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                                                                                                                                  Estercilia Simanca Pushaina: un venado en el zapato

                                                                                                                                  A través de sus entretejidos de historias, Estercilia Simanca Pushaina revisa, cuestiona y redimensiona las voces íntimas de mujeres, hombres y niños, así como las relaciones de poder entre los wayuus y de éstos con los arijunas (mestizos, árabes, europeos, etc).

                                                                                                                                  Miguel Rocha Vivas

                                                                                                                                  Estercilia Simanca Pushaina, autora de los textos “El encierro de una pequeña doncella” y “Manifiesta no saber firmar”. / Cortesía
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  En su cuento más célebre, Manifiesta no saber firmar (2004), Coleima Pushaina, uno de sus numerosos personajes femeninos, deja ver mediante sus ironías, contradicciones e historias, los intereses de los políticos regionales, así como otras formas de colonización naturalizadas por siglos de explotación, como el de las “madrinas” que se llevan a las niñas a trabajar a sus casas con la excusa de quererlas educar. En una historia que no es macondiana, como destaca Estercilia, también conocida como Teeya, se destapa un problema tan antiguo como delicado: el de la colonial imposición indignante y burlesca de nombres. Tal ha sido un acto nominal violento que marcó la mal llamada “conquista” desde el primer momento en que los europeos comenzaron a renombrar, como si nada, un continente en el cual a su llegada ya se habían desarrollado miles de lenguas y culturas muy diversas entre sí.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  En Jamü (Hambre), el más reciente cuento de la autora, un niño de siete años que ha muerto como consecuencia de la desnutrición, la enfermedad y el descuido en la atención hospitalaria, habla en primera persona contando lo que le pasó y lo que habría sido su vida si hubiera seguido viviendo. Debido a las inaceptables muertes de miles de niños wayuus en los últimos años, como resultado de situaciones semejantes, el relato de Simanca Pushaina reabre nuevas preguntas sobre las soberanías alimentarias y los proyectos intervencionistas, al tiempo que se suma a un creciente proceso social de reparación y prevención, más aún cuando también se trata de enfrentar las secuelas de la colonización desarticulante de los pueblos indígenas en territorios de gran interés para las empresas multinacionales y para ciertos sectores políticos enriquecidos con la corrupción y el desfalco. Es importante destacar que la voz narrativa de Simanca no es indigenista o idealizante de lo indígena, como tampoco lo fue la de uno de sus predecesores, el narrador wayuu Antonio Joaquín López, quien en la década de los cincuenta publicó en Venezuela Los dolores de una raza, una novela en donde también revisa autocríticamente tanto a su sociedad como a las sociedades arijunas (no wayuu) a propósito de ciertas guerras interclaniles y la posterior venta de prisioneros de guerra en la frontera colombo-venezolana.

                                                                                                                                  Jamü es un niño que hubiera querido comer al menos la bienestarina provista por el Estado. Pero se robaron esos bultos negados, al igual que la plata de las regalías. Como otros niños con aseguranzas de cornelina amarradas con hilo rojo en sus muñecas, tras morir, Jamü fue inyectado con formol y enterrado sin registro con el (anti)nombre de N.N. Su destino trágico, que es la realidad de muchos, se intensifica, dado que sin sus huesitos no se ha podido llevar a cabo su segundo entierro. Este cuento de Simanca está escrito con la rabia e impotencia que da ver no sólo la muerte de los niños sino la corrupción descarada de los funcionarios.

                                                                                                                                  La ironía, la observación íntima y un gran sentido del humor caracterizan otros cuentos de Simanca. Por ejemplo, Jimaai, otro de sus cuentos y personajes masculinos, es un adolescente que vive en la frontera y que sueña llevar un bulto de maíz a su mamá y un costoso presente a su futura esposa, Iiwa-Kashí, quien pasa por el rito de paso de niña a mujer en El encierro de una pequeña doncella. Como Iiwa-Kasí, Estercilia Simanca posee voz de Irama o Venado, la palabra clave del título de la novela que se encuentra escribiendo. Los wayuus denominan Irama a las mujeres coquetas, rebeldes y contestatarias. En su cuento Bultito llorón, ¡cara de indio!, la protagonista es una mujer que de joven fue obligada a casarse con un hombre anciano. Ella rechaza a su hijo, su bultito llorón, quien cuando crece niega sus orígenes maternos, finge llevar apellidos europeos y se delata por su rostro.

                                                                                                                                  En ¿De dónde son la princesas?, la diseñadora textil wayuu retoma narrativamente su visión sobre el destino de las niñas que son casadas con ancianos por decisión de sus familias. Con todo, no se trata de una crítica a la tradición de la dote, que en últimas respaldará a la mujer si es abandonada. La protagonista del relato es articulada con ironía en contraposición a las princesitas de los cuentos de hadas. Ella prefiere huir del encierro hacia las dunas del desierto antes de ser entregada como su hermana, Sumaiwa, a un cacique de sesenta años que compara con un dragón ante la imposibilidad de que tal sapo se convierta en un príncipe. Contrario es el caso de la protagonista de su cuento Julamia, a quien ningún hombre ha pedido en matrimonio y quien se compara con otras chicas que pasaron por el encierro, como Mireya, quien quería escaparse “y pintarse los labios todas las tardes color pichiguel”. Se ha pensado que Simanca es una autora fácilmente clasificable como feminista debido a sus revisiones narrativas de los roles tradicionales de la mujer. Con todo, la propia autora lo ha desmentido. Y en Soy Venado, su novela en creación, ha escrito que “ellas no se levantan, sólo saben que mientras duermen sus hombres (padres y hermanos) contrabandean para que a ellas nadie les robe los sueños”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Rukarria Epinayú es la contundente voz monológica de Daño emergente, lucro cesante, un título que proviene del mundo jurídico en que se desempeña Simanca. Mushaisa, el burro con que Rukarria transportaba carbón para sobrevivir, es atropellado por el interminable tren del Cerrejón, que pasa por encima de algunos cementerios, además de obstruir las rutas de pastoreo y contaminar las escasas fuentes de agua. Tras el atropello, los funcionarios responden diciendo que había un letrero que decía muy clarito en wayuunaiki: “No entregues tu cabeza a la muerte, por el tren”. Pero ella manifestaba no saber firmar… y por tanto tampoco sabía leer, como el abuelo con cuya historia inicia el cuento Manifiesta, a quien su pequeña nieta enseñaba a firmar con letra de palito y quien decía que estaba muy viejo para hablar con el papel o escribir. O para que el papel hablara con él o leer.

                                                                                                                                  Puede leer: La tierra en las venas

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A través de sus entretejidos de historias, Estercilia Simanca Pushaina revisa, cuestiona y redimensiona las voces íntimas de mujeres, hombres y niños, así como las relaciones de poder entre los wayuus y de éstos con los arijunas (mestizos, árabes, europeos, etc.). Como ha dicho sobre sí: “Yo soy una Pulowi de Uuchimüin. No me seducen los cantos de seres mitológicos, sino los míos propios”. Al autoidentificarse con las míticas Pulowi wayuu del sur (Uuchimüin) y a la vez desidentificarse de las sirenas griegas, la autora wayuu se afirma en su propia voz e invención. En tal sentido, su obra narrativa choca con las expectativas estereotipantes sobre el mundo indígena y se conecta con el actual trabajo artístico de otras mujeres que, como ella, nacieron en contextos de tradiciones ancestrales, como la artista visual iraní Shirin Neshat, la fotógrafa marroquí Lalla Essaydi, la poeta mapuche Adriana Paredes Pinda y la cineasta indo-canadiense Deepa Mehta. Las lecturas más prevenidas podrían señalar a estas artistas de transgresoras y modernizantes. Con todo, sus miradas críticas, desexotizantes, paradójicas y rehumanizantes nos resultan muy necesarias en un mundo en que persisten racismos y muros separadores de personas a uno y otro lado de tantas fronteras tan arbitrarias.

                                                                                                                                  Estercilia Simanca Pushaina, autora de los textos “El encierro de una pequeña doncella” y “Manifiesta no saber firmar”. / Cortesía
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  En su cuento más célebre, Manifiesta no saber firmar (2004), Coleima Pushaina, uno de sus numerosos personajes femeninos, deja ver mediante sus ironías, contradicciones e historias, los intereses de los políticos regionales, así como otras formas de colonización naturalizadas por siglos de explotación, como el de las “madrinas” que se llevan a las niñas a trabajar a sus casas con la excusa de quererlas educar. En una historia que no es macondiana, como destaca Estercilia, también conocida como Teeya, se destapa un problema tan antiguo como delicado: el de la colonial imposición indignante y burlesca de nombres. Tal ha sido un acto nominal violento que marcó la mal llamada “conquista” desde el primer momento en que los europeos comenzaron a renombrar, como si nada, un continente en el cual a su llegada ya se habían desarrollado miles de lenguas y culturas muy diversas entre sí.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  En Jamü (Hambre), el más reciente cuento de la autora, un niño de siete años que ha muerto como consecuencia de la desnutrición, la enfermedad y el descuido en la atención hospitalaria, habla en primera persona contando lo que le pasó y lo que habría sido su vida si hubiera seguido viviendo. Debido a las inaceptables muertes de miles de niños wayuus en los últimos años, como resultado de situaciones semejantes, el relato de Simanca Pushaina reabre nuevas preguntas sobre las soberanías alimentarias y los proyectos intervencionistas, al tiempo que se suma a un creciente proceso social de reparación y prevención, más aún cuando también se trata de enfrentar las secuelas de la colonización desarticulante de los pueblos indígenas en territorios de gran interés para las empresas multinacionales y para ciertos sectores políticos enriquecidos con la corrupción y el desfalco. Es importante destacar que la voz narrativa de Simanca no es indigenista o idealizante de lo indígena, como tampoco lo fue la de uno de sus predecesores, el narrador wayuu Antonio Joaquín López, quien en la década de los cincuenta publicó en Venezuela Los dolores de una raza, una novela en donde también revisa autocríticamente tanto a su sociedad como a las sociedades arijunas (no wayuu) a propósito de ciertas guerras interclaniles y la posterior venta de prisioneros de guerra en la frontera colombo-venezolana.

                                                                                                                                  Jamü es un niño que hubiera querido comer al menos la bienestarina provista por el Estado. Pero se robaron esos bultos negados, al igual que la plata de las regalías. Como otros niños con aseguranzas de cornelina amarradas con hilo rojo en sus muñecas, tras morir, Jamü fue inyectado con formol y enterrado sin registro con el (anti)nombre de N.N. Su destino trágico, que es la realidad de muchos, se intensifica, dado que sin sus huesitos no se ha podido llevar a cabo su segundo entierro. Este cuento de Simanca está escrito con la rabia e impotencia que da ver no sólo la muerte de los niños sino la corrupción descarada de los funcionarios.

                                                                                                                                  La ironía, la observación íntima y un gran sentido del humor caracterizan otros cuentos de Simanca. Por ejemplo, Jimaai, otro de sus cuentos y personajes masculinos, es un adolescente que vive en la frontera y que sueña llevar un bulto de maíz a su mamá y un costoso presente a su futura esposa, Iiwa-Kashí, quien pasa por el rito de paso de niña a mujer en El encierro de una pequeña doncella. Como Iiwa-Kasí, Estercilia Simanca posee voz de Irama o Venado, la palabra clave del título de la novela que se encuentra escribiendo. Los wayuus denominan Irama a las mujeres coquetas, rebeldes y contestatarias. En su cuento Bultito llorón, ¡cara de indio!, la protagonista es una mujer que de joven fue obligada a casarse con un hombre anciano. Ella rechaza a su hijo, su bultito llorón, quien cuando crece niega sus orígenes maternos, finge llevar apellidos europeos y se delata por su rostro.

                                                                                                                                  En ¿De dónde son la princesas?, la diseñadora textil wayuu retoma narrativamente su visión sobre el destino de las niñas que son casadas con ancianos por decisión de sus familias. Con todo, no se trata de una crítica a la tradición de la dote, que en últimas respaldará a la mujer si es abandonada. La protagonista del relato es articulada con ironía en contraposición a las princesitas de los cuentos de hadas. Ella prefiere huir del encierro hacia las dunas del desierto antes de ser entregada como su hermana, Sumaiwa, a un cacique de sesenta años que compara con un dragón ante la imposibilidad de que tal sapo se convierta en un príncipe. Contrario es el caso de la protagonista de su cuento Julamia, a quien ningún hombre ha pedido en matrimonio y quien se compara con otras chicas que pasaron por el encierro, como Mireya, quien quería escaparse “y pintarse los labios todas las tardes color pichiguel”. Se ha pensado que Simanca es una autora fácilmente clasificable como feminista debido a sus revisiones narrativas de los roles tradicionales de la mujer. Con todo, la propia autora lo ha desmentido. Y en Soy Venado, su novela en creación, ha escrito que “ellas no se levantan, sólo saben que mientras duermen sus hombres (padres y hermanos) contrabandean para que a ellas nadie les robe los sueños”.

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                                                                                                                                  Rukarria Epinayú es la contundente voz monológica de Daño emergente, lucro cesante, un título que proviene del mundo jurídico en que se desempeña Simanca. Mushaisa, el burro con que Rukarria transportaba carbón para sobrevivir, es atropellado por el interminable tren del Cerrejón, que pasa por encima de algunos cementerios, además de obstruir las rutas de pastoreo y contaminar las escasas fuentes de agua. Tras el atropello, los funcionarios responden diciendo que había un letrero que decía muy clarito en wayuunaiki: “No entregues tu cabeza a la muerte, por el tren”. Pero ella manifestaba no saber firmar… y por tanto tampoco sabía leer, como el abuelo con cuya historia inicia el cuento Manifiesta, a quien su pequeña nieta enseñaba a firmar con letra de palito y quien decía que estaba muy viejo para hablar con el papel o escribir. O para que el papel hablara con él o leer.

                                                                                                                                  Puede leer: La tierra en las venas

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A través de sus entretejidos de historias, Estercilia Simanca Pushaina revisa, cuestiona y redimensiona las voces íntimas de mujeres, hombres y niños, así como las relaciones de poder entre los wayuus y de éstos con los arijunas (mestizos, árabes, europeos, etc.). Como ha dicho sobre sí: “Yo soy una Pulowi de Uuchimüin. No me seducen los cantos de seres mitológicos, sino los míos propios”. Al autoidentificarse con las míticas Pulowi wayuu del sur (Uuchimüin) y a la vez desidentificarse de las sirenas griegas, la autora wayuu se afirma en su propia voz e invención. En tal sentido, su obra narrativa choca con las expectativas estereotipantes sobre el mundo indígena y se conecta con el actual trabajo artístico de otras mujeres que, como ella, nacieron en contextos de tradiciones ancestrales, como la artista visual iraní Shirin Neshat, la fotógrafa marroquí Lalla Essaydi, la poeta mapuche Adriana Paredes Pinda y la cineasta indo-canadiense Deepa Mehta. Las lecturas más prevenidas podrían señalar a estas artistas de transgresoras y modernizantes. Con todo, sus miradas críticas, desexotizantes, paradójicas y rehumanizantes nos resultan muy necesarias en un mundo en que persisten racismos y muros separadores de personas a uno y otro lado de tantas fronteras tan arbitrarias.

                                                                                                                                  Por Miguel Rocha Vivas

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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