Fantasmagoría en cinco actos
‘Creyendo en fantasmas’ se titula la exposición individual de la joven artista Angélica Teuta.
Liliana López Sorzano
De pequeña sentía esa fascinación de poder crear con sus manos entrelazadas la imagen reflejada en la pared de una paloma voladora por los efectos de las sombras y la luz. Esos juegos de ilusiones vienen a recobrar vida en la actual obra de Angélica Teuta a la que ella considera un híbrido entre fotografía y escultura.
En tiempos donde la rapidez y la digitalización permean los procesos de la fotografía, Teuta regresa a lo manual, a lo análogo, a lo mecánico, a simples principios como queriendo reivindicar el hacer y el acto de pensar refugiado de las ráfagas y la velocidad.
‘Creyendo en fantasmas’, expuesta en la galería Casas Riegner, se divide en cinco actos. Todos tienen el mismo hilo conductor que al final reflejan las cavilaciones sobre la imagen de la artista. A la manera de los ilusionistas del siglo XXI, como Robert Houdin o su fiel admirador el francés Georges Méliès, pionero de la cinematografía, Teuta juega con los efectos de la cámara oscura, los reflejos, las proyecciones, el manejo de la luz, la ilusión óptica y la percepción. Quien entra a su obra deberá fijarse atentamente para descubrir las trampas de la mirada.
Uno de sus primeros actos, ‘Miradores’, trae al presente el juguete antiguo View Master, de visión estereoscópica por donde se observan pinturas en miniatura que tratan sobre el cosmos, los bosques y los microbios como si fueran apariciones. Teuta confiesa que se basó en el concepto de fantasma del filósofo francés Derrida, el cual consistía en traer algo del pasado al presente para convertirlo en otra cosa.
Justo al lado se levantan unas instalaciones creadas in situ para la galería llamadas ‘Decoración para espacios claustrofóbicos’, que pretenden abrir una ventana donde no la hay. En este caso, la proyección se hace en los paneles de la galería que se utilizan para tapar la vista exterior. Si el espectador se asoma por esa pared falsa descubrirá por la ventana la misma imagen simulada.
Tres relojes, Orient, Omega y Big Ben, aparecen intervenidos por reflejos. Su mecanismo es invertido para evidenciar ese juego de subversión con el tiempo y su significado.
Con tan sólo una lupa, un objeto y el efecto de la luz, Teuta crea la mayoría de su obra, una invitación a un viaje por la nostalgia y la magia.
De pequeña sentía esa fascinación de poder crear con sus manos entrelazadas la imagen reflejada en la pared de una paloma voladora por los efectos de las sombras y la luz. Esos juegos de ilusiones vienen a recobrar vida en la actual obra de Angélica Teuta a la que ella considera un híbrido entre fotografía y escultura.
En tiempos donde la rapidez y la digitalización permean los procesos de la fotografía, Teuta regresa a lo manual, a lo análogo, a lo mecánico, a simples principios como queriendo reivindicar el hacer y el acto de pensar refugiado de las ráfagas y la velocidad.
‘Creyendo en fantasmas’, expuesta en la galería Casas Riegner, se divide en cinco actos. Todos tienen el mismo hilo conductor que al final reflejan las cavilaciones sobre la imagen de la artista. A la manera de los ilusionistas del siglo XXI, como Robert Houdin o su fiel admirador el francés Georges Méliès, pionero de la cinematografía, Teuta juega con los efectos de la cámara oscura, los reflejos, las proyecciones, el manejo de la luz, la ilusión óptica y la percepción. Quien entra a su obra deberá fijarse atentamente para descubrir las trampas de la mirada.
Uno de sus primeros actos, ‘Miradores’, trae al presente el juguete antiguo View Master, de visión estereoscópica por donde se observan pinturas en miniatura que tratan sobre el cosmos, los bosques y los microbios como si fueran apariciones. Teuta confiesa que se basó en el concepto de fantasma del filósofo francés Derrida, el cual consistía en traer algo del pasado al presente para convertirlo en otra cosa.
Justo al lado se levantan unas instalaciones creadas in situ para la galería llamadas ‘Decoración para espacios claustrofóbicos’, que pretenden abrir una ventana donde no la hay. En este caso, la proyección se hace en los paneles de la galería que se utilizan para tapar la vista exterior. Si el espectador se asoma por esa pared falsa descubrirá por la ventana la misma imagen simulada.
Tres relojes, Orient, Omega y Big Ben, aparecen intervenidos por reflejos. Su mecanismo es invertido para evidenciar ese juego de subversión con el tiempo y su significado.
Con tan sólo una lupa, un objeto y el efecto de la luz, Teuta crea la mayoría de su obra, una invitación a un viaje por la nostalgia y la magia.