Un viaje a la muerte en Occidente y Oriente
A propósito de la resolución para reglamentar la eutanasia en Colombia que está preparando el Ministerio de Salud, hacemos un recuento sobre la concepción occidental de la muerte a través de la historia y la confrontamos con la visión budista.
Danelys Vega Cardozo
La existencia humana tiene prescripción. Vivir implica morir. Pero la postura que se asume ante aquella verdad ineludible varía dependiendo de cada individuo y cultura. En palabras de Séneca: “La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y para muchos un favor”. No es lo mismo morir en Occidente que en Oriente. Cada cultura está permeada por valores, creencias y tradiciones distintas. En el campo de la muerte, la diferenciación entre la visión occidental y oriental se acentúa cuando entramos en terreno del budismo. Algunos autores sostienen que en Occidente la muerte tiene una connotación negativa, llegando a ser vista como un castigo que hay que retardar o incluso un tema tabú del que poco se habla y se consulta en soledad. Mientras tanto, desde una visión budista extraída de obras como El libro tibetano de la vida y de la muerte, perecer es un regalo, una oportunidad para recorrer en vida un camino de transformación interior. El Dalai Lama lo expresa así en el prologó de aquel libro: “Si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien”.
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La existencia humana tiene prescripción. Vivir implica morir. Pero la postura que se asume ante aquella verdad ineludible varía dependiendo de cada individuo y cultura. En palabras de Séneca: “La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y para muchos un favor”. No es lo mismo morir en Occidente que en Oriente. Cada cultura está permeada por valores, creencias y tradiciones distintas. En el campo de la muerte, la diferenciación entre la visión occidental y oriental se acentúa cuando entramos en terreno del budismo. Algunos autores sostienen que en Occidente la muerte tiene una connotación negativa, llegando a ser vista como un castigo que hay que retardar o incluso un tema tabú del que poco se habla y se consulta en soledad. Mientras tanto, desde una visión budista extraída de obras como El libro tibetano de la vida y de la muerte, perecer es un regalo, una oportunidad para recorrer en vida un camino de transformación interior. El Dalai Lama lo expresa así en el prologó de aquel libro: “Si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien”.
Lo cierto es que la visión occidental de la muerte se ha transformado a través de la historia. El historiador francés Philippe Ariès, en Historia de la muerte en Occidente, hace un recorrido por las distintas visiones acerca de la muerte en cada época. Habla en un primer momento de “la muerte domesticada”, en donde había una proximidad y familiarización con la muerte. El individuo era consciente de su mortalidad y esperaba su deceso en su cama, pues la enfermedad era un presagio del fin de su existencia. En su lecho, el moribundo era visitado por personas cercanas como sus padres, amigos y vecinos, y la edad no era un impedimento para acudir a la ceremonia pública que tenía lugar en su habitación. “No hay representación de la habitación de un moribundo hasta el siglo XVIII en que no aparezcan niños. ¡Piénsese hoy en las precauciones tomadas para alejar a los niños de las cosas de la muerte!”.
En la Baja Edad Media, que transcurre entre los siglos XI y XII, la connotación de la muerte va adquiriendo otro sentido que se ve en gran parte permeado por la religión cristiana. La muerte era vista como un juicio final, así que la resurrección solo sería meritoria para los “hombres buenos”; es decir, los feligreses. “Sin duda los malvados, los que no pertenecían a la Iglesia, no sobrevivirían a su muerte, no se despertarían y serían abandonados al no ser”. Tiempo después, en especial entre los siglos XIV y XV, Dios dejó de ocupar una posición de juez y pasó a ser percibido como “un árbitro”. Se confía entonces en la voluntad del moribundo, quien carga una biografía individual compuesta por sus acciones buenas y malas, y tendrá entre sus manos la posibilidad de redimir sus pecados al momento de morir. “Se cree asimismo que su actitud en ese momento dará a esa biografía su sentido definitivo, su conclusión”.
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A finales de la Edad Media, el ser humano occidental es más consciente de su propia muerte y sabe que ella lo alejará de sus seres queridos y objetos más preciados. Sin embargo, su finitud lo impulsa a tener “una pasión por la vida que nos cuesta entender hoy, quizá porque nuestra vida se ha vuelto más larga”. A partir del siglo XVIII, la propia muerte pasa a un segundo plano, pues es la muerte del otro la que ocupa un rol principal. Además, la muerte es exaltada y dramatizada; el individuo “la quiere impresionante y acaparadora”. Entonces el duelo se vive desde la pena, que es expresada a través del llanto y la perturbación. “La expresión de los supervivientes se debe a una intolerancia nueva a la separación. Pero la turbación no se produce solamente en la cabecera de los agonizantes o al recordar los desaparecidos: la sola idea de la muerte conmueve”.
Philippe Ariès asegura que, en el siglo XIX, el temor no radica en la propia muerte, sino en la del otro. Un siglo después, lo que resultaba familiar antes -la muerte-, se convierte en un tema tabú que es preferible evitar y que causa vergüenza. Aquello se produce por la preocupación del superviviente acerca de la visión o imagen que transmite socialmente al estar transitando “una turbación y una emoción demasiado fuertes, insostenibles, causadas por la fealdad de la agonía y la mera irrupción de la muerte en plena felicidad de la vida, puesto que ya se admite que la vida es siempre dichosa, o debe siempre parecerlo”. Otro cambio importante fue el lugar del deceso con la irrupción de los hospitales. Lo anterior ocasiona que la muerte en algunos casos se transite en soledad, despojando al moribundo del protagonismo que tenía en la antigüedad.
La actitud ante la muerte del siglo XX se extiende hasta la actualidad, de acuerdo con Érica Quinaglia Silva y su artículo científico Ideario de la muerte en Occidente: la bioética en una perspectiva antropológica crítica, publicado en la Revista Bioética. “En los siglos XX y XXI, hay un silencio del dolor, la privatización e incluso la disminución de la duración del luto, la desaparición del cortejo fúnebre, de las condolencias, de las visitas y de los últimos homenajes, la neutralización de los ritos funerarios y la economía de los sentimientos y de las emociones. (…) Al mismo tiempo que se pierde la humanidad, se extingue la preparación para morir, tanto para quien muere como para los que quedan”.
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Quinaglia asegura que, a falta de inmortalidad física, los individuos posmodernos buscan la inmortalidad simbólica, como si el retraso de la vejez prolongara la vida. “Para evitar la muerte, se comenzó a invertir en medicina, previsión social, seguridad, alimentación. La supresión de la muerte remite, por lo tanto, no a las sensibilidades individuales, sino a la coerción social que pasó a tratarla como un tabú”. Aquello también trajo otra consecuencia: el fin de la existencia produce angustia. La visión de Érica Quinaglia se aproxima a lo aseverado por Philippe Ariès en Historia de la muerte en Occidente. “La vieja actitud según la cual la muerte es a la vez familiar, próxima, atenuada e indiferente, se opone demasiado a la nuestra, en virtud de la cual la muerte da miedo hasta el punto de que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre”.
El maestro chino Sogyal Rimpoché al llegar a Occidente, se percató de la misma concepción de muerte que describen aquellos autores, como lo precisó en El libro tibetano de la vida y de la muerte. “A la gente de hoy se le enseña a negar la muerte, y se les enseña que no significa otra cosa que aniquilación y pérdida. Eso quiere decir que la mayor parte del mundo vive o bien negando la muerte o bien aterrorizado por ella”. Su visión budista se alejaba de lo que observaba en Occidente. Desde el budismo, la muerte es concebida como un proceso natural que hay que aceptar. “Sabiendo que no puedo eludirla, no veo que tenga sentido preocuparme por ella”, escribió el Dalai Lama en aquel libro.
Que no exista preocupación, no quiere decir que sea un hecho al que se le reste importancia. De hecho, el momento de la muerte es visto como una oportunidad de hacer un diagnóstico sobre quiénes hemos sido. “En la muerte uno no puede escapar de lo que realmente es ni de quién realmente es. (…) Al final no queda nada que oscurezca nuestra verdadera naturaleza, pues todo lo que en vida nublaba la mente iluminada se ha desprendido. Y lo que entonces se revela es la base primordial de nuestra naturaleza absoluta, que es como un cielo puro y despejado”.
Desde el budismo hay un llamado a preocuparse por los moribundos y ayudarlos a transitar una muerte tranquila. “Siempre que esté con una persona moribunda, insista en lo que ella ha logrado y hecho bien. Ayúdela a sentirse lo más constructiva y satisfecha posible respecto a su vida. Concéntrese en sus virtudes y no en sus defectos. Las personas moribundas suelen ser excepcionalmente vulnerables a la culpa, el pesar y la depresión; permita a la persona expresar libremente estos sentimientos, escúchela y dése por enterado de lo que le diga”.
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En El libro tibetano de la vida y de la muerte también se hace una diferenciación entre una muerte transitada en los hospitales y al interior de las casas. En la primera, en especial en las unidades de cuidados intensivos, existiría una privación de la intimidad del moribundo, por lo que es difícil obtener una muerte en paz. “Quiero apelar a la buena voluntad de la profesión médica, y espero inspirarla a encontrar maneras de conseguir que la difícil transición de la muerte resulte tan fácil, indolora y pacífica como sea posible. Una muerte pacífica es en efecto un derecho humano esencial, más esencial quizá que el derecho a votar o el derecho a la justicia; es un derecho del cual, como nos dicen todas las tradiciones religiosas, dependen en gran medida el bienestar y el futuro espiritual del moribundo. No existe mayor don de caridad que ayudar a una persona a morir bien”.