‘Falsos positivos’ y la postura artística frente a la barbarie
Desde que se empezó a conocer que miembros del Ejército asesinaban jóvenes a los que luego presentaban como guerrilleros abatidos en combate, se han creado canciones, obras de teatro y murales, que muestran la postura artística frente a este delito. Un recorrido por algunas de ellas.
Joseph Casañas Angulo
La cifra: 6.402, dice la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y no 2.248, como lo sostiene la Fiscalía, son las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales que se han documentado entre 2002 y 2008. La cifra, dice la JEP, no es concluyente porque aún se siguen recopilando datos.
Y mientras llega la justicia, si es que llega, a pesar su lenta caminata, familiares, amigos y en general, miembros de la sociedad civil, han encontrado en el arte y sus expresiones un paliativo para el dolor. Para la impotencia. Y mientras en los tribunales siguen los desfiles de abogados, constitucionalistas, jueces, militares, expertos y quienes dicen serlo, el arte ha tenido las explicaciones que los humanos no han podido dar.
Desde que el país se empezó a enterar a cuentagotas que miembros del Ejército de Colombia estaban matando jóvenes a los que luego presentaban como guerrilleros muertos en combate, la versión oficial, que se fue cayendo a pedazos, pasó por el prisma del teatro, el cine, el muralismo, el grafiti y la música.
“El silencio del miedo nos hace cómplices, por omisión, de la barbarie”, dijo alguna vez el filósofo francés Jean-Luc Nancy. Para este caso, el arte ha estado muy lejos de la complicidad de la barbarie. En estas líneas un repaso por algunas de las expresiones artísticas que han hablado de las ejecuciones extrajudiciales:
“¿Quién dio la orden?”
La noche del 18 de octubre de 2019, un grupo de jóvenes artistas pertenecientes a once organizaciones sociales, pintaron un mural que jamás sospecharon que tendría el impacto que finalmente generó. Antes de que los artistas terminaran la obra, cuyo objetivo era denunciar crímenes de Estado, uniformadas del Ejército y la Policía llegaron al lugar (diagonal a laEscuela Militar de Cadetes General José María Córdova) para impedir la culminación de esta. Rápidamente los hombres taparon con pintura blanca los rostros de los altos oficiales del Ejército que se veían en la obra.
Los artistas, que registraron con sus celulares cómo el mural desaparecía bajo un manto blanco, subieron los videos a redes sociales. Entonces la obra adquirió otras dimensiones.
Aunque el juzgado 13 civil del circuito de Bogotá dio la orden de eliminar de murales, redes sociales, medios de comunicación hablados o escritos la imagen, la misma, como lo explicó el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), quienes propiciaron la creación del mural, fue imposible de cumplir.
También le puede interesar: El Castillo de las Artes: de la violencia a la memoria
“Dicha censura fue la que provocó decenas de miles de réplicas de su contenido en calles y redes sociales, lo que sobrepasa las posibilidades del Movice de retirarlas en su conjunto. El mural ¿Quién dio la orden? Ya es patrimonio de la sociedad”, señaló el movimiento en un comunicado publicado el 25 de febrero de 2020.
Por cuenta de este episodio judicial y artístico, el mural “Quién dio la orden” adquirió otros significados. Además, dejó de estar en un muro, para ser impreso en camisetas, esferos, tapabocas, entre otros elementos de uso cotidiano.
Incluso, en noviembre del 2020, la agrupación “Lealtad a la Crü” publicó el videoclip de “¿Quién dio la orden?”.
Cony Camelo canta “Ay mamá”
En diálogo para El Espectador, la actriz y cantante Cony Camelo cuenta que hace diez años, mientras disfrutaba de unas vacaciones en Berlín leyó por primera vez el término “falsos positivos”.
“Entré a Facebook y vi que en Colombia se estaba celebrando ser el país más feliz del mundo, pero luego leí una noticia en la que se hablaba de los “falsos positivos”, esa fue la primera vez que escuché el término. Esa noticia contaba que las Madres de Soacha llevaban dos años buscando a sus hijos, Eso me impactó mucho y empecé a componer la canción”.
Según Camelo, aunque grabó la canción, nunca encontró el momento indicado para lanzarla porque la misma, se configuraba como un tema crudo que se entrelaza entre una melodía de cuna, cantada desde la muerte. “Son hijos que le dicen a sus madres que es hora de parar el dolor, pero esas madres los siguen llorando y esperando”, dice.
En agosto del 2020, durante el evento digital “Un canto por Colombia: Hasta que amemos la vida’, Cony Camelo cantó en público por primera vez “Ay Mamá”.
“Las Madres de Soacha la escucharon y me invitaron a cantarla en la conmemoración de los 12 años de ‘Madres de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (MAFAPO)’ y de ahí en adelante la canción ha viajado por si misma cantándole al dolor de las madres que siguen esperando justicia”.
Las madres de Soacha: entre la catarsis y el dolor
En 2014, en medio de la incredulidad de un país que apenas conocía los detalles macabros de una empresa que ofreció ascensos, condecoraciones y permisos a cambio de aumentar el número de muertos en combate, el dramaturgo de la Universidad Nacional y Premio Nacional de Poesía 2012, Carlos Satizábal, configuraba, quizá, la expresión artística más vívida que da cuenta de estas masacres.
Escribió la obra “Tribunal de mujeres” e invitó a las propias Madres de Soacha para que, por medio del teatro, hicieran la catarsis de la tragedia. De su tragedia. Con un “señor juez: soy Lucero Carmona, una de las madres de Soacha y madre de Ómar Leonardo Triana Cardona, mi único hijo de 26 años, asesinado por el Ejército Nacional en la vereda Monteloro, de Barbosa, Antioquia, el 15 de agosto de 2007”, arrancaba aquella obra.
En el escenario, este grupo de mujeres convierte su dolor y su memoria en poesía, mediante cantos, danzas, proyecciones, narraciones y la presentación de objetos personales de sus familiares como una foto, un muñeco, una carta o prendas de vestir. Como la Antígona de la mitología griega, los personajes de esta obra son desobedientes; a pesar de todas las dificultades y los obstáculos que las rodean, buscan darles un entierro digno a sus familiares desaparecidos, reclaman justicia y resisten al olvido por parte del Estado y a la impunidad de los responsables.
“Con el ejercicio artístico ellas transformaron el dolor en fuerza y rebeldía. Y en esa transformación se ha vuelto esencial el relato. Ellas son el mito de Antígona vivo, la construcción poética a partir de una realidad y del testimonio. Buscan la restitución simbólica de sus irreparables vidas perdidas. Y de sus nombres —dice el director—. Restituirles en el lenguaje, en la imaginación y en la vida colectiva es esencial para que haya justicia y verdad. La acción poética teatral es un primer gesto público de restitución”, dijo Satizábal en una charla con El Espectador el día del estreno de la obra.
“Es esta una reflexión sobre la memoria poética del conflicto. El trabajo se hace alrededor de un ejemplo de hacer memoria poética entre artistas de dedicación sistemática a la creación y mujeres víctimas del conflicto colombiano, las cuales, en el camino de su reconstrucción personal y de volver a habitar su cuerpo propio, han devenido en defensoras de derechos humanos y en narradoras de sus propios hechos y en poetas de la presencia escénica y el canto del sí mismo vulnerado, de la autorreferencia y la resistencia”, explicó luego un texto en el que analizó la memoria poética del conflicto en Colombia.
Además de varias temporadas en Colombia, la obra se ha presentado en ciudades de España como Cádiz, Jerez, Sevilla y Madrid, también se ha presentado en México y Canadá.
Un paraíso inexistente
En 2011, casi una década después de que se tuviera noticia de los primeros casos de ejecuciones extrajudiciales, se estrenó “Silencio en el paraíso”, una película dirigida por Colbert García que cuenta la historia de Ronald, un joven de 20 años, propietario de una bicicleta engallada que intenta ganarse unos pesos haciendo publicidad a fuerza de voz y megáfono en las polvorientas calles del barrio el Paraíso; en el sur de Bogotá.
Ronal está enamorado de Lady, una chica del barrio, con la que vive una historia de amor que truncada por el absurdo, cuando un teniente ambicioso y un sargento sin escrúpulos y su amante montan una fábrica de muertes, supuestamente generadas en el marco del conflicto, para lograr ascensos y recompensas.
En un artículo publicado en Universidad de Limoges, en Francia, en el que se hacen reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine, se reseña: “El averno finalmente tomó un paraíso vinculado con un proyecto personal. Acciones imputables a agentes estatales son responsables de esta desdicha. La decadencia se impuso y el futuro se cerró para un joven que, a partir de la película, carga con la misma maldición que se cierne sobre el barrio en el que vivía”.
En el mismo texto el autor señala: El cine sobre el conflicto armado en Colombia ha mostrado el horror. Encontramos un escenario que posibilita recordar y pensar. Los hedores de la violencia son bastante desagradables, pero tenemos que aceptar nuestras responsabilidades. El conflicto no puede asumirse como si fuera algo extraño para cada uno de nosotros. ¿En dónde hemos estado durante los distintos episodios de una tragedia que enluta al pueblo? ¿Por qué hemos sido tan indiferentes? “Visitar” el cine de los últimos quince años sobre el conflicto armado en Colombia es una oportunidad valiosa para evaluar la degradación y la miseria causadas por las distintas manifestaciones de la violencia, pero también es un momento para abrirle paso a la memoria.
La cifra: 6.402, dice la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y no 2.248, como lo sostiene la Fiscalía, son las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales que se han documentado entre 2002 y 2008. La cifra, dice la JEP, no es concluyente porque aún se siguen recopilando datos.
Y mientras llega la justicia, si es que llega, a pesar su lenta caminata, familiares, amigos y en general, miembros de la sociedad civil, han encontrado en el arte y sus expresiones un paliativo para el dolor. Para la impotencia. Y mientras en los tribunales siguen los desfiles de abogados, constitucionalistas, jueces, militares, expertos y quienes dicen serlo, el arte ha tenido las explicaciones que los humanos no han podido dar.
Desde que el país se empezó a enterar a cuentagotas que miembros del Ejército de Colombia estaban matando jóvenes a los que luego presentaban como guerrilleros muertos en combate, la versión oficial, que se fue cayendo a pedazos, pasó por el prisma del teatro, el cine, el muralismo, el grafiti y la música.
“El silencio del miedo nos hace cómplices, por omisión, de la barbarie”, dijo alguna vez el filósofo francés Jean-Luc Nancy. Para este caso, el arte ha estado muy lejos de la complicidad de la barbarie. En estas líneas un repaso por algunas de las expresiones artísticas que han hablado de las ejecuciones extrajudiciales:
“¿Quién dio la orden?”
La noche del 18 de octubre de 2019, un grupo de jóvenes artistas pertenecientes a once organizaciones sociales, pintaron un mural que jamás sospecharon que tendría el impacto que finalmente generó. Antes de que los artistas terminaran la obra, cuyo objetivo era denunciar crímenes de Estado, uniformadas del Ejército y la Policía llegaron al lugar (diagonal a laEscuela Militar de Cadetes General José María Córdova) para impedir la culminación de esta. Rápidamente los hombres taparon con pintura blanca los rostros de los altos oficiales del Ejército que se veían en la obra.
Los artistas, que registraron con sus celulares cómo el mural desaparecía bajo un manto blanco, subieron los videos a redes sociales. Entonces la obra adquirió otras dimensiones.
Aunque el juzgado 13 civil del circuito de Bogotá dio la orden de eliminar de murales, redes sociales, medios de comunicación hablados o escritos la imagen, la misma, como lo explicó el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), quienes propiciaron la creación del mural, fue imposible de cumplir.
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“Dicha censura fue la que provocó decenas de miles de réplicas de su contenido en calles y redes sociales, lo que sobrepasa las posibilidades del Movice de retirarlas en su conjunto. El mural ¿Quién dio la orden? Ya es patrimonio de la sociedad”, señaló el movimiento en un comunicado publicado el 25 de febrero de 2020.
Por cuenta de este episodio judicial y artístico, el mural “Quién dio la orden” adquirió otros significados. Además, dejó de estar en un muro, para ser impreso en camisetas, esferos, tapabocas, entre otros elementos de uso cotidiano.
Incluso, en noviembre del 2020, la agrupación “Lealtad a la Crü” publicó el videoclip de “¿Quién dio la orden?”.
Cony Camelo canta “Ay mamá”
En diálogo para El Espectador, la actriz y cantante Cony Camelo cuenta que hace diez años, mientras disfrutaba de unas vacaciones en Berlín leyó por primera vez el término “falsos positivos”.
“Entré a Facebook y vi que en Colombia se estaba celebrando ser el país más feliz del mundo, pero luego leí una noticia en la que se hablaba de los “falsos positivos”, esa fue la primera vez que escuché el término. Esa noticia contaba que las Madres de Soacha llevaban dos años buscando a sus hijos, Eso me impactó mucho y empecé a componer la canción”.
Según Camelo, aunque grabó la canción, nunca encontró el momento indicado para lanzarla porque la misma, se configuraba como un tema crudo que se entrelaza entre una melodía de cuna, cantada desde la muerte. “Son hijos que le dicen a sus madres que es hora de parar el dolor, pero esas madres los siguen llorando y esperando”, dice.
En agosto del 2020, durante el evento digital “Un canto por Colombia: Hasta que amemos la vida’, Cony Camelo cantó en público por primera vez “Ay Mamá”.
“Las Madres de Soacha la escucharon y me invitaron a cantarla en la conmemoración de los 12 años de ‘Madres de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (MAFAPO)’ y de ahí en adelante la canción ha viajado por si misma cantándole al dolor de las madres que siguen esperando justicia”.
Las madres de Soacha: entre la catarsis y el dolor
En 2014, en medio de la incredulidad de un país que apenas conocía los detalles macabros de una empresa que ofreció ascensos, condecoraciones y permisos a cambio de aumentar el número de muertos en combate, el dramaturgo de la Universidad Nacional y Premio Nacional de Poesía 2012, Carlos Satizábal, configuraba, quizá, la expresión artística más vívida que da cuenta de estas masacres.
Escribió la obra “Tribunal de mujeres” e invitó a las propias Madres de Soacha para que, por medio del teatro, hicieran la catarsis de la tragedia. De su tragedia. Con un “señor juez: soy Lucero Carmona, una de las madres de Soacha y madre de Ómar Leonardo Triana Cardona, mi único hijo de 26 años, asesinado por el Ejército Nacional en la vereda Monteloro, de Barbosa, Antioquia, el 15 de agosto de 2007”, arrancaba aquella obra.
En el escenario, este grupo de mujeres convierte su dolor y su memoria en poesía, mediante cantos, danzas, proyecciones, narraciones y la presentación de objetos personales de sus familiares como una foto, un muñeco, una carta o prendas de vestir. Como la Antígona de la mitología griega, los personajes de esta obra son desobedientes; a pesar de todas las dificultades y los obstáculos que las rodean, buscan darles un entierro digno a sus familiares desaparecidos, reclaman justicia y resisten al olvido por parte del Estado y a la impunidad de los responsables.
“Con el ejercicio artístico ellas transformaron el dolor en fuerza y rebeldía. Y en esa transformación se ha vuelto esencial el relato. Ellas son el mito de Antígona vivo, la construcción poética a partir de una realidad y del testimonio. Buscan la restitución simbólica de sus irreparables vidas perdidas. Y de sus nombres —dice el director—. Restituirles en el lenguaje, en la imaginación y en la vida colectiva es esencial para que haya justicia y verdad. La acción poética teatral es un primer gesto público de restitución”, dijo Satizábal en una charla con El Espectador el día del estreno de la obra.
“Es esta una reflexión sobre la memoria poética del conflicto. El trabajo se hace alrededor de un ejemplo de hacer memoria poética entre artistas de dedicación sistemática a la creación y mujeres víctimas del conflicto colombiano, las cuales, en el camino de su reconstrucción personal y de volver a habitar su cuerpo propio, han devenido en defensoras de derechos humanos y en narradoras de sus propios hechos y en poetas de la presencia escénica y el canto del sí mismo vulnerado, de la autorreferencia y la resistencia”, explicó luego un texto en el que analizó la memoria poética del conflicto en Colombia.
Además de varias temporadas en Colombia, la obra se ha presentado en ciudades de España como Cádiz, Jerez, Sevilla y Madrid, también se ha presentado en México y Canadá.
Un paraíso inexistente
En 2011, casi una década después de que se tuviera noticia de los primeros casos de ejecuciones extrajudiciales, se estrenó “Silencio en el paraíso”, una película dirigida por Colbert García que cuenta la historia de Ronald, un joven de 20 años, propietario de una bicicleta engallada que intenta ganarse unos pesos haciendo publicidad a fuerza de voz y megáfono en las polvorientas calles del barrio el Paraíso; en el sur de Bogotá.
Ronal está enamorado de Lady, una chica del barrio, con la que vive una historia de amor que truncada por el absurdo, cuando un teniente ambicioso y un sargento sin escrúpulos y su amante montan una fábrica de muertes, supuestamente generadas en el marco del conflicto, para lograr ascensos y recompensas.
En un artículo publicado en Universidad de Limoges, en Francia, en el que se hacen reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine, se reseña: “El averno finalmente tomó un paraíso vinculado con un proyecto personal. Acciones imputables a agentes estatales son responsables de esta desdicha. La decadencia se impuso y el futuro se cerró para un joven que, a partir de la película, carga con la misma maldición que se cierne sobre el barrio en el que vivía”.
En el mismo texto el autor señala: El cine sobre el conflicto armado en Colombia ha mostrado el horror. Encontramos un escenario que posibilita recordar y pensar. Los hedores de la violencia son bastante desagradables, pero tenemos que aceptar nuestras responsabilidades. El conflicto no puede asumirse como si fuera algo extraño para cada uno de nosotros. ¿En dónde hemos estado durante los distintos episodios de una tragedia que enluta al pueblo? ¿Por qué hemos sido tan indiferentes? “Visitar” el cine de los últimos quince años sobre el conflicto armado en Colombia es una oportunidad valiosa para evaluar la degradación y la miseria causadas por las distintas manifestaciones de la violencia, pero también es un momento para abrirle paso a la memoria.