Estoicismo, autoayuda y neoliberalismo
El estoicismo, corriente filosófica que surge en la Greacia antigua, difiere de lo que se ha planteado en la era contemporánea y de lo que se vende en los libros de autoayuda.
Damián Pachón Soto
En las librerías actuales el estoicismo se vende como autoayuda. Es común encontrar las Meditaciones de Marco Aurelio, las disertaciones vitales de Epitecto contenidas en su Manual de vida o los Diálogos de Séneca junto a toda esa literatura que promete soluciones fáciles para los grandes problemas del ser humano. En estricto sentido, el estoicismo ha sido capturado por el mercado editorial bajo el rótulo de autoayuda. Su notable presencia en las librerías, el inusitado auge de títulos que hablan del estoicismo, así lo comprueba. El estoicismo ha sido mercantilizado como parte de esa literatura que pretende dar recetas efectivas para la depresión, el sentido de la vida, la angustia existencial, las pesadumbres, las congojas, el fracaso, la tristeza y las frustraciones.
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En las librerías actuales el estoicismo se vende como autoayuda. Es común encontrar las Meditaciones de Marco Aurelio, las disertaciones vitales de Epitecto contenidas en su Manual de vida o los Diálogos de Séneca junto a toda esa literatura que promete soluciones fáciles para los grandes problemas del ser humano. En estricto sentido, el estoicismo ha sido capturado por el mercado editorial bajo el rótulo de autoayuda. Su notable presencia en las librerías, el inusitado auge de títulos que hablan del estoicismo, así lo comprueba. El estoicismo ha sido mercantilizado como parte de esa literatura que pretende dar recetas efectivas para la depresión, el sentido de la vida, la angustia existencial, las pesadumbres, las congojas, el fracaso, la tristeza y las frustraciones.
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Sin embargo, el estoicismo como una de las escuelas filosóficas más antiguas nada tiene que ver con esos remedios baratos para el alma que se venden como felicidad bajo pedido. No. El estoicismo es una de las Escuelas de pensamiento más importantes y con mayor influencia en la historia de la filosofía. ¿En qué consiste propiamente esta corriente?, ¿cuáles son sus postulados básicos? ¿Por qué, en estricto sentido, no tiene ninguna relación con la autoayuda?, ¿qué nos puede decir en la actualidad? Veamos.
El estoicismo surge en la Grecia antigua, en el siglo III A.C., fundada por Zenon de Citio. Tras algunos desarrollos notables en Atenas, alrededor del siglo I y II tuvo una gran influencia en Roma. De allí impregnó la cultura cristiana y la filosofía occidental. Su presencia la podemos encontrar en la modernidad filosófica y, en el pensamiento de hoy, aunque desligada de sus intenciones originales como ya veremos. En Grecia el estoicismo surgió, como muchas de las otras filosofías, en prácticas ligadas al espacio: en la Stoa, en esas edificaciones públicas con grandes columnas y pórticos, que constituyeron verdaderos espacios de aparición, de presencia común de los sujetos, que seguían una forma de vida. Fue el mismo caso de los pitágoricos que, se dice, aprendían matemáticas y filosofaban en una cueva; o de los epicúreos que pensaban en un jardín. También Platón y Aristóteles tuvieron su Academia y su Escuela, un poco más formales en sus prácticas pedagógicas. Estos pocos ejemplos sirven para dar cuenta de cómo la filosofía ha estado vinculada históricamente a ciertas espacializaciones, a ambientes que forman parte de un medio donde el sujeto habita y realiza un conjunto de prácticas académicas, pedagógicas, en locus que anclan formas de aprendizaje, reflexión y vida.
En Roma, como se dijo, el estoicismo hizo carrera. Fue, ante todo, una filosofía práctica dado que los romanos no tuvieron el genio especulativo de los griegos. Y, como tal era una filosofía ética que contenía una concepción de la naturaleza, del logos, vinculada a la formación del carácter, de un ethos, de una forma de vivir para encarar la existencia y sus dificultades. Con la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio, ya en la época de Teodosio, algunos postulados del estoicismo fueron codificados y subsumidos dentro del corpus cristiano en formación, por ejemplo, seguir las reglas de la naturaleza, asimilada muchas veces a la providencia misma, al destino, se encuentra en la base de doctrinas cristianas como la de tener relaciones sexuales exclusivamente para la procreación, de no realizar prácticas contra natura como el homosexualismo o la búsqueda exclusiva del placer. En últimas, el régimen de salud, meditación, reflexión estoicas fueron recodificados en la ascética cristiana, en ese régimen de control de los cuerpos y de las almas. En sus estudios, Michel Foucault ha dado cuenta de muchos de estos engranajes teóricos y dogmáticos.
Durante la Edad Media, el Renacimiento y la modernidad, las pautas de vida del estoicismo sobrevivieron. Se mantuvieron en Europa como un modelo deseable de vida, reglas vitales a seguir para vivir mejor, para el uso adecuado de la temporalidad vital (Séneca), pero también su influencia se extendió más allá de los océanos con el cosmopolitismo pretendido de la religión cristiana, del llamado Orbis cristiano. Por otro lado, en la modernidad, aún en un filósofo tan pesimista como Schopenhauer encontramos huellas de esta corriente. El filósofo alemán se preguntaba por lo que somos, por lo que tenemos y por lo que representamos, y su respuesta era estoica, pues estaba en el mismo sentido que la de aquellos filósofos antiguos: lo que vale la pena tener en cuenta es lo que somos, cómo nos hemos hecho, pues lo que tenemos es fortuito, lo podemos perder: y lo que representamos depende de la imagen que sobre nosotros se hacen los otros, por lo tanto, no está bajo nuestro control dado que ellos pueden pensar lo que a bien tengan. Los estoicos pensaban igual al respecto.
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Pero ¿cuáles eran los postulados básicos de la escuela? Aquí solo podemos mencionar algunos. En primer lugar, se asume que la filosofía es una medicina para el alma, como pensaba Cicerón, es decir, que ésta no es un discurso teórico, académico, que se repite mecánicamente, sino que tiene que ver directamente con una forma de vida, con la existencia concreta. Es decir, es un saber que moldea nuestras prácticas vitales, donde pensamiento y vida están unidos inextricablemente, tal como lo demostró Pierre Hadot en su lectura de la filosofía antigua como forma de vida, en sus ejercicios espirituales. En segundo lugar, posee una concepción de la naturaleza, concepción que moldea y condiciona otros de los principios del estoicismo. Para los estoicos la naturaleza no es tanto un mundo de “afuera”, una suma de cosas, de entes, sujetos a nuestro total dominio, subordinado- mera res extensa diríamos con Descartes- sobre el cual ejercemos poder y control. La naturaleza no es un objeto separado de un sujeto que ejerce su voluntad de poder sobre ella. La naturaleza para el estoico envuelve al sujeto, configura, en parte, su destino, es un orden, un logos, está gobernada por una racionalidad inmanente que afecta nuestras vidas pues también estamos sometidos a sus ciclos, a sus leyes. El logos, las leyes cósmicas, nos atraviesan, nos condicionan, nos configuran, y frente a ellas no podemos hacer nada. No podemos evitar, por ejemplo, el morir. La muerte es una ley de la naturaleza, un evento que gobierna todo lo vivo.
En tercer lugar, y en relación con lo anterior, el estoicismo distingue muy bien entre lo que podemos controlar y lo que no podemos controlar, entre lo que depende de nosotros y aquello que no. John Sellars en su librito Lecciones de estoicismo sostiene sintéticamente: “¿Qué aspectos de tu vida eres capaz de controlar? ¿Puedes acaso escoger cuándo estar enfermo y cuándo no? ¿Decidir no tener un accidente? ¿Librar de la muerte a tus seres queridos?”. La respuesta es clara: es imposible controlar estas cuestiones. Entonces, tener plena consciencia de estos aspectos nos hace realistas, nos pone en evidencia que hay elementos de nuestra constitución natural, como enfermarse o morir, que no podemos manejar plenamente. Puedes hacer ejercicio, comer bien, ir al médico, tratar de ser saludable, y de esta manera intentar prevenir las enfermedades, pero no puedes erradicarlas, ni estar seguro de hacerlo. Y la muerte, es una realidad en marcha, un hecho inevitable que forma parte de la vida misma, que llega tarde o temprano. En cuanto a la muerte, todos estamos haciendo fila, y, al final, la gravedad que nos sumerge en la nada, en el sueño final, llegará inevitablemente. Por eso morir es un fenómeno irrevocable.
En cuarto lugar, el estoicismo en la versión de Epitecto hace énfasis en la manera como percibimos las cosas, específicamente, pone atención a nuestros juicios. La mayor parte de la infelicidad de los humanos se debe a errores de juicio o a juicios apresurados. El estoicismo, como hará siglos después Descartes, nos aconseja evitar la precipitación, es decir, evitar aceptar sin reflexión y de manera rápida las cosas y sus consecuencias. Epitecto aconseja demorarse en las cosas, pensarlas, evaluar la manera como comprendemos la vida y sus dificultades. Este es un maravilloso consejo para la actualidad donde el afán impide pensar, reflexionar, donde las personas reaccionan por automatismos, con pensamientos y creencias prefabricadas por los mass media, pretermitiendo de asumirlas conscientemente, responsablemente, y sacando las consecuencias de sus ideas y, por ende, de sus actos.
Si entiendo bien que la muerte, que las enfermedades o que la posibilidad de sufrir un accidente no está totalmente bajo mi control, ¿para qué angustiarme? ¿Para qué dejar que la inquietud carcoma mis entrañas con pensamientos negativos que desgastan la vida e impiden la tranquilidad? Un juicio correcto, producto de la reflexión, impide el malestar en las entrañas. Dice Sellars: “nuestros juicios son muy importantes por que, entre otras cosas, determinan nuestro modo de actuar; controlan, tal como pensaba Epitecto, nuestros deseos e impulsos”. Se trata de pensar, de valorar, discernir y enjuiciar las cosas para actuar correctamente evitando preocupaciones innecesarias.
También el éxito, el deseo de fama, reconocimiento, las riquezas, el prestigio, etc., son cosas que no podemos controlar del todo. La reputación, la fama, el prestigio dependen siempre de miradas externas, pueden sernos favorables o desfavorables; el éxito se puede alcanzar y puedo, efectivamente, luchar para lograrlo, pero también se puede perder. Entonces, mi felicidad no puede depender de él. Sobre esto hay miles de ejemplos de personas muy exitosas que luego caen en desgracia. La vida del mismo Séneca es prueba de ello. Su prestigio como consejero tuvo muchos reveses y hasta le valió la vida con Nerón. Las riquezas, por ejemplo, se pueden afectar. Es posible ganar una lotería, pero también es perderlo todo por una enfermedad costosa, una mala decisión económica, una quiebra inevitable. Por eso “si crees que tienes control sobre cosas que en realidad no controlas, la frustración y el desengaño están casi garantizados”. Tampoco dependen de nosotros cosas como la raza, el sexo, la orientación sexual, la nacionalidad, a veces ciertas enfermedades genéticas, físicas, etc. Y todas estas cosas nos marcan y nos afectan, ponen en evidencia nuestra vulnerabilidad. Vivir, existir, es ser vulnerables, afectables, enfermables, asesinables, etc., es parte de la condición humana.
Desde luego, no podemos pensar, como Epitecto, que nuestra felicidad depende exclusivamente de lo que sí podemos controlar, específicamente, de nuestros juicios sobre las cosas. Como si dijera: si razono bien, soy feliz. Eso sería una visión reductiva, pues hay aspectos externos que contribuyen también a la felicidad, como pensaba Aristóteles. Por ejemplo, el ejercicio de virtudes como la generosidad, la bondad hacia los más desfavorecidos, el deseo de cuidar a otros, la caridad, etc., requieren bienes externos, pero son virtudes cuyo ejercicio puede contribuir a mi felicidad. También una enfermedad se ve siempre como un preludio de la muerte que empaña nuestras vidas y lanza una mirada glacial sobre el vivir. Así que hay cosas externas que inciden también sobre nuestro bienestar corporoespiritual.
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En quinto lugar, el estoicismo también enfatizó en la necesidad de cuidar nuestras emociones, nuestros afectos. Recomendaba cuidar y ejercitar nuestros juicios sobre los mismos. No se trataba, como suele pensarse, de eliminar las emociones del ser humano, lo cual es imposible, tal como se ha mostrado en la actualidad en la filosofía de las emociones o de los afectos. El humano no es un bloque yerto, un trozo insensible de carne, un robot programable. No. Es un ser afectivo, volitivo, racional, sensitivo. Es un ser complejo, pluridimensional. Se trataba, en estricto sentido, de cuidarse de las emociones negativas, de evitarlas, tal como pensaba Séneca. Había que evitar la ira y los celos, que eran concebidos por el filósofo como enajenaciones mentales. La ira era una especie de posesión, de estar fuera de sí irreflexivamente; por otro lado, el rencor, la impaciencia, debían controlarse. Lo mismo cabe decir de las obsesiones y los apegos. Con todo, como ya sabía Nietzsche, no es posible catalogar los afectos como malos y buenos en sí mismos, pues algunos pueden revertirse, como la rabia y el resentimiento tal como ha mostrado la filósofa colombiana Laura Quintana en su libro Rabia (2022). De todas formas, la reflexión sobre las emociones nos permite vivir mejor y evitar problemas en la vida, lo cual es posible si no nos dejamos arrastrar violentamente por ellas, si caemos en su caudal feroz. Decía Epitecto: “Si alguien consigue provocarte, date cuenta de que tu mente es cómplice de la provocación”.
Los estoicos aconsejaban llevar una vida reflexiva, donde ésta estuviera permanentemente bajo examen. En esto seguían, de hecho, a Sócrates y a Platón. Ello implicaba pensar en la adversidad, aprender de ella, aprender de las experiencias, reflexionar sobre la posibilidad de los males futuros (Séneca) y en la manera más adecuada de abordar ciertas situaciones. De hecho, la adversidad puede mejorar la vida, pues si todo nos sale bajo pedido, ¿cómo aprenderemos a sortear las situaciones desfavorables cuando éstas aparezcan? Es decir, la adversidad también puede ser edificante y ser maestra de vida. Se trataba de reconocer que el sufrimiento, la vulnerabilidad, la desdicha, forman parte de la vida, que la constituyen y que no podemos sustraernos al dolor y al displacer.
Finalmente, hay que decir que el estoicismo fue una filosofía que contribuyó a configurar lo que hoy conocemos como cosmopolitismo. Este tiene su origen en las filosofías post-aristótelicas coetáneas con el llamado helenismo y con el contacto de la cultura griega con otras culturas. La empresa conquistadora de Alejandro Magno más allá de las antiguas y tradicionales polis griegas generaron una conciencia más amplia de lo que era la especie humana, las culturas, las tradiciones, las costumbres. El estoicismo fue plenamente consciente de este fenómeno multicultural y de la pertenencia del humano a algo más allá del lugar inmediato de residencia, de vida. Amplió la mirada humana hacia otros confines y problematizó el lugar de la vida en medio de la pluralidad y de la unidad del género humano. Esto, a su manera, pero de forma muy incipiente, contribuyó a poner de presente la interdependencia relacional del ser humano y de su necesaria pertenencia a la comunidad. Como dice Sellars: “un hombre, al quedar separado de un hombre, ha quedado excluido de la comunidad […] el hombre se separa él mismo de su vecino cuando le odia y siente aversión. E ignora que se ha cercenado al mismo tiempo de la comunidad entera”.
Sin duda, muchas de las enseñanzas del estoicismo tienen un gran valor para la actualidad, para estas sociedades frenéticas, triunfalistas, impregnadas del ethos neoliberal donde se piensa que todo se puede. Es así porque el estoicismo sirve, en este contexto, como un antídoto y un revulsivo contra lo que Mark Fisher ha llamado el “heroísmo mágico” del individuo y contra lo que Sara Ahmed denomina el “imperativo de la felicidad”, ambos fenómenos relacionados con los dogmas neoliberales del emprendimiento asumidos y explotados por las recetas de autoayuda actuales. Como es sabido, el declive del Estado de bienestar en los años setenta dio paso a una ideología triunfalista, una cultura del esfuerzo donde el individuo se provee todo lo que el Estado proveía antes. Desde entonces, surgió una cultura del yo, individualista, hedonista, con una concepción turística de la vida. El neoliberalismo creó una nueva subjetividad donde el individuo puede lograr todo lo que se propone, pero donde el fracaso no es admitido. De esta manera se acuñaron seres de rendimiento perpetuo, empresarios de sí mismos, que si fracasan son autoculpables y se victimizan. Así, se exoneró y se invisibilizó la responsabilidad de la estructura social, como si las condiciones materiales, sociales, políticas, culturales de vida, etc., no condicionaran a los individuos y a sus posibilidades. Esta concepción de vida ha generado personas ansiosas, depresivas, frustradas, infelices que, al no alcanzar los estándares de la sociedad, padecen graves problemas de salud mental que los lleva a severos cuadros depresivos y hasta el suicidio. Se pierde de vista que el sistema de expectativas de la sociedad neoliberal capitalista es una fábrica de gente infeliz y frustrada.
En este contexto el estoicismo nos enseña que no lo podemos todo, que no somos omnipotentes, que somos vulnerables, que el dolor, el sufrimiento son constitutivos de la vida, que el individuo es social y pertenece a una sociedad y a un medio natural que lo condiciona. Permite superar ese optimismo facilista tan propio de la autoayuda y el coaching existencial, al igual que la visión facilista de la felicidad, pues esta no es un estado, o una meta que podamos alcanzar, sino un proceso ligado a realizaciones personales y con crestas muy variadas en un periplo vital determinado y complejo. En este sentido, el estoicismo tiene mucho que decir hoy, si bien en un ambiente más denso, riesgoso y tecnológico muy distinto al de la antigüedad, de tal manera que debe valorarse adecuadamente sus aportes y límites para el mundo actual.