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<i>Construyendo superficies, creo espacios de meditación, de contemplación y de reflexión.</i>
Olga de Amaral
El 12 de octubre en París, significativa fecha en la historia del mundo por haber sido el día en el que Cristóbal Colón pisó esta “Terranova”, se abrió al público una de las más importantes muestras que de arte colombiano se haya exhibido, superada solamente por las esculturas del maestro Fernando Botero en los Campos Elíseos de la misma ciudad o las muestras de la obra de Doris Salcedo en la Tate Gallery en Londres.
La importancia de la Fundación Cartier radica, entre otras, en haber sido la primera fundación privada en Francia (1984) dedicada a la creación contemporánea y a la difusión de las bellas artes en el mundo mediante la exposición en sus salas de obras de grandes artistas de América, Asia y Europa, principalmente, y de haber establecido intercambios con museos tan importantes como The National Art Center, Tokyo, Japon; Triennale Milano, Italia; Museum of Contemporary Art North Miami (MoCA); Fundación Joan-Miró, Barcelona, o el Museo de Arte Moderno de San Francisco, entre muchos otros.
El diseño de su sede fue encargado al arquitecto Jean Nouvel, uno de los cuatro arquitectos franceses que ha ganado el premio Pritzker, el Nobel de la arquitectura, quien lo diseñó con fachada en vidrio en la que se refleja la filosofía de la fundación: “modernidad y apertura al mundo”. En él se dedican 1.200 mts2 a las salas de exposición y en su jardín, que es el gran protagonista, diseñado por el artista alemán Lothar Baumgarten, conviven 25 especies arbóreas y más de 200 plantas de diferentes variedades, garantizando con ello la presencia de múltiples clases de insectos y aves; lo que convierte a la sede de la fundación, además de un espacio de placer como lo son todos los jardines, en un rincón de biodiversidad en París. Espacio recreado además con obras de cinco artistas plásticos y, así, se tiene en él un derroche de emociones.
Aquí está hoy la más completa retrospectiva que de la artista Olga de Amaral se ha expuesto, una obra que por sus características, materiales, coloridos, formas y proporciones parece haber sido concebida para el espacio, o el lugar para ella: el diálogo entre el contenido y el contenedor es armónico y funcional, si bien el diseño del arquitecto Jean Novel, en el que se destaca la unidad espacial que hay entre los jardines y las salas de exposición, es lo suficientemente versátil para que cualquier exposición que se haga en él encuentre un lugar cómodo y apropiado para la exhibición.
Dicho esto, el excelso trabajo de la arquitecta Lina Ghotmeh ha logrado que se establezca una caracterización y un diálogo entre la obra y el lugar que facilitan el entendimiento y razón de ser de lo expuesto, haciendo la visita placentera a la vez que enriquecedora al desplegar las calidades del trabajo de la artista.
Coincide la obra de Olga de Amaral con una de las premisas de la Fundación Cartier, en el sentido de que la relación del hombre con la naturaleza sea manifiesta en su programación. Así, los materiales utilizados por la maestra Olga -el fique, la crin de caballo, la lana y el algodón como principales-, amén de los colores empleados por la artista y las formas de algunas de sus obras, nos llevan, o vienen, de los colores y formas de las montañas de estos Andes ecuatoriales, opacos, sombríos y brumosos. Montañas con movimiento, formas que cambian como las esculturas textiles de la maestra Olga a medida que las recorremos.
Dentro de los materiales utilizados por la maestra Olga no puede dejar de mencionarse el pan de oro o la laminilla de oro. Un material sacado de la tierra y tan definitivo en nuestra historia, tanto en la precolombina como en la conquista y la colonia de esta América Latina. Basta con mirar el mapa de la fundación de nuestras ciudades y pueblos para comprobar que después de la fundación de las ciudades puerto, ya sea marítimo o fluvial, el orden de fundación lo dictó la presencia del oro en sus tierras.
La exhibición de Olga de Amaral
Las obras se reparten en tres salas: en la primera, que es por donde se accede a la exposición, están las obras tejidas de gran formato, la que tiene un contacto mayor con el jardín de la Fundación mediante una enorme fachada de vidrio, y así se introduce el paisaje a la sala complementado en el montaje con la instalación de enormes piedras negras traídas de los Pirineos por la arquitecta Lina Ghotmeh; de esta manera, se convierte el lugar en escenario natural y de diálogo con los materiales de la obra como remembranza del paisaje colombiano. La disposición de estas obras obliga a los visitantes a recorrerlas, a descubrirlas; esto, en un lugar bajo techo en el que siempre se sabrá que estamos en un jardín. Toda una delicia.
La que llamaré la segunda sala y que está situada en el subsuelo, tiene forma ovalada, una forma que cobija, que arropa, que protege, a la vez que obliga al visitante a recorrer cada una de las obras y admirarlas desde todas las perspectivas posibles. Está concebida para una experiencia diferente, la contemplación y la meditación, sus techos y paredes están pintados de negro, la circunda una larga banca longitudinal contra la pared que permite contemplar la obra con la dedicación con que la artista la concibió. De esta sala vale la pena destacar la iluminación, que va más allá de dar la luz suficiente para mostrar las obras en todo su esplendor; parece haber estado concebida también para dirigir a los visitantes. La iluminación en general es cenital lo que hace que al iluminar las obras no se generen sombras que puedan afectar la conformación de la muestra.
No ocurre lo que con frecuencia sucede en lugares de exposición, en donde el espectador pasa de una pared a la de enfrente y regresa de donde vino y así… Aquí las obras se ordenaron de manera tal que todas y cada una fuera apreciada en su integridad y un sentido lógico.
En esta sala las obras se organizaron en orden cronológico, lo que nos enseña la evolución de los materiales y las técnicas que la artista trabaja, y se tuvo como punto de partida no utilizar los muros para que las obras crearan la arquitectura y éstas, en sí, organizaran el espacio. Queda claro, de paso, que a la artista Olga de Amaral la arquitectura no le es ajena.
En la tercera y última sala se exponen sus obras más recientes; acá las obras son volúmenes triangulares construidos con hilos de diferentes colores como pueden ser el blanco, el negro o el azul, y en su interior figuras geométricas que pueden ser un círculo amarillo que atraviesa la bruma construida con hilos blancos, rojo o fucsia, de tal manera que se aprecien los volúmenes en su interior, con los que la artista construye las Brumas, tan propias del paisaje alto andino.
Algunas de estas piezas se encuentran en el medio de la sala suspendidas a la altura del observador lo que permite una circulación de 360 grados, y así encontrar a cada paso una visión nueva. Otras Brumas, con hilos de color y algunas formas geométricas dentro de ellas, se encuentran a un nivel superior, es decir, se aprecian de abajo para arriba, lo que no es común en la escultura pero que para esta obra de la maestra Olga es indispensable, pues así es la bruma y así se miran el sol, luna, el cielo o las estrellas.
Para facilitar la comprensión y la contemplación de estas obras, en esta sala se instaló un filtro a los vidrios que reflejan las obras y, como la bruma, se hacen infinitas. Movimiento, color, ritmo y geometría son palabras que se han usado para describir esta obra.
Esta exposición viene además acompañada de visitas guiadas especializadas para familias, a la vez que talleres para niños y niñas, amén de un precioso libro de 300 páginas ilustrado con 250 fotografías y textos de la curadora de la exposición, Marie Perennes, de la maestra Olga de Amaral y de la investigadora y recientemente columnista en temas de arte en El Espectador María Wills Lonoño. Sea la oportunidad para celebrar este acertado fichaje.
Colombianos en la Fundación Cartier
Es necesario recordar que no es la primera vez que un artista colombiano expone en la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo; ya lo había hecho el fotógrafo Fernell Franco en el 2016 con su Cali Claire-Obscur, acompañando al fotógrafo japonés Daido Moriyama, quien es la leyenda de la fotografía japonesa; así me lo expresó una persona que estuvo en la exposición: “recuerdo que (Moriyama) me dijo que se sentía alagado de compartir la fundación Cartier con Fernell, y como era un artista tan reconocido en el mundo, sabíamos que su sala sería lleno total y así fue, pero la de Fernell es que no se podía caminar… No te imaginas el orgullo que sentía cuando en los túneles del metro veía los carteles de la exposición”.
De esa exposición también se editó un libro de gran formato de 296 páginas, con 196 fotografías y textos de María Wills Londoño entre otros. Ambos se pueden adquirir en https://www.fondationcartier.com/en
Gracias a esta exposición, la Tate de Londres incluye a Fernell Franco en su colección.
También en una exposición colectiva en la Fundación Cartier se presentó en el 2013 la conmovedora e histórica obra Bocas de Ceniza del gran Juan Manuel Echavarría, una obra que, como otras de él, Requiem NN y Silencios, son tal vez, por la fuerza que tienen, unos de los documentos más valiosos de la historia de Colombia en el siglo XX. No exagero cuando digo que estas tres obras bien deberían ser declaradas Bien de Interés Cultural de la Nación. Unas obras comparables con el colosal trabajo y acervo documental construido en la Comisión de la Verdad. Solamente un artista con la valentía, la formación, la sensibilidad, el afán de paz y construcción de sociedad como lo tiene Echavarría podría lograr estas obras.
Con esta exposición y el trabajo de otros(as) artistas colombianos expuestos en importantes galerías y museos del mundo queda claro que estamos en las grandes ligas del arte mundial.
Agradecimientos: Marie Perennes, Sophie Lawani y Manuela Barros.
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