Evita duerme a la sombra de altas escaleras

Este libro nos ofrece los dos rostros de la mujer que condensó con su destino todo un tipo social argentino gestado durante un siglo de migraciones y exclusiones en el país austral, configurado durante el período populista del peronismo

Hernán Darío Correa
08 de mayo de 2023 - 01:23 p. m.
Portada del libro de la escritora Aurora Venturini.
Portada del libro de la escritora Aurora Venturini.
Foto: Archivo Particular

Este libro nos remonta a la intimidad de la experiencia del populismo argentino, y de algún modo se nos ofrece como un espejo revelador de algunos de los rasgos de las actuales encrucijadas políticas y culturales nacionales, especialmente de aquellas asumidas dentro de los imaginarios de quienes se resisten al cambio, aferrados a las formas excluyentes. Macabras y acomodaticias que han sido propias de la historia nacional. Como se sabe, la prehistoria permanece en rasgos genéticos y como improntas en sociedades segmentadas y fracturadas como la nuestra.

Detrás del espejo del macabro final de Eva Duarte (“Evita resultó mártir de una obsesión, el pobrerío, los viejos y los niños. Los infames victimaron su bello cuerpo, lleno de gracia plena y elaborado con bálsamo: rasgaron, ensuciaron, violaron” –página 30-), este libro nos ofrece los dos rostros de la mujer que condensó con su destino todo un tipo social argentino gestado durante un siglo de migraciones y exclusiones en el país austral, configurado durante el período populista del peronismo, el cual ha trascendido como referente de la intrincada vida pública latinoamericana, y si se quiere mundial en esta época de cambios sociales en medio del envilecimiento de la política propio del capitalismo decadente y atroz que nos sigue imponiendo sus lógicas de acumulación salvaje y alienación de la sociedad de consumo, en una mezcla de fascismo y populismo de opereta hollywoodense.

“Perón era un admirador de la escenografía fascista y casi todos sus actos de masa copiaban a los del Duce. Pero Evita, que no tenía otra cultura que la del cine, quería que su proclamación se pareciera a un estreno de Hollywood, con reflectores, música de trompetas y aluviones de público” -Tomás Eloy Martínez, Santa Evita-.

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El hecho es que en las conmovedoras páginas de las dos obras escritas por Aurora Venturini -quien fue amiga íntima de Eva Duarte-, reunidas en este volumen que salva la distancia de varias décadas de sus respectivas escrituras, nos asoman a los dos rostros del ser humano palpitante detrás del cadáver ambulante de Eva, los cuales se forjaron respectivamente en los estrados políticos del peronismo, y en la tras escena de la vida pública de quien fue una Cabecita Negra más de la historia argentina, hasta su emblemática coronación dentro de la forzosa y masiva inclusión social que se impuso en la Argentina de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, a través de una conjugación de riqueza, política y cambios modernizadores, que de algún modo fueron también referente de los frustrados intentos populistas del rojaspinillismo colombiano.

Esos dos rostros, el del embrujo de fragilidad y tesón, delicadeza y furia contenida de Eva Duarte convertida en Eva Perón (“alfa y omega” de la política y de la vida Argentina de aquellos tiempos), y el íntimo que fue quedando en el pasado como perfil de su excluida familia provinciana, son retratados en estos dos textos por quien la acompañó en ambos espacios, como testigo privilegiado del vertiginoso proceso de quien a pulso se levantó desde la provincia más lejana del país y colmó los salones y los balcones del poder, para de forma rutilante marcar las políticas asistencialistas que perfilaron aquel populismo con el cual se empezaron a salvar contradictoriamente los abismos profundos de una sociedad desgarrada por la exclusión social, ávida de reconocimiento y de protagonismo, cuyo costo histórico de violencia y ultraje se ensañó en su cuerpo, el de Santa Evita, registrado paso a paso por Tomás Eloy Martínez en su novela del mismo nombre.

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En el primer texto, de una densidad poética que revela el trabajo interior de su autora durante los casi cuarenta años que pasaron desde la escritura del dedicado a una familia como la de Eva, Aurora Venturini, exiliada en París desde la caída de Perón, donde fue contertulia de Sartre, Le Duc, Camus, Ionesco y Gréco, según reza la presentación del libro, de forma decantada nos lleva de la mano por la intimidad del complejo y conmovedor personaje, recuperándolo en su humanidad pletórica de coraje y levedad, ingenuidad y tesón, vileza y ternura, que se asoman desde su verdadera cara, oculta por aquella que tuvo que inventarse en sus afanes de ascenso social, reconocimiento y acción política asistencialista, con base en la paradójica plenitud de su tersa piel -resultado de una masiva quemadura infantil-, y los afeites cuyos resplandores fueron acuñados por una pueril pero al mismo tiempo férrea voluntad de salir adelante y figurar, rodeada de admiración y devoción, y de odio…

“Hizo confeccionar un corselette durísimo que sostendrá la mitad de su cuerpo, junto al marido, cuando asuma. -…- Sabemos que Esa mujer, la de Rodolfo Walsh, estará ardida junto al presidente Juan Domingo Perón, saludando con la fina osatura de sus manos a los compañeros. Cuando vuelva, no se levantará nunca más. Las coronas de flores, los ramos se agotaron en Buenos Aires. No quedó ni una flor en los negocios ni en los jardines de los pobres. El cinismo de una puta que lo parió escribió en la pared: ‘Viva el cáncer’” (74).

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En el segundo, escrito treinta años antes, se despliega el retrato de otro tipo social: el de una familia excluida, “cabecita negra” (“en Argentina, los parias. En Egipto, los intocables. En China, los arroceros. En Grecia, los ilotas. Dios: ¿qué mira?” -257-), cuyos avatares pasan por la entrega de los hijos a diversos orfelinatos por parte de una madre impotente para alimentarlos, y sus periplos entre los ríos de la delincuencia, el rebusque, las solidaridades mutuas de los hermanos y hermanas, el silencio y la resignación, y el anhelo de redención:

“—¿Y vos, no decís nada? –interrogó una de ellas a Teresita. Agregó: --Porque vos, me parece, sos distinta, sos fina, me parece. / Aprendió a callar, no respondió. A las vergonzantes no les queda sino esa alternativa. Hablar, ¿de qué? De los horribles acaeceres que las condujeron al encierro; mejor no hablar. / Encajonados y sellados, destinos del olvido, querían arrojar todo al inconsciente, como en las mansardas se arrojan los objetos inservibles, desechos; borrarlos como los paisajes de los cuadros de las habitaciones que nunca visitan, muertos por falta de contemplación (247-248). Al fin, ‘buenas noches, Teresita’. Despacio al redil como para no perder el borde del balcón de maravillas al que una vez por semana se aproximaban. –De qué te quejás, si sabés leer… Teresa entendió que poseía algo más, realmente, algo más de lo que nunca se percató antes.” (251)

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Retratos, sumas de perfiles de mundos asolados y desolados, desde el cual salieron los “cabecitas negras”, como llamaban despectivamente los bonaerenses de clase media y alta a los trabajadores de las provincias, de piel más oscura, la “clase baja”, los peronistas… Y desde las cuales salió Eva, la redentora, adorada y vilipendiada…

El tono de Aurora Venturini cuando la evoca, ya juntos los dos rostros en su implacable destino, se hace eco del texto profético de Gonzalo Arango cuando sentenció al país frente al victimario-víctima de la Violencia que por aquellos mismos tiempos nos asolaban.

Dice Aurora cuando, en un capítulo único, se decide a configurar como poema su prosa plagada de poesía:

“Esa mujer, dormida. // Ella duerme a la sombra de altas escaleras / en dura arquitectura que hoy han socavado, / ni muerta ya, ni viva extrañamente inquieta, / no la vencieron; creen haberla sofrenado. // Adivino que el idus que arrasará su mundo / es renovada llama de volcán no apagado, / quiere asomar ahora, brote de celo y pena, / hilos de fuego aflora su cuerpo demorado. // Busca un acento, fuera de mujer o niño, / o, en la Plaza escuchar la voz del hombre amado. / Su memoria le devuelve los poemas dilectos / de Bécquer y los muertos que solos se han quedado. // Porque nadie la asiste. No está viva ni muerta. / dentro de los herrajes, de los basaltos, clama / por un lago o un río o un trebolar segado. // La hemos soñado divina, heroica cual entonces / para la eternidad quebrando el reciclado. // Sufrimos humedades de avaro continente / y la fatiga de ella que nunca ha descansado. // Oímos del puro labio que entreabrió cuando dijo: ‘En las profundidades aún no me han callado’” (105-106).

Aurora Venturini, Eva, alfa y omega, y Pogrom del Cabecita Negra. Bogotá, Tusquets, 2022.

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Por Hernán Darío Correa

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