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Federico García Lorca: 85 años de un poeticidio

Semblanza de la vida y obra de Federico García Lorca, tras 85 años de su asesinato.

J. Mauricio Chaves-Bustos*
26 de agosto de 2021 - 02:20 p. m.
"'Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos', escribía García Lorca", dice Gonçalo Tavares en la última entrada de su Diario de la peste.
"'Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos', escribía García Lorca", dice Gonçalo Tavares en la última entrada de su Diario de la peste.
Foto: Archivo Particular
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Federico García Lorca siempre tuvo un sentimiento por lo social; no fue ajeno en ningún momento a los sucesos políticos de Europa, pero especialmente por los de España. Desde Cuba, manifiesta ya sus preocupaciones reales sobre la situación entre monárquicos y republicanos, el exilio de Primo de Rivera y las pretensiones de Alfonso XIII.

Pero aún más allá de esto, su obra abarcará siempre la complejidad social de su tiempo; en ese especialísimo manejo estético, donde lo popular se torna profundo y complejo, y en donde lo singular se universaliza, García Lorca muestra la problemática de una España premoderna, y se afianza en reconocer en esas supuestas debilidades el propio ser del español. Yerma se constituye en la crítica más pertinaz a la España de entonces, y el modo de ser de los indeseados, los gitanos, la raigambre de pura estirpe andaluza, y por ende española, el cante jondo, el flamenco y la tauromaquia, en la enseña de un pueblo que convierte la tragedia en arte, el horror en expectación ante una forma única de tomar la vida.

No se puede de ninguna manera afirmar que el poeta fue ajeno a su realidad, a su tiempo. Sus poemas son denuncia en el arte de la palabra hablada, en forma de lírica o en el histrionismo de una realidad no supuesta ni inventada, sino real, la de la España en transición. Otra cosa es que García Lorca hubiese participado en reuniones o motines políticos, desde su obra, especialmente la teatral que se afianza durante la Segunda República, se muestra militante, militancia, por supuesto, no quiere decir necesariamente el ingreso en el campo de batalla o en un partido, pero sí la defensa de los principios que están involucrados en la confrontación o un rechazo a todo lo que signifique la condición humana, por ello el poeta parte del postulado político de desligar el poder terrenal del poder eclesial. Para los republicanos es menester fomentar el estudio y la cultura en todas sus manifestaciones, era llegado el momento de usurpar el poder que tenía el catolicismo por tantos siglos sobre la educación; García Lorca se suma abiertamente a esta propuesta, a la que también adhería Ramón Menéndez Pidal, para quienes la cultura era la forma de equilibrar las desigualdades humanas, además de posibilitante de un mundo sin clases sociales.

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En el discurso de inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros, dice: “Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”. ¿No hay acaso aquí, un clamor con un fuerte contenido social manifiesto en una facticidad política real y concreta? y más adelante de la conferencia en mención, enfatiza: “el libro deja de ser un objeto de cultura para convertirse en un tremendo factor social”. La cultura como liberación económica y social, ¿acaso hay algo más puro que reafirme el sentir social de la Segunda República española, o algo más revolucionario frente al fascismo franquista que se avenía? Libros, libros, libros. Cultura, cultura, cultura, exclama y vuelve a exclamar García Lorca, para que desaparezcan las diferencias, para que el hombre recobre su dignidad. Esa es una posición política clara en referencia al sentir puro del sentido del término, el del poder al servicio de todos y no de unos cuantos privilegiados.

Siempre se rodeó de gentes que le permitían reconocer las sensibilidades, no en vano el republicano Fernando de los Ríos fue de su gusto y preferencia en lo político, así como del primer ministro, también republicano, Manuel Azaña, y es con la ayuda de ellos que emprende la culturización de España desde el Teatro la Barraca, llevando lo típico y lo clásico universal a todos los rincones de España. También esto es revolucionario. También esto es un actuar político. Esa fue su contribución cultural a la República. Y frente a esa patria que no estaba preparada para el cambio, para abandonar las taras que la mantenía aislada, imposibilitada en su endogamia, se oyen voces de desaprobación e injuria: García Lorca, gitano, republicano, comunista, y por demás homosexual, incitaba a un grupo de jovenzuelos universitarios a despertar conciencias en el campesinado, en los pobres, en los excluidos. Eso no lo tolerarían y se va perfilando así ya el crimen poeticida.

Su afiliación a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, su conocida posición antifascista, hacen que los ojos de los monárquicos se posen sobre el atrevido poeta, que en sus poemas, obras de teatro y conferencia, suscita los ánimos al cambio, a un socialismo cantado y exaltado. Su borrador del manifiesto Los intelectuales, con el Bloque Popular excluye el tan ponderado neutralismo que supuestamente manifestó García Lorca en estas horas aciagas de España; como poeta y como intelectual, se siente llamado a cumplir el papel de profeta, de ahí su interés por las conferencias y por las giras con el teatro. Anuncia y denuncia una situación con la que se siente inconforme: anuncia los postulados de la necesidad de una república democrática con políticas sociales encaminadas a la igualdad, empezando por la cultura; y denuncia a una casta social que desde su podio exhala sentimientos de odio y discriminaciones a quienes ve y cree diferentes, al pueblo raso, a los oprimidos, a los de las periferias, así lo hace en el discurso que pronunciaría en el homenaje que los intelectuales hicieron a Alberti, con motivo de su regreso de Rusia, el 9 de febrero de 1936, y en donde leerá un manifiesto de los escritores españoles contra el Fascismo; además de los reconocidos lazos de familiaridad con su cuñado Manuel Fernández-Montesinos, antesala familiar de la visita de la tan horrorosa muerte, a la que el poeta tanto temió, pero también quizá su tema más recurrente. Todos son hechos que muestran su real activismo político en un momento doloroso para España y para todo el mundo hispánico. Hoy más que nunca se hace necesario el clamor del poeta: “En este momento dramático del mundo el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas”.

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La usurpación del poder por parte de Franco no fue sino leitmotiv para quitar de paso a quienes se mostraban marcadamente republicanos y entonces surge el español en su raigambre más horrible, la del conquistador a la fuerza, la del ortodoxo católico convencido e inquisidor, la del machista homofóbico, la del trabajador burdo que no cree en reivindicaciones sociales y culturales, y se convierte en el hombre capaz de profanar lo más sagrado, de irrumpir no sólo en el templo deifico, sino de asesinar al mismísimo sacerdote de la lírica y el histrionismo, a aquel que trató de buscar las honduras de los español más allá de lo puramente descrito, así cayó, víctima de sus convicciones, el poeta andaluz, el cantaor, Federico García Lorca. La sangre derramada fue la de los poetas, la de los intelectuales, la de los trabajadores, la de los campesinos, la de los que no soportan el mundo horrible de los totalitarismos.

Asesinaron al poeta, pero no pudieron asesinar su poesía. Los tiros no pudieron llegar a su espíritu, al espíritu español del que tanto se ufanaba. Muestra de ello es la permanente lectura y relectura que se hace de su obra, así como el constante montaje de sus obras teatrales en todo el mundo y, desde luego, la incitación a escribir sobre él y sobre todas sus creaciones. Su presencia física trascendió el lugar oprobioso de su muerte. No pudo Manuel Castillo Blanco cubrir toda la grandeza del cuerpo yermo. Premonitorio hasta el fin, su grito, no lastimero, de “¡Todavía estoy vivo!” ha superado los tiempos y las propias ignominias falangistas. Lorca todavía está vivo, pese a que aún el riachuelo que los árabes bautizaron el Ainadamar, que traduce fuente de las lágrimas, lo sigue llorando.

En la España de entonces se prohibió hablar de Lorca, a no ser que fuese para difamarlo, además de prohibir su lectura y obviamente de publicarlo. Su obra sigue viva y ha trascendido desde siempre a estas tierras americanas, por eso no deja de admirarse la combinación perfecta que García Lorca logra entre lo culto y lo popular, de la mezcla sustancial entre lo lineal puro y simple, frente a la complejidad de sus composiciones casi barrocas. La imagen es consustancial a su obra, hay perfección en la metáfora, pero bañada de frescura y emoción que abandona el dejo de especialista que eso pudiese suponer. Pero alejado de los formalismos, emerge la figura casi estática del hombre reprimido en su sentir, aquí lo volitivo debe medirse entre lo puramente racional y lo aparencial; de ahí quizá esa presencia trágica en toda su obra, la muerte como recurrente principal, deseo posibilitante de una futura liberación de todas sus ansias.

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Pero al igual que sucede con los griegos, la tragedia lorquiana se hace discurso estético, de ahí la presencia musical en toda su obra, como el propio gusto de García Lorca por el piano y la guitarra, son los sonidos negros manifiestos en su poesía y en su teatro, que se estructura también musicalmente: introito, desarrollo y clímax, como en las óperas y las zarzuelas mismas. La tragedia, trascendida a su vida misma, trama desde un sentimiento de zahorí que pareciera acompañar siempre al poeta; como en la tragedia griega, también en García Lorca opera una especie de predestinación, sin embargo, la religiosidad griega cede al ímpetu existencial lorquiano, expreso en la fuerza de lo que narra -no hablo aquí de la forma como se describen las cosas, sin negar que ello también tenga una fuerza asombrosa, sino de lo que se está describiendo-; el destino toma aquí muestras de presagio, no son ya los dioses quienes han descrito previamente el destino de los sucesos como escarmiento para toda la colectividad -sabido es el castigo por impiedad al que fue sometido Odiseo- , sino que aquí hay una consubstanciación entre los hechos humanos y la naturaleza misma.

Hemos insistido permanentemente en la obra García-lorquiana como manifestación premonitoria de su propia vida. Por eso creemos en un García Lorca que sigue presente físicamente, en el mundo sensorial de los mitos, del duende, esa fuerza consustancial que le permite exhalar sonidos negros de placer donde hay dolor, que le permite al pecho arrancar sonidos atormentados, que en él fueron romances y canto, tragedias y teatro. De ahí que su vida y su muerte se hayan vuelto mito, sus premoniciones operan dentro de su propia vida, y de ahí pasan a formar parte de una nueva realidad, presente y manifiesta. De ahí la presencia de García Lorca hoy, 85 años después de su muerte.

A García Lorca lo sentimos como propio, quizá porque confluyen en su manera de hacer literatura la tradición y el modernismo, España y América -que pese a tanto dolor que nos trae la memoria frente a una invasión, donde el exterminio de nuestra historia fue el hecho más repugnante, y a una puesta en marcha de un mundo colonial, donde el dominio de una raza sobre otra fue el oprobioso diario hacer, sigue siendo España parte de nuestra realidad actual- unidas en la presencia del poeta que cantó también las experiencias de sus propios excluidos, así como al asombro de un mundo que se imponía -nuevamente aquí en su ejercicio premonitorio- desde el capital y la técnica; García Lorca pareciera haber hecho un resumen de nuestro pasado y de nuestro porvenir. Quizá por ello hay una identificación con él, con su obra, con su momento histórico, tan cruelmente parecido al nuestro. Por ello García Lorca, setenta años después, cuerpo presente, en una clara manifestación de seguimiento de propensión a la muerte misma, así fuese la suya, como principio de vida, en un eterno retorno ante el juego manifiesto de Eros y Tánatos; y setenta años después, alma ausente, pero manifiesta en su obra, en un auto rescate que el creador hace de un más allá imposible de conocer, pero sugerido, como un recobro en el tiempo de la magia del instante, de un García Lorca manifiesto aquí, ahora y siempre, en el recuerdo de quienes lo leemos y lo sentimos. Hoy, vivo más que nunca en su propia palabra.

*Escritor.

Por J. Mauricio Chaves-Bustos*

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Antonio(38965)26 de agosto de 2021 - 04:07 p. m.
...Mil gracias poeta. Franco a garcia Lorca, Pinochet a Victor Jara, la dictadura agentina a Jorge Cafrune y aqui el matarifismo a Jaime Garzon, solo por mencionar algunos...Qué violenta y anti-vida es la "gente de bien".
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