Una visita al averno que se levanta en la Tierra
El Espectador recorrió la exposición “Condiciones aún por titular”, una instalación de gran formato, escultórica y mixta del artista colombiano Óscar Murillo, que cuestiona la opresión histórica en todas sus formas. Esta muestra, que se inaugura hoy en el marco de la Artbo, estará abierta al público hasta el 25 de junio de 2022. Entrada libre.
Joseph Casañas Angulo
En donde debería haber una ventana no hay nada. El aire corre. En la parte de afuera de la Sala 2, en el suelo, mezclado con la maleza que sigue creciendo, aún se ven los pedazos del ventanal que fue destruido por un pepazo del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) hace unos meses, en el momento más candente del paro nacional.
En ese salón del Museo de Arte de la Universidad Nacional, en el que el viento fluye, se exhibe parte de Frecuencias (2013), uno de los proyectos artísticos más longevos del artista colombiano Óscar Murillo. Y lo mejor sería que esa obra, que se ha materializado tras un recorrido por 350 colegios, de 35 países, en los cinco continentes del planeta, estuviera mejor resguardada, mientras huye de la humedad y el polvo, pero por ahora de lo único de lo que está escapando es del olvido. De nuestro olvido. Frecuencias es parte integral de Condiciones aún por titular, la instalación en gran formato que se inaugura hoy en Bogotá.
Para evitar que el agua que se filtra por las goteras del aquel salón moje los lienzos que alguna vez recubrieron los pupitres de miles de niños de secundaria de todo el mundo -desde La Paila (Valle) hasta Tel Aviv o de Buenaventura hasta Nepal-, los encargados de la logística instalaron unos plásticos que separan los lienzos cosidos del techo de un museo que requiere urgentemente una inyección económica para evitar que se venga abajo. Allí se concretó la visita a una exposición que nos presenta el infierno que se levanta en la Tierra.
Le invitamos a ver: “Que no le falte calle”, la exposición del arte urbano, en Bogotá
La situación en el salón principal del recorrido no es diferente. Hace unos meses los pisos del lugar fueron levantados y aún se sigue a la espera de que las obras de adecuación se inicien pronto. La pandemia, el paro, la falta de voluntad política, la desidia de las autoridades, entre otras razones que nos recuerdan que la cultura no es la prioridad, han impedido que empiecen los trabajos. La configuración estética del proyecto va de la mano con la infraestructura del museo. Es como si la muerte danzara con las otras muertes.
“No es coincidencia que la exposición sea allí, porque es también la oportunidad para mostrar una realidad que atraviesa todos los rincones. Asumirlo como una coincidencia puede convertirse en una salida para no afrontar la realidad”, dice Murillo en diálogo para El Espectador.
Da la impresión de que allí todo está en obra negra, le digo a María Belén Sáenz de Ibarra, la directora del museo y la curadora de Condiciones aún por titular. “No está en obra negra, todo está destruido. La situación del museo está en decadencia. Hay un deterioro. Desde que se inició el paro de 2019, el Esmad ha sido muy agresivo aquí en la puerta de la Universidad Nacional, que es prácticamente la entrada del museo, así que hemos sido testigos de esa batalla campal con la represión de la manifestación estudiantil”.
Además: Andrea Echeverry, Diana Uribe, Doris Salcedo y Laura Restrepo, desde el grafiti
Unas 40 bancas de iglesia que conforman la propuesta escultórica de Murillo acompañan gran parte del recorrido. Algunas de ellas están alineadas, pero otras, que no son pocas, están desvencijadas. Estropeadas. Como si minutos antes hubiera estallado una bomba que las hubiera hecho volar kilómetros. Tal vez todo aquello me recuerda el Cristo mutilado y el carnaval de muerte de mayo de 2002, durante la masacre de Bojayá. Pero de fondo hay algo más.
Esas bancas, que son del siglo XIX y que pertenecieron a iglesias católicas que fueron excomulgadas y recuperadas de bodegas en Holanda, buscan denotar otro tipo de violencia implícita en la historia de Colombia. “Es muy fácil hablar de la violencia colombiana desde el punto de vista de lo que ha pasado en las últimas décadas, pero también hay una violencia que es intelectual, que se ve representada en la educación y la religión, que es uno de los ejes principales de la violencia. Para mí no hay nada de espiritualidad en la religión, allí lo que veo es una institución que se ha convertido en un opresor histórico muy poderoso”, explica Murillo.
La médula de la exposición son unas telas negras que se despliegan por todo el salón principal. Esos grandes lienzos pintados por ambos lados con óleo color negro marfil y cuya pintura se fijó a través del calor de planchas que dejaron huellas, marcas y texturas acompañan todo el recorrido. Su presencia pesa, agobia, trastoca.
Estas telas negras, que hoy se han multiplicado y cuyas cicatrices se han atenuado según el bagaje recorrido y la historia desarrollada, confluyen con tripas rellenas de camisetas populares utilizadas por la clase obrera, igualmente rellenadas de algodón. Las tripas representan a troncos humanos y a sus estómagos; estómagos que chupan, roban, escupen, y de donde también se expulsan rocas de maíz y arcilla que fueron quemadas en hornos industriales.
Le digo a Murillo que tuve la sensación de que en el recorrido todo estuviera despelotado. Fuera de sí. No solo por lo que se ve, sino también por lo que se escucha. El diseño sonoro de la obra es estrepitoso. Hay música estridente, como la que se escucha en una fiesta alborotada de un 1° de enero, se oyen gentes murmurando gritos, se oyen cañonazos, balas, ruidos.
“La idea fue vestir el museo en un conductor de energía negativa. Ese espacio, además, ha sido testigo de todo lo que ha pasado en los últimos dos años y de toda la energía que tiene el país. El país como un campo de atrocidades a través de los tiempos”, explica el artista de La Paila (Valle).
“Es un lugar del mal. Un lugar de desesperación. La fiesta en realidad está asociada a la desesperación, no necesariamente a la alegría. También se oyen cantos a los muertos. Manifestaciones culturales muy ancestrales para drenar el dolor y hacer memoria. Todo eso es ese sonido, ese baile, ese ritmo. No es felicidad, es conmemoración”, agrega la curadora de la exposición.
Condiciones aún por titular es, además de todo, un reto a la inmediatez. Una bofetada a la sociedad del cansancio que plantea el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en donde el rendimiento y el éxito mandan la parada. En la obra de Murillo se condensan ideas transformadas en pinturas, esculturas, videos y sonidos, que se ha venido masticando durante la última década.
“Fue la oportunidad de presentar mi obra como yo la siento, sin ningún estigma, sin ninguna especulación, una génesis de todo mi trabajo donde la materia negra en su condición abstracta es un espacio infinito de descarga negativa, que no utiliza lo simbólico ni lo figurativo, sino la energía negra como principio y fin de las posibilidades de las cosas”, finaliza el artista
En donde debería haber una ventana no hay nada. El aire corre. En la parte de afuera de la Sala 2, en el suelo, mezclado con la maleza que sigue creciendo, aún se ven los pedazos del ventanal que fue destruido por un pepazo del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) hace unos meses, en el momento más candente del paro nacional.
En ese salón del Museo de Arte de la Universidad Nacional, en el que el viento fluye, se exhibe parte de Frecuencias (2013), uno de los proyectos artísticos más longevos del artista colombiano Óscar Murillo. Y lo mejor sería que esa obra, que se ha materializado tras un recorrido por 350 colegios, de 35 países, en los cinco continentes del planeta, estuviera mejor resguardada, mientras huye de la humedad y el polvo, pero por ahora de lo único de lo que está escapando es del olvido. De nuestro olvido. Frecuencias es parte integral de Condiciones aún por titular, la instalación en gran formato que se inaugura hoy en Bogotá.
Para evitar que el agua que se filtra por las goteras del aquel salón moje los lienzos que alguna vez recubrieron los pupitres de miles de niños de secundaria de todo el mundo -desde La Paila (Valle) hasta Tel Aviv o de Buenaventura hasta Nepal-, los encargados de la logística instalaron unos plásticos que separan los lienzos cosidos del techo de un museo que requiere urgentemente una inyección económica para evitar que se venga abajo. Allí se concretó la visita a una exposición que nos presenta el infierno que se levanta en la Tierra.
Le invitamos a ver: “Que no le falte calle”, la exposición del arte urbano, en Bogotá
La situación en el salón principal del recorrido no es diferente. Hace unos meses los pisos del lugar fueron levantados y aún se sigue a la espera de que las obras de adecuación se inicien pronto. La pandemia, el paro, la falta de voluntad política, la desidia de las autoridades, entre otras razones que nos recuerdan que la cultura no es la prioridad, han impedido que empiecen los trabajos. La configuración estética del proyecto va de la mano con la infraestructura del museo. Es como si la muerte danzara con las otras muertes.
“No es coincidencia que la exposición sea allí, porque es también la oportunidad para mostrar una realidad que atraviesa todos los rincones. Asumirlo como una coincidencia puede convertirse en una salida para no afrontar la realidad”, dice Murillo en diálogo para El Espectador.
Da la impresión de que allí todo está en obra negra, le digo a María Belén Sáenz de Ibarra, la directora del museo y la curadora de Condiciones aún por titular. “No está en obra negra, todo está destruido. La situación del museo está en decadencia. Hay un deterioro. Desde que se inició el paro de 2019, el Esmad ha sido muy agresivo aquí en la puerta de la Universidad Nacional, que es prácticamente la entrada del museo, así que hemos sido testigos de esa batalla campal con la represión de la manifestación estudiantil”.
Además: Andrea Echeverry, Diana Uribe, Doris Salcedo y Laura Restrepo, desde el grafiti
Unas 40 bancas de iglesia que conforman la propuesta escultórica de Murillo acompañan gran parte del recorrido. Algunas de ellas están alineadas, pero otras, que no son pocas, están desvencijadas. Estropeadas. Como si minutos antes hubiera estallado una bomba que las hubiera hecho volar kilómetros. Tal vez todo aquello me recuerda el Cristo mutilado y el carnaval de muerte de mayo de 2002, durante la masacre de Bojayá. Pero de fondo hay algo más.
Esas bancas, que son del siglo XIX y que pertenecieron a iglesias católicas que fueron excomulgadas y recuperadas de bodegas en Holanda, buscan denotar otro tipo de violencia implícita en la historia de Colombia. “Es muy fácil hablar de la violencia colombiana desde el punto de vista de lo que ha pasado en las últimas décadas, pero también hay una violencia que es intelectual, que se ve representada en la educación y la religión, que es uno de los ejes principales de la violencia. Para mí no hay nada de espiritualidad en la religión, allí lo que veo es una institución que se ha convertido en un opresor histórico muy poderoso”, explica Murillo.
La médula de la exposición son unas telas negras que se despliegan por todo el salón principal. Esos grandes lienzos pintados por ambos lados con óleo color negro marfil y cuya pintura se fijó a través del calor de planchas que dejaron huellas, marcas y texturas acompañan todo el recorrido. Su presencia pesa, agobia, trastoca.
Estas telas negras, que hoy se han multiplicado y cuyas cicatrices se han atenuado según el bagaje recorrido y la historia desarrollada, confluyen con tripas rellenas de camisetas populares utilizadas por la clase obrera, igualmente rellenadas de algodón. Las tripas representan a troncos humanos y a sus estómagos; estómagos que chupan, roban, escupen, y de donde también se expulsan rocas de maíz y arcilla que fueron quemadas en hornos industriales.
Le digo a Murillo que tuve la sensación de que en el recorrido todo estuviera despelotado. Fuera de sí. No solo por lo que se ve, sino también por lo que se escucha. El diseño sonoro de la obra es estrepitoso. Hay música estridente, como la que se escucha en una fiesta alborotada de un 1° de enero, se oyen gentes murmurando gritos, se oyen cañonazos, balas, ruidos.
“La idea fue vestir el museo en un conductor de energía negativa. Ese espacio, además, ha sido testigo de todo lo que ha pasado en los últimos dos años y de toda la energía que tiene el país. El país como un campo de atrocidades a través de los tiempos”, explica el artista de La Paila (Valle).
“Es un lugar del mal. Un lugar de desesperación. La fiesta en realidad está asociada a la desesperación, no necesariamente a la alegría. También se oyen cantos a los muertos. Manifestaciones culturales muy ancestrales para drenar el dolor y hacer memoria. Todo eso es ese sonido, ese baile, ese ritmo. No es felicidad, es conmemoración”, agrega la curadora de la exposición.
Condiciones aún por titular es, además de todo, un reto a la inmediatez. Una bofetada a la sociedad del cansancio que plantea el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en donde el rendimiento y el éxito mandan la parada. En la obra de Murillo se condensan ideas transformadas en pinturas, esculturas, videos y sonidos, que se ha venido masticando durante la última década.
“Fue la oportunidad de presentar mi obra como yo la siento, sin ningún estigma, sin ninguna especulación, una génesis de todo mi trabajo donde la materia negra en su condición abstracta es un espacio infinito de descarga negativa, que no utiliza lo simbólico ni lo figurativo, sino la energía negra como principio y fin de las posibilidades de las cosas”, finaliza el artista