psicólogo Philip Zimbardo escribió El efecto Lucifer, donde comprobó que los seres humanos podemos hacer las peores atrocidades. Otro psicólogo estadounidense, llamado Stanley Milgram, realizó un experimento que demostró que las personas pueden ser malvadas si se les ponen los estímulos. Creo que todos los seres humanos tenemos esa capacidad, pero, en el fondo, también tenemos esa capacidad de no serlo, esa autonomía de decir no, a pesar de que vivamos en un mundo desigual y existan psicópatas. Estudiando los perfiles de los asesinos en serie, terribles personajes, me he dado cuenta de que son, de alguna manera, el producto de nuestra sociedad; nuestro espejo, el reflejo de nuestros problemas, contradicciones y valores.
Le invitamos a leer: Olga Burgos: “La fotografía de interiores es un arte, pero no un desahogo”
Entonces, ¿es posible no desviarse del camino?
Hay dos discursos que son terribles sobre la maldad y el crimen desde el punto de vista jurídico y criminológico. Primero, el que sostiene que solo existe una explicación del crimen: que hay gente mala porque es así y que eso hay que combatirlo e incluso eliminarlo, lo que ha fomentado la existencia en nuestro país de la mal llamada “limpieza social”. Entonces, cada vez que hay un caso de estos, hay que darles la “paloterapia”; eso está muy mal, porque el crimen es algo que sucede en todas las sociedades (hay muchas explicaciones sociológicas y psicológicas sobre esto), pero, en el fondo, el crimen tiene que ver sobre cómo nos relacionamos con el mundo, si cumplimos o no las normas o si tenemos redes de apoyo. Creo que eso es parte del espíritu colombiano: matar a todo el mundo que se considere que no debe existir porque simplemente comete delitos y está fuera de la ley.
Del otro lado, porque ningún extremo es bueno, tenemos la posición de que lo que hay que construir son universidades, colegios y aumentar los subsidios para que haya menos crímenes y más oportunidades, pero eso es una gran falsedad en el fondo: hay que construir universidades siempre, no para disminuir el crimen. Además, si dices eso desde una posición de poder, estás construyendo un discurso clasista, estás diciendo que la violencia existe porque hay pobres; es como decir que ser pobre es ser violento o criminal. La mayoría de los criminales no son personas pobres, aunque sean los que estén en las cárceles. Los corruptos no son pobres; ellos estudian en Harvard.
¿Por qué mal llamada “limpieza social”? Será porque asesinar personas no es limpiar ninguna sociedad…
Claro, porque no hay ninguna limpieza social real, es simplemente una posición terrible, antiética, ilegal, en la que un grupo de personas considera que otros seres humanos, generalmente vulnerables (habitantes de calle, criminales comunes, etc.) no son deseables, así que los eliminan. La limpieza social no ataca a los criminales con poder: siempre va contra los pandilleros de barrio, jíbaros o el que roba algo en una tienda, pero nunca va contra el capo del narcotráfico o el político corrupto, porque, de alguna manera, está escrito sobre otras esferas de poder. Esa visión de la limpieza social en Colombia es desigual y hace parte de los mismos problemas que tenemos en la sociedad.
En la edición de aniversario del libro, incluyó dos nuevos casos: “El monstruo de Monserrate” y “el Loco de la Piedra”. ¿Por qué?
Porque, como lo dije cuando escribí el libro hace diez años, debe existir por las condiciones demográficas, geográficas y la impunidad judicial, varios asesinos en serie activos en el país. Desde 2013 hasta hoy se han popularizado por los medios estos dos casos y eso confirma lo que dije: en este país sigue habiendo y existiendo asesinos en serie, los monstruos siguen sueltos. En el libro, se incluye a “El monstruo de Monserrate”, una persona que dice que estudió Ingeniería y que era un experto en taekwondo. Él vivía en un cambuche que pasaba frente a la Casa de Nariño y llevaba a todas sus víctimas por ahí, pero nadie se dio cuenta porque eran mujeres pobres. Si hubiera atacado al hijo de Petro, Roy Barreras y Uribe o al de cualquier senador o futbolista como James Rodríguez y Falcao, pues al otro día está capturado, pero nadie lo miró porque lo que hacía era violar y asesinar mujeres habitantes de calle. Lo descubrieron fue porque un perro escarbó y sacó una mano, entonces la policía llegó hasta allá, sino estaría viviendo ahí y acabando con la vida de más mujeres.
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¿Se podría afirmar que en Colombia hay crímenes que importan más que otros?
Siempre (no lo digo yo, sino las estadísticas). Lo interesante es que nuestro Jeffrey Dahme, nuestros asesinos en serie, se valen de eso, como se muestra en el libro. El mismo Garavito dijo que atacaba a niños que andaban por ahí en la calle, que les tocaba trabajar, que estaban en una galería, en una plaza de mercado o una terminal de transporte, y así garantizaba impunidad. Si hubiera matado a las personas que mencioné anteriormente (hijos de políticos o futbolistas), hubiera estado preso en menos de dos horas, pero como era gente pobre nadie hizo nada y siguió actuando durante varios años. Entonces, nosotros tenemos una profunda desigualdad social que también se refleja en una profunda desigualdad jurídica.
En el libro cita unas palabras que dijo Garavito a Jon Sistiaga : “Tengo mucha gente que está en contra mía, sé que hay grupos en el país que están esperando que yo salga para matarme”. ¿Lo que nos mueve como sociedad es la justicia o la venganza?
Es obvio que Garavito diga que se siente más seguro en la cárcel, porque si sale a la calle es muy probable que Colombia lo linche, pues hay una desconfianza profunda hacia las instituciones (policía, sistema judicial, etc.). Y cuando no se confía, como lo dicen varios autores, las sociedades tienden a estas expresiones. El día en que Garavito ponga un pie en la calle, será su último día de vida.
¿Cómo reconocer la humanidad de los asesinos en serie sin caer en la justificación de los crímenes cometidos?
Porque, en el fondo, todos somos humanos y la maldad es humana. A veces se romantiza la maldad porque se cree que estos personajes son de otro mundo: siniestros, maestros del engaño y gente muy inteligente, pero en el fondo no lo son; son criminales y gente que causa mucho daño. Son humanos en el sentido de que todos lo somos. Si cojo al Papa y a Garavito, pues este último no tiene dos cerebros y el primero cuatro pulmones: son los mismos seres humanos. Cuando alguien lea el libro, va a entrar a la mente de estos monstruos y entenderá su humanidad y por qué son malvados, no desde un punto de vista romántico, sino como si transitáramos por un viaje al fondo del mal; como si nos sumergiéramos en las razones, pulsiones y problemáticas que hicieron que estas personas se convirtieran en asesinos en serie.
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¿Cuál es el límite para no caer en la romantización?
El límite es tener en cuenta que las víctimas son personas y no números, porque los fanáticos de los casos de asesinos en serie se dejan llevar por las cifras. Creo que el libro hace un esfuerzo grande por eso; está dedicado a las víctimas. Tal vez es muy crudo con este tema, pues se trata de mirar el horror de frente, pero es que, si no vemos al abismo, nos caemos. Eso es lo que hacen muchas personas que romantizan la maldad: están en una cuerda floja y se sienten bien con la posibilidad de caer. Creo que lo que debemos hacer es mirar la cuerda y tratar de pasar al otro lado y ser conscientes de que caminar siempre sobre filos nos hace mantener el equilibrio; el problema es que cuando queremos ir a las profundidades, tal vez no podemos salir.