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Una vida dedicada a los libros, a escribirlos, comprenderlos y extenderlos en el tiempo. Cobo Borda no solo hizo su obra como poeta, sino también como ensayista. En su ojo lector descubrió e impulsó, entre más textos, Que viva la música, la novela de Andrés Caicedo. En sus ensayos destacó a Germán Arciniegas, Gabriel García Márquez, José Asunción Silva, Álvaro Mutis, Meira del Mar, Jorge Luis Borges, entre otros, demostrando su compromiso y constante cuestionamiento por la cultura colombiana y latinoamericana.
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El autor, quien estudió filosofía en la Universidad de los Andes e idiomas en la Nacional, fue editor y subdirector de la Biblioteca Nacional, además dirigir la revista literaria mensual ECO y ser asistente de dirección del Instituto Colombiano de Cultura de 1975 hasta 1983, año en el que fue nombrado como agregado cultural de Colombia en Argentina.
Como diplomático, también estuvo en Madrid y se desempeñó como embajador en Atenas, además de ser el asesor cultural de la presidencia de la República de 1996 a 1997 para continuar su camino como editor de los cuarenta ejemplares de la Biblioteca Familiar Colombiana. Cobo también fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1993.
Nuestra herencia
En verdad sólo los viejos odian con razón.
Sólo ellos han hecho el duro aprendizaje
de la trampa doméstica
Oponen así un aire paternal a la usura de los días
y logran llegar inmunes
al tumultuoso desorden de la fiebre,
la boca llena de flemas,
escupiendo sangre y maldiciones
mientras las visitas comienzan a retirarse, en voz baja,
y reanudan su charla en la habitación vecina:pésames y condolencias.
“La noticia de su muerte cayó como una hoja afilada que poco a poco se fue insertando entre las costillas. La razón es que desde hace varios días estaba sufriendo problemas de salud debido a complicaciones respiratorias. Sin embargo, y pese al pronóstico reservado, todos guardábamos la esperanza de que su corazón y su cuerpo resistieran el ahogo, que el aire no se ausentara de sus pulmones. Pero al final, el beso de la muerte, que es inclemente y siempre se lleva primero a los mejores, le quitó el aliento y se lo llevó”, escribió Eduardo Otálora en una publicación reciente de la Radio Nacional de Colombia.
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Según el portal Círculo de Poesía, revista electrónica de literatura, Cobo, nacido en Bogotá en 1948, fue uno de los poetas y críticos más significativos de su tradición. “En 1985 compiló la muy trascendente Antología de la poesía hispanoamericana, editada por el Fondo de Cultura Económica”. También hizo parte del grupo llamado la “Generación sin nombre”, en la que figuraron los poetas Jaime García Maffla, Giovanni Quessep, Elkin Restrepo, Juan Manuel Roca, Aníbal Arias, Darío Jaramillo Agudelo, William Ospina, David Bushnell, Miguel Méndez, Fernando Garavito, Augusto Pinilla, Jaime Manrique, Nelson Osorio y Nicolás Suescún.
¿Perdí mi vida?
Mientras mis amigos, honestos a más no poder,
derribaban dictaduras,
organizaban revoluciones
y pasaban, el cuerpo destrozado,
a formar parte
de la banal historia latinoamericana,
yo leía malos libros.
Mientras mis amigas, las más bellas,
se evaporaban delante de quien,
indeciso, apenas si alcanzaba
a decirles la mucha falta que hacen,
yo continuaba leyendo malos libros.
Ahora lo comprendo:en aquellos malos libroshabía amores más locos, guerras más justas,todo aquello que algún díahabrá de redimir tantas causas vacías.
Según el portal de La red cultural del Banco de la República en Colombia, fueron muchas obras y acciones las que le brindaron reconocimiento a este autor colombiano, como desempeñarse como miembro del comité evaluador de premios de literatura Juan Rulfo (México), Rómulo Gallegos (Venezuela), Reina Sofía (España) y Neustad (Estados Unidos). Algunos de sus textos publicados fueron La alegría de leer (1976), Salón de té (1979), La tradición de la pobreza (1980), Casa de citas (1981), Ofrenda en el altar del bolero (1981), Roncando al sol como una foca en las Galápagos (1982), La otra literatura latinoamericana (1982), Antología de la poesía hispanoamericana (1985), Letras de esta América (1986), Álvaro Mutis (1989), Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (1991), Poemas orientales y bogotanos (1991), Germán Arciniegas (1992), El coloquio americano (1994), Para llegar a García Márquez (1997) y Borges enamorado (1999).
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“Donde él llegaba, al cargo que llegara, se inventaba alguna colección literaria que permitió apostar por jóvenes autores”, comenta Federico Díaz-Granados. “En el caso de Colección de Autores Nacionales, de Colcultura, hizo dos tomos donde publicó a muchísimos autores que estaban muy jóvenes en los finales de los sesenta o comienzos de los setenta, y que vinieron a trazar ese canon nacional ya después de los años ochenta y noventa, como fue el caso de Darío Ruiz, Óscar Collazos, María Mercedes Carranza, entre otros”. Cobo también fue homenajeado con un Doctorado Honoris Causa, otorgado por la Universidad Central en 2016, año en el que también se le encargó presidir las VIII Jornadas de poesía que se desarrollaron en el marco del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, organizado por la Casa de Poesía Silva.
Escritor devoto, editor, crítico de arte, ensayista, gestor cultural, lector impenitente, como él mismo se llamó. Pero el de Cobo Borda es un legado que va más allá de los 200 títulos que tiene en su bibliografía y las contribuciones que tuvo a la creación del Ministerio de Cultura. Así lo aseguró Federico Díaz-Granados: “Desde todos estos campos, él no solo traza la cartografía de un canon literario y artístico de un país, sino que, a través de ese trabajo ensayístico, de divulgación y de las bibliotecas que él dirigió y fundó, también se inventó un país, trazó el mapa de un país que era desconocido para los lectores y supo revelarnos las claves de una tradición que nos ha dado una identidad y un lugar en el mundo, y él nos ayudó a trazar esas coordenadas”.
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