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                                                                                                                                Eternamente desesperado

                                                                                                                                Obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1971. Julio Cortázar dijo entonces que el galardón había sido un coletazo del Establecimiento. El mundo de las letras hispanas le rinde cientos de homenajes al poeta chileno Pablo Neruda.

                                                                                                                                Fernando Araúijo Vélez

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Aquella alabanza a la revolución la había escrito pocas horas después de haber visto por televisión y oído en la radio y de los  amigos que la Unidad Popular había confirmado por elección popular su gran triunfo de tres años atrás, cuando Salvador Allende llegó a la Presidencia. Estaba feliz, pletórico, y así, entre tanta felicidad y éxtasis recibió la última visita que le hizo Julio Cortázar. “Hablamos de Francia, de su último cumpleaños en la casa de Normandía adonde los amigos habíamos llegado de todas partes para que Pablo sintiera un poco menos la geométrica soledad del diplomático famoso, y donde con gorros de papel, largos tragos y música lo despedimos (él lo sabía, y nosotros sabíamos que él lo sabía). Hablamos de Allende, que había venido a visitarlo en esos días sin previo aviso, sembrando la estupefacción con un helicóptero inconcebible en la Isla Negra, y por la noche, aunque insistíamos en irnos, en que descansara, Pablo nos obligó a mirar con él un horrendo folletín de vampiros en la televisión, fascinado y divertido al mismo tiempo, abandonándose a un presente de fantasmas más reales para él que un futuro que sabía cerrado”.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                no despedirse, ¿verdad?’, los fatigados ojos ya distantes. Era así, no había que despedirse; esto que he escrito es mi presencia junto a él y junto a Chile. Sé que un día volveremos a Isla Negra, que su pueblo entrará por esa puerta y encontrará en cada piedra, en cada hoja de árbol, en cada grito de pájaro marino, la poesía siempre viva de ese hombre que tanto lo amó”.

                                                                                                                                Para Cortázar, Neruda fue desde su primer libro, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, un despertar a lo americano, un volver hacia las mujeres de la tierra, hacia sus amores, sus palabras y silencios. Bofetón, cuchillada y flor, todo al mismo tiempo. Después las Residencias y, sobre todo sus gritos y susurros de dolor por la guerra civil en España en el corazón, terminaron por seducirlo, o mejor, convencerlo. “Neruda ha dado el paso final que lo desplaza del escenario a los actores, de la tierra a los hombres; su definición política, que tanto malentendido innoble haría surgir (y pudrir) en América Latina, tiene la necesidad y la llaneza del cumplimiento amoroso, de la posesión en la entrega última; y es fácil advertir que el signo ha cambiado, que a la lenta, apasionada enumeración de los frutos terrestres por boca de un hombre solitario y melancólico, sucede ahora la insistente llamada a recobrar esos frutos jamás gozados o injustamente perdidos, la proposición de una poesía de combate lentamente forjada desde la palabra y desde la acción”, decía Cortázar.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Allí lo velaron, ante la ausencia de muchos de sus amigos con los que solía tomar vino, la presencia del Partido y la vigilancia estricta de unos hombres “extraños” vestidos de negro, frente a una fotografía de Walt Whitmann y una pintura dedicada de Roberto Matta. Allí y en Temuco y en el norte lo lloraron los poetas y los chilenos, porque como diría muchos años más tarde su contertulio Alfredo Montealagre,  “más allá del mito del ser humano que se había creado y que después creció, uno al leerlo tenía que admitir su grandeza”. Neruda había llegado de Temuco, del Sur, callado y aislado, y llevaba en sus entrañas “una incontinencia verbal arrolladora, tan profunda, que parecía robada de su gente”, diría en uno de sus tantos homenajes el crítico Cristian Warnken, amante, sobre todo, de Vicente Huidobro, quien con Neruda y la incomprendida Gabriela Mistral fueron los pilares más importantes de la poesía chilena antes del golpe. Luego estallaron con sus múltiples facetas Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, pero esa fue otra historia.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Aquella alabanza a la revolución la había escrito pocas horas después de haber visto por televisión y oído en la radio y de los  amigos que la Unidad Popular había confirmado por elección popular su gran triunfo de tres años atrás, cuando Salvador Allende llegó a la Presidencia. Estaba feliz, pletórico, y así, entre tanta felicidad y éxtasis recibió la última visita que le hizo Julio Cortázar. “Hablamos de Francia, de su último cumpleaños en la casa de Normandía adonde los amigos habíamos llegado de todas partes para que Pablo sintiera un poco menos la geométrica soledad del diplomático famoso, y donde con gorros de papel, largos tragos y música lo despedimos (él lo sabía, y nosotros sabíamos que él lo sabía). Hablamos de Allende, que había venido a visitarlo en esos días sin previo aviso, sembrando la estupefacción con un helicóptero inconcebible en la Isla Negra, y por la noche, aunque insistíamos en irnos, en que descansara, Pablo nos obligó a mirar con él un horrendo folletín de vampiros en la televisión, fascinado y divertido al mismo tiempo, abandonándose a un presente de fantasmas más reales para él que un futuro que sabía cerrado”.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                no despedirse, ¿verdad?’, los fatigados ojos ya distantes. Era así, no había que despedirse; esto que he escrito es mi presencia junto a él y junto a Chile. Sé que un día volveremos a Isla Negra, que su pueblo entrará por esa puerta y encontrará en cada piedra, en cada hoja de árbol, en cada grito de pájaro marino, la poesía siempre viva de ese hombre que tanto lo amó”.

                                                                                                                                Para Cortázar, Neruda fue desde su primer libro, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, un despertar a lo americano, un volver hacia las mujeres de la tierra, hacia sus amores, sus palabras y silencios. Bofetón, cuchillada y flor, todo al mismo tiempo. Después las Residencias y, sobre todo sus gritos y susurros de dolor por la guerra civil en España en el corazón, terminaron por seducirlo, o mejor, convencerlo. “Neruda ha dado el paso final que lo desplaza del escenario a los actores, de la tierra a los hombres; su definición política, que tanto malentendido innoble haría surgir (y pudrir) en América Latina, tiene la necesidad y la llaneza del cumplimiento amoroso, de la posesión en la entrega última; y es fácil advertir que el signo ha cambiado, que a la lenta, apasionada enumeración de los frutos terrestres por boca de un hombre solitario y melancólico, sucede ahora la insistente llamada a recobrar esos frutos jamás gozados o injustamente perdidos, la proposición de una poesía de combate lentamente forjada desde la palabra y desde la acción”, decía Cortázar.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Allí lo velaron, ante la ausencia de muchos de sus amigos con los que solía tomar vino, la presencia del Partido y la vigilancia estricta de unos hombres “extraños” vestidos de negro, frente a una fotografía de Walt Whitmann y una pintura dedicada de Roberto Matta. Allí y en Temuco y en el norte lo lloraron los poetas y los chilenos, porque como diría muchos años más tarde su contertulio Alfredo Montealagre,  “más allá del mito del ser humano que se había creado y que después creció, uno al leerlo tenía que admitir su grandeza”. Neruda había llegado de Temuco, del Sur, callado y aislado, y llevaba en sus entrañas “una incontinencia verbal arrolladora, tan profunda, que parecía robada de su gente”, diría en uno de sus tantos homenajes el crítico Cristian Warnken, amante, sobre todo, de Vicente Huidobro, quien con Neruda y la incomprendida Gabriela Mistral fueron los pilares más importantes de la poesía chilena antes del golpe. Luego estallaron con sus múltiples facetas Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, pero esa fue otra historia.

                                                                                                                                Por Fernando Araúijo Vélez

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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