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                                                                                                                                Fascismo sin Shoah (II) (Opinión)

                                                                                                                                Presentamos la segunda de ocho entregas de este ensayo sobre la Shoah, la Segunda Guerra Mundial y la guerra entre Israel y Hamás.

                                                                                                                                Miguel Hernández Franco

                                                                                                                                Manifestantes se reunieron frente a la Casa del Parlamento en Queensland, Australia, el pasado 7 de marzo para pedir por el cese al fuego en Gaza.
                                                                                                                                Foto: EFE - DARREN ENGLAND

                                                                                                                                Comencemos con la intensidad, palabra que ya he usado un par de veces. Por intensidad me refiero a las variaciones en la fuerza con la que se expresa un fenómeno. Solemos expresar estas variaciones en grados, y hablamos entonces de más o de menos intensidad, en función de cómo hayamos decidido organizar dichas gradaciones. Dos ejemplos pueden ayudarnos a ilustrar lo anterior.

                                                                                                                                Pensemos, primero, en la temperatura, que es una propiedad física de los cuerpos. La temperatura, en sus diferentes escalas (grados centígrados, kelvin, fahrenheit…), expresa lo que comúnmente conocemos como “calor”. ¿Qué es el calor? Técnicamente, el calor es la cantidad de energía cinética de un cuerpo. Esta energía corresponde a qué tanto vibran las moléculas que conforman dicho cuerpo. Hablamos entonces de más o de menos temperatura en función de qué tanto vibran las moléculas, y entre más vibren, más “caliente” podemos decir que está el cuerpo en cuestión. Dos elementos interesantes se desprenden de este primer ejemplo: el primero es que existe una correspondencia objetiva entre la realidad material del cuerpo y las escalas que lo miden. O en otras palabras: si no hubiéramos inventado las escalas de medición de temperatura, la temperatura (el fenómeno) existiría de todos modos. El segundo elemento tiene que ver con el hecho de que la temperatura es algo que ocurre en un cuerpo independientemente de su masa. En física, a esto se le conoce como una propiedad intensiva.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Fascismo sin Shoah (I) (Opinión)

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Si aplicamos lo anterior a la comprensión generalizada de genocidio (es decir, la convenida por la ONU en 1948), es fácil decir que la Shoah es uno de los genocidios más intensos jamás ocurridos, no solo por la abrumadora cantidad de víctimas, sino por todo lo que ejecutarlo implicaba en términos de intencionalidad, premeditación, organización y la colaboración de millones de europeos (no solamente en Alemania). En su esfuerzo por dar cuenta del fenómeno, los establecimientos intelectuales de Europa Occidental y Estados Unidos han atribuido una intensidad absoluta a la Shoah, lo que a su vez les ha permitido usarla como criterio objetivo para la elaboración de teorías y conceptos con los cuales intentar entender fenómenos considerados como similares, y también (y especialmente) para redactar la legislación internacional. Israel Charny, un especialista del tema, lo dice (sin decirlo) en el prefacio del libro Century of Genocide:

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Podría interesarle leer: “La imaginación para sobrevivir es característica del pueblo argentino”

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                                                                                                                                Al respecto, Martin Shaw anota: “Los estudios sobre el genocidio deberían cuestionar la visión, común incluso entre nuestros colegas académicos, de que el genocidio es una gigantesca aberración social, singularmente horrible, pero afortunadamente rara y confinada a muy pocos casos (como el Holocausto, Armenia, Camboya y Ruanda)”. En efecto, hay sectores importantes de la academia que han identificado, estudiado y criticado las implicaciones de subordinar la comprensión del genocidio a la conceptualización que las instituciones liberales occidentales hicieron del fenómeno basadas en su experiencia de la Shoah para luego (¡oh sorpresa!) intentar universalizarla. Sin embargo, también es claro que sus esfuerzos han sido sistemáticamente ignorados por las instituciones liberales y, más aún, que las implicaciones de dichas críticas tampoco han encontrado lugar en eso que solemos llamar “la opinión o la esfera pública” ni en la mayoría de productos de la industria cultural occidental. Y todo esto quiere decir, simplemente, y como bien lo saben los expertos, que los genocidios son genocidios mucho antes de que alcancen una intensidad similar a la de la Shoah, o incluso si no llegan a alcanzarla.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y me siento obligado a dejarlo por escrito: que se sepa — con suerte — que esos que se resisten a llamar las cosas por su nombre; los que llaman a matices y exigen que toda discusión legítima comience con la condena total y absoluta de los ataques de Hamas; los que aún invocan la legítima defensa; los que llaman antisemitismo a cualquier cosa que ponga en duda al Estado de Israel; las que creen que las relaciones diplomáticas son más importantes que el exterminio de un pueblo; los que en el nombre de las formas y el sosiego se inclinan ante los genocidas… Todos ellos sabían o tenían medios más que suficientes para saber, y observar, y evaluar la evidencia, y estudiar la teoría e interpretar los datos y concluir, como concluiría cualquier ser humano honesto con la formación de la que ellos tanto se vanaglorian, que lo que está pasando en Gaza se llama genocidio, y que ellos eligieron ignorarlo en el nombre de vanidades y ambiciones más o menos complejas).

                                                                                                                                Manifestantes se reunieron frente a la Casa del Parlamento en Queensland, Australia, el pasado 7 de marzo para pedir por el cese al fuego en Gaza.
                                                                                                                                Foto: EFE - DARREN ENGLAND

                                                                                                                                Comencemos con la intensidad, palabra que ya he usado un par de veces. Por intensidad me refiero a las variaciones en la fuerza con la que se expresa un fenómeno. Solemos expresar estas variaciones en grados, y hablamos entonces de más o de menos intensidad, en función de cómo hayamos decidido organizar dichas gradaciones. Dos ejemplos pueden ayudarnos a ilustrar lo anterior.

                                                                                                                                Pensemos, primero, en la temperatura, que es una propiedad física de los cuerpos. La temperatura, en sus diferentes escalas (grados centígrados, kelvin, fahrenheit…), expresa lo que comúnmente conocemos como “calor”. ¿Qué es el calor? Técnicamente, el calor es la cantidad de energía cinética de un cuerpo. Esta energía corresponde a qué tanto vibran las moléculas que conforman dicho cuerpo. Hablamos entonces de más o de menos temperatura en función de qué tanto vibran las moléculas, y entre más vibren, más “caliente” podemos decir que está el cuerpo en cuestión. Dos elementos interesantes se desprenden de este primer ejemplo: el primero es que existe una correspondencia objetiva entre la realidad material del cuerpo y las escalas que lo miden. O en otras palabras: si no hubiéramos inventado las escalas de medición de temperatura, la temperatura (el fenómeno) existiría de todos modos. El segundo elemento tiene que ver con el hecho de que la temperatura es algo que ocurre en un cuerpo independientemente de su masa. En física, a esto se le conoce como una propiedad intensiva.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Fascismo sin Shoah (I) (Opinión)

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                                                                                                                                Si aplicamos lo anterior a la comprensión generalizada de genocidio (es decir, la convenida por la ONU en 1948), es fácil decir que la Shoah es uno de los genocidios más intensos jamás ocurridos, no solo por la abrumadora cantidad de víctimas, sino por todo lo que ejecutarlo implicaba en términos de intencionalidad, premeditación, organización y la colaboración de millones de europeos (no solamente en Alemania). En su esfuerzo por dar cuenta del fenómeno, los establecimientos intelectuales de Europa Occidental y Estados Unidos han atribuido una intensidad absoluta a la Shoah, lo que a su vez les ha permitido usarla como criterio objetivo para la elaboración de teorías y conceptos con los cuales intentar entender fenómenos considerados como similares, y también (y especialmente) para redactar la legislación internacional. Israel Charny, un especialista del tema, lo dice (sin decirlo) en el prefacio del libro Century of Genocide:

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Al respecto, Martin Shaw anota: “Los estudios sobre el genocidio deberían cuestionar la visión, común incluso entre nuestros colegas académicos, de que el genocidio es una gigantesca aberración social, singularmente horrible, pero afortunadamente rara y confinada a muy pocos casos (como el Holocausto, Armenia, Camboya y Ruanda)”. En efecto, hay sectores importantes de la academia que han identificado, estudiado y criticado las implicaciones de subordinar la comprensión del genocidio a la conceptualización que las instituciones liberales occidentales hicieron del fenómeno basadas en su experiencia de la Shoah para luego (¡oh sorpresa!) intentar universalizarla. Sin embargo, también es claro que sus esfuerzos han sido sistemáticamente ignorados por las instituciones liberales y, más aún, que las implicaciones de dichas críticas tampoco han encontrado lugar en eso que solemos llamar “la opinión o la esfera pública” ni en la mayoría de productos de la industria cultural occidental. Y todo esto quiere decir, simplemente, y como bien lo saben los expertos, que los genocidios son genocidios mucho antes de que alcancen una intensidad similar a la de la Shoah, o incluso si no llegan a alcanzarla.

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                                                                                                                                Ver todas las noticias
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