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Era lo que se conoce como un “colombianólogo” o un colombianista. Alguien que, sin haber nacido en este lugar, lo conoce a fondo, que se ha especializado en su cultura, en su historia y en los procesos que se desprenden de todas sus esferas. Pierre Gilhodes nació y creció en Francia, y falleció en Colombia el día de hoy. Un académico que dedicó su vida al estudio y análisis de Latinoamérica y, particularmente, de este país, en el que vivió por más de 50 años.
Leer su historia, recolectada en Cuarenta años en Colombia (2009), constituye un proceso fascinante, porque se trata de un hombre que descubrió el país en torno al cual giraría su vida hasta su primer año como estudiante de ciencia política en París, a finales de los años cuarenta. “Colombia prácticamente no existía; hubiera sabido colocarla en el mapa porque la geografía me apasionaba, pero poco más: ni café ni esmeraldas. Nuestra ignorancia puede parecerle extraña a un joven de hoy, con mayor exposición al mundo, pero no teníamos entonces ni televisión ni internet, y vivíamos con libros, revistas y periódicos únicamente”, cuenta Gilhodes en el libro.
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En 1949 apareció en su vida Gustavo Vasco, un joven tímido que utilizaba un extraño gorro verde, el primer colombiano que Gilhodes conoció. Leyó La vorágine, un texto que terminaría de comprender muchos años después, cuando recorrió los territorios que describía en el libro José Eustasio Rivera. Eventualmente, sus estudios sobre España terminaron por mezclarse con temas de Colombia, y en los sesenta, cuando era profesor de castellano, la posibilidad de conocer el país finalmente se materializó. La Fundación Nacional de Ciencias Políticas se disponía a crear un departamento de América Latina, y Gilhodes abrazó la oportunidad.
“Eran los primeros días de 1964, y se nos presentó un programa de investigación integrado que podría resumir bajo el título ‘La cuestión agraria en América Latina’, con énfasis en México, Brasil, Perú, Bolivia, Chile y Colombia que, casi por residuo, pero sobre todo por insinuación de Francois Chevalier (director del departamento), me tocó a mí”, cuenta el politólogo. En este contexto, Gilhodes leyó tres textos que serían definitivos para su comprensión del país: La violencia en Colombia, de Germán Guzmán Campos, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda; Campesinos de los Andes, de Fals Borda, a quien conocería más adelante, y La familia en Colombia, de Virginia Gutiérrez de Pineda. A su juiciosa lectura le sumó el encuentro con colombianos que vivían en París y con franceses que ya habían viajado a Colombia.
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Su llegada al país estuvo marcada por una temprana entrada al recién creado Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, pero en las cinco décadas fue mucho más que asesor de esta entidad y analista del conflicto. Fue clave en la creación de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia y de su Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales, se constituyó como interlocutor de políticos y fue testigo de procesos de negociación con diferentes presidentes y grupos armados. Como lo llamó Augusto Trujillo Muñoz en una de sus columnas: “Un testigo excepcional de la historia reciente de Colombia”.
“Nadie está condenado”, le respondió el colombianista a los estudiantes del Externado en la revista Zero cuando le preguntaron si, en su opinión, ha habido avances positivos con respecto a los problemas agrarios del país o si definitivamente estábamos condenados. ‘Las posibilidades de resolverlos han existido, pero dependen de una movilización masiva de gente, movida por un compromiso que trasciende las modas’, concluyó Gilhodes.
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